martes, 17 de septiembre de 2019

Solo resquicios

(Harry Callahan)


A Marie no le gustaban algunas miradas.

Cuando a su padre se le ponían los ojos como flores marchitas.

Las de las madres de sus amigas en la piscina de la urbanización, su padre era el más fuerte, el más guapo de todos los padres, el que mejor nadaba, aborrecía aquellas risas envidiosas.

Las de John, su hermano mayor, estaba segura que le odiaba porque ella era la hija favorita, al menos algunas veces.

Ni la de su hermano pequeño, tan hueca, vacía, pobre niño, apenas se movía, su padre nunca le hacía caso, como si no existiera, una maldición, escuchó un día.

Pero sobre todo no le gustó la mirada de agua de su madre cuando bajó las escaleras la tarde que escuchó su conversación, ¿cómo puedes pensar eso?, por supuesto que no hay otra. No entendía de qué hablaban, quiso darle la mano pero ella la retiró con enfado, déjame en paz, vete a jugar, qué sabrás tú, vete, nunca le había hablado así, antes.

A Marie le gustaba el olor de su padre cuando veía la televisión con la cabeza apoyada en su pecho, siempre se quedaba dormido, como un oso cariñoso. Le gustaba también cuando le daba la mano  al ir a comprar el pan, John en bicicleta llamándole flacucha y él, enérgico, deja en paz a tu hermana.

Detestaba que sus amigas le preguntaran si su padre no usaba nunca corbata.

O la tristeza que seguía a su madre en las últimas semanas, como un perro negro y malo, ¿hoy tampoco vendrá papá a cenar?

Llegó el día de las lágrimas, aquel en que se quedaron con la tía Esther. ¿Dónde está mamá? John no quería salir de su habitación. No fueron al colegio y el tiempo pasaba con lentitud aunque entonces Marie apenas sabía qué era el tiempo, solo sabía que llevaba varios días sin ver a su padre.

Era abril y durante un recreo no supo qué contestar a Juliette, ¿tienes otra madre?

Un domingo supo que papá está trabajando fuera de aquí, cosas de la fábrica, de mayores.

Era mayo y el primer fin de semana fueron a comer a un restaurante elegante, ¿no viene mamá?  Y no sabía quién era la señora que se quería hacer la simpática y tomaba a su padre del brazo y aquello no era normal y a los postres, copa de helado con nata, su padre les contó una historia que no entendió y John se marcho gritando y ella lloró sin saber muy bien por qué y su padre tenía aquella mirada de flores marchitas y la señora le acarició el pelo y en el coche, al regreso, se durmió y desde entonces todo fue diferente.

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