lunes, 31 de octubre de 2016

A/un poeta.




Quid pro quo. Es decir que publicar un libro, tres, mil, no es garantía de nada, la emoción, cariño (sí, sí, es a ti), el temblor en las axilas, en las ingles, esa sensación que te dice que ahí está la poesía, estremecerse, el resto es apenas humo, trabajo para desocupados, para ombligos que se expanden y nos dejan ciegos para lo que no sea el yo y no, no, no, la poesía está en los otros, en la mirada de otros, es cierto que el espejo nos dice que somos los más guapos del pueblo pero suelen mentir, quizás no siempre pero a menudo. Quid pro quo. Está la palabra y está la educación, está el saber hacer y la cortesía, la mentira y el disimulo, el abanico y sus normas, la navaja barbera, clavarla justo debajo de ese ombligo del que hablamos y tirar hacia abajo, desgarrar músculos y llegar a los intestinos, siempre mirando a los ojos al desgraciado que no se espera ese acto criminal. ¿En la muerte está la poesía? No. Ayer me cené un diccionario y he dormido mal, se me clavaban las vocales en la glotis y me siento no sé. Quid pro quo. Nos queda la palabra, claro, pero a veces los sordos nos obligan al clamor, alharacas, pamemas, esas cosas me producen mal humor y sed de venganza, por eso quizás sigo entre barrotes que me compré en las liquidaciones de Leroy Merlín. Demasiada extensión, pues eso, que hoy por ti y mañana por mí, joder, que no cuesta nada y quedas bien, o casi, siempre que el que recibe la línea de compromiso sepa leer (entre líneas). Pero, ay, para eso hay que ser, antes, es previo, antes de ser lo que sea hay que ser. Lástima, eso no se aprende, viene de serie. Otro poeta será, qué le vamos a hacer. Lucas 7:22 Reina-Valera 1960 (RVR1960) 22 “Y respondiendo Jesús, les dijo: Id, haced saber a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio.” Quid pro quo.     

domingo, 30 de octubre de 2016

Una historia en invierno.



Una madrugada cualquiera entrará el invierno con nocturnidad y alevosía, nadie se explica cómo son estas cosas. Como un huésped incómodo al que no hemos invitado, se quedará durante tres meses con su carga de lluvia, frío y nieve. Entonces faltará menos para la primavera.
Recuerdo el invierno en que conocí a Begoña.

Era dulce, diminuta, una muñeca rubia de voz suave y piel pálida, con movimientos elegantes, como una bailarina de ballet, con unos ojos que se comían el mundo a mordiscos pequeños, sobre todo con una ternura que me conmovió.

No sé cómo pudo fijarse en mí, un engreído bebedor de ginebra con tónica que jugaba a las cartas en un garito de Campuzano, que hablaba alto y cantaba canciones de Larralde, que acababa de salir de un tormentoso idilio y que estaba roto (aunque me hubiera dejado cortar un brazo antes de reconocerlo). Tampoco sé qué hacía allí.

Me miró, le miré, dejé la partida, en la barra del bar hablamos, me desarmó, me conmovió, me sedujo con sus modales de niña buena, me domesticó y supe estar tranquilo, quitarme la máscara, abrirle mi corazón.
Paseamos hasta su casa, la de sus padres, en un lujoso piso del centro de Bilbao. Hicimos el amor en el portal, detrás de la caja del ascensor, desafiando a los posibles vecinos trasnochadores que regresasen a deshoras. Con incomodidad y frío, inventando posturas inverosímiles, como compulsivos amantes ocasionales, devorándonos en besos y caricias.

Esa fue la primera vez. Durante varios días nos hablamos y conocimos, nos amamos en lugares más discretos, más cómodos, más calientes. Abrazados, me contaba su vida, estaba de vacaciones en la casa familiar y después de Reyes debía volver a su trabajo en Madrid, a su vida.

Me confesó que tenía un novio que le maltrataba, que no podía dejarle porque era el hijo de unos íntimos amigos de la familia, que se conocían desde niños, que era un noviazgo anunciado, convenido, que él consumía substancias no recomendables y de ahí su violencia.

Me contó de su rebeldía, de su estancia en un correccional, que una de las monjas, joven, bella sin toca, se metía en su habitación y en su cama todas las noches. Que ella se sentaba junto a la ventana, con rabia, despierta, imaginando una cruel venganza que nunca se produjo. Pero el acoso duró seis meses.

Me habló de sus padres, que no le querían, que al menos ella no se sentía querida. Me relato, una tras otra, una cantidad tal de desgracias que parecía imposible que en aquel cuerpito tan bello, tan tierno, entrase tantas calamidades. En algún momento pensé que las inventaba. Seguíamos amándonos intensamente. 

Una tarde, hacía un frío de mil demonios, no vino a la cita, esperé en vano. Al día siguiente pregunté a la portera de la casa si sabía dónde estaba Begoña. Me dijo que se había vuelto a Madrid con toda la familia, que algo había ocurrido, que el piso estaba en venta. 

Lo confieso, me dejó tocado, ese fin de semana me fui a Madrid. Como un sonámbulo paseé por las calles donde me dijo solía alternar. No sabía más. No la encontré, nunca más supe de ella. Volví a Bilbao. Seguí jugando a las cartas en el garito de Campuzano, tomando ginebra con tónica, indiferente a las miradas de las chicas rubias de piel suave, un engreído que reía, hablaba alto y tenía el corazón roto. Una historia triste, para mí, aquel fue un duro invierno.

sábado, 29 de octubre de 2016

No me lo tengan en cuenta.



…Estos próximos días escribiré sobre quién tantea el mármol, aquel que tiene el violonchelo y el tambor, el sello de admitido en rojo que se vea, que se lea, que usted, yo, aquel de gafas, pertenecemos al clan, a pesar de que callemos, seamos buenos, levantemos los brazos o los bajemos, incluso que recemos en una esquina de una ermita oscura.

No me lo tengan en cuenta.

viernes, 28 de octubre de 2016

Así mismo.



Apenas terminaba octubre y ya un amago de lluvia había puesto el cielo del revés, el frío nos mordía las orejas sin ninguna consideración, los problemas indelebles estaban en fila como botellas de leche en su caja de cartón, uno, dos, tres, este era el arduo oficio de la vida y además no tenía espada, ni coraza mientras G. me hablaba de hormonas, de su falta, de su falta de deseo, se refería la sexual, yo le hablaba de las mías, mis hormonas, de su exceso, de mi insaciable deseo, me refería también al sexual, claro, tomamos un vino y aquí paz y después Gloria, entonces llegó T y mandó a parar, como el comandante, como los que mandan, que cuando llegó en autobús fui a esperarla con una orquídea y me la hizo comer, allí, delante de todos, sin sal, sin tenedor, a pelo, como el día de las velas, que preparé la mesa con los platos de mi abuela, los buenos, los que me tocaron en el pito, pito, gorgorito de la primera herencia, me pasé toda la tarde cocinando, qué quieres, coloco un candelabro romántico, enciendo dos velas rojas y va y llega y dice que es vegetariana que ella ha venido a follar y que menos pamemas, al lío, una romántica, como C. que en las reuniones de facultativos que presidía debía generar temas, dar la voz y la palabra (¿es lo mismo?), hasta que A. levantaba la mano y pedía turno para su vagina, que quería hablar, expresar su opinión, qué menos, las vaginas hablan poco y así nos va, como a S (en realidad no sé cómo se llama) que fue miss Santander y ahora está con la cabeza perdida buscándola por los pasillos de un residencia siniestra, con su marido ex boxeador que ha perdido el juego de piernas, incluso las mismas piernas, ocultas bajo una manta compasiva, oculta su pena, disimulándola con apariencia de normalidad, un decorado, cómo diantres vamos a estar normales si apenas termina octubre y no para de llover, el frío, los problemas y estas poco disimuladas ganas de sexo, como en diciembre, como en junio. Ya te digo.

jueves, 27 de octubre de 2016

De muertes simbólicas.


Ilustración:Joseph Lorusso

Morí con ella, ahora lo sé, sé que la cólera, un anillo, el mármol, la osadía de gritar su nombre en mis balcones apenas me trajo consuelo y vuelo de abejas. Me quedé en el puerto con marineros con cabeza de toro y mujeres que amamantaban a sus hijos en las escaleras que llevaban al mar. Las guitarras y la arcilla, beber oporto, ver mi sangre corriendo sobre el cuero fue un pretexto para que los bueyes y los guardianes, las hijas que no tuvimos, balbucear un lenguaje y estos escritos absurdos, me desanimaran.

Buscarme atado, atosigado, agónico, con veneno en las rodillas, con un retrato ovalado sobre la cabecera de mi cama, un hongo azul bajo la lengua, el cordel que aprieta la cintura y una chaqueta amarilla, la cabeza en vaivén, dibujo el litoral y, perdonarme si en estos meses finales del año busco el síndrome de Stendhal (sin conseguirlo, claro). Otro día, mañana, más.

miércoles, 26 de octubre de 2016

Al menos así lo recuerdo.



Ilustración:Joseph Lorusso

Nos recorrimos, eso fue, nos vimos de norte a sur, el paisaje éramos nosotros, entre el perejil y los presagios, con latidos y peces boquiabiertos, pinturas hipnóticas, agua con sabor a calabaza, teléfonos sonando en la noche y el invierno entrando por las rendijas de los días impares, los miércoles.

Un día, entre mayo y septiembre, lo recuerdo, miraba con desgana a septentrión y ella, con frialdad, me cortó el cuello de la esperanza de un solo tajo, limpio, con los labios fruncidos, como cuando me amaba, cuando cabalgábamos el caballo negro de querernos en silencio, abrigados, vestidos de aroma de magnolias, con la herradura de la desgracia clavada en la puerta cerrada. 

Así fue, al menos así lo recuerdo.

martes, 25 de octubre de 2016

De nacimientos.


Ilustración:Joseph Lorusso

Nací con ella, ahora lo sé.  Sin viajar, visité París de su mano, noches imaginarias abrazados en angostos catres de trenes rápidos, paseos por las salas del Museo d´Orsay, peregrinaje frente al número 5 de la calle de Lille, búsqueda con Lacán de lo simbólico, lo imaginario y lo real. Nos encontramos y nos perdimos, ay madre.

No fue imaginario el amor, no, me corté el corazón con los dedos, se lo entregué en una bandeja flotando en ternura, un ángel ballestero me acertó con puntería, recuerdo mis recuerdos, mi dignidad picoteada por los estorninos cazadores, las cenizas de lo que ya no era en una urna gris sobre el altar. 

Desperté y salí a buscar el tiempo perdido, recorrí el mundo, descubrí que tejer y deshacer lo tejido formaba parte del intento, que pasar puentes con bocas habituadas a la crecida del río (de la vida) era apenas un juego, que al son de vihuelas la cuestión era ser el río y fluir (el mar nunca está lejos). Nací con ella, ahora lo sé.  

(Siempre he sido un exagerado)

lunes, 24 de octubre de 2016

Y las ruinas romanas que se extienden hasta sumergirse en el mar

“…los árabes en cuclillas haciendo el té en fogatas de estiércol de oveja sobre el suelo de mármol, el templo de Hera, y los lirios que brotaron de su leche, y las ruinas romanas que se extienden hasta sumergirse en el mar.” (Gaddis, William)


Richard Alan Schmid - Azaleas and Orange

Lo de que
No era de “mi tipo”.
Siempre he pensado que tenía un tipo de mujer que me gustaba.
Ella era justamente lo contrario.
Era muy inteligente, eso sí, excepto por una cosa, se ilusionó conmigo.
Me dejé querer, halagado, soy así de estúpido, de engreído.
Hasta que en la intimidad me enseñó una cicatriz en el muslo derecho. Me contó que él, su último amante, le había hecho una herida con un bisturí como prueba de amor. Eso abrió una puerta.
Otros días me contó su experiencia amorosa. Acostarse con un hindú desconocido en Londres. Someterse al tributo de 


O.
Etcétera.

O.
Sentarse y esperar que Otros (estás bueno si esperas que otros) o remangarse y. Si nos ponemos a enumerar los hechos el primero es el encuentro en la plaza porticada, un café en el Schilling y mi mala memoria omite las cartas de Guatemala,  la espuma en su nariz y un pijama de rayas verdes.

Quiero contar esta historia antes de lo fatídico, del desfile de los inválidos, del contraste entre himnos y banderas, de Moisés con aquello del mar que se abría y me estoy dejando todo lo que tengo apuntado en estos papelillos encima de mi mesa. 


Un momento, ¿tú crees que esto le importará a alguien?
Define alguien.
No te pongas borde, te lo pregunto en serio.
Define serio.

Ser de la tribu o enroscarse, inhibirse, alejarse de los Otros, ensimismarse, sacar con anzuelos lo que nos muerde en un rincón de los pulmones, encerrarse, encontrarse con uno mismo (hola soy yo/hola, encantado) decir, sí, decir con piedras en la boca, a pelo, sin más ambición que la propia, centrarse en el siete de marzo y a mí que me cuentas si no les importa. A ella sí.

Define Ella.
Vete a la mierda.





domingo, 23 de octubre de 2016

William Gaddis como excusa


Cuando terminas un libro de más de mil páginas y no sabes bien lo que has leído es imprescindible mirarse/te en un espejo y ver los posibles cambios producidos en los músculos faciales, en el paladar y en las ingles. Quizás ya no recuerdes como eras antes, no te preocupes, pregúntate si has disfrutado, si has aprendido algo, si en tu corazón, en tu cerebro, en tu próstata hay alteraciones. Esto último es difícil de medir, hay personas que sí y personas que no. Si eres de las que sí, enhorabuena, si eres de las que no, enhorabuena. De las publicaciones Fher a Gaddis no hay tanta distancia, de ser a no ser, sí. Lo primero es un hábito lo segundo es un hálito, tranquilidad, tiene cura, hay que ponerse a ello con dedicación, rendirse y al lío, duele un poco al principio pero enseguida te acostumbras, es la literatura, amigo mío, o su ausencia. Oye y si no, pues no, leer y sobre todo escribir está sobrevalorado, son ejercicios en tránsito hacia la desaparición, una actividad de gentes ociosas, un querer y no poder, qué se habrán creído. Ánimo, ya queda menos para el Juicio Final. (Continuará)



William Gaddis


William Thomas Gaddis Jr. (29 de diciembre de 1922 - 16 de diciembre de 1998) fue un escritor estadounidense, considerado uno de los grandes novelistas norteamericanos del siglo XX. Escribió cinco novelas, de las cuales dos ganaron el Premio Nacional del Libro.
Biografía
Gaddis nació en la ciudad de Nueva York, aunque creció en Massapequa. En la Universidad de Harvard se licenció en Literatura inglesa, y allí escribió sus primeras historias, poemas, ensayos y entrevistas para el Harvard Lampoon. Una vez finalizada su educación, comenzó a trabajar en Nueva York para el periódico The New Yorker; en esta época, Gaddis pasaba su tiempo libre en compañía de algunos escritores de la Generación beat, tales como Allen Ginsberg o Jack Kerouac, habitués del barrio bohemio Greenwich Village. Gaddis realizó muchos viajes, abandonó Nueva York y viajó extensamente por México y América Central, donde se unió a los rebeldes de Costa Rica durante una breve guerra civil. Más tarde, pasó alguna temporada en España y, desde aquí, llegó hasta África. Gaddis aprovechó todos sus viajes para ir recogiendo experiencias y distintos materiales para incluirlos en la novela en la que, por aquel entonces, estaba trabajando, Los reconocimientos. Continuó trabajando en esta novela en los primeros años de la década de los cincuenta, hasta que fue publicada en 1955. Esta obra es una vasta novela experimental de complicada elaboración y cerca de mil páginas, en la que convergen intenciones grotescas, falsedades, plagios, y otros artificios literarios al estilo de Tristram Shandy. La novela está basada en el palíndromo "trade ye no mere moneyed art" y es concebida como una provocadora denuncia de las actuales manipulaciones de la realidad. La novela de Gaddis recibió malas críticas y su autor fue comparado con James Joyce.

Los reconocimientos fue reimpresa en una edición rústica y publicada en el extranjero, lo que supuso para Gaddis el comienzo de su reputación como escritor clandestino. En 1974, Los reconocimientos se volvió a editar masivamente en una edición rústica, pero en esta ocasión la crítica elogió a Gaddis, que fue calificado de "escritor experimental" y su trabajo identificado con el de Thomas Pynchon. Con el paso del tiempo la novela ha adquirido un status de clásico esencial, llegando a ser definida por el célebre crítico Harold Bloom como "La Ulises americana". Con su siguiente trabajo, la obra titulada Jota erre (1976), alcanzó el reconocimiento que se le había negado con la publicación de su anterior novela, consiguiendo el Premio Nacional del Libro. La novela es de una complejidad similar a la de su primera obra; en ella, el autor presenta mediante una narración polifónica la condición de decadencia a la que ha llegado el sistema económico actual, en el que cualquier cosa es posible. De esta manera, el protagonista de la novela, un niño de once años llamado Junior, se convierte en el mago de las finanzas en Wall Street al construirse un imperio financiero de millones usando simplemente el correo y el teléfono. Gaddis pretendía crear un paralelismo que reflejase la pérdida de sentido del lenguaje, empobrecido por el propio uso. En 1985 apareció una nueva novela, Gótico carpintero, considerada como una de las novelas más importantes de las últimas generaciones literarias. Presentaba un tema paralelo al expuesto en Los reconocimientos, puesto que la novela intenta retratar las mil caras de la falsificación, específicamente en lo relacionado con la religión y el arte. Gótico carpintero marcó un punto de inflexión en la carrera literaria de Gaddis, y sus admiradores creyeron por un momento que con esta novela el autor conseguiría una mayor popularidad y aumentar el número de sus lectores.

En 1994 se publicó su siguiente trabajo, Su pasatiempo favorito, donde Gaddis reflexionaba sobre la propiedad intelectual y el plagio. Esta obra le supuso ganar su segundo Premio Nacional del Libro. En la novela Jota erre, un escritor, Jack Gibbs, estaba tratando de terminar un libro que titularía Agapē Agape; esta situación ficticia le hizo a Gaddis concebir la idea generadora de su quinta novela, que acabó poco antes de su muerte y que tituló asimismo Ágape se paga. Si bien Gaddis estaba generalmente considerado como uno de los más importantes y geniales escritores americanos, y con un número de lectores muy reducido, sus libros se han convertido en clásicos contemporáneos. En sus novelas, Gaddis renovó el experimentalismo de Faulkner, Joyce y Sterne, anticipando con su narrativa a los postmodernos; la crítica también lo ha comparado con Malcolm Lowry y Herman Melville.

Gaddis falleció a los 75 años, el 16 de diciembre de 1998 en East Hampton, víctima de un cáncer de próstata.



sábado, 22 de octubre de 2016

Desagravio a una lectora japonesa




En aquella lejana época de navegante solitario recalé en una isla al norte del Japón, con playas milagrosas bañadas por un océano donde flotaban mis pecados y los blancos salvavidas de un barco embarrancado.

Viví un tiempo allá, tierra adentro. Aprendí algo de japonés, la técnica esencial del harakiri y como desabrochar los botones de un kimono sobre un maniquí.

Aquella estancia –y una geisha luminosa- me inspiraron un largo relato que titulé “Último naufragio”, que no recuerdo si terminé de escribir o si sigue, inconclusa, rebelde, en algún cajón. Tampoco recuerdo si fui expulsado por belicosos samuráis o si en la estación de los monzones me fui nadando entre las olas del alba. Cierto es que no fue una salida honrosa, resulta duro para mi orgullo de gallo y se borran los recuerdos entre bailes de mariposas amarillas.

A veces hablo de esa isla, con exquisito cuidado, con otros nombres que invento. Su configuración geográfica es propensa a los terremotos, sus ríos y montañas tiemblan al paso de los monstruos Godzilla, su clima se altera con los suspiros del sol naciente y torna en lluvias torrenciales. Cosas de las islas sensibles.

Cuento esto ahora que a una lectora –casualidad- japonesa, con el mismo nombre que esa isla, no deja aquí sus comentarios pero sí su disgusto. No tengo pruebas, pero estoy seguro que ella está aún allí, en el lejano Japón, que me conoció en aquel viaje, que quizás la ha enviado la Yakuza (やくざ) para cobrar tantas facturas que dejé impagadas en los mostradores, que guarda una daga entre sus ropas negras, que debo estar atento en las esquinas. Ay.



Es difícil mantener un blog a gusto de todos.
Esto intenta ser un desagravio.
Algunas lectoras japonesas son rencorosas.
Esta es bella.

viernes, 21 de octubre de 2016

Del Pagasarri al Everest.



La montaña siempre ha sido mi pasión.
Salimos de madrugada para intentar alcanzar el campamento dos antes del anochecer. Al principio la ascensión era prolongada pero no demasiado dura. Aún había árboles, vegetación, huellas de pequeños animales.

Éramos siete integrantes, tuve una inmensa suerte que al final me admitieran en la expedición. Al ser el novato debía ir el primero, marcando el ritmo. Al mediodía paramos para reponer fuerzas, comer, beber agua, apenas hablábamos.

Reanudamos la marcha, el paisaje había cambiado, alrededor solo nieve y roca, un camino duro por hacer, la cumbre estaba lejos.

Lo había leído en algún libro pero nunca me lo acabé de creer. Un hombre de las nieves. Era imposible que en este lugar tan inhóspito pudiera vivir alguien.

Paso a paso, ensimismado, subía fijando con fuerza los grampones, tanteando con el bastón por si hubiera algún agujero oculto. De vez en cuando miraba hacia atrás, a mis compañeros.

Entonces lo vi, un ojo, grande, con marcadas venas, su cuerpo cubierto de largos y gruesos pelos blancos le mimetizaba con la nieve. Escuché el silbido del viento, giré la cabeza y ya no le vi. Seguí caminando, asustado, era cierto existía.

Comenzaba a anochecer y llegamos al campamento dos. John Larrínaga no llegó. Ninguno de nosotros supo que le había pasado, era el que cerraba la marcha. Consternados supusimos que había caído por una sima. No dije nada del ojo que había visto, de aquel ser increíble.

Acurrucado en mi saco apenas pude dormir, la siguiente madrugada partimos hacia el campamento tres. Ya no podía volverme atrás pero, de golpe, había dejado de gustarme la montaña.



jueves, 20 de octubre de 2016

Mount Kathadin



Debido a las malas condiciones climatológicas en Mount Kathadin y en todo el estado de Maine nos vemos obligados a posponer el comienzo del Sendero de los Apalaches.
La previsión para las próximas fechas anuncia nieve y fuerte bajada de las temperaturas.

Quizás la próxima primavera sea una mejor opción.
Muchas gracias por su interés. 



(Al menos según el pronóstico de aquí)


miércoles, 19 de octubre de 2016

New York.

Lo que antes fue para mí un destino ahora es apenas un punto de tránsito. 
Sigue la fuga silenciosa.



martes, 18 de octubre de 2016

Sendero de los Apalaches.



Mi familia me dice que no, pero sí, me voy.
El Camino de Santiago se me queda corto.
Me voy al sendero de los Apalaches.
3.500 kilómetros pasando por catorce estados.
Quiero ser un thru-hikers.
Quiero ser más cosas, pero después, cuando vuelva.
Ha sido un placer estar aquí.

Hasta pronto.


lunes, 17 de octubre de 2016

Filosofía de la vida después de la muerte.

No somos nada. Siempre se van los mejores. Era una bellísima persona. Hoy por ti mañana por mí. Aquí no se queda nadie. Le vi la semana pasada y estaba bien. A todos nos tocará tarde o temprano. Una mujer muy entregada, siempre viviendo por los demás. Que nos espere mucho tiempo. Ese seguro que busca otra en dos días, menuda pieza ha sido siempre. No caigo, si es del barrio seguro que le conozco. Los hijos están destrozados, se lo esperaban pero una cosa así siempre te pilla de sorpresa. Era muy simpático, me saludaba todas las mañanas. No se hablaba con los vecinos. Ella lo está llevando con mucha entereza, cuando pasen estos primeros días seguro que se derrumba. Siempre se van los mejores. Un hombre de mucho carácter, un caballero. Tanto ahuchar, tanto ahuchar, para dejar todo aquí. Llevaba un tiempo que había adelgazado bastante, me lo tropecé en la Gran Vía y casi no le reconozco, porque me saludó él que si no. No somos nada. No ha venido nadie de Madrid, creo que se llevaban mal. Qué horror, ha sido visto y no visto. Una desgracia, quién lo iba a esperar, acabar así. Ha dejado todo bien hecho. Pues ya verás ahora para repartir, con lo que es la cuñada. No, Tere, es que ella es la segunda mujer, el alto es hijo de la primera. Pues el testamento puede dar sorpresas. Ay, no he querido verle, prefiero recordarle como era, siempre alegre. No somos nada. Demasiado fuerte le veo,  pobre, lo malo viene después. Deja dos hijos pequeños, no sé cómo se va a arreglar él solo. No somos nada. Una santa, lo que se dice una santa, se ha ido sin decir ni mú. Siempre se van los mejores. Ya sabes cómo era él. Yo le veía mala pinta, mal color, mira, se lo dije a Conchi, le dije, esta no llega a Navidad ¿ves? No me digas, el mayor no ha venido al funeral. No, no le conocía, alguna vez hemos coincidido en el ascensor pero ya sabes, buenos días, buenos días. Pues creo que ha dejado muchísimo dinero, se lo llevarán los sobrinos. Sí, mujer, uno alto, bien plantado, uno que salió con Carmen una temporada, le tienes que conocer. No somos nada. Así es la vida, sí son cuatro días. No, si es lo que yo digo siempre, hay que aprovechar mientras se está bien, hay que disfrutar. Ha sido visto y no visto, se ha ido en una semana, mira, mejor, así no ha sufrido. Es que si es de un accidente parece, no sé, como que lo aceptas mejor pero, chico, así. No somos nada. Siempre se van los mejores. No me lo podía creer, estuvo Marian, en la parte de atrás de la iglesia, llorando, qué zorra, se marchó antes de terminar la misa, qué descaro. Ni un duro, no ha dejado ni un duro. Como un perro, nos ha dejado como un perro, las enfermeras no podían con él. No se hablaba con los hermanos. Aquí lo dejamos todo. Pues me debía más de cinco mil euros, qué cabrón. No me alegro, nunca te puedes alegrar del mal ajeno, pero no se ha perdido nada. Un ejemplo, una vida ejemplar. ¿Qué me dices?, no te puedo creer. Llevaba años sin verle, pobre mujer. No somos nada. Etcétera, etcétera, etcétera.  


domingo, 16 de octubre de 2016

Cantamañanas.



Créanme es fea, pero solo si la miras desde un balcón. Para un cantamañanas como yo no fue difícil verla aunque para ello tuve que sacar medio cuerpo fuera a riesgo de romperme la crisma. En aquel momento no medí por qué me arriesgaba tanto, soy desmedido.

Es fea, decía, pero solo si no metes la cabeza en su pecho y ojeas por dentro, entonces, ay entonces. Lo hice, me curé, dejé de ser un cantamañanas, entré en un estado de absoluta rendición, un bendito. De ahí pase a quitarme el velo y deslumbrarme con su belleza. Vendo cupones por las esquinas, compro postales de su ciudad para no olvidarla, me pongo la chaqueta del revés y a punto he estado de ser arrestado por desacato a las normas.

Créanme ella es bella y canto sus canciones en varios idiomas, pinto su nombre por las paredes, le envío mensajes con golondrinas revolucionarias. El problema es que ahora ella se ha vuelto una cantamañanas y yo sigo feo. Ay.

sábado, 15 de octubre de 2016

Verba volant, scripta manent.

Desaparecen las palabras y permanecen los escritos.


Joel Meyerowitz :: Central Park, 1965


Este camino está plagado de huellas – el buey siempre pisa en la huella del buey- , pero sé muy bien que dos minutos después del último texto, cuando aún está caliente, nadie recuerda lo leído ni a quién escribe. Hablo en primera persona pero es extensible a todos los escritores y lectores de blogs que son y los que en el mundo han sido.

Es lógico, estamos cambiando a una velocidad tan vertiginosa que lo que el martes podía ser nuevo, moderno, rompedor, diferente, original, (en general), el jueves ya ha caducado, no existe, está superado. Me leo en textos antiguos. ¿Quién era el que escribió aquello?, ni siquiera me reconozco, no sé de qué hablo, qué experiencias motivaron aquellas líneas, que exaltación o rutina guiaron mi mano. ¿Quién es el que escribe ahora?

A la rueda, rueda, el que no quiera leer que no lea. Libertad absoluta. Si estás aquí no puedes estar ahí. Por eso valoro tanto a los que (me) leen, a los que se toman el trabajo de comentar. Por eso estoy cautivo de quiénes me abren su corazón y conquistan el mío.

En uno de estos días de sensibilidad en el tejado me abrazo (uno a uno, sin aglomeraciones) a todos los que entran a esta página. Os deseo lo mejor ( a saber qué es lo mejor para vosotros, escogerlo, total es gratis, aquí todo es gratis) 

viernes, 14 de octubre de 2016

Dos más uno.



La vida es aburrida sin secretos.
Todos tenemos secretos.
Hay un tipo de secretos que no importan a nadie.
Los importantes, los verdaderamente importantes son los que se refieren a la fórmula dos más uno.
Lo peor de ellos es no poder contarlos.
Cuando se cuentan, cuando se saben, pierden ese carácter que nos interesa, especial, mágico, misterioso, inquietante.

Hay que matizar que en ese dos más uno debe haber cama, si no la hay es un secreto light, una minucia, bah, un secreto menor.

No es tarea fácil, se debe tener una habilidad especial para poder escribir sobre este tema diciendo sin decir, pasando por él de puntillas, sugiriendo, descorriendo un velo que enseñe lo accesorio pero que tape lo fundamental, como en las películas antiguas.

Por ejemplo, hay quién está enamorado de su esposa. La quiere tanto que le gustaría que fuese la mujer de alguno de sus amigos para conquistarla en las tediosas cenas de los viernes. Su psiquiatra le dice que deben ampliar el número mensual de sesiones. Él está de acuerdo.

Hay tíos raros, especiales, que siempre quieren lo que no tienen, incluso cuando lo tienen. No saben nada de matemáticas, solo saben contar hasta diez, lo que tampoco saben es si la suma la hace él o ella. Mejor no contarles nada, suelen ser de lengua larga y terminan disculpándose, ellos no entienden de sumas complejas, ellos son  de los de al pan, pan y al vino, vino.

Hay personas que no quieren un amante. Quieren alguien que sea su padre, su madre, su hijo, su hija, incluso su abuelo, pero después de hacer el amor. Es decir, durante son amantes, antes y después su figura es otra, mejor dicho la del otro/a. Y, claro, estas historias es mejor llevarlas en secreto. Es más, alguna que he contado aquí no se la ha creído nadie.

Que también, contar aquí lo que no pasa como si pasase comporta un esfuerzo de imaginación importante. Y tengo un problema, se me está quedando pequeña la cabeza (por dentro). Noto una preocupante reducción de mi masa cerebral, de mi imaginación, de los secretos que dejan de serlo (porque me entero de ellos), incluso de las ganas de contarlos.

Aviso: desde hoy solo escribiré cuentos de hadas, pero si algunos de mis amables lectores/as quiere contarme un secreto puede hacerlo con la seguridad que lo escribiré para publicarlo aquí. (Tu no, Puri, que el otro día mi santa se mosqueó cuando llamaste a las tres de la madrugada. No se creyó lo del cliente que quería cambiar de programa de contabilidad)

jueves, 13 de octubre de 2016

Clínica o algo así.




Una triste voz me seduce desde el comienzo del día.
El triunfo está en mi mirada de seda cuando la escucho.
Sigo siendo un estúpido que se estremece.
Anoto la matrícula de los coches que aparcan bajo mi ventana.
El miedo es un cuervo de alas desordenadas.

El poeta con una grieta en el alma acaricia a los perros negros.
Las palomas deliran y chocan contra el cristal.
El vigilante las recoge y protege de los cazadores.
En esta clínica a las siete de la mañana es casi media tarde.
Una anciana triste se ha descontrolado y llora.

Una escalera.
Una caída.
La oscuridad.
Un grito.
La anciana recuerda un pasado que se junta con el mañana.
No puede caminar.
Apenas puede pensar.
No sabe qué hace en este lugar sin risas.
Sabe que su corazón funciona.
Quizás estar viva sea solo eso.

El poeta tiene un extraño nombre, impropio, absurdo.
Lleva el fracaso en su mirada, no brillan sus párpados, ya no.
Los mansos enfermeros se obstinan detrás de la valla del parque.
Un carpintero atento baila en cruz entre liebres cantarinas.
Estorninos delirantes suben y bajan, cambian la dirección del vuelo.

Mensajeros de la Estigia se plantan frente a la puerta.
Educados, con fingida ternura se cuentan los dedos, esperan.
Estoy en el cañaveral, asustado, escuchando los aullidos.
Ojalá que amanezca pronto.
Así es como es.

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