Cargueras y sirgueras de Bilbao
La Ría de Bilbao contaba a finales del siglo XIX con 14 kilómetros
hábiles de muelles y diques desde el Abra en su desembocadura hasta el
Arenal bilbaíno. A lo largo de esta estrecha franja de tierra se agolpaban las actividades portuarias, entre las que se incluían la carga y descarga de buques, trasbordo de las mercancías de éstos a las gabarras y, también, el arrastre de estas últimas hasta los puntos de descarga en las inmediaciones de los almacenes comerciales. Es ineludible asociar la figura de las cargueras y de las sirgueras a estas actividades. Ambos colectivos femeninos constituían un desbastador ejemplo del penoso trabajo realizado por estas mujeres, más cercano al de bestias de carga que a los principios de equidad laboral que se estaban abriendo paso por toda la sociedad finisecular. Tanto cargueras como sirgueras constituían dos elementos básicos del engranaje portuario de Bilbao. Desde el punto de vista económico, realizaban labores que serían más costosas para las casas consignatarias si tuviesen que ser realizadas por los hombres o por animales de tiro. El desamparo sindical en el que trabajaban estas mujeres no hacía más que ahondar más, aún si cabe, sus duras condiciones de trabajo llegando a extremos hoy en día inimaginables y sin comparación posible con las actividades reglamentadas de sus compañeros varones a través de las sociedades de cargadores y trabajadores de los muelles de Bilbao.
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Cargueras. |
Las
cargueras constituían según el cronista
Argos una de las
carreras especiales cuyos estudios se hacían únicamente en las plazas y calles de Bilbao. Este título se alcanzaba, a juicio de este articulista, a fuerza de sudores y de zurriagazos, y a cambio de no pocos arañazos y de medio moño, en las lides de un trabajo que era un gran recurso para las aquellas mujeres que no poseían más propiedad que una cesta. Proverbiales eran las reyertas entre dos o más cargueras por conseguir un viaje de más o de menos y, con ello, unos céntimos más para su exiguo jornal.
Argos recordaba que había visto
cómo luchaban a brazo partido y mano puerca, y se arrancaban el moño, se cascaban las liendres, y se acariciaban con otros desaguisados, dos o más de aquellas bravas amazonas. Dejando a un lado las literaturas, el trabajo de carguera había sido tradicional en un Bilbao en el que la Ría y las actividades portuarias vinculadas con el comercio de la villa eran fundamentales para su devenir económico. Dentro de una jerarquía gremial, en torno a 1860, las cargueras estaban divididas en tres categorías, aquellas que tan sólo se encargaban de llevar el dinero de las transacciones comerciales, las que se dedicaban al transporte del bacalao y, por último, las que se afanaban de la carga de mineral y arena.
En efecto, las cargueras de la primera clase eran aquellas mujeres de entera y probada confianza del comercio de Bilbao, que tenían bajo su responsabilidad la de llevar el metálico procedente de las transacciones entre los barqueros y los comerciantes. Las había que también ampliaban sus haberes con la limpieza y barrido de los escritorios y de los almacenes. Se les pagaba por cada entrega de dinero un real de treinta y cuatro maravedises, y por el barrido y limpieza de los escritorios, veinte reales mensuales. Estos precios eran fijos y no había necesidad de convenio alguno ni ajuste para su pago. Entre la más escogidas de esta aristocracia de las cargueras, las había que también actuaban como figurantes en las representaciones teatrales de Bilbao. En comedias como La Romería de San Roque, Un inglés en Olaveaga y otras compuestas ad hoc, actuaban Francisca la Buena Moza, Paula la Salada y Pucheritos, entre otras.
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Cargadoras. Uribitarte. |
La segunda clase de cargueras estaba compuesta por aquellas que se dedicaban exclusivamente al transporte del bacalao, desde el muelle a los almacenes, a las que se les abonaba cuatro maravedises por viaje de cuatro arrobas, siempre que el trayecto no pasara de Barrencalle. Entre estas cargueras las disputas por hacer más viajes eran habituales, y no faltaban las que por amistad o cosa así con el capataz embalador o encargado de la cuadrilla, hacían más viajes que las demás sin necesidad de guardar turno. Antes de que llegara el gabarrón al muelle, una hilera de cestas esperaban a que llegara el turno de sus dueñas para trabajar. Los abusos por parte de los capataces no se ceñían exclusivamente a zurriagazos dados a diestro y siniestro, el peor castigo que podía sufrir una carguera era que el encargado arrojara su cesta a la ría, dejándola sin trabajar hasta que conseguía otra. Mientras, las recomendadas de los capataces hacían sus viajes de ida y vuelta sin tener que guardar turno alguno, por eso se les llamaba las joan eta etorri, e incluso, llegaban a tener amigas que hacían sus veces (ordecoac). Sin embargo, el cargo de capataz no era exclusivamente masculino, hubo famosas capatazas que contaban con una reconocida autoridad y respeto en los muelles, tanto por los consignatarios, como por los trabajadores. Algunos nombres nos han llegado hasta nuestros días: la Sañuda, María la Caporala, Pepa Sapur, Siete-delantales, Marilumo, la Señorita Caramelo, la Gallarda y Ojo de Perdiz. Para terminar, la última clase de cargueras, casi postergadas del gremio, eran las venaqueras, aquellas que se dedicaban a la carga de mineral y arena desde la gabarra al muelle y cuyas condiciones de trabajo presagiaban lo que sería en un futuro no muy lejano la situación generalizada de las cargueras de los muelles de Bilbao.
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Huelga carboneros. |
Efectivamente, en 1886 la situación de las cargueras se había deteriorado de tal manera, que algunos forasteros enviaban comunicados a los periódicos bilbaínos mostrando la mala impresión que les había causado ver en un país tan culto, afanarse en la descarga del carbón de un vapor anclado en los muelles de la Sendeja, a un hormiguero de mujeres, unas embarazadas, otras ancianas, algunas madres que dejaban a sus hijos de pecho envueltos entre guiñapos, acostados sobre unas piedras que había en la rampa y que hacían las veces de cuna. A pesar de ello, el forastero que hacía estas afirmaciones constataba y no sin cierto asombro, que aunque estas mujeres no estarían bien alimentadas, el buen humor las sobraba porque se desgañitaban cantando. Añadía, que bastante de esto ocurría también en Inglaterra, país donde abundaban las sociedades protectoras de animales. Este matiz farisaico también aparecía reflejado en la prensa obrera de la época. Cuando se hablaba de los cargaderos de mineral de Basurto y del trabajo que allí realizaban las mujeres se abría la veda a todo tipo de consideraciones sobre las llamadas
cargadoras del muelle. Para los gacetilleros de
La Lucha de Clases estas mujeres ponían de manifiesto la gran corrupción moral que imperaba en la sociedad bilbaína de 1897.
Desdichadas mujeres, pobres seres femeninos, desventuradas obreras, eran algunos de los epítetos que se les adjudicaban a las cargueras, que con sus cantes indecorosos y dicharachería libre, vestidas con inmundos harapos, degradadas hasta lo sumo, sin pudor, sin vergüenza, mujeres inmoralmente hombrunas, de formas extravagantes, de aspectos grotescos, que ríen y charlan y gesticulan y blasfeman, acometen la rudísima tarea que ha matado en ellas en flor todas la nobles afecciones inherentes al bello sexo. Se completaba este atroz retrato aseverando que muchas de estas mujeres no eran madres ni esposas, porque la dura vida que llevaban les había incapacitado para ello, sin olvidar, por supuesto, las lacras del alcohol y del vicio.
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Huelguistas Bilbao. |
Sin llegar a una descripción tan cruda, en un artículo que apareció en
El Liberal de Bilbao en 1902 sobre los trabajos de la mujer en el muelle, se hacía un análisis más cercano a la realidad social de este colectivo. Se prologaba este escrito con una breve reseña de la labor de la mujer en los puertos pesqueros, cuya tradición continuó en los trabajos que realizaba en los muelles de Bilbao. Acostumbradas a andar desde pequeñas por los muelles, casadas con trabajadores del puerto, hechas a trabajar sin descansar, sabían bien cuál era su obligación y la cumplían sin vacilar y sin formular la menor protesta. La escena habitual era ver a una media de setenta mujeres descargando un vapor, con un cesto sobre la cabeza llevando cuatro arrobas de carbón o de mineral. Con la cara sucia, pañuelo raído a la cabeza, sayas remangadas hasta media pierna, calzado amplio, tipos desgarbados y aspectos famélicos, invocaban compasión. Trabajaban, hiciera lluvia o sol de justicia, de seis de la mañana a seis de la tarde, con un jornal de diez reales al día, a cinco céntimos el viaje. Este salario era inferior que el de los hombres, y sus exigencias también. Por el contrario, la descarga del bacalao se realizaba a destajo, y cada mujer recibía por cada viaje una chapa que equivalía a cinco céntimos, por llevar una carga de cuatro arrobas. Llegaban a ganar de 16 a 18 reales diarios y algunas hasta 20. No tenían horario fijo y acudían al muelle según sus obligaciones domésticas se lo permitiesen.
Dentro del colectivo de las cargueras, una de las figuras más emblemáticas de los muelles de Bilbao era
Trini la Sañuda. Capataza de la descarga de los barcos de bacalao, era una mujer muy conocida en la villa. De gran prestigio, dirigía este tipo de trabajos con gran habilidad y pericia, muchos hombres se inclinaban ante ella. Participó varias veces en política como representante de
Víctor Chavarri. Se decía de ella que era conservadora… de sus caudales, y no era chufla porque se había enriquecido gracias a su trabajo. En época de elecciones se presentaba como candidata chavarrista por uno de los distritos que mayores atenciones y peligros ofrecía para el partido conservador, y en el que los prohombres bilbaínos
invertían elevadas sumas de dinero que la Trini se encargaba de administrar en la búsqueda del ansiado voto. Su participación en importantes mítines fue muy comentada, si bien, dejó la política activa y continuó con su trabajo en los muelles.
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Cargadoras. Grabado. |
Para finalizar, una de las realidades más duras de la zona portuaria de Bilbao era el trabajo de las mujeres que trabajaban en la sirga. Este trabajo consistía en una cuadrilla de mujeres, en torno a cuatro, que arrastraban en hilera las gabarras mediante unas maromas que llevaban ceñidas al cuerpo con un tirante. En toda la prensa bilbaína, del signo que fuera, se clamaba en contra de este trabajo. A veces, se trataba de disculpar estas labores buscando su origen en la tradición del trabajo femenino en las provincias del norte, realizado a la par que el del hombre. Es más, se hablaba de que en este país la mujer, y sobre todo la madre de familia, ejercía en la vida doméstica un predominio frecuentemente excesivo por cuanto se sobreponía al del marido. En efecto, se afirmaba que en estas provincias la influencia en el hogar del sexo femenino más bien pecaba de sobra que de falta, pero que si la mujer tomaba parte en los trabajos más rudos y penosos realizados por el hombre, era porque participaba del hábito del trabajo que era general a ambos sexos. A pesar de estas afirmaciones, la prensa bilbaína calificaba el trabajo de las sirgueras de repugnante por su rudeza y por sus condiciones antihigiénicas.
Otra justificación más que se sugería en la prensa cuando se hablaba de la sirga era la necesidad de este tipo de trabajo para el comercio bilbaíno. Efectivamente, los buques de cierto calado no podían pasar de Olabeaga, por lo que era preciso trasladar las mercancías en gabarras desde este punto hasta los muelles de los almacenes que estaban situados a lo largo de Bilbao. Desde el mismo Noticiero Bilbaíno, órgano de expresión de los comerciantes de la villa, se alzaban voces en 1881 con el propósito de prohibirse este tipo de trabajo. Se consideraba que las mujeres debían de ser sustituidas por yuntas de bueyes, si bien, reconocían que en algunos tramos, dada su dificultad, se deberían alternar ambas fuerzas, femeninas y animal. Sobra cualquier comentario al respecto.
En 1905 la situación seguía siendo igual para las sirgueras y, en su especial por el 1º de Mayo, el rotativo La Lucha de Clases dedicó un artículo a estas mujeres. Para muestra el siguiente retrato que de ellas se hacía: pelo enmarañado y sucia la cara y las manos y hasta las pantorrillas, mal cubiertas por los jirones del pingo con pretensiones de falda que llevan pendiente de la cintura. Muchas carecen de domicilio. Comen donde y lo que pueden. Dormir… allá en un tugurio de los barrios altos. ¿Ropas? Se acuestan vestidas.
Este ha sido a grades rasgos el perfil de cargueras y sirgueras, ejemplo de una realidad que por muy denunciada que fuera reflejaba las contradicciones internas de una sociedad que se movía entre las ocupaciones tradicionales y los avances de los nuevos tiempos.
(Tomado de
Euskonews&Media)