...La poesía es como el viento,
o como el fuego, o como el mar.
Hace vibrar árboles, ropas,
abrasa espigas, hojas secas,
acuna en su oleaje
los objetos que duermen en la playa..."
José Hierro
Cuento lo que ya conoces, que estuve a un paso de la frontera, el perro negro no me dejaba respirar, vivir, a punto estuve en convertirme en el mejor paciente de los parientes de Freud, de ser un llorón de las esquinas, joder, no quería estar enfermo, no quería perder el control, no quería perder la vida, amo la vida, estoy lleno de deseos, como un animal, tengo un deseo imperioso de (hacer el) amor, de acariciar, de besar, morder, tocar, dulcemente entrar en, tiernamente estar al lado de una mujer con la cabeza en sus brazos, la suya en los míos, hablándole, hablándonos, dándole lo que es, desafío a la vida, ese es mi desafío, lo que es, cómo es, lo que quiero, me atraen los días, me estimulan, me retan, me dejan anzuelos, siempre pico, arrastro los días por la calle al final del sedal, mi triunfo, exhibo el tiempo, le saco fotos en el muelle sujetándole de la cola, pescado en alta mar, fíjate que pez tan raro, lo pescaron los años, nadie me ayudó, tantos saben algo de mí, cómo soy, cómo amo, lo que digo, lo que siento, amigos malos cuando son malos, amigos buenos cuando son buenos, mujeres y hombres tan inteligentes, tan sensibles que me quito la cota de mallas y me enfrento a ellos desnudo, con el corazón abultándome en el pecho, con las manos abiertas, “sé todo de ti” ¿tanto saben? claro que saben, cuento cosas que jamás hubiera sospechado ni siquiera que estuvieran en mi alma -¿las cuento yo?- abro mi cabeza, mi amor más puro, mis recuerdos más íntimos, mis miedos más ocultos, mis pensamientos prohibidos, mis instintos desconocidos, escribir ha hecho que afloren, ay, que me entran ganas de luchar con ella, -lector, lectora- de pelear, de romperme los botones de la camisa y desafiarla, salgamos a la calle, sí, me desequilibra, me tienta, me empuja, me reta, me gustaría verla vestida de negro, con zapatos de tacón, con el pelo mojado, seria, que me sedujera, que me contuviera, que no me dejara tocarla, que me hiciera desfallecer de deseo, saber que no lleva nada debajo de esa falda estrecha, negra, que me hiciera saltar sobre ella como un leopardo de la sabana, ay, que me llena de imágenes, que me agita, me conmueve, me arrastra por el zarzal de mi impotencia -me refiero a la vida, claro-, cuantas tonterías digo, cuantas más escribiré hoy, cuanto me atrae hacerlo, y yo, yo ¿por qué siguen dejándome un hueco en los buzones?, ¿quién escribe sobre mí?, ¿quién soy?, ¿dónde voy?, de donde vengo ya ni me importa. Bilbao es una gruta y los pies resbalan por el asfalto. La vida es corta. En la puerta del metro me encuentro con Ángel, caminando torpemente ayudado por dos muletas “Estoy en una residencia. Tuve una operación en la cabeza, de 15 horas. Me tienen que hacer otra. Ya ves, seguir, he engordado mucho”. Ángel era de mi barrio, con más edad, cuando era pequeño él era mayor pero me hablaba, era mi amigo; luego se volvió un tío raro, trabajaba de conserje, le veía y saludaba todos los días. Ahora está casi inválido, alelado, vivo. Me impresionan estas cosas, en los últimos años me he convertido en una persona diferente, más rico (en experiencias), más fuerte, más débil, más sensible, más femenino, más hombre, más dependiente, más independiente, mi vida solo tiene sentido cuando en ella mora la pasión, digo estas cosas aunque no me vean, aunque no me amen, aunque a veces me sienta en el filo de la navaja de la indiferencia, esa que ella – la vida, de nuevo- tiene en la mano y con la que amenaza, su cara cortada, su alma herida, sangrando de no poder, de no saber, de contener el dragón que hay en mí, he estrangulado al niño y lo he hecho sonriendo, estoy llamando a la bestia en la puerta de la cueva, que tenga cuidado, estoy en un momento de gran fortaleza, de enorme percepción, debo medir mis fuerzas, seguiré, pero tengo vértigo, los días no vuelven, no sé separar mi imaginación de mi vida, esta es mi vida, ¿dónde queda el otro? yo, el que sea, esperándome, sentado en el muelle, mirando el camino, no debo hacerle caso, estoy revuelto, estoy contra una pared, ah, todo esto es ternura pura, que igual crees, lees, que estoy vociferando, gritando mi rabia, no la tengo, el amor me dulcifica, me amansa, me acaricia la cabeza como a ese oso domesticado, pero no acerco la mano que me la muerde (el oso de la desilusión), tengo ganas, también, de morder, me despierta todas las ganas, todas las ansias, soy un cachalote a punto de entrar en el banco de peces (y sé que ese pececito no sabe nadar sin salvavidas) y salto dentro de una película de dibujos animados en la que el ratón empuja al gato por la borda de un trasatlántico, este trata de aferrarse al casco del buque con las uñas pero, sin remedio, resbala y resbala haciendo surcos, lentamente se desliza hasta el agua donde le esperan voraces tiburones, desde un ojo de buey me mira el cíclope y un millar de cangrejos se me ha metido en el estómago y lo muerde con dientes diminutos, hacen nudos con mis nervios, plantan substancias picantes en cada agujero. Aún medio dormido estoy en la ducha porque tengo revisión médica y el urólogo está sentado en el borde de la bañera, me ordena que me baje los pantalones y sin atender mi rubor palpa mis partes pudendas, indefensas, me toca y retoca y pregunta y estás perfectamente pero, pero?...(Ya, puede parecer muy gracioso pero imagina la primera visita al ginecólogo, en esa postura humillante, nadie me había tocado ahí – un hombre me refiero- “aquí se advierte algo, humm, veamos”) El doctor saca una raqueta de tenis y de un limpio pase en corto me golpea enviándome al radiólogo (ahí, tumbado sobre la camilla, asustado, pienso y tiemblo y cómo puede cambiar la vida en un minuto y yo venía a una consulta rutinaria, preventiva y ¿qué tendré?, ¿qué habrá detectado? justo en esa parte tan delicada ¿hay alguna parte del cuerpo, del alma, que no lo sea? Tengo mucho miedo) que me vuelve a desnudar, me impregna con un helado gel, pasa por mis ayyyyyyyyys un aparato de tortura y la ecografía le dice que no tengo nada, que tranquilo. Salgo mojado de la bañera con un tubito para los análisis de sangre, orina, de alma, por si acaso, preventivos también, mi brazo temblando, mi corazón no, vuelvo a despertar, saco el cuaderno de bitácora y apunto la posibilidad de pasear el sábado, de correr el domingo, pero no sé si el físico me acompañará y no quisiera agobiaros en absoluto pero se me terminó la tinta de todos los calamares, tengo la justa para enviar tímidos besos, creo que me dejo algo, bueno, seguiré desde el fondo del mar, desde mi hotel submarino, donde se hospedan los peces golfos, las anémonas traviesas, las piedras nadadoras y un corazón helado que ya no sé de donde saco estas historias ni a quién coño le importan ¿decías? si, 1347 palabras (ahora 1349) (ahora 1351) etc, etc.