Mi vida es esta pantalla, el resto es apenas supervivencia, trabajar, comer, dormir, esas actividades necesarias para poder estar frente a este cuadrado mágico que me mantiene y da sentido a mi existencia.
Mi matrimonio, mis hijos son apenas una excusa para encontrar temas para este blog. Como mi familia es bastante aburrida –solo me quieren, hablan, comen y duermen-, debo dedicarme a múltiples actividades a la búsqueda de temas interesantes que atrapen a los lectores.
Así, con seudónimo, he publicado importantes libros, me he dedicado a la pesca del bacalao en Terranova, a la pintura de frescos en Florencia, al cultivo de la orquídea negra, al amor libre, a la recolección de la fresa en Lepe, al robo con escalo, a vender mi sangre, a investigar las miserias humanas, un sinfín de actividades con el único objetivo de tener las experiencias necesarias para poder plasmarlo en desbordantes post que reciban comentarios interminables.
No es tan fácil, además que los ojos se me están quedando ondulados, estoy teniendo serias dificultades para compaginar tanto movimiento. La otra noche, sin ir más lejos, no pude consumar el amor con mi pareja ya que no encontraba la entrada USB –se enfadó mucho, claro-. En cambio con mi amante andaluza fui capaz de tener una relación vía webcam -bastante satisfactoria por cierto-.
Estas cosillas las cuento y algunos aplauden, ya, pero tiene un punto trágico.
Un problema añadido es que se me está olvidando hablar. Escribir, escribo, mucho, demasiado, pero hablar, apenas. Al menos mi santa se queja de eso “Paco –ella me llama así-nunca me dices nada”. Y yo, “sí, cariño, ahora voy” (aunque nunca voy, casi no recuerdo como es su cara). Es que esto del blog, ya sabéis, te come mucho tiempo, te lo devora. Que te comentan y lo contestas, que vives pendiente de las visitas, de saber cuántos te han entrado ayer, de si ha quedado bien la foto de arriba, la de abajo, la longitud de los textos, los colorines.
Luego está lo de los amores; enamorarse de cuatro o cinco personas a la vez es tremendamente complicado, aunque sea por carta. Que tarde o temprano quieren conocerte. Que vayas. O vienen. Y tienes que inventarte un cursillo de macramé en Cádiz, o unos juegos florales en Cuenca, que mi santa se lo cree todo. Ellas, las cuatro o cinco, no, pero ¿a quién le importa?, si tú eres el tres de sus cuatro o cinco, si todo es exagerado, o mentira, o ilusiones.
Los cuentos de la guerra (de nuestra guerra) que suelo dejar no son ciertos, no me han ocurrido a mí. Me lo contó mi abuelo Ramón cuando aún no existían los blogs, cuando aún tenía una vida familiar anormal -lo normal es esto, vivir para contarlo-. Los tenía en algún lugar de la memoria y adorno los recuerdos. Otros cuentos si son ciertos.
Como lo del robo. Quería recrear lo que se siente al decir eso de “la bolsa o la vida”. Me puse una capucha y frente a la ventanilla del BBVA se lo dije al señor de gafas que atendía el mostrador. No me entendió hasta la tercera vez que le grité “que la bolsa o la vida, la pasta”. Con la inexperiencia, con las prisas no me di cuenta que no llevaba pistola ni nada y el señor de gafas me dijo que volviese otro día. Lo conté aquí, modificado, y no lo entendió nadie, posiblemente pensaron que me lo había inventado o que era una broma.
Vaya, qué lástima, ahora mismo me avisa el presidente de la comunidad que van a cortar la luz. Con todo lo que tenía para contar. Bajo a un ciber y luego sigo.