Francis and the Lights
El escritor observa, trata de penetrar en las almas y en los corazones, de comprender sus entresijos, sus inclinaciones vergonzosas o nobles, toda la complicada mecánica de los móviles humanos. Observa de este modo de acuerdo con su temperamento de hombre y su conciencia de artista. Deja de ser respetuoso con su conciencia y deja de ser artista si se esfuerza sistemáticamente en glorificar a la humanidad, en maquillarla, en atenuar las pasiones que considera deshonrosas en beneficio de las que considera honrosas.
Cualquier acto, bueno o malo, no tiene para el escritor más importancia que como tema sobre el que escribir, sin ninguna idea del bien o del mal que pueda atribuírsele. Tendrá más o menos valor como documento literario, y eso es todo.... Si un libro contiene una enseñanza, debe ser a pesar de su autor, por la fuerza misma de los hechos que cuenta.
Guy de Maupassant (1.890)
Virgo Potens.
Segundo
Si con Noviembre un penetrante nardo ahogara los temblores de mis sábanas. Si lágrimas de lluvia diluyeran sucesos anteriores, y de mis ojos cayeran como hojas de otoño, desnudándolos. Si el tiempo desandase hasta cuando era inocente todavía y quieto y transparente. Y si, además, pudiera apresurarse, desplegar el velo que mi mirada contuviera, antes de que la suya alcanzara. Antes de que sus ojos sorprendieran en los míos el hechizo de Lucifer.
Ana Rosetti
No te pregunto cosas por falta de curiosidad, no, no te pregunto algunas cosas por auténtico pudor, respeto, por miedo a conocer las respuestas. Escribir es un problema, la vida corre por delante, siempre más rápido. Y diferente. Necesita más que las palabras, más que poesía, más que prosa trabajada, más que intenciones. Necesita obras, acciones, manos, piel, corazón, lo tangible, lo que se puede tocar, lo que se quiere abrazar. Y futuro. Hoy no quiero hablar, tú y yo no queremos hablar, no nos queremos preguntar, no me reproches, siempre vas a poder conmigo, me dejo, he dejado las armas en el armario, estoy desnudo, vulnerable, con las manos abiertas. No soporto de mi algunas de mis capacidades, cambiaría todas las risas que enciendo con mis gracias tontas por una sola lágrima que haya provocado, y he provocado muchas, queriendo y sin querer. Tu sabes que es complejo, que los días encadenados son complejos, que no hay coincidencia de trenes, que mucha gente se agolpa en los andenes- a ti que tanto te gustan los subterráneos- , que a pesar de los aviones, del viento, muchos caminan y caminan para llegar a ningún lado. Puedo seguir hasta la mentira y estrangular las esperanzas, puedo asomarme a esa alameda bella pero sin olor, puedo, mejor, decirte que quisiera calmar esa llovizna sobre tu frente con mis besos, con mil besos pequeños, con palabras dulces que nos hagan sentir ese lecho de voces en el que nos reclinamos, ese misterio al que deberíamos poner nombre, normas, pactos, estrategias. Y tú, que eres tan inteligente, tan variable, tan intensa, tan leve, tan bella, tienes que tener en cuenta que para mí todo esto es excitante y actúo como sé, como buenamente puedo. Seguro que me equivoco muchas veces. ¿Dónde está tu indulgencia?. Mírame alguna vez por dentro, bien dentro, estoy subido en lo alto de una torre, me sujeto al pararrayos gritando tu nombre al viento. Y viene una tormenta. Muchas veces me hubiese querido derrumbar por lo que ocurría dentro, hoy quisiera poderme derrumbar - solo un momento, una debilidad, unas lágrimas y ya- por tantas cosas que ocurren ahí fuera. Me está saliendo una carta triste, de domingo. Y no quería. Me ha salido lamentosa y trágica. Y no. Aunque el color del mar anuncie la lluvia, aunque tantas preguntas se obstinen en tener respuesta, tú no te preocupes y vamos a reírnos porque llegará el martes, o el jueves, estas cartas que destilan sentimiento y verdad, un abrazo con nuestros nombres susurrados y la alegría nos acompañará por el jardín de lo imposible.
Cada final me parece inapropiado y continúo escribiendo y se me ocurren cosas nuevas para decirte y este beso final está lleno de deseo, saltando sobre las palabras, las preguntas y la realidad es qué, ahora, quisiera perderme en los botones de tu ropa y buscarme en tu piel morena y besarte, besarte, besarte, besarte hasta el amanecer. Al despertarme ver tu sonrisa junto a mí, ahí, aquí, en New York. Llegan las enfermeras del turno de noche.
VIRGO POTENS
Primero
Oh, Dios mío. Oh, Dios mío. Oh, Dios mío, tened misericordia de mí, pues el enemigo ha conseguido entrar en la ciudadela; cautamente, ha derribado hasta el último bastión, como cera ha fundido toda vigilancia y ha alcanzado mis ojos para asomar sus oriflamas desde ellos. Mi mirada ha conducido sus anzuelos velo. Apoyar la frente enfebrecida es, sedal han sido, segura trayectoria de su reclamo. Oh, Dios mío. Oh, Dios mío, tened misericordia de mí.
Ana Rosetti
Con esta pluma, negra, la mano se queda en el aire, flota en silencio, duda, por fin escribe y deja que...
Hermosura en USA, las seis, oscurece, este atardecer es definitivamente romántico, de un romanticismo decadente, antiguo, lo compruebo por esta música a la altura de las ingles, también por mis sentimientos alborotados, por esta propensión a hacer locuras, por pensarlas, por tantas cosas que intentaré contarte. Me he tomado tres copas de jerez en Manhattan, dos filosofando con mi amigo John, una con V, mi amante. La encontré por casualidad a la salida de un bar en Madison Avenue, no quería hablarme, se fue, volví a buscarla, discutimos, J me llamaba al móvil, comí, regresé, la encontré en un restaurante, tomamos café, llegó una amiga de ella, tomamos otro café, este con ron quemado. He vuelto al despacho alterado ¿Ves? Soy un idiota. Algo de lo que hago me duele, me araña el antebrazo, me etiqueta, me lastima esa limitación por que la que no me digo claro lo que puedo y no puedo hacer.
Con esta pluma, negra, quisiera escribirte algo con sentido, una carta llena de encuentros y cumbres, de aciertos y palabras que te encojan el estómago, que te llenen de cantos de planetas perdidos en agujeros negros, de rumores de amor, de peces saltando a estribor y, ya ves, te escribo estas incoherencias, esta huida, esta sarta de frases como soplidos al viento, como carreras hacia dónde.
Bonita niña de la media isla trasplantada a New York, niña bella, dulzura, no sé qué o cuánto esperas de mí, no lo sé porque no me lo has escrito todavía, no me los has dicho aún, pero nunca, nunca nos hagamos daño, que nunca tengamos que llorar por mentiras o engaños, hablémonos de frente y guardemos los cuchillos de la desconfianza. Tampoco nadie debería llorar por nuestra curiosidad. No sabemos nada de este nosotros del aire que ahora nos hace felices. Todavía no nos hemos planteado las tres preguntas, no queremos, nos basta con escribirnos, reír, mirarnos y disfrutar del milagro intelectual. Hay más, mucho más, delante y detrás del escenario, lee mis cartas primeras, lee las tuyas desde hace tres años, mira esas frutas mordidas, has notado el color del río esta mañana, has esperado mi nombre en MSN ¿a quién?, ¿quién soy yo para ti?, dame nombre. Soy una morsa, soy una isla. ¿Quién eres tú? Luego sigo, ahora me traen las medicinas.
La palabra infinito es infinita,
la palabra misterio es misteriosa.
Ambas son infinitas, misteriosas.
En esta hora eterna de penumbras y distancia, la gota dulce de tu nombre se retuerce como una marea que me lleva y me atormenta. La infeliz cuchillada de este amor sin control, fuera de hora, me impide con su terca insistencia pensar en otra cosa que no seas tú, tú, tú.
En este inmenso mar de recuerdos no vividos, las fábulas que me animan y me matan golpean mi cordura, la zarandean, me llevan y me traen desde lo oscuro, desde el secreto que aliento con silenciosa insistencia en esta herida abierta de quererte y quererte sin defensa.
La calma o aquello que pudo que ser una fiesta de suspiros y de besos, un torbellino de miradas y de manos, una tormenta de ay gozoso, se ha convertido en un paisaje común, blanco, vacío, lleno de nada y nieve, solo mis leves palabras flotando, obstinadas, en el viento frío de un invierno constante.
No leas estas líneas, son aullidos. Escucha en el fondo de estos papeles los gritos obnubilados de este hombre vulnerable, indefenso, delirante, que se arriesga sin medida frente a tu abismo que crece y crece, sin esperanza ya de verte un día más, de encontrarte como entonces, como nunca, porque tú y yo estábamos hechos para un no repetido, para un imposible baile sin música, para una lejanía de otros mares, una despiadada espera frente a las puertas cerradas, siempre cerradas.
Ahora debo irme. Sin mirar atrás. Sin esperanza. Sin ira. Con todo el llanto retenido bajo la coraza que me contiene y protege, también me aparta, deforma mi debilidad detrás de esta máscara de soledad y miedo.
No soy feliz, no podré serlo ya. Que este glaciar desconsolado me sepulte y rompa el recuerdo de tu nombre.
- Esta carta, me refiero a esta carta. ¿La reconoces?
- Si, es la que te envié ayer. Te la escribí el domingo.
- ¡Mentiroso! La encontré el viernes pasado debajo de la almohada de Isabel.
- Bueno, es posible. Quizás envié un borrador. No lo sé.
- También en esto me has engañado.
- Creo que te estás equivocando.-
- Sí, y también se la escribiste a Julia y a Lola y a Dulce. Me lo han dicho ellas. Y las otras cartas que me enviaste antes. ¡Ya estaban escritas, usadas, antiguas, eran para otras mujeres!
- Bueno, querida, no te pongas tan trágica, que tampoco es para tanto. Tú sabes que eres el gran amor de mi vida. Mi primera y última mujer.
- Solo sabes mentir. Siempre me has mentido. Desde niños me mentías, tan arrogante, tan lejano....
Sus voces se pierden mientras se alejan caminando por el pasillo, tomados del brazo.
Una enfermera comenta a otra – Siempre están discutiendo y siempre juntos. Desde hace cinco años son el idilio de la residencia. Ay, estos viejos, tan románticos, se vuelven como chiquillos.
Como a veces
nos viene a la memoria
algo sin importancia
que dejamos
para el día siguiente
hace ya tiempo
he recordado
viejo amor
cuanto te quise
(Karmelo C. Iribarren)
Manual del cortejo en el diálogo de cartas aéreas, inventar la historia, inventar al otro, reinventarnos, es decir lo nuevo, lo bello, utilidad de lo inútil, ahí está la palabra, asediándonos, cercándonos, la magia del deseo, desear el deseo, atrevimiento progresivo llenándonos de la música erótica de nuestros cuerpos recién descubiertos, construidos desde la imaginación, desde la necesidad, mujer y hombre nuevos en cada gesto singular del intercambio de correspondencia, sin sellos ni sobres, sin otro cartero que outlook, cambiando un alfeizar por otro, ventana a un mundo con huertas sembradas de osadía, de espera, de ilusión, nerviosismo ante la tardanza en una respuesta, celos irlandeses, repetir los errores de lo cotidiano, posesivo afán de capturar lo inaprensible, reproches, ¿cómo puedes querer a una desconocida?, distanciamiento, agujero del adiós, peor, el silencio instaurando su reino implacable, totalitario, sabor tan amargo de lo que fue sin ser, otro hueco en el corazón, otro nombre perdido en la libreta de direcciones.
Monique, jamás iremos juntos a París, ya no, pasó nuestro tiempo. No pasearemos tomados de la mano frente al número 5 de la rue de Lille, no me explicarás, paciente, que la vida no es trágica, sino cómica.
Veo tu/vuestra página y me parece un hijo descarriado, irreverente, que cambia las huellas y los signos, que no quiere reconocerse en un padre ausente, un símbolo de lo que no es, de un tiempo cerrado al goce, también al dolor, una aséptica mirada a un territorio extranjero, un contraste entre tu entusiasmo y mi indiferencia, una prueba del estertor de lo bello, del destierro, de cómo suplir una pasión por otra. Por eso ahora me río después de haber llorado tanto, cumplidos los plazos, tu transferencia, el vínculo de amor, ese amor-pasión en el lazo entre los seres lo has cambiado por otros seres, lejanos/cercanos, pintores, escultores, dibujantes de tu pasión, de tu ser íntimo, has cambiado la pasión del cuerpo por la del alma, ya no sé si tu cuerpo era también tu alma, tampoco importa demasiado. Ya no pasearemos por un Montmartre que tanto imaginé.
Sí, dudo que sigas leyendo, atareada en tu todo, tú eres ese todo y el resto es supervivencia, cosas nimias, comer, ver cómo rompen las olas en el faro de Arriluce, el canto de un pájaro en los árboles junto a tu casa, exageraciones, hablo sin la menor esperanza…persevero, no sé a qué viene esto, quizás a que hoy he pensado en ti después de mucho tiempo, he pensado que ya no pienso en ti, he pensado en la libertad de mis emociones, en suspiros, también en un plano detrás de otros planos que conforman una vida, otro tiempo, he dejado las nostalgias colgadas de un clavo, créeme, aunque quizás escribir así lo desmienta, no sé, casi nunca sé, vivo y digo, persevero, necesitaba escribir hoy, sobre ti, sobre una habitación luminosa, sobre un perro negro y lustroso, sobre la capacidad de empezar de nuevo, de aprender incluso de mi propia ignorancia, no sabía amar, comprendí que hacerlo proporciona infinito goce, mucho más que ser amado.
Manteniendo la mirada y las manos abiertas te digo, no me hagas caso, esa tu/vuestra página, que aplaudo, me parece la prueba de tu desamor, sin más. Y esta carta es solo la confirmación de que soy un estúpido despechado, rencoroso, reconcomido al pensar que me utilizaste, mi cuerpo, que jugaste con mi pasión y mi amor, mi candidez, mi entrega. Me siento ruin, injusto, al pensar que hiciste conmigo lo que tantas veces hice yo. Mucho más sabiendo que no es cierto.
Ahora te envío, como no, mi cariño y una sonrisa, mi disposición a que, aunque mi silencio sea lo natural, cuentes conmigo para aquellos mínimos resquicios en los que tu autosuficiencia no sea suficiente. También te beso.
Veamos ¿qué tenemos?
Hay una maleta negra pegada a la pierna de un hombre con un abrigo negro sentado en una terraza gris donde llueven palomas, rutinas y esperanzas a punto de extinguirse. Cómo ha llegado a este lugar lo han contado ya.
Hay una mujer con una gabardina roja que viene recién peinada de amor y que se busca en ese al que busca. Su insistencia en esta actividad tan pesada también la han contado.
Luego están los lectores que conocen la historia, los que no y los que esperan su continuidad. Prescindiré de los de en medio y me centraré en los otros dos grupos.
Bien, estáis de suerte ya que estuve allí, lo vi todo, puedo contar cada detalle. Atentos, empiezo.
Plano desde arriba. La plaza Mayor casi vacía. Gritos de niños invisibles. Zureo de palomas. Las mesas perfectamente alineadas sobre las baldosas ajedrecísticas. Dos camareras aburridas, sin clientes. Un limpiabotas canturrea, ebrio de cazalla y soledad. El hombre del abrigo negro acerca más la maleta a su pierna, con la otra mano revuelve un café con leche que se enfría sobre la mesa gris. Cruza un ciclista montado sobre dos ruedas en su afán de perseguir su propia juventud. Una florista deja una estela de azucenas y desaparece por una esquina. Los gorriones alborotan las cornisas. Una anciana sacude una alfombra por la ventana, llora, a chorros. Un gato se aburre como un gato. Una mujer, sonámbula, con una gabardina roja, camina con lentitud y se dirige en línea recta hacia el hombre sentado. De los soportales ha salido un joven de pelo engominado y andares chulescos. Desde el ático miro todo esto, abrigado en mi sillón de jubilado, sin dinero ni ganas de pisar la calle, curioso por rutina, por falta de otra actividad mejor.
La cámara baja despacio y atrapa la actividad creciente en la plaza Mayor. Un hombre de facciones orientales toca el violín frente a un pañuelo blanco huérfano de euros. La mujer de la gabardina roja aprieta el paso y los labios, mira al hombre del abrigo negro, algo dice entre dientes. El gato arquea el lomo, se despereza y maúlla. Las dos camareras parlotean mientras pasan un trapo por las sillas. El limpiabotas se limpia la nariz. Una anciana riega sus tiestos de geranios y camelias. El hombre del abrigo negro ha visto a la mujer, se levanta, sonríe. Un perro viejo ladra y provoca una desbandada de palomas. La mujer de rojo tiende los brazos hacia el hombre de negro. El joven del pelo engominado lleva una navaja en la mano derecha. Lo veo, me incorporo y grito. Por un instante, el hombre, la mujer y el joven forman un triángulo detenido en el tiempo. La navaja describe un semicírculo de plata en el aire y se clava en el pecho del hombre del abrigo negro; los gorriones vuelan; el del pelo con gomina se lleva la maleta; las camareras chillan; la mujer de la gabardina roja se arrodilla y mira al cielo; llamo a la policía; justo en ese momento entra en la plaza una excursión de jubilados que sigue a un guía enarbolando un paraguas de colores; varias decenas de niños irrumpen con sus juegos, carreras, chillidos y ansiedades en el periodo de descanso del colegio en los bajos de la casa; un cartero colgado de su gran cartera sigue su camino sin mirar la escena; se acercan las sirenas de los coches de policía; cierro la puerta del balcón y enciendo la televisión; esta ciudad cada día es más peligrosa.
Amigo Blas de Otero: Porque sé que tú existes,
y porque el mundo existe, y yo también existo,
porque tú y yo y el mundo nos estamos muriendo,
gastando nuestras vueltas como quien no hace nada,
quiero hablarte y hablarme, dejar hablar al mundo
de este dolor que insiste en todo lo que existe.
Vamos a ver, amigo, si esto puede aguantarse:
El semillero hirviente de un corazón podrido,
los mordiscos chiquitos de las larvas hambrientas,
los días cualesquiera que nos comen por dentro,
la carga de miseria, la experiencia —un residuo—,
las penas amasadas con lento polvo y llanto.
Nos estamos muriendo por los cuatro costados,
y también por el quinto de un Dios que no entendemos.
Los metales furiosos, los mohos del cansancio,
los ácidos borrachos de amarguras antiguas,
las corrupciones vivas, las penas materiales...
todo esto —tú sabes—, todo esto y lo otro.
Tú sabes. No perdonas. Estás ardiendo vivo.
La llama que nos duele quería ser un ala.
Tú sabes y tu verso pone el grito en el cielo.
Tú, tan serio, tan hombre, tan de Dios aun si pecas,
sabes también por dentro de una angustia rampante,
de poemas prosaicos, de un amor sublevado.
Nuestra pena es tan vieja que quizá no sea humana:
ese mugido triste del mar abandonado,
ese temblor insomne de un follaje indistinto,
las montañas convulsas, el éter luminoso,
un ave que se ha vuelto invisible en el viento,
viven, dicen y sufren en nuestra propia carne.
Con los cuatro elementos de la sangre, los huesos,
el alma transparente y el yo opaco en su centro,
soy el agua sin forma que cambiando se irisa,
la inercia de la tierra sin memoria que pesa,
el aire estupefacto que en sí mismo se pierde,
el corazón que insiste tartamudo afirmando.
Soy creciente. Me muero. Soy materia. Palpito.
Soy un dolor antiguo como el mundo que aún dura.
He asumido en mi cuerpo la pasión, el misterio,
la esperanza, el pecado, el recuerdo, el cansancio,
Soy la instancia que elevan hacia un Dios excelente
la materia y el fuego, los latidos arcaicos.
Debo salvarlo todo si he de salvarme entero.
Soy coral, soy muchacha, soy sombra y aire nuevo,
soy el tordo en la zarza, soy la luz en el trino,
soy fuego sin sustancia, soy espacio en el canto,
soy estrella, soy tigre, soy niño y soy diamante
que proclaman y exigen que me haga Dios con ellos.
¡Si fuera yo quien sufre! ¡Si fuera Blas de Otero!
¡Si sólo fuera un hombre pequeñito que muere
sabiendo lo que sabe, pesando lo que pesa!
Mas es el mundo entero quien se exalta en nosotros
y es una vieja historia lo que aquí desemboca.
Ser hombre no es ser hombre. Ser hombre es otra cosa.
Invoco a los amantes, los mártires, los locos
que salen de sí mismos buscándose más altos.
Invoco a los valientes, los héroes, los obreros,
los hombres trabajados que duramente aguantan
y día a día ganan su pan, mas piden vino.
Invoco a los dolidos. Invoco a los ardientes.
Invoco a los que asaltan, hiriéndose, gloriosos,
la justicia exclusiva y el orden calculado,
las rutinas mortales, el bienestar virtuoso,
la condición finita del hombre que en sí acaba,
la consecuencia estricta, los daños absolutos.
Invoco a los que sufren rompiéndose y amando.
Tú también, Blas de Otero, chocas con las fronteras,
con la crueldad del tiempo, con límites absurdos,
con tu ciudad, tus días y un caer gota a gota,
con ese mal tremendo que no te explica nadie.
Irónicos zumbidos de aviones que pasan
y muertos boca arriba que no, no perdonamos.
A veces me parece que no comprendo nada,
ni este asfalto que piso, ni ese anuncio que miro.
Lo real me resulta increíble y remoto.
Hablo aquí y estoy lejos. Soy yo, pero soy otro.
Sonámbulo transcurro sin memoria ni afecto,
desprendido y sin peso, por lúcido ya loco.
Detrás de cada cosa hay otra cosa que es la misma,
idéntica y distinta, real y a un tiempo extraña.
Detrás de cada hombre un espejo repite
los gestos consabidos, mas lejos ya, muy lejos.
Detrás de Blas de Otero, Blas de Otero me mira,
quizá me da la vuelta y viene por mi espalda.
Hace aún pocos días caminábamos juntos
en el frío, en el miedo, en la noche de enero
rasa con sus estrellas declaradas lucientes,
y era raro sentirnos diferentes, andando.
Si tu codo rozaba por azar mi costado,
un temblor me decía: «Ese es otro, un misterio.»
Hablábamos distantes, inútiles, correctos,
distantes y vacíos porque Dios se ocultaba,
distintos en un tiempo y un lugar personales,
en las pisadas huecas, en un mirar furtivo,
en esto con que afirmo: «Yo, tú, él, hoy, mañana»,
en esto que separa y es dolor sin remedio.
Tuvimos aún que andar, cruzar calles vacías,
desfilar ante casas quizá nunca habitadas,
saber que una escalera por sí misma no acaba,
traspasar una puerta -lo que es siempre asombroso-,
saludar a otro amigo también raro y humano,
esperar que dijeras -era un milagro-: Dios al fin escuchaba.
Todo el dolor del mundo le atraía a nosotros.
Las iras eran santas; el amor, atrevido;
los árboles, los rayos, la materia, las olas,
salían en el hombre de un penar sin conciencia,
de un seguir por milenios, sin historia, perdidos.
Como quien dice «sí», dije Dios sin pensarlo.
Y vi que era posible vivir, seguir cantando.
Y vi que el mismo abismo de miseria medía
como una boca hambrienta, qué grande es la esperanza.
Con los cuatro elementos, más y menos que hombre,
sentí que era posible salvar el mundo entero,
salvarme en él, salvarlo, ser divino hasta en cuerpo.
Por eso, amigo mío, te recuerdo, llorando;
te recuerdo, riendo; te recuerdo, borracho;
pensando que soy bueno, mordiéndome las uñas,
con este yo enconado que no quiero que exista,
con eso que en ti canta, con eso en que me extingo
y digo derramado: amigo Blas de Otero.
En un tiempo me leí a Celaya de cabo a rabo, me gustaba su poesía clara, -social decían-, su fuerza, le entendía, era humano. También me leí a Blas (aunque para mi gusto hablaba demasiado de Dios). En aquel tiempo no hice la Revolución, estaba demasiado ocupado, buscándome. Sé que ya nunca voy a encontrarme, creo que ahora tampoco la haré. Lo dejo entre tantas cosas como tengo pendientes (si mi madre me escuchara llamar “cosa” a la Revolución ...)
Ahora leo a Celaya, lo que he copiado arriba, ay, con cosas así cómo demonios ando leyendo blogs (con todos mis respetos). Mis excusas, que cada uno lea y haga lo que le venga en gana. Aunque con este sábado tan maravilloso, con la primavera rompiéndose ahí fuera, todo verde, nuevo, con brisa, sombra bajo los árboles de los jardines de Albia ¿qué hago escribiendo estas tonterías? Me voy. La vida está ahí fuera, que ustedes la/o disfruten.
La vida sigue.
Tengo las pruebas.
Te lo puedo demostrar en menos de un minuto.
El cronómetro está en marcha.
Los vigilantes de Cupido duermen, indiferentes al ladrido de los perros y al vuelo de las urracas.
Un hombre asa arenques junto a la tapia del cementerio.
A orillas del Guadalquivir, dos hermanas se debaten entre la curiosidad y la pena.
Aquel observador, fascinado, se refugió en la viña.
Mil carcajadas se clavan en el adolescente con acné y sueños rotos; o a él se lo parece.
Un fondo inhóspito de pararrayos y cúpulas ennegrecidas por la suciedad.
El perro zamarrea entre los dientes un guante blanco, sucio y roto.
Un cuadro con Aníbal cruzando los Alpes a lomos de un elefante; Aníbal no era zurdo.
Juan, vestido con ropas de mujer, mirándose al espejo.
Un beso.
La mujer sentada en lo alto de una torre tiende su capa a merced del viento.
Un verdugo rezando el santo rosario. Ora pro nobis.
Los ojos de la indiferencia, las trampas del juego, el azar del amor.
Una escala trepando hacia el cielo.
Un loco pesca debajo de una red.
El dulce aroma de las flores del engaño. Por favor, envíeme dos ramos a esta dirección.
Una tertulia alrededor de la mesa del mundo; se ha derramado el vino.
Los pájaros ladrones picotean en el maizal.
Una niña vestida de inocencia.
Un bombero apagando el fuego de su soledad.
Ese gato se está comiendo los arenques de antes. ¿Recordáis?
55 segundos.
Espera, espera, no vale porque se me ha parado antes de tiempo. ¿Estará estropeado?
Empezamos otra vez.
La vida sigue.
Tengo las pruebas.
¿O no?
“Presidiendo la mesa familiar ese hombre está mirando la televisión. Los informativos presentan imágenes de una guerra. Enfadado, busca en el mando a distancia hasta encontrar un programa de variedades. Sus hijos están comiendo a su lado, no hablan. Su esposa va y viene de la cocina, masticando, trae el agua, se lleva un plato, se sienta, se levanta, tampoco habla.”
Ese hombre lleva una pistola en la mano derecha. Le secundan otros hombres también armados. Se acercan a una casa en las afueras del pueblo. Con gritos imperiosos ordena a sus ocupantes que salgan. Salen dos familias. Lo que queda de ellas: ancianos, niños, mujeres. Les intimidan. Les forman en hilera contra la pared. Golpean a un viejo que les miraba. Entran a la casa y se apoderan de unos pocos objetos de valor. Un hombre alto, barbado, separa a una mujer joven y la lleva detrás de la casa. Se oyen sus gritos pidiendo auxilio. El hombre de la pistola camina unos pasos, se separa y abre fuego sobre el grupo indefenso. Sus compañeros le secundan. Los cuerpos se agitan ante las balas, se rompen, caen al suelo. Todavía resuena el eco de los gritos de muerte cuando vuelve el hombre barbado empujando a la mujer, sucia de barro, sujetándose la falda. Por la espalda, le golpea en la cabeza con la culata de su arma, dos veces. La sangre le sale por la boca mientras cae al suelo junto a lo que fue su familia. Algún cuerpo todavía se mueve. Luego los hombres queman la casa y se van. Ríen.
“Ese hombre está riñendo a su esposa. Le dice que es demasiado sensible, que esas cosas pasan muy lejos, que es gente rara, no hay más que ver como visten, como hablan, no se les entiende nada. Le dice que ese es un conflicto histórico, que esos pueblos siempre han estado luchando entre ellos. Le cuenta, otra vez, que su madre sí que lo pasó mal en la guerra civil. Le dice que se preocupe de la cena. Le pasa la mano por la espalda y se va al salón a leer el periódico deportivo. Sus hijos se pelean en el pasillo. Ríen.”
Ese hombre está dormido. Le despiertan las sirenas de alarma. En la oscuridad busca los pantalones, maldiciendo por habérselos quitado. Escucha aviones hacia el norte – están lejos, no hay peligro - piensa. Va al cuarto de sus hijos. Una explosión y en el segundo siguiente todo desaparece alrededor. Sus cuerpos quedan fragmentados en pedazos. Apenas han tenido tiempo de sufrir, de saber que han muerto. Los bombarderos siguen dejando su diaria carga diaria de destrucción. Los periódicos dirán que por un trágico error se han bombardeado objetivos civiles. Y sigue la tragedia.
“Ese hombre está en unos grandes almacenes, no sabe si comprarse una camisa con rayas rojas o azules. No acaba de saber qué color combinará mejor con sus corbatas. Está preocupado por esta cuestión. Se pone nervioso con estas cosas. Su esposa no le ha acompañado y suele aconsejarle. Esto le molesta -esta mujer no está nunca cuando la necesito-.”
Ese hombre ha salido a buscar comida. Con esperanza. El huracán le dejó sin nada. Los políticos que vinieron entonces no se acuerdan de sus promesas. El agua, el lodo, se llevó su casa con su familia dentro. Él se salvó, ni sabe cómo. A veces quisiera haber muerto. Reza, nunca fue demasiado religioso pero ahora reza. Los niños del poblado se burlan cuando le ven de rodillas.- El viejo se volvió loco - dicen. Él sólo quiere encontrar comida y agua. También busca alguien que le de trabajo por un poco de dinero, para buscar un techo, un mañana. Camina, con esperanza. A veces se para y reza, otra vez.
"Ese hombre está conduciendo rápido su automóvil por el carril izquierdo de la autopista. Adelanta a los demás coches. Tiene prisa, le espera un cliente. Sonriente, mira su rostro en el espejo retrovisor. Está satisfecho, los negocios le van bien, este año aumentaran sus beneficios a pesar de la crisis. Llamará a Marta para ir juntos a comer. Llamará a su esposa para decirle que no irá a comer. Recogerá la raqueta nueva de tenis. Elegirá un menú para el banquete de inauguración de la nueva oficina. Ese pobre hombre está inmerso en un sin vivir.”
Ese hombre camina por un sendero de tierra. No tiene la mano derecha y el muñón está envuelto en vendas ensangrentadas. Su cara tiene profundos cortes. A su lado un niño famélico, demacrado, mira a todos lados. Escuchan el ruido de un motor y se esconden entre las altas hierbas. Su piel negra tiembla y sus ojos trasmiten el pánico que les embarga. Pasa un jeep con cuatro guerrilleros muy jóvenes y un prisionero al que golpean sin cesar. Sus gritos se pierden a lo lejos. El hombre y el niño se levantan y corren en dirección opuesta.
“Ese hombre con un pijama de seda está tomando una cerveza. Se mira al espejo. Decide que no ha engordado demasiado. Y se toma otra cerveza.”
Ese hombre se inclina junta al cuerpo inmóvil que yace a sus pies y con un hábil movimiento de sus dedos le arranca un ojo. Después el otro. Los introduce en un frasco lleno de ojos que guarda en su mochila. Otros hombres, entre los cadáveres, le imitan. Sus botas van dejando huellas sobre la nieve manchada de sangre. Todos ríen.
Padre nuestro que estás en los cielos. Santificado sea tu Nombre. Venga a nosotros tu Reino. Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día. Perdona nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Y no nos dejes caer en la tentación mas líbranos del mal. Amén.
porque lo ido no dejó ni estela
porque la estela no recoge a su paso ni fruto ni piedra porque las horas son ceniza porque las horas son ciegas o están llenas de ojos porque el alma carece de ventana y el cuerpo de puerta porque hay pozo como hay palabra porque no hay palabra sino pozo
únicamente pozo
(Carlos Barbarito Argentina 1955.)
Pues, señor, esta era una obsesión que duraba demasiado. Consistía en vivir sin vivir. Era agotador andar de acá para allá con la calavera, ser o no ser. La cuestión era donde aparcarla, con lo caro que está el suelo. Se decidió por la gastronomía.
• Habas tiernas de temporada.
• Tempura de verduras.
• Rape a la jardinera.
• Palmeras de chocolate y fresa.
• Café.
Aquí dentro, aún en los lindes de la insatisfacción buscando la íntima verdad, lo que es, comprometido en la propia vida, en lo que ocurre, sin cerrar los ojos, sin mentiras, sin maquillar el bostezo, sin música grabada, cantando a pleno pulmón en las alturas de lo cotidiano, intentando la línea que dibuje en el aire un territorio de luz, a veces entre nubes –claro- sin obsesiones, ni miedo, interpretando junto al coro de fantasmas una partitura incomprensible, la canción saldrá bien o mal, pero aquí estamos, hoy también. Hola...
Perdón por la interrupción. Me dicen que hay problemas de acústica. Lo siento. Parece que hay algo que distorsiona. Los escépticos patean. Y los nerviosos. La que no duda corre las cortinas. Guardo en una caja las ficciones y hoy es un día cualquiera. No se amontonen en la puerta que hay sitio al fondo. Que ustedes lo disfruten.
En el rincón, con los brazos en cruz, con grandes orejas de burro, de papel, como mis palabras, de papel, al viento, aventadas sobre el precipicio, perdidas, inútiles, rotas, fragmentos de voces, ecos mínimos, blip, blip, puertas sin cerradura, pero cerradas, a cal y canto, yo no canto, ya, gemí, sí, lloré, me perdí en oscuridades interiores, mi propia gruta, nunca me había entrado tan dentro, mi yo desconocido, mis abismos, mis cielos, vuelo al fondo de otra galaxia, en aeroplano sin gasolina, sin motor, (mari) ángeles rompiéndose la cabeza contra el suelo, plof, plof, Luzbel quemándose las alas con el fulgor de la Diosa del Silencio, hip-hop, ojalá estuvieras aquí, Pink, citas en hoteles de tercera, Floyd, besos bajo la lluvia, almas desnudas en encuentros furtivos, cuerpos desnudos en camas desordenadas con restos de desayunos continentales, choque de cartas de colores, no estoy preparada, si estoy preparada, guardagujas de un paso a nivel con locomotoras sordas, con candiles que no rompen oscuridades, con buitres golosos sobre desiertos llenos de cadáveres -joder con los cultos, cultas- voy y vengo a zancadas por estradas y callejones, busco la manera de escribir, de mentir, de decir, de engañar (me) para poder escribir la verdad, aunque no lo parezca, para que no lo parezca, mensajes en clave, me lee, no me lee, margarita voluble, pétalos guardados en cajas de costura, sus caderas, ay, que lamía los dedos de sus pies, que acariciaba su alma, que besaba sus párpados, que dejaba el peso de mi cuerpo sobre sus huesos marcados, alto, esto es un blog en permanente construcción, zoco de emociones adulteradas, con adúlteros (mentales) sin conservantes ni colorantes, bitácora con/sin brújula, atisbo de nuevas formulas de comunicación, soledad, egos como catedrales, limosnas mutuas, curiosidad, castigados en el cuarto oscuro, índice de ventas, digo... de lecturas, espejos, consejos, bosquejos, absurdo, arbustos floreciendo, la vida por el desagüe de los días y así, pisando cristales de alabanza, brasas del no, bien o mal, yo qué sé, puedo estar escribiendo hasta el aburrimiento (vuestro o mío).
E debo ser esta que se retorce
debaixo do ceo desquiciado
de estas entrañas horas
(Emma Couceiro)
Rebelión, me paro, hoy no escribo, cambio de conversación, otra carretera, se me averiaron los aviones, se gripó el motor, se fundieron los semáforos, no sé si marcan rojo, verde o parpadea el amarillo, permítanme que hoy envíe solo este puzle de espuma de ola sobre fondo negro porque desde el área el balón describió una bella parábola, era un centro medido, preciso, a la esquina, antes lo hubiera atrapado sin esfuerzo pero ¡crac¡ algún músculo de mi pierna derecha crujió y un dolor intenso me dejó en la banda para esa temporada y para las siguientes, luego el sillón, los interminables días mirando el parque desde la ventana y ahí empezó otro proceso, como aquel extraño animal prehistórico que volaba sobre mí y las resacas cotidianas, los monólogos ebrios frente al espejo, la búsqueda desesperada de Dios, el error y los poemas grises desde el frío de la playa de Bakio, tan sucia, con las olas rompiendo bajo el ventanal, después Ionesco describió un círculo, lo acarició y se convirtió en un círculo vicioso porque sólo le valían las palabras y el resto es charlatanería y W. P. Fields no bebía agua porque los peces fornican en ella y no, no me volví loco, me convertí en el conejo blanco de Alicia y no tengo tiempo, no tengo tiempo, el reloj creció y creció y estoy ahí dentro, enano, eludiendo las manecillas como puñales, con el tic-tac que me enloquece y las páginas del calendario cayendo como en una película de los cuarenta, del siglo pasado, fotograma tras fotograma, fuera está granizando y cerremos las ventanas por un rato para que el viento polar no nos deje ateridos ante el espectáculo que antes nos era ajeno y ahora nos pertenece, que no quiere decir más que cómo lo dice, no le busques tres pies al gato, busca la sencillez de una sola palabra y una mirada que intenta ser limpia y sincera, aunque todavía no me he desarmado, tengo la maleta llena de objetos punzantes, de herramientas afiladas para defenderme de mí mismo, mi peor enemigo, el benévolo oponente que conspira encogido en el subconsciente atroz, saltemos del círculo solo para caer en otro círculo, partamos en todos los trenes, seamos el que agita el pañuelo y el que llora detrás de la ventanilla que se aleja, seamos el que vuelve, seamos, por un momento, el que sufre, el olvidado, el preso, el inocente, seamos audaces y subamos a otras galaxias, ahora que hay hielo en Marte, ahora que los carnavales nos dejaron sus disfraces para el próximo año, ahora que tanto desnudar el alma, tanta sinceridad nos dejó el culo al aire por confundir el matiz con la epidermis, antes que la adrenalina nos llegue a la garganta, antes que los libros, los diarios, las revistas, los suplementos dominicales, las páginas web nos inunden, nos desborden, nos transmitan la frustración de saber que con cien vidas mas no tendríamos tiempo para conocer todo, para saber algo, para ignorar que esta sensación trepando por el pecho puede ser un sentimiento amoroso que se extravió, o que llegó la hora de cenar, o un bostezo, y así, con el pijama bien planchado, de la mano de los mayores me voy a la cama y me duermo con un ángel golpeando con sus alas la ventanas cerradas, ¿recuerdas que las cerramos? y no ocurre nada, todo va bien, se fortalece el hilo conductor y lo único malo del tiempo para Valerý es saber que el futuro ya no es lo que era y para Huxley no saber si la tierra es el infierno de otro planeta y, bueno ¿quién no tiene problemas? aunque conocí una mujer que jamás había sufrido, tentado estuve de romperle los brazos, asaltar su cuenta bancaria, raptar a sus repelentes hijos, el chirrido de las ruedas frenando en la pista central indica que ya hemos llegado, se levantan los espectadores, se colocan sus abrigos y los sombreros y, de la mano, se pierden en la niebla, mientras te desean buenas noches o buenos días o indulgencia. Mañana me voy de safari de despistados, espérenme, por favor. Volveré.
Qué extraña escena describes y qué extraños prisioneros. Son
iguales a nosotros.
(Platón. República, Libro VII)
Junto a la puerta del Perdón está el albergue de Jato. Un laberinto de piedra y madera. Estoy en un habitáculo, junto a catorce inquietos desconocidos, tumbado en un mínimo catre. Detrás de las paredes llegan voces en italiano, inglés, francés, alemán y otras lenguas que no distingo. Tengo calor, frío, cansancio, hambre, sueño, me duelen las piernas, no puedo dormir. Encogido en el saco en posición fetal me pregunto qué hago aquí. Añoro el Hilton de Berlín y el calor del vientre de quién yo sé.
Las cosas pasan fuera, las cosas pasan dentro, la vida se desmigaja en días, se demora en la tristeza y las risas corren.
Pasan los años y el sentimiento, la amistad se aferra al alma, la llena de flores, la nutre y vigoriza, da sentido a la vida.
Siéntate, quiero darte una mala noticia.
Estupor, las lágrimas se estancan en el borde de los párpados, la emoción te abraza, el porqué a mí, después vendrá la rabia, la posterior aceptación y en un tiempo empezará una nueva mirada, nuevos colores, la felicidad vista de otra manera, mejor, más plena.
Este es un momento duro, triste, pero también puntual, pasajero, pasará rápido. Sin balances, sin mirar atrás, con la convicción de lo bien hecho, con el tesoro de lo vivido, con la fuerza de todo lo que queda por vivir, con tanto, tanto cariño que no puedo seguir.
Lo bueno es que esto no es una despedida, es la certeza de la continuidad de nuestra amistad.
Gracias por todo lo que me has dado, por tanto cariño en tantos años.
Te quiero mucho.