Amber Hakim

viernes, 30 de abril de 2010

Apuesta.

Mis manos
abren las cortinas de tu ser
te visten con otra desnudez
descubren los cuerpos de tu cuerpo
Mis manos
inventan otro cuerpo a tu cuerpo.

(Octavio Paz)


Cinco y uno, de salida.
Me la juego.

No escucharte me deja abandonado en un puerto gris del que ya no salen barcos.
No verte me deja los dedos como vehículos quietos, como jilgueros dormidos.
No te llamo por no alterar el viento que va de tu jardín al desván, la protección filial que te envuelve como la caperuza de polen de una mariposa de colores que no vuela.
Esto no es un reproche, es un lamento.

Tres y seis. Sigo.

No nos convenimos por tantas cosas, las familias, la piel, la sutil frontera que nos deja a uno y otro lado de dos mundos. Sin embargo, si tu voz mimosa acaricia mis oídos hambrientos la noche se ilumina, el día se alarga y, desde el horizonte, gigantes felices vienen hacia nosotros y ríen.
Nos cambiamos palabras escondidas en papeles enrollados, la emoción nos baila y desordena, crece la tentación de buscarnos y encontrarnos, el deseo de abrazarnos y…abrazarnos.

Dos y cuatro, lástima.

Apuesto y te busco en el silencio de estos días, desde que encallaste en un río de girasoles, desde que entraste en una cárcel de cariño, en esa celda que te protege y te aísla. Me arrodillo y dibujo triángulos en el polvo, eludo las serpientes de la duda, el mar trae músicas tristes que queman y falta menos para saber qué cifra darán los dados.

Cuatro y tres. Siete. He vuelto a perder. 




jueves, 29 de abril de 2010

Como un hambriento Lázaro

“Los puentes inflamables
del medio del camino de la vida...”

(Aurora Luque)



Como un hambriento Lázaro, acuclillado bajo la mesa, espero las migajas de su voz, las palabras que calmen esta ansiedad mía, espero los mendrugos de una mirada que no me mira, toco la orla del mantel para así tocarla, veo sus piernas moviéndose en la oscuridad de no verla, me muero de deseos de acariciárselas.

Me estoy quedando sordo, apenas escucho ecos de cuando estaba, fragmentos de risas que me acuchillan la espalda, retazos de conversaciones que no entiendo.

Y no sé si esa parquedad es producto de un sillón mal colocado, de la mujer que en él se sienta, de un lánguido transcurrir de los minutos, de una lucha de arcángeles en el pecho, de un demonio tentándote o si el calor de hoy me dicta estas frases inconexas.



miércoles, 28 de abril de 2010

Blog/yo/voy/ojo/soy/hoy/yo/bloG.

¿Olvidaste
mi primera mirada
cuando me desnudaste
estando ya desnuda y entregada?

Cirlot


 Blog me evoca un imaginado troj donde guardar los frutos del contar, de la cháchara, confidencia, desahogo, ahogo de emociones, desbordada jarra de efervescentes aguas que sacian la sed, que nos la dan, pasajeros de un avión que no aterriza, que elude el polvo del volcán islandés, hospedaje entre el cielo y el infierno con una columna en la mitad de ningún sitio, página en blanco y sin embargo en negro, al aire, hospital de palabras heridas, morada de firmamentos, hueco con números pintados en amarillo, el siete, el trece, calandrias cantarinas, Guillermo Tell atravesando la cabeza de su hijo debajo de una manzana roja (la saeta le entró por el ojo derecho, la historia no lo cuenta), mezzosopranos orondas compitiendo por representar el papel de Alceste, tenores barbudos luchando por ser Admeto, mujeres bellas intentando ser ellas mismas (no se reconocen y se pierden en las calles oscuras de finales de abril), hombres morenos con espejos en los ojos y cascabeles en el bajo vientre (no se mueven por no agitar la superficie de la tranquilidad, el silencio, por no hablar, más), el diez, reos condenados por el delito de soledad son absueltos y liberados en islas desiertas ¿puede una isla vivir dentro de una isla?, Paris como alegoría de ciudad de la incomunicación, la ciudad, itinerarios desde un placita al borde del Sena hasta las alturas de un clochard borracho que canta bajo el árbol de la inmortalidad, escritores en buhardillas de hielo y el signo de la oscuridad pintado en la frente, ya nadie distingue a los escogidos, a las vestales, a los pastores de almas, a los vigilantes de la moralidad, a la misma moralidad, yo no distingo ya entre escribir para contar o no tener nada más que aburrimiento, palabras huecas y bostezos. Lo de hoy.



martes, 27 de abril de 2010

Virgen.

Aquella tarde, estábamos reunidos todos los escritores de blogs, sentados a una mesa repleta de viandas, con manteles manchados del vino que rezumaba de cántaros rebosantes.

De pronto se apareció una virgen sobre la zarza ardiente. Llevaba una túnica que brillaba con una extraña luz. Extendió las manos sobre el espacio entre ella y nosotros, atónitos espectadores del milagro, entregados pecadores abiertos a todas las penitencias, merecedores de todos los castigos (incluido el infierno y las siete plagas), solícitos y obedientes amanuenses dejando constancia de la explosión solar.

Pues bien, esa virgen nos señaló uno a uno con un dedo y sonriendo, con voz maternal dijo: Escribid, escribid, queridos míos, transmitid esto que veis, contarlo a vuestros vecinos, esparcirlo por las riberas de los ríos, por las tierras de secano, por los vergeles refugio de gentes descreídas, tribus venidas de allende los montes, habitantes de la tierra prometida...

Así siguió horas y horas, la verdad, ya me estaba empezando a aburrir cuando desperté, Elena a mi lado y su cuerpo desnudo estaba caliente y rumoroso. Nada, que nos amamos furiosamente, dulcemente, otra vez con furia y a la tercera me fui a trabajar. Esta uno que no para, qué vida.

Pero entonces, por el camino, volvió a aparecérseme aquella virgen sobre un Simca mil y con voz severa dijo: Glup, Glup, una cosa es exagerar y otra mentir, solo la has amado una vez. Y desapareció.
Eso, que rectifico, una sola vez.

Estas vírgenes de ahora no pasan ni media.
Buenos días. 

El Gobierno de Lula recomienda 'practicar sexo cinco veces al día' contra la hipertensión

Contra la hipertensión, sexo desenfrenado. Es el consejo del Gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva frente al avance de las dolencias cardiovasculares, que en los últimos tres años incrementaron su impacto hasta afectar a uno de cada cuatro brasileños.

"Además de comer cinco piezas de fruta al día, os propongo que también hagáis sexo cinco veces al día", bromeó el ministro de Sanidad, José Gomes Temporão, al presentar este lunes los últimos datos oficiales. "Bailad, practicad sexo, mantened el peso, cambiad los patrones alimenticios, haced actividades físicas y, sobre todo, medid vuestra presión arterial regularmente", recomendó.

Con motivo del Día Nacional de la Prevención y el Combate de la Hipertensión, el Ejecutivo difundió este lunes su informe anual y aprovechó para alertar a la población sobre los riesgos de la enfermedad. Una campaña en la que el Estado invertirá 1,5 millones de reales (unos 838.000 dólares) a través de carteles y anuncios publicitarios en radio y televisión.

Vigilar la alimentación

"La alimentación inadecuada y el sedentarismo son aliados de las dolencias cardiovasculares", advirtió la coordinadora del Programa Nacional de Hipertensión y Diabetes, Rosa Maria Sampaio. "Quien acostumbra a comer carne con grasa, deja de lado alimentos saludables y no se ejercita es un firme candidato a tener la presión alta".
Según el Ministerio de Sanidad, la proporción de brasileños diagnosticados como hipertensos -es decir, con una presión arterial de 14/9 o superior- creció desde un 21,5% en 2006 hasta un 24,4% el pasado año.
El aumento afectó a todas las franjas de edad, si bien los mayores fueron quienes más empeoraron su situación: el 63,2% de las personas con 65 años o más sufren ese tipo de dolencias, frente a un 57,8% en el anterior estudio.



lunes, 26 de abril de 2010

Descubrir a Elena en una revista.

Tengo miedo de escribir. Es tan peligroso. Quien lo ha intentado lo sabe. Peligro de ocultar en lo que está oculto en sus raíces sumergidas en las profundidades del mar. Para escribir tengo que instalarme en el vacío. En este vacío donde existo intuitivamente. Pero es un vacío terriblemente peligroso: de él extraigo sangre. Soy un escritor que tiene miedo de la celada de las palabras: las palabras que digo esconden otras: ¿cuáles? Tal vez las diga. Escribir es una piedra lanzada a lo hondo del pozo. (Clarice Lispector)



Llegamos al mediodía.
El Miño bajaba lento y melancólico. En el balneario flotaba un olor a azufre. A la tarde subimos por la empinada cuesta por donde discurre el camino de Santiago. La Muralla  nos deslumbro. Llamé por teléfono a Pepa pero, casualidad, estaba en Vigo en un concierto de Leonard Cohen, lástima.
Lugo reía en cuatro calles, el resto era silencio.
Quizás por el cansancio del viaje, a la noche no tenía sueño, leía un libro raro, de un chino- A mi lado Begoña ojeaba una revista con grandes fotos de bodas, separaciones, comuniones de niños con sus caras emborronadas, señoras en sofisticados y mínimos trajes de baño, señores con gesto altivo.

Mira, sale una diseñadora de Bilbao, ¿la conoces?- dijo Begoña.
Una entrevista de una página a una guapa mujer, sonriente, sentada frente a sus creaciones de moda.
No, no creo haberla visto nunca- mentí.

Elena.
Simulé que seguía leyendo mi libro y miré la foto de reojo. Cuantos recuerdos. Tuvimos una relación de varios años. Comenzó como una tierna y apasionada historia de amor y terminó en distancia y reproches.

Hasta mañana, que duermas bien- dijo Begoña.
Hasta mañana- contesté..
Cerré los ojos pero en mi cabeza se removían tantos y tantos recuerdos.


El lago brillaba bajo el sol de julio. Nos bañábamos a pesar que estaba prohibido, un guarda vigilaba sus riberas, nunca nos pillaba.

Aquella mañana fuimos allí un grupo de catorce o quince amigos. Alguien propuso una carrera. -"Una cena para todos, pagan los que pierdan, llegar al embarcadero"- . No se trataba de ganar o perder, era una cuestión de honor. Dos chicas y cuatro chicos nos apuntamos, el resto esperaría en la otra orilla. Se subieron en los coches y fueron hacia el punto de llegada.

Hacía calor pero en la espera me estremecí, el agua estaba fría, o me lo parecía. Tú nadas bien- me dijo Tito. No contesté, le llevaba varios años de cubalibres y nocturnidad.

El lago, de pronto, se había hecho más grande, la otra orilla estaba muy lejos, o eso me parecía.
Desde la comodidad del embarcadero nos dieron la señal de partida.
Salimos los seis bastante juntos, al principio nadie se destacaba.
María no era muy alta pero utilizaba los brazos con estilo, entrenaba con el equipo de wáter polo del club. Jorge era socorrista en las instalaciones municipales.
La experiencia en las travesías en el mar me ayudaba a regular la cadencia de los movimientos, a no apresurarme.
Sagrario me sorprendía, no conocía esa cualidad deportiva en ella, la tenía por una chica volcada solo en lo cultural, nadaba bien. Javier era muy delgado y se deslizaba como una anguila.
Me empezaban a pesar las piernas y pensé que no había sido buena idea aquello de la carrera.
Los hermanos Germán y Tito todo lo hacían bien, jugaban al fútbol, a pala, al ajedrez, esquiaban y, por supuesto, eran magníficos nadadores.

Llevábamos la mitad del recorrido, seguíamos juntos, solo Sagrario se rezagaba.
Apreté un poco el ritmo pero Jorge lo había hecho unos segundos antes, apenas pude seguirle.
Levanté la cabeza y vi que desde el embarcadero nos animaban con grandes gritos. Cada uno tenía su favorito.
Elena no estaba mirando, conversaba con aquel francés de Burdeos que había llegado el sábado.

Seguimos, la carrera se me estaba haciendo interminable.
Recordé las veces que me había pavoneado en el Casino de mi capacidad en la competición en piscina, de aquella carrera que gané en mar abierto, de los trofeos que tenía en casa. También me acordé de la madre de aquel francés. Nadé más rápido.

Faltaban unos cien metros, María, Tito y yo íbamos ligeramente destacados. Ya se escuchaban las voces de aliento. Los tres movíamos los brazos como en una final de los juegos olímpicos.
Tragué agua y tosiendo seguí con más energía, no sé de dónde sacaba las fuerzas…


¿Te pasa algo?, no paras de dar vueltas. Me has despertado.- dijo Begoña.
Lo siento, no puedo dormir -dije.

Salí al balcón, a fumar. A pocos metros se adivinaba el Miño bajando lento y melancólico.
Resulta que Elena era famosa, la revista elogiaba su trabajo como diseñadora de modas. Tenía tantos y tantos recuerdos de ella. Me resultaba curioso que me hubiera venido a la cabeza precisamente esa historia de la carrera.
Dos horas y varios cigarrillos después volví a la cama junto a Begoña y me dormí. A la mañana siguiente continuamos nuestro viaje. 
 
Habrá un año, en que habrá un mes, en que habrá una semana, en que habrá un día, en que habrá una hora, en que habrá un minuto, en que habrá un segundo y dentro del segundo, habrá el no tiempo sagrado de la muerte transfigurada. (Clarice Lispector)




La vida y la muerte me están desgastando.

(Lo estoy leyendo ahora y me gusta. Es diferente. Chino)

domingo, 25 de abril de 2010

Mi foto, trailer, libros y un poema.










“Creo que en Los Hermosos Vencidos di todo lo que tenía en aquellos momentos. He intentado realizar el don total, a veces lo he conseguido, otras he fracasado, pero siempre es una prueba de carácter. Quiero dominarme a mí mismo.". (L.C)





Estos son los últimos libros que estoy leyendo (más el del chino).
Jonathan Strange y el señor Norrell lo terminé el Jueves y me ha encantado.
Es distinto, está bien escrito, engancha.
La autora, con gran maestría, con imaginación, logra crear un mundo propio, original, curioso.
A pesar de sus 800 páginas se me ha hecho corto Me ha gustado, mucho.

(Dejo algún enlace con comentarios. Click en el título del libro)
Los otros los estoy leyendo a la vez, según mi humor.


CONMOCIÓN

Uno sabe:
que la noche debe estar tensa para alcanzar el alba,
que a veces también se rompe sin esperar al sol
que los pedazos se estiran frente al insomnio,
no puede entender los ruidos y se pierde en las calles de siempre.
Uno sabe
que inventa palabras inútiles
y ve al ocaso como un color definitivo.
En fin,
uno sabe que nunca aprende
pero insiste.

Miguel Oyarzabal,

(gentileza de Sofía)



sábado, 24 de abril de 2010

Ne cedez jamais.

Defectuosa formación del plural

Disfraz, persona unitiva
Lezama Lima
Cuántos días baldíos
haciéndome pasar por lo que soy.
Máscara sin memoria, líbrame
de parecerme a aquel que me suplanta.
Uno solo será mi semejante

José Manuel Caballero Bonald


Comienza el calor en este abril con días más largos.
Escribo para mí, tal vez para nadie más, ni siquiera para ti.
Quizás ha vuelto el carnaval y quiero disfrazarme, vestirme de otro, no ser yo aunque ya no llueva.

Este es un elogio del futuro, es decir mañana, es decir otro tiempo que este que pasa por la ventana y gatos en el tejado, ojos que no miran , boca que dice, orejas cerradas que no escuchan, el búho vuela sobre el mapa y, en honor a la verdad, esta es una caja que encierra otra caja llena de frases engarzadas, que encierra otra caja llena de ceniza, que encierra otra caja llena de blancos silencios goteando más silencios, que encierra otra caja, la última, donde un hombre desnudo se pregunta ¿qué más hay?, ¿es solo esto?, ¿solo esto? y no se conforma y además se le ha pasado el turno y los otros juegan al juego de reír y se han terminado las caretas en los almacenes de almas y sí, te recuerdo en este día que parece carnaval con calles llenas de mujeres y hombres disfrazados de ellos mismos. 



viernes, 23 de abril de 2010

Hoy me tapo los ojos con las manos

Bedford Street

Ella me dio el cuchillo y dijo: «Clávalo
en el segundo espacio intercostal».

«¿Cuál es?», le pregunté. Se abrió la blusa
y señaló, risueña, un punto: «Aquí».

Algo debía de haber en aquel viaje
que lo hizo diferente. Más intenso.

Se veían más cosas. Ascendíamos
a inéditos sonidos y colores.

No había confusión. Hasta el detalle
más ínfimo nos era comprensible.

Sugerí: «¿Por qué no con barbitúricos?»
«Es lento», me objetó. «Ya lo he probado.

Y el lavado de estómago es horrible.
Como un trauma mental, pero en lo físico»

Sustituí su dedo por el mío
y apoyé allí el cuchillo suavemente.

Y lo empujé de súbito. No fuera
que cambiara de idea si iba lento.

José María Fonollosa.

 
Hoy me tapo los ojos con las manos para no verla.

En vano, viene su risa confundidas con mis interjecciones y ya no sé si duermo o esto es un programa de software en el que nada es cierto excepto el dolor de un nombre tatuado entre los muslos.

Quizás cuente hasta cien y ella no aparezca, me canso de esperar en las esquinas colmadas de susurros y promesas.

Bailan los ciegos, son felices, la oscuridad hace que imaginen eso que no veo, servidumbre del delirio que no sé vivir y que ahora canto, me demoro en la puerta, sin salir.

Los fríos peces se besan entre las hierbas del estanque, un hombre llega con la palabra locura escrita en la frente, los ciegos palpan su cabeza y no entienden esos rasgos retorcidos, el hombre ríe frente al espejo.

Nadie nos dijo que debamos ser felices sin remedio, nadie nos habló de albañiles levantando la pared que nos separa, invisible muro de imposibles y caricias muertas, amores rotos que cantan los pájaros de la noche.

Hoy me tapo los ojos con las manos y la veo. 



jueves, 22 de abril de 2010

Recuento.


La tarde que no abría y salió con el pelo suelto. La conversación por teléfono en voz baja. Un sobre entre las páginas de un libro. Cuando no quería pasear por ciertas calles. Aquella flor.

Desde la puerta,
con delicadeza,
deja la maleta sobre la alfombra,
gira la cabeza ¿sonríe?
me mira y sale.

Repentina soledad. Ni un reproche de cristales rotos. Acuclillado sobre la alfombra, sin saber cuando fue, desconsolado, odiando esa última mirada, las noches vacías, sin abrazo, sin equilibrio. Hechizo de la memoria decepcionada. Niebla en la habitación que da al patio trasero. Reloj. Silencio. Destino. Ceguera.. Tanteando el oeste de la nostalgia. Miedo al eclipse, al futuro roto. Temazepan, Zoplicone, poéticos somníferos, la tristeza cosida en el insomnio. Bucear en recuerdos. Absurda sed de abril. Quién lo hubiera dicho. Sábana, una sábana blanca cubriéndolo todo, cama, cuarto, piso, casa, barrio, pueblo, ese punto verde en el centro del mapa que el viento acaba de arrebatarme de las manos por la ventanilla del coche que me trae del juzgado, los trámites, el notario, en fin. 



miércoles, 21 de abril de 2010

Tres versos.

Te llamo desde la orilla
Ya no caben más náufragos
en la playa.

(Ramón Buenaventura) .


Lograr decir en tres versos de colores, tres, lo que ahora digo con tantas palabras que chocan entre sí, que se empujan con los codos, escogidas, sí, pero amontonadas en equilibrio inestable, se caen hacia el exceso, se pierden las figuras, se borra el punto de partida y terminamos en Lanzarote, el sentido se bifurca, humea el fondo, los ratones roen el hueso del decir, montón de voces ahuecadas, hablar por no callar, pirámide de frases apuntando un cielo de nubes grises, gris el resultado final, gafas para soportar el cansancio de mirar sin ver que quiere decir este recolector de frases, paciencia del lector, tiempo que se va por una alcantarilla..
Tres versos, tres, luminosos, desnudos, que florezcan, que te tomen de la punta de la nariz y estornudes de belleza.

.- Atttttttchis.
.- Salud.



martes, 20 de abril de 2010

Dejabas tus cabellos al viento

Acorde clásico

Nace de nadie el ritmo, lo echan desnudo y llorando
como el mar, lo mecen las estrellas, se adelgaza
para pasar por el latido precioso
de la sangre, fluye, fulgura
en el mármol de las muchachas, sube
en la majestad de los templos, arde en el número
aciago de las agujas, dice noviembre
detrás de las cortinas, parpadea
en esta página.

Gonzalo Rojas.


Antes de las miradas sobre el mantel no éramos, quedaron inmóviles los pájaros en un cielo gris, llenas las iglesias de hombres de negro, equilibristas entre las riberas del resplandor y nada. 

La edad se tendía sobre los signos como hormigas y grisú, ardía la voz pero, en lo oscuro, el silencio construía túneles de tu corazón al mío.

Dejabas tus cabellos al viento.

Cuadros:John Singer Sargent

lunes, 19 de abril de 2010

Final del viaje (Lanzarote 8).

Al despertar supe que aún no era tarde.
No sé cómo.
A veces me siento sobre el muro y miro al otro lado. No me atrevo a saltar a ese jardín de ahí abajo. Quizás por los perros que ladran y me amenazan. Busco la carnalidad de un espíritu que se haga lengua

La habitación se pobló de insectos, detrás del paisaje de mi recuerdo cruzaba un erguido pertiguero con arenques saliendo de sus orejas, el augur se doblaba sobre un mapa buscando la línea amarilla que delimita el campo de batalla, el lugar exacto donde sacrificaban las yeguas antes de los combates. Los alcaravanes picoteaban el suelo del cuarto de baño, fuera las abejas zumbaban sobre los arriates.



Me miré al espejo.
Sobre mi cabeza se encendió un iPad, dentro una escena, sobre fondo negro brillaba un calendario en el que se destacaba el día 5.
Se borró.

Otra escena. Los tiroleses entraban en el pueblo con su comandante al frente. Muchos venían heridos. Los niños, indiferentes, reían a su paso. El tambor bigotudo requebraba a las muchachas. Una mujer buscaba con gesto serio el rostro de su hombre, ¿volvería?
Se borró.

Y otra escena. La placidez del interior de una iglesia. Entonces llegaron ellos, rompieron las vidrieras, cortaron las cabezas y las manos de las imágenes de los santos, robaron los objetos de culto, hicieron trizas los bancos del coro, se mofaron del sacristán, dieron fuego al campanario.
Se borró.

Mas escenas. Un campamento en Guadalcanal. Por los suelos de los barracones corren cangrejos gigantes y ratas silenciosas. El calor es pegajoso, insoportable. De pronto llueve, un chaparrón intenso. Los soldados salen a refrescarse, algunos se desnudan y enjabonan. Cesa la lluvia. Una explosión, la bomba ha caído cerca de la cocina. Gritos. Los soldados toman sus armas sin saber a quién disparar, de quién defenderse. Los japoneses están escondidos detrás del palmeral. Robert yace detrás de una ametralladora, la bala le ha traspasado el muslo, grita.
Se borró.

Detrás de los cristales escucho voces. Salgo a la terraza, los jardines están llenos de hombrecillos barbudos con sombrero. Aparecen por todas las bocacalles. Al cabo de media hora solo veo hombrecillos, por todos los lados, en la piscina, colgados de las palmeras, incluso mi habitación está llena de ellos. No distingo qué es lo que gritan. Aguzo el oído. No lo entiendo. Parece una lengua extraña. Conecto el traductor automático del iPad. La pantalla parpadea. “Es demasiado tarde, se acabó el tiempo”. Y entonces cayó la primera piedra. Después otra. Y cientos, miles. Me refugié debajo de la cama....................................... .......................................................Lanzarote ya no es, apenas esa sombra que distingo desde el avión. Anochece. Ver una puesta del sol desde la ventanilla es disfrutar de una fiesta de colores extendiéndose sobre las nubes.



Volver a la urdimbre, a tejer los días, imágenes para mejor comunicarnos, para gustarnos, para intentar la emoción. Palabras fáciles que hagan consistente esta relación por el aire de ver sin ver, de intuir, de acomodarse en una rutina de música y quién sabe.

Atravesamos una zona de turbulencias. Abróchense los cinturones”. El comandante nos informa que ha entrado en erupción un volcán situado bajo el glaciar de Eyjafjalla. Dice que las cenizas están alterando el correcto funcionamiento de los instrumentos de a bordo. Nos pide tranquilidad. Nos pide que si somos religiosos, recemos. Alguien grita en las filas traseras. Alguien grita en las filas delanteras. Todos gritamos. El avión comienza a perder altura. En el asiento de al lado un hombrecillo barbudo y con un ridículo sombrero me dice “¿ves? te lo dije, es demasiado tarde, se acabó tu tiempo”.



Vaya viaje.
Lo peor es que no sé cómo acabará esto y si mañana podré subir el post nuestro de cada día.
Amén.

domingo, 18 de abril de 2010

The Pacific (Lanzarote 7)

El primer día estaba resultando demasiado ajetreado, decidí retirarme a la siesta. Durante el trayecto hasta mi habitación vi no menos de cuatro hombrecillos sentados bajo una palmera, en el mini golf, en la punta de una sombrilla y en la T del letrero de Talasoterapia. No hace falta que repita sus palabras.


Entré en el cuarto con prevención, no sabía qué podía encontrarme ahora. Una señora estaba pasando el aspirador.

-¿Es usted dominicana?
-No señor, africana.
-¿Le gusta su trabajo?
-Sí, jefa es buena, no se mete mucho conmigo, no agobia.
-¿Está contenta aquí?
-Sí, también está marido, hijos. Contenta.
-Me alegro.
-Antes todos los días llamando por teléfono a casa. Los hijos, mamá te echamos en falta, no tengo zapatillas, necesito una camiseta. Aquí estudian, estamos juntos, marido también trabaja en el hotel. Contenta.
-Muchas gracias, señora.
-Buenos días, señor.

Se fue.
Las cortinas corridas proporcionaban una agradable penumbra. Tumbado sobre las sábanas me invadió un dulce sopor.

Soñé con el regreso. Soñé cuando buscaba frutos entre las zarzas lánguidas, cuando comía uvas y los ancianos paseaban en campos de urces infecundos.
Por el arroyo de mis sueños cruzaban los arrieros, un diván era un reino, sobre él descansaba una diosa que antes fue un pájaro, que antes una niña desgarbada.

Alguien tocó con los nudillos en la puerta. Desperté. Sorprendido vi entrar a la protagonista del tercer episodio de The Pacific (3). Se cubría con una leve bata estampada de amapolas. Me miró sonriente. “Hello”- dijo. Se quitó la bata y se deslizó entre las sábanas y mi cuerpo alborozado. Hablaba en inglés y no entendí bien qué intentaba decirme pero nos alborozamos varias veces. Después dormimos abrazados.

Al despertar la chica ya no estaba ahí pero sobre la almohada otro hombrecillo, ¿el mismo?, barbudo, con un absurdo sombrero marrón repetía la letanía “aún no es tarde, aún no es tarde”.

Todo aquello estaba resultando muy extraño.
Mi memoria no tenía memoria.
Mi corazón ya no estaba en Lanzarote, miraba y no veía, las llamas de la desesperanza habían prendido en las cortinas.
Era el momento de descansar en mitad del incendio.
Me dormí plácidamente.


(3) The Pacific es una serie norteamericana que estrenó Canal+ el mes pasado. La estoy siguiendo y me parece extraordinaria.

sábado, 17 de abril de 2010

El Minotauro de Picasso (Lanzarote 6)

Me acodé en la barra de la cafetería, la camarera me hablaba con desagradable familiaridad, “me recuerdas a mi padre” -decía. Entonces vi a una señorita de melena rubia sentada en un sofá con gesto abstraído. Sus pantalones cortísimos no me impidieron fijarme en la pantalla del iPad sin cables que llevaba a pocos centímetros de la cabeza. Dentro se veía al Minotauro de Picasso que hociqueaba entre las piernas de una bella mujer que ondulaba sus caderas como una marea de peces tropicales. La escena era de una crudeza inusual ya que ella gritaba como si la estuvieran martirizando. Después una toma corta mostraba su rostro contraído en el momento del orgasmo. Gemía. Se repetían una y otra vez, los orgasmos. El Minotauro de Picasso bramaba fuera de plano. Sin embargo la chica de los pantalones cortísimos parecía estar pensando en otra cosa.


Pensé en cómo podíamos vivir antes de esta vaina, diferente, ahora todo es diferente. Liberan a ese pobre Pablo Emilio Moncayo después de 145 meses –se dice pronto- secuestrado por las FARC y el hombre alucina con el cambio tecnológico. Exacto, “es la tecnología, idiota –me dije- eso es, otro invento de Apple”.

Me fui, volví la mirada y en la cabeza de la chica de melena rubia ya no había iPad. La camarera, tan simpática, me despidió con un “adiós, precioso, me recuerdas a mi abuelo” Sobre la cafetera, un hombrecillo con un ridículo sombrero negro repetía “aún no es tarde, aún no es tarde”, y nadie reparaba en su monólogo.


Lanzarote es un atardecer con hogueras en el horizonte y gusto a genciana. Los alfareros buscan en el muérdago remedios para las piernas quemadas, para fortalecer las encías, para mejor escuchar el sonido milagroso de una campana.

Por el paisaje marrón y negro se filtran los silbidos y las noticias. Se sabe que vendrán los vencedores aunque los puertos siguen vacíos. Se sabe que los lobos se han comido las estrellas. Se sabe que en la bodega hay un niño enterrado.

viernes, 16 de abril de 2010

El señor que comía libros (Lanzarote 5).


El comedor era gigantesco, una especie de cervecera de lujo. Niños risueños caminaban rígidos llevando en equilibrio platos de verduras cocidas. Alemanes sonrosados masticaban chuletas interminables. Una señora enjoyada hablaba sin parar a su numerosa familia, con la boca llena de espaguetis y reproches, les hacía pagar el viaje que ella había pagado. Parejas que comían y se comían con los ojos. Tríos que no comían y se miraban y no sabías qué tenedor era el que sobraba. Camareros diligentes reponiendo bandejas y bandejas de filetes empanados, ensaladilla rusa, calderos de gazpacho, fuentes de patatas fritas, pescados innombrables, helados derretidos, frutas del tiempo. Estaba el señor que comía libros, tenía a su lado izquierdo, un montón de no menos cincuenta. El hombre tomaba un libro, lo ojeaba página a página y con un rápido movimiento lo engullía de un bocado, tomaba un trago de vino, eructaba y tomaba el siguiente libro.


Todo aquello seguro que tenía un sentido. Cerré los ojos para pensarlo, al de unos segundos los abrí y cada mesa estaba ocupada por un hombrecillo con barba y sombrero de diferentes colores. Todos decían “aún no es tarde, aún no es tarde” y el sonido resultante era de pájaros y tormenta, de muérdago y lluvia. Tomé una cucharada de gazpacho, cerré los ojos de nuevo y al volver a abrirlos reaparecieron, los niños, sus padres, los amantes que se miraban, las señoras amargadas, los borrachos, los adolescentes turbios y el señor que comía libros recitaba “ella decía que me quería/ más débiles eran sus abrazos”. Aburrido, desganado y confuso decidí irme al bar a tomar un café y una copa de patxarán.


Lanzarote no guarda memoria de la nieve, tampoco de los cerezos, de la brionia, del endrino, de los robles, pero sabe que hay un volcán donde el invierno duerme enroscado.



 

jueves, 15 de abril de 2010

Una mujer con hojas de endrino trenzadas en el pelo (Lanzarote 4)

(Un inciso en este relato de mi viaje. Espero que después de tanto tiempo leyéndonos en estas páginas seguro que han adivinado que soy un tipo serio, legal, poco dado a imaginaciones absurdas, a divagaciones fuera del circuito de lo normal. Pues bien, este viaje ha hecho que dude de mi cordura.)


Decidí ir a comer. Quizás mis visiones se debían a debilidad, a un mareo transitorio. Alimentándome se me pasaría, seguro. Antes quería afeitarme y cambiarme de ropa. Entré en mi habitación, la 8122. Una mujer estaba sentada en una butaca roja en la mitad de la estancia. Llevaba hojas de endrino trenzadas en el pelo y daba de mamar a un cochinillo (2) que ansiosamente chupaba de su pecho izquierdo.
No respondió a mi saludo de buenos días, siguió aplicada a su labor, mirando un punto indeterminado entre las cortinas. Por supuesto llamé a recepción quejándome del servicio de limpieza. “Se han dejado una señora lactante en mi cuarto”- dije airado. Me duché, me puse unos pantalones blancos y cuando salí aquella dama había desaparecido. El cochinillo no y tenía una mirada que cautivaba. 


(2) Me recuerda al cochinillo que comimos en Corrales de Buelna, en un restaurante magnífico al lado de la carretera. Los niños lloraban porque decían que nos estábamos comiendo a un recién nacido.

miércoles, 14 de abril de 2010

La piscina (Lanzarote 3).


Lanzarote es un intento de ser, un rincón de África donde viven los viejos guerreros de oficinas de la City, los antiguos descargadores del muelle de Hamburgo, las secretarias jubiladas de Manhattan, una isla de viento donde quise ensayar el futuro.

Nadando me olvidé del encuentro con el hombre del iPad. Mis músculos se adaptaban al movimiento de crawl. A esto había venido. Disfruté deslizándome durante vueltas y vueltas a lo largo de la piscina. Sentía mis brazos entrando y saliendo del agua, las piernas batiendo con energía. El tiburón negro pasó a pocos centímetros de mi nariz. Al pasar me guiñó un ojo. Salí espantado. Muchos chiquillos riendo, jugando, felices. Las madres bronceándose dentro de sus mínimos bikinis floreados. Los padres yendo y viniendo al bar con un botellín de cerveza en cada mano. Al parecer nadie había visto al tremendo bicho. Ahí empecé a pensar que una de dos, o se me había ido la cabeza o aquel hotel tenía algo extraño.


Desde unos labios amarillos se anunció fuego en el volcán de la desolación y todos corrieron a buscar el último barco del invierno. No sé si por valentía o por inconsciencia decidí quedarme al menos hasta que la sombra de la catedral se alargase sobre el jardín familiar de la esperanza.



martes, 13 de abril de 2010

Cesar Manrique (Lanzarote 2).

Lanzarote es un invento de Cesar Manrique sobre un paisaje agreste, duro, descarnado, de una belleza impactante, singular, diferente.
Playa Blanca –donde he estado- no tiene playa y la costa es de negras rocas volcánicas (1). 


Necesitaba estas vacaciones para organizar el caos en que se estaba convirtiendo mi cabeza, mis pensamientos, mis actividades, para meditar sobre la oportunidad de un cambio.

Todo iba bien hasta que aparecieron los hombrecillos.
Musitaban “aún no es tarde, aún no es tarde”.

Después del interminable peaje de todo viaje, preparar la maleta, cargarla hasta el autobús, aeropuerto, tediosa espera, avión, otro autobús, llegué al hotel de mi destino.

La recepción fue agria, la señorita que estaba detrás del mostrador tenía unos ojos preciosos y una educación pésima.
Quizás por eso fui hacia la habitación de mal humor. Sentado en una furgoneta junto a mi equipaje y a otros huéspedes vi a aquel hombrecillo. Estaba medio oculto entre unos cactus. Tenía barba y se cubría con un pequeño sombrero gris. Repetía para sí, “aún no es tarde, aún no es tarde”.
Al parecer solo yo reparé en él, ya que ni mis acompañantes en el vehículo, una pareja de alemanes y dos amigas que hablaban sin cesar, dieron ningún indicio de haberle visto.

El cuarto que me asignaron era magnífico, bien orientado, amplio, frente al mar, con una terraza soleada, al lado de unos jardines donde devotos adoradores del astro rey se tostaban con placidez.

Frente al espejo me medí con mi piel blanca, el traje de baño verde, los kilos de más del invierno y opté por atreverme con todo ello. Para inaugurar las vacaciones decidí bautizarme en la piscina.

En el camino hacia allí me crucé con un hombre alto con una toalla alrededor de su prominente cintura. Silbaba, tenía apariencia de inglés. Sobre su cabeza, a unos tres o cuatro centímetros, flotaba un iPad, no parecía de última generación ya que estaba conectado por un aparatoso enchufe que se hundía en la mitad de su amplia calva. Sonriente, me dio un good morning, mientras en la pantalla del aparato se producía una encarnizada batalla naval, bombardas, galeones, fragatas, carabelas, navíos y bergantines se cañoneaban sin piedad. Se escuchaba nítidamente el fragor del combate, los gritos de los marineros, los lamentos de los heridos, las órdenes de un almirante, el crujido del viento, el rugido del mar. Todo en estéreo. El hombre alto seguía sonriendo. Al alejarse unos metros desapareció el iPad. Quedé sorprendido. 


(1) Me recuerda a Santillana del Mar, la bella villa tres veces mentirosa, ni es santa, ni llana, ni tiene mar. Pero es de una belleza increíble.

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