Amber Hakim

jueves, 30 de abril de 2015

Me sobran lágrimas

Ahora que ya no soy nada más que obviedad
una anciana que parece no haber conocido
estructura teórica
ahora que he logrado convencer al mundo
de que mi vida no supo
del vacío ni del golpe despiadado
y he construido una historia limpia de intensidad
vuelvo a sonreír ante los ingenuos
como lo hacía aquella muchacha que ya no conozco
segura de la noche y de su poesía.

Juana Bignozzi (Buenos Aires 1937) 



El tiempo y la distancia me hurtaron un Bilbao que ya no existe. 
En vano lo busco por sus calles transparentes. 
Desde aquí, tan lejos, dejo vagar un dedo por el plano que me traje. 

Imagino que camino por la alameda Mazarredo con árboles amarillos y Roberto sentado en el borde adolescente de saber que era diferente –nadie recuerda su exilio en Yeu- 

La Gran Vía que recorríamos arriba y abajo, Goyo a mi lado –su viuda es orgullosa y distante-

Señalo con el índice el Arenal, Iñaki era alto y sonreía bobaliconamente a las chicas que en agosto escuchaban la música de la Banda Municipal –nunca tuvo novia-.

Detengo la mirada sobre el Casco Viejo, la mujer de Jesús se rompió por dentro, tan joven, él nos lo contó entre sollozos en un bar –llevaban dos meses casados-.

Tomás que descubrió el amor en la Ciudad Jardín - el/su mundo se rompió cuando la familia de ella se mudó a Ermua-

Fernando era el más guapo de todos nosotros, quedábamos en la esquina de Castaños para ir a clase –cuando fui al hospital, en la primera visita, se me partió el alma-

Ahora, hoy, espero una llamada telefónica desde el hospital de Zorrozaurre, maldita llamada, Víctor está en el borde de dejarnos.

Territorio oscuro con tanta muerte y dolor, los que se fueron. 

Algún día nos iremos todos.

Escribo sin atreverme a abrir la puerta de la habitación de los recuerdos.
Que callen los que no estuvieron, los que no sintieron. 

Emborrono paredes con el nombre de los ausente. 
Son tantos que me están faltando paredes vacías.


Y me sobran lágrimas.


miércoles, 29 de abril de 2015

Mi mono toca el piano.

A veces huyo
por intrincados caminos
construidos de palabras,
que me llevan
a los páramos de nadie.
Durante breves momentos
siendo este precario puente
hacia los otros,
con las palabras
que me crecen como ramas
en la boca,
y me sacan
de mi silueta
de animal desnudo.
Desde esta orilla solitaria
agito mis palabras mínimas
como banderas blancas
entregadas a un sueño,
y por algún tiempo
logro fugarme
en las palabras,
hermosas.

Carmen Matute 


El mono de mi casa toca el piano. Muy bien, como Oscar Peterson más o menos. Me mira con gesto autosuficiente. Qué manía le tengo, me tiene  aburrido. No sabe que en otras artes, aficiones o actividades, somos muy parecidos. Quizás tiene más pelo que yo y es más atractivo. Concedo que un poco más listo. Pero no tiene pulgares. Tampoco se sabe aquello de Lea, Rubén, Simeón, Leví, Judá, Dan, Neftalí, Gad, Aser, Isacar, Zabulón, José y Benjamín. Hay cosas que se aprenden así de bien. Como lo de serafines, querubines, tronos, dominaciones, virtudes, potestades, principados, arcángeles, ángeles. O lo de odio, olvido, infidelidad, herejía, apostasía, desesperación y presunción. Es posible que me deje algo. Pero escucho su interpretación del Concierto para Piano n°3 de Beethoven y me como los hígados. Además Concepción le sirve las mejores raciones de polenta y de postre le guarda nueces con higos.


Hoy no llueve sobre Bilbao. Bajo mi balcón pasan los corredores de no sé qué carrera urbana. Antes  participaba. Antes es mucho tiempo. El mono de mi casa se ríe. Es malicioso, sabe lo que significa para mí no poder correr ya. Camino por la casa con gesto compungido. Estudio mapas mexicanos, volveré más pronto que tarde. Antes mataré al mono.


martes, 28 de abril de 2015

Postsdam


En Berlín es muy sencillo y rápido desplazarse de un lugar a otro.
Para contrastar con tantas visitas a museos y monumentos, aquel día viajamos en tren hasta Postsdam.
Fue allí pero pudo haber ocurrido en cualquier lugar.

La conferencia de Potsdam fue una reunión llevada a cabo en Potsdam, Alemania (cerca de Berlín) entre el 17 de julio y el 2 de agosto de 1945. Los participantes tuvieron lugar en el Palacio Cecilienhof y fueron la Unión Soviética, el Reino Unido y Estados Unidos, los más poderosos de los aliados que derrotaron a las potencias del Eje en la Segunda Guerra Mundial. Los jefes de gobierno de estas tres naciones eran el secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética, Iósif Stalin, el primer ministro Winston Churchill) y el presidente Harry S. Truman, respectivamente.
Stalin, Churchill y Truman (así como Clement Attlee, que sucedió a Churchill tras ganar las elecciones de 1945) habían acordado decidir cómo administrarían Alemania, que se había rendido incondicionalmente nueve semanas antes, el 8 de mayo. Los objetivos de la conferencia también incluían el establecimiento de un orden de posguerra, asuntos relacionados con tratados de paz y el estudio de los efectos de la guerra. (De Wikipedia)


Pasamos la mañana de acá para allá, en tranvía, caminando. Vimos sus palacios, las espléndidas villas, los jardines, los rincones llenos de historia.
Algunas calles estaban llenas de compradores compulsivos, otras calles estaban desiertas, en muchas de sus aceras había ancianas en sillas de ruedas que empujaban jóvenes morenas. Nos sorprendió la cantidad de locales dedicados a las antigüedades. Entramos en lujosas librerías con tentadoras ediciones de libros en incomprensible alemán. Visitamos tiendas de diseño con bellas dependientas. Tomamos cerveza entre ruidosos y altos alemanes. Hacía bastante calor, bebimos muchas cervezas.

A la hora de comer encontramos un hotelito algo apartado del centro. Nos sentamos en la terraza a la sombra de unos tilos y escogimos grillteller altstadt schweinemedaillons nit pfifferlingen, un delicioso menú, con más cerveza.

Estábamos muy a gusto. Nuestra conversación se volvió fluida y confidencial, teníamos ganas de hablar, de contarnos. Nos descubrimos secretos mutuamente.

Antes de los postres citó un pasaje del libro que estaba leyendo, un párrafo que le había sorprendido.

¿Por qué? ¿Por qué lo que fue hermoso, cuando miramos atrás se nos vuelve quebradizo al saber que ocultaba verdades amargas? ¿Por qué se oscurece el recuerdo de unos años felices de matrimonio cuando nos enteramos de que el otro tuvo un amante durante todo ese tiempo? ¿Acaso porque en semejante situación no se puede ser feliz? Y, sin embargo, ¡éramos felices! A veces un final doloroso hace que el recuerdo traicione la felicidad pasada. A lo mejor es que la única felicidad verdadera es la que dura siempre. Porque sólo puede tener un final doloroso lo que ya era doloroso de por sí, aunque no fuéramos conscientes de ello, aunque lo ignorásemos. Pero un dolor inconsciente e ignorado ¿es dolor? (El lector. Bernhard Schlink)

-¿Qué te parece?-me preguntó, risueña.

-Tiene razón ese Schlink –contesté- la felicidad de un tiempo no está reñida con lo que podamos conocer después. Un tiempo luminoso lo será aunque después todo se oscurezca.

Me miró a los ojos y, sin vacilar, dijo -En estos diez años ¿me has sido infiel alguna vez?

Fue la bebida, estábamos tan a gusto, la comida estaba siendo deliciosa. -¿Y tú a mí?- repliqué confundido.

-He preguntado primero, di, anda –dijo, con gesto mimoso, sonriente

Lo tenía dentro desde hace tiempo. Me dolía. No sabía cómo sacarlo. Acaricié su mano y respondí –Solo dos veces, no fue nada, casi lo había olvidado.

– ¿Os acostasteis dos veces? – se borró su sonrisa, retiró la mano, utilizó su apellido, ni siquiera su nombre -¿Con Aguirre?

No sé cómo pudo saberlo, no fueron dos, fueron más veces. Terminó pronto, cuatro meses, ni siquiera nos hemos vuelto a ver. No dije nada de esto, solo pude añadir –No, no fue lo que te has imaginado…-

Sin dejarme terminar se levantó y se fue con pasos apresurados. Volvimos a Berlín en trenes diferentes. Aquella misma noche se cambió de hotel. Después de tantos años no sé cómo pudo sospecharlo. ¿Qué importancia tiene ya?

Sigo solo, estamos en trámites de separación. 
Maldita cerveza.





lunes, 27 de abril de 2015

De mares eróticos


En aquel paraje el río formaba un amplio remanso entre rocas, un plácido estanque donde de niños, con 13 o 14 años, nadábamos en agosto. Un atardecer les vi. Un bello espectáculo. El hombre y la mujer nadaban con brazadas sincronizadas, tan lentamente que apenas salpicaban, sus brazos saliendo y entrando en el agua formaban una suave espuma que parecía bailar, el sol declinaba y llenaba la superficie del Ebro de sombras mágicas. Creo que ahí comencé a interesarme de veras por la natación. En septiembre volví con mayor entusiasmo a la piscina, a los entrenamientos.




Pasaron los años, no demasiados, en una película, no recuerdo el título, el hombre y la mujer se abrazaban en una playa inmensa, desierta. Era de noche, la luna iluminaba levemente la arena, se escuchaba el mar. Los dos se juntaban, corrían entre risas, desnudos se lanzaban al agua. En el claroscuro se mezclaban los cuerpos, burbujas, las olas y en un plano fijo sus rostros reflejaban una intensa pasión mientas se amaban.


No contaré las impactantes escenas de Polanski, puro cine de arte y ensayo,.

Tampoco lo de mi novia Elisa que tenía aversión al agua y que el día que quise besarle en un plácido lago casi se desmaya de la impresión. Era especial aquella chica

Bien, seguro que mezclé estos recuerdos en algún lugar de mi cabeza y de ahí me quedó la fantasía de querer hacer el amor en alta mar. Soñaba con ello, me excitaba pensarlo, me demoraba en los preparativos. Tal vez el haber sido tantos años nadador de competición me marcó, el recuerdo de aquellas deportistas con sus trajes de baños ceñidos, con aquellas espaldas en uve, los labios brillantes, me predisponía a ello.



La cuestión es que no he practicado sexo en el mar hasta este verano.
Ya he contado donde estuve de vacaciones y no insistiré en ello.
No he contado con quién estuve pero tampoco importa demasiado.
El caso es que una noche especialmente apasionada, después, le conté mi fantasía a G, lo adorné, lo susurré a su oído.
G nada lo justo pero le pareció bien.





Al día siguiente alquilamos un pequeño bote a motor, no era el Queen Mary pero serviría.
La mar estaba en calma, un farol en proa navegábamos alejándonos de la costa. La temperatura era deliciosa. La luna alumbraba tan cerca que parecía que podíamos llegar a ella de un salto. A los lejos veíamos los pueblos iluminados.
Paramos el bote, nos miramos un poco nerviosos, -aquí- dijimos al unísono.
Nos quitamos la ropa y nos deslizamos al agua.
No era tal y como había imaginado pero nuestros cuerpos desnudos nos hicieron reaccionar. Era una mezcla de deseo, miedo, mantenernos a flote, respirar, besarnos, tocarnos.
Poco a poco fuimos acoplándonos y el abrazo comenzó a funcionar.
Hasta que oímos un chapoteo cercano.
-¿Qué ha sido eso?- preguntó G.
Ahí terminó la magia.
-Habrá sido un pez saltando, no te preocupes-dije.
-Tengo miedo, volvamos- dijo ella.
El bote se había apartado unos metros, nadé en su dirección. Unas nubes ocultaron la luna. Con la oscuridad calculé mal, ya que estaba un poco más lejos que lo que pensaba. G me llamaba -¿Dónde estás?-. Seguí nadando.
Al cabo de varios minutos comprendí que me había perdido y empecé a preocuparme por G ya que no nadaba demasiado bien.
Unos minutos después me preocupé por mí mismo ya que el cansancio y el frío me agarrotaban los brazos...



Obviamente no me ahogué –ya que lo estoy contando- pero he decidido no dar un final a la historia.
Prefiero que tú que lees la imagines. Y, si quieres, me lo cuentes.
Aquel que más se acerque a lo que ocurrió le invito a cenar ¿vale? 

domingo, 26 de abril de 2015

Estoy seguro que nunca volveré





Hace ya unos años dejé aquella ciudad, encalé con poético espesor la pared informe. Me dispuse a defenderla de las serpientes después de la lluvia, del chillido de los vencejos antes de septiembre, de los planos y niveles de la nostalgia aún no vencida (cautivo y desarmado, etcétera).

Enfrascado en estas tareas y en otras no menos importantes, descuidé el riego de los relojes, el riesgo del murmullo detrás de la línea donde rompen las olas y, sobre todo, el cultivo de mis jardines y facetas menos conocidas (por mí mismo).

Han pasado los meses, sin orden ni concierto, tan pronto era mayo como noviembre. El vengador está ahí, emboscado, trata de esconderse en lo oscuro pero puedo ver sus movimientos entre las ramas de la higuera. Aun así he clausurado la vigilia de la muerte, es la hora de la vida plena.

Juré que no lo contaría jamás, pero mi elección no es silencio, coloco velas cada medio metro del borde del misterio, espero la noche para encenderlas, para recordar al adolescente que fui (vano empeño, soy un hombre, libre pero lejos de aquel).

Ahora los días caminan al borde de un río luminoso, en el polvo quedan las huellas de la fortuna (llevo la relación de los milagros como cuentas de un collar de perlas, estoy seguro que nunca volveré allí).


sábado, 25 de abril de 2015

Un personaje de Buzzati

¿Por qué empieza de pronto este desconcierto
y confusión? (¡Qué graves se han vuelto los rostros!)
¿Por qué calles y plazas aprisa se vacían
y todos vuelven a casa compungidos?
Porque se hizo de noche y los bárbaros no llegaron.
Algunos han venido de las fronteras
y contado que los bárbaros no existen.

¿Y qué va a ser de nosotros ahora sin bárbaros?
Esta gente, al fin y al cabo, era una solución.


Constantino Cavafis ) 




Mijail Vallejo, Ecuador - Sony World Photography Awards




Esperar a los bárbaros que nunca llegan, pasar los días como un personaje de Buzzati, a la espera de enemigos invisibles, desconocidos.

Consumir los días renunciando a todo lo que no sea esa espera.

Mientras, la vida pasa en medio de nada, con irrealizables planes de futuro y vanas nostalgias.


No llegan los bárbaros pero por el sur la aldea se ha llenado de osos y están los herreros suplantando puentes, inventando cuevas, corriendo por las calles donde gira el viento. Por eso me voy con los niños que no esperan, que juegan con sus tizas y dibujan las rayas blancas que separan lo real de jirafas estremecidas, gatos que sueñan con tejados interminables y niñas con trenzas de colores. Vendrá el invierno como un intruso y estaré en el camino, siguiendo la estela Ha huido la seguridad de las cebollas y ahora estoy seguro que nunca vendrán.




Gerard Trang, Francia - Sony World Photography Awards

viernes, 24 de abril de 2015

Mundo on line.



Mi vida es esta pantalla, el resto es apenas supervivencia, trabajar, comer, dormir, esas actividades necesarias para poder estar frente a este cuadrado mágico que me mantiene y da sentido a mi existencia.

Mi matrimonio, mis hijos son apenas una excusa para encontrar temas para este blog. Como mi familia es bastante aburrida –solo me quieren, hablan, comen y duermen-, debo dedicarme a múltiples actividades a la búsqueda de temas interesantes que atrapen a los lectores.

Así, con seudónimo, he publicado importantes libros, me he dedicado a la pesca del bacalao en Terranova, a la pintura de frescos en Florencia, al cultivo de la orquídea negra, al amor libre, a la recolección de la fresa en Lepe, al robo con escalo, a vender mi sangre, a investigar las miserias humanas, un sinfín de actividades con el único objetivo de tener las experiencias necesarias para poder plasmarlo en desbordantes post que reciban comentarios interminables.

No es tan fácil, además que los ojos se me están quedando ondulados, estoy teniendo serias dificultades para compaginar tanto movimiento. La otra noche, sin ir más lejos, no pude consumar el amor con mi pareja ya que no encontraba la entrada USB –se enfadó mucho, claro-. En cambio con mi amante andaluza fui capaz de tener una relación vía webcam -bastante satisfactoria por cierto-.

Estas cosillas las cuento y algunos aplauden, ya, pero tiene un punto trágico.

Un problema añadido es que se me está olvidando hablar. Escribir, escribo, mucho, demasiado, pero hablar, apenas. Al menos mi santa se queja de eso “Paco –ella me llama así-nunca me dices nada”. Y yo, “sí, cariño, ahora voy” (aunque nunca voy, casi no recuerdo como es su cara). Es que esto del blog, ya sabéis, te come mucho tiempo, te lo devora. Que te comentan y lo contestas, que vives pendiente de las visitas, de saber cuántos te han entrado ayer, de si ha quedado bien la foto de arriba, la de abajo, la longitud de los textos, los colorines.

Luego está lo de los amores; enamorarse de cuatro o cinco personas a la vez es tremendamente complicado, aunque sea por carta. Que tarde o temprano quieren conocerte. Que vayas. O vienen. Y tienes que inventarte un cursillo de macramé en Cádiz, o unos juegos florales en Cuenca, que mi santa se lo cree todo. Ellas, las cuatro o cinco, no, pero ¿a quién le importa?, si tú eres el tres de sus cuatro o cinco, si todo es exagerado, o mentira, o ilusiones.

Los cuentos de la guerra (de nuestra guerra) que suelo dejar no son ciertos, no me han ocurrido a mí. Me lo contó mi abuelo Ramón cuando aún no existían los blogs, cuando aún tenía una vida familiar anormal -lo normal es esto, vivir para contarlo-. Los tenía en algún lugar de la memoria y adorno los recuerdos. Otros cuentos si son ciertos.

Como lo del robo. Quería recrear lo que se siente al decir eso de “la bolsa o la vida”. Me puse una capucha y frente a la ventanilla del BBVA se lo dije al señor de gafas que atendía el mostrador. No me entendió hasta la tercera vez que le grité “que la bolsa o la vida, la pasta”. Con la inexperiencia, con las prisas no me di cuenta que no llevaba pistola ni nada y el señor de gafas me dijo que volviese otro día. Lo conté aquí, modificado, y no lo entendió nadie, posiblemente pensaron que me lo había inventado o que era una broma.


Vaya, qué lástima, ahora mismo me avisa el presidente de la comunidad que van a cortar la luz. Con todo lo que tenía para contar. Bajo a un ciber y luego sigo.


jueves, 23 de abril de 2015

Por la noche

“Es más fuerte la sed que el miedo al veneno.”

(Elliot)



Pasó el día claro con sus horas desnudas, nada más.
Estuvo lleno de magia, ellos no lo saben.
Estuvo lleno de momentos ordenados en sus cajas, para luego.

Tanto recordar quién dormía ayer con su nariz en mi pecho, me olvidé de quién dormirá mañana, contándome cuentos cuando tenga miedo de la muerte, engañándome, bah, no es nada, pronto pasará.


Lágrimas oscuras sobre la hierba que ya nadie corta, está el jardín tan abandonado.

Escribir por escribir, hablar por hablar en la noche de este miércoles sin bostezos, tan rápido que casi es jueves.


Quizá este cansancio, este mareo –me he pasado el día con dolor de cabeza- será la primavera o quizá el alma columpiándose en el tendedero, entre la ropa que la lluvia mojó.


Esas cosas.

No siempre estoy con ganas de escribir.
Pero tú sabes. 
¿A que sí?

Hoy tampoco llegó el cartero.

¿Lo estás pasando bien?


Creo que volveré solo a Estambul.


miércoles, 22 de abril de 2015

En la tarde

Tout cela ne vaut pas le poison que découle
de tes yeux verts,
lacs où mon âme tremble.

(Baudelaire)



Soy un hombre cualquiera, uno que te escribe, sólo a ti, con sentimiento, dedicado a ti, sola, única, pensándote ahora. Este hombre normal está pensando en ti. Y se regocija. Tu recuerdo me hace feliz, pensar en ti me hace feliz, tú, tus ojos, tu cara dulce, tu cara alegre, riendo, mirándome.

Me repito, doy vueltas, giro sobre una o dos ideas, sin dejar de mirarte, te veo.
Y me siento, no espero, estoy calmado, mirando cerca y lejos, no te llamo, no te pido, no me canso.

Estoy aquí, lo sabes.

No te cuento cosas que también he hecho ¿no serán importantes?, ¿será que remarco solo aquello que me parece digno de contarte? No te he contado cómo te “veo” por la calle cuando camino. Ni cuando cierro los ojos y estás ahí. O cuando miro al mudo celular. O cuando añoro tanto tu voz. Cuando recuerdo como me acariciaste la espalda hace ya un siglo, me besabas el cuello, tiernamente me besabas los ojos, fuiste muy, muy dulce conmigo.

Luego sigo, la familia me espera para cenar.

martes, 21 de abril de 2015

De mañana

Veo pasar los hombres, los muchachos, algunos
tan hermosos
con sus sacos de arena

pero son de otra especie aquellos que amo yo.

(Esperanza Ortega)




Sé que estás ahí pero ¿dónde?
Me escondo bajo tu falda para verte mientras lees una larga carta de ausencias turcas.
Bajo tu falda te veo, sentada, leyendo.
Te miro.
Hay maneras de leer.
Escuchas lo que te he escrito.
Hay cosas que no te escribo (o que pienso que no te escribo) y sin embargo las lees.
Lenguaje roto.
Fragmentos de los que quisiera decirte.
Frases incompletas.
No sé definir nuestros gemidos, los ruidos cuando nos amamos; no puedo escribirlos, repetirlos, pintarlos, dibujarlos, ni siquiera bosquejarlos.
Lees ahora lo que estoy escribiendo ahora.
Viajas por las palabras como viajaré a Turquía, volando sobre nubes, viendo anochecer ahí arriba. 
¿Veré amanecer?
Ahora esperas que vuelva pero, sin irme aún, ya he vuelto.
Y me lees.


lunes, 20 de abril de 2015

Carta del amante en un examen de humanidades.



Mi vida, tienes un problema, además de todas tus virtudes, tan evidentes,  eres inteligente y eso hace sufrir mucho porque se sabe, se ve, se entiende. Hay gente que va por la vida con el cerebro reducido, lo justo para pasar el día, apenas una o dos ideas, además se vendan los ojos para no ver. Tú no, tú ves llegar el tren antes que salga de la estación anterior. Es una faena porque anticipas las curvas, las vacas mirando desde el prado, el guardagujas y la señora con bolsas de Eroski que se prepara para bajar varios minutos antes. No sé si me gustas más por eso o por lo otro.  Lo otro es cuando no eres tan inteligente y me quieres.

Todo esto lo sé porque no voy descalzo y vivo detrás del espejo y te miro y me veo y, con todos mis respetos, me pasa lo mismo pero en versión 1.0 es decir menos inteligente, mucho menos, animoso y con ganas de aprender pero me faltan carretas, estoy en ello, en conocerte y actuar según tus normas para hacerte más feliz. Sabes que no es sencillo, tú me subes la cuerda y ando todo el día pegando brincos para saltar por encima y no darme esos morrazos que me dejan baldado porque cansa mucho ser tonto del culo y sobre todo parecerlo.

En fin, que quererte es una actividad que me exige el 99% de mi capacidad (el 1% restante la empleo en respirar, comer, dormir, esas cosas nimias) y a ella me dedico con dedicación, intensidad y todo esto a tantos kilómetros tiene su aquel, su este y esto pretende ser un tributo a tu inteligencia dejando a tus pies la mía, mujer pirata que me tienes atado con cuerdas de amor, que me empujas a lo largo de  esa tabla en estribor y debajo está el enorme tiburón de no verte.


Creo que voy a aprender a volar. Creo que este examen tampoco lo apruebo pero estoy dejando el cuarto de atrás limpio como los chorros del oro, en estado de revista. Creo que eso que se ve a lo lejos es la tierra prometida y me parece bien porque estoy un poco aburrido de desiertos. Para ser ateo este examen no ha quedado tan mal, porque lo bueno, lo realmente bueno es que tú sabes leerme en lo que pone, en lo que pone detrás, debajo y en lo que no pone, incluido este te quiero.




domingo, 19 de abril de 2015

En la madrugada.

“En el mar le esperaba la belleza,
su séquito de insomnios...”

(Aurora Luque)




De madrugada leo con interés tus mensajes antiguos.

Leo, releo, leo y veo, busco y no encuentro, lo pierdo, lo reencuentro, voy y vengo por las páginas que me acercan y alejan, imagino un país que no imagino, la noche cálida de monumentos y zocos.

¿Cómo he podido vivir sin conocerte?
Respuesta: mal, incompleto, a tientas, buscando en el aire de nadie.

Aquí estoy, aprendiendo a vivir en tu distancia.

sábado, 18 de abril de 2015

De la fidelidad y falsedades varias..





Ana María Matute considera que escribir es “siempre una forma de protesta”, no necesariamente política o social, a veces “contra uno mismo”, y también una manera “de decir las cosas que todos sabemos y, si no sabemos, intuimos”
Por eso, también, escribo y por si no lo recordaban, aquí estamos en primavera aunque no lo parezca.
Es curioso, en algunos sitios, por ahí,  están en otoño.
A veces, gracias a la técnica aeronáutica, he pasado de estación a estación en unas pocas horas. Débil límite entre ahí y aquí. ¿Será lo mismo? ¿Estaremos en un solo aquí con diferentes estaciones, sensibilidades, lenguas, colores, sabores, razas, etc?
Quise contarlo antes, pero con una cosa y otra lo he ido posponiendo.
El sábado pasado estuve invitado en una boda, magnífica, por cierto. Deseo mucha felicidad a los contrayentes.
Todo salió perfecto y fue una reunión hermosa, llena de concordia y momentos agradables. Como curiosidad, durante la ceremonia el oficiante repitió muchas veces la palabra fidelidad. Quizás sea normal -no me invitan a demasiadas bodas, ni siquiera me invitaron a la mía- pero me llamó la atención.

Fidelidad. Eso dio lugar a que durante la cena, antes, después, en algunos grupos se hablase de ello, ser fiel, qué es, cómo lo entiende cada uno, etc. Felicidad. Fidelidad. Falsedad. Lealtad. Mentiras. Verdades. Esas cosas.
La mayoría asociaba fidelidad con lealtad. Es decir, entre otras cosas, que si tu pareja se acuesta con otra persona debe contártelo al llegar a casa o a la mañana siguiente como muy tarde. (El asesinato de tu pareja, o no, depende ya de cómo te pille en ese momento).
Otros asociaban fidelidad con honradez, confianza, amistad, compañerismo y otras virtudes que adornan a los seres humanos. Es decir que la infidelidad era más cosa de dentro que corporal (aquí me enternecí). Algunos, osados, llegaron a decir que la fidelidad es algo profundo, íntimo, que tiene más que ver con el compromiso adquirido, con lo moral y que no (sólo) tiene que ver con que tu pareja se acueste con otra persona, que también, que, hombre, que sí, pero no solo, vaya, que si es un calentón, un aquí te pillo aquí te mato, que quizás. (En las bodas, con el cava, se miente mucho, incluso se dicen tonterías. Con el cava y con el disimulo).
Muchos no decían ni pío, asentían, movían la cabeza en círculos, guiñaban un ojo, sonreían, se ponían serios, negaban con gestos, estaban ahí, herméticos, sin mojarse. En algunos temas muchos no se mojan nunca. Conozco personas vírgenes de mojadura, nunca han dado una opinión en público, nunca se han significado (conozco a muchos hipócritas). Luego, con la música, nos pusimos a bailar y dejamos el tema, fuimos todos fieles y felices. A las señoras y señoritas les dolían los pies por los tacones y a los señores y señoritos nos apretaba el nudo de la corbata. Alguno quiso saltarse las normas y –que yo sepa- no hubo manera, con lo que seguimos siendo fieles y nos fuimos a la cama, solos o con nuestra lealtad. Ejemplar.

Ah, conclusión: que la única infidelidad -digan lo que digan, con cava o sin ella- es que tu pareja folle (etc) con otro/a y que tú te enteres (aunque seas el último/a en enterarte).


Admito opiniones.



viernes, 17 de abril de 2015

TTIP 2035 Odisea para las mujeres.

Hay días en los que los dedos se me cruzan


No digáis de mí que, débil, decliné
los trabajos de mis mayores, y que huí del mar
de las torres que erigimos y las luces que encendimos,
para jugar en casa, como un niño, con papel.

(Stevenson)


Vaya temporal, hay días en los que los dedos se me cruzan y no acierto a escribir o resulta que el silencio se aposenta en mis sienes y debo hacerme agujeros en la nuca para que circulen las ideas, para que salgan los sentimientos, para que entre lo que veo con mis ojos y lo que veo no se produzca un violento choque que termine con este simulacro de arte solo para que los días se ajardinen y un operario de pecho inflado alimente con una pequeña regadera las macetas alineadas sobre la repisa de los lunes, el cobijo del alfeizar de los jueves, la fiesta puntual de la mediodía de los viernes, enanos de gorros rojos con gesto malhumorado y tijeras de podar, canciones bajo el manzano, hierba que crece acariciada por insectos melancólicos, la fiera enjaulada junto a la verja rugiendo y lanzando zarpazos al aire de la mañana, una dama bordando en la almena, los agoreros que dicen que lloverá los próximos meses, todo el verano, lo que nos faltaba, no acertarán, aunque sí es fácil acertar que lo de Rato tiene tela, por decirlo de una forma muy suave, coloquial, alguien pagará lo que se ha llevado (presuntamente) este pájaro, ex vicepresidente del gobierno, lo que se han llevado (presuntísimamente) los otros, esa lista de 705 contribuyentes (¿?), los que se acogieron a la amnistía fiscal en 2012, qué asco, alguien pagara sí, nosotros, alguien dejará de pagar algo básico para su vida, perderá su piso, su empleo, el futuro de sus hijos, sin el más mínimo principio moral, con su norma, su normalidad, sin hacer demagogia aquí, sin sentido, sin que nadie salga a la calle y queme todos los chiringuitos financieros del mundo con esos innombrables dentro, tanta miseria para unos y ese insultante cantidad de dinero para uno, para tantos, tantos chupando, hundiéndonos la vida, políticos blandos, protegiendo su banqueta, su parcelita, ¿su ideario?, venga ya, ¿qué hago aquí escribiendo estas insensateces?, siguen llegando los diferentes, pasan a nuestro lado, hablan y no les entendemos, ni siquiera les miramos, excepto que estén muy junto a nosotros y nos apartamos, no vayan a tocarnos, no vayan a hacernos algo, algo es nada y nada es pasar los días sin ilusiones, sin aceptarnos ni siquiera en el espejo, sin querernos, no lo entiendo, a cada uno nos toca lo que nos toca y es inútil pedir cambios milagrosos, no hay ventanilla de reclamaciones, no me gusta mi cara, no me gustan mis caderas, no me gusta mi culo,  no me gusta mi vida, pero ¿qué dices? si no te escuchas ni a ti mismo cómo quieres que te escuche alguien que no existe, no es conformismo es que no hay más, se cambian vidas, cambio mi cuerpo por tu alma, cambio tu juventud por mis músculos, no te cambio mis ganas de vivir aunque me lo pidas de rodillas, me gusta este palíndromo yo soy, desde el fondo de la casa M. dice que si no tengo nada más que decir mejor es que me calle ya, pero hay instantes en los que no me puedo callar y es que me altero con tanto caradura protegido bajo las faldas de esa Justicia que, como es ciega, a veces mira para otro lado, siempre para el mismo, anda, rápido que bajo la persiana, estoy cabreado. Mañana más.


jueves, 16 de abril de 2015

Dos gallos

Puedes acariciar a la gente con palabras. (F. Scott Fitgerald)



Lo conté aquí.
Hace unos años me entrenaba en el club Deportivo de Bilbao. Era bueno, muy bueno, nadaba rápido. En aquella pequeña piscina de 25 metros logré triunfos importantes, me acostumbré a ver mi nombre en los periódicos. Los dorsales y tríceps bien marcados me permitían pavonearme. 
“Es nadador”- decían mis amistades.
En la playa hacía absurdos alardes, me iba nadando hasta las boyas que marcaban los límites, intentaba salvar a los imprudentes, rescataba a los ahogados con sus cuerpos deformados que flotaban más allá de la entrada del puerto.
Como aquella tarde que saqué del agua a un hombre que tuvo un ataque al corazón cuando se bañaba con sus hijos pequeños. A él no le pude salvar la vida pero sí a los tres niños que gritaban entre las olas.
O aquel grueso surfista que se quedó sin tabla y la resaca lo llevaba hasta el acantilado. Fue peligroso pero conseguimos salir. Ni me dio las gracias.
Tengo muchas de estas historias, pero no es esto lo que quiero contar.




Álvaro era la estrella del club Naútico de Portugalete. Practicábamos las mismas especialidades, crawl y espalda. Sus marcas eran parecidas a las mías.
Coincidíamos en edad pero no en lugares de ocio, él vivía en la margen izquierda. Era guapo.
En los juegos provinciales, en 100 metros libres me ganó por una décima. En los previos a la olimpiada le saqué cuatro décimas en 100 metros espalda.
En el borde de la piscina ni siquiera nos mirábamos.
Una noche coincidimos en un garito de Santurce. Mis amigos me lo hicieron notar –ahí está Álvaro-. Pero no nos hablamos.
Fue cuando salía con Karmele.
Estábamos en un club, bailando. Al sentarnos, en la oscuridad de aquel antro apareció Álvaro, se dirigió primero a ella –te gustan los deportistas, ¿eh?-.
Después me miró, extendió su mano y dijo –hola, Pedro.
Nada más, no dijo nada más.
Marcó territorio, me hizo saber que había salido con ella.
Un mes después empecé a trabajar, dejé la natación, a Karmele, no volví a ver a Álvaro.



Los años han pasado.
No he llegado a nada, sigo en el almacén. Me piden clavos y sé en qué balda están y cuantos tenemos. Me piden pernos y lo mismo. No necesito ordenador, tengo memoria. Ahora la empresa está pensando en ofrecerme una jubilación anticipada.
Tampoco me he casado, tuve relación con una mujer varios años pero me dejó por un oficinista, un estrecho que vivía en el centro. De esto hace tiempo, de todo hace tiempo.
Tengo amigos, una cuadrilla, tomamos vinos por el Casco Viejo.




Anoche le vi.
En realidad me vio él.
Se acerca un tipo y me dice –hola, Pedro-.
No reconocí a aquel individuo mal vestido, con barba de varios días, con pinta de colgado.
Soy Álvaro- me dice.
Perdona, no te conozco- y seguí hablando con los colegas.
Se marchó con paso vacilante, parecía estar bastante perjudicado.
Una semana después no me lo puedo quitar de la cabeza.
¿Por qué fingí no reconocerle?
Si él está así ¿cómo estoy yo?
Esta puta vida es una ruina.

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