Patti Smith soñando con Rimbaud
Patti Smith quedó prendada de Rimbaud. Le escribió un poema, un sueño
donde habla de Charleville y Abisinia, campos, pozos de agua, una herida en un
ojo hecha con un cristal, manos grandes, mejillas rojizas, una habitación, miradas aparentemente indiferentes. Arthur de rodillas, llora apoyando sus manos
en las rodillas de Patti. Patti, echada en la cama, coge a Arthur del pelo. Son
una llama vello y pelo, ¡oh, Jesús! Alfileres los dedos, ¡oh, Jesús! Soy enteramente tuya.
Hasta ahí el dudoso resumen del poema.
Y al hilo, mi turno.
Soy una mujer reloca. Julio, sábado, primera hora de la tarde, en mi huerto, la
puerta entreabierta. Una pareja de mirlos escarba en las escamas de la palmera
con sus picos naranjas buscando mosquitos. Yo descanso en un camastro de
lona. Rumores de lavanda. He de poner agua a hervir para preparar un té. De
mis manos resbala el poemario de Patti. La antología bilingüe de Rimbaud la
tengo en Bilbao. Mira, me la regaló en mi cumpleaños ese amigo, el que actuaba como un lobo, y así casi acaba conmigo. Yo era ya entonces una turbia
burbuja, deseando hacer pum, era yo una costura mal cosida, muriendo por
rasgarse. Digamos que eso es lo que disponía la vida entonces, aunque el asunto no es tan simple, nada simple, en absoluto.
Las mariquitas me hacen cosquillas en las piernas, y pienso en el agua, la boca
seca. Hola, guapa, me dice el que ha llegado. Esa voz es un cuchillo en la tarde,
¡oh, Jesús! Has estado enferma, princesa, ya preparo yo el té, voy a darte un
masaje en los pies, te ayudo a quitarte las sandalias, tú tranquila, sirena pelirroja. La saliva se convierte en azúcar tibio. No puedo alzar los párpados, exhausta para hundirme en tales ojos.
Un escalofrío al sentir la cuchara en mis pechos. Mete sus largos dedos en la
taza, ahoga un gemido. Ahora los posa en mis labios. Sucia. Lame mis rodillas
con su lengua de lija. Tus rodillas son helados de pasas al ron, Meibi, maybe,
acaso, Meabe, tal vez. Vamos dentro, no tiembles. Con su voz me devora, en
las fauces del tiburón yo, perdida.
Telarañas en las vigas, planetas plomizos en los relojes, huesos de pájaro en los
muebles.
No soy morena, no soy delgada, no soy joven, no soy lista, no soy poderosa,
no soy brava, no soy, no soy, no soy ángel, no soy demonio, no soy sino lo que
he vivido, aquello que recuerdo, sólo mi nombre, y lo que ser quiero. Date la
vuelta, niña, que voy a curarte con mis grandes manos.
Carnaza para el tiburón las nalgas. Dzast, dzast, dzast, bonita, ahí, así, sigue, sí,
plas, plas, plas. Me parto en dos como una mártir. El desgarrón y la espuma.
Pedrería del sudor. Soy enteramente tuya, aleluya. Eres enteramente mío, aleluya, ¡oh, Jesús!
(Bitsa eskuetan, 2010)
Miren Agur Meabe