Pasividad
Final de las vacaciones como exilio, un intento inútil de atrancar la puerta del tiempo para que no sumen los días, correr en una dirección equivocada con vientos, nubes, dolor en los huesos.
Final de las vacaciones como exilio, un intento inútil de atrancar la puerta del tiempo para que no sumen los días, correr en una dirección equivocada con vientos, nubes, dolor en los huesos.
Buñuel, un perro andaluz ladra igual que uno de Francia, o no, onomatopeyas no coincidentes, pero el humor, el alcohol, las risas con gin tonic, que no se acabe agosto, que la realidad sea lo de ahora, que la amistad flote sobre la diferencia, que mañana tengamos sol, que el amor sea este sentimiento a flor de piel, o que llueva, milagro de entender que esto es lo que hay, sin sueño, tanto por leer, escribiendo a trompicones (que bonita palabra, trompicón), estamos vivos y Ucrania está muy lejos, y Yemen, lo sabemos pero, tanto dolor pero, tan pequeños pero conscientes, la pandemia no nos ha enseñado nada, mañana llegará el 31 y lloraremos, lloro ahora, mejor, un rato antes de dormir, estáis todos dormidos, ahora, son más de las 2, ¿a quien le importa? Estamos vivos y han atrasado la revolución, mañana será otro día, hasta entonces. Ahora, solo hay ahora.
“Emotionally, I wanted to stay. Intellectually, I wanted to leave. As always, I seemed to enjoy punishing myself”, Susan Sontag.
Irse. Abandonar (a pesar de). Abrazar el camino del frío, la soledad del cambio; ese espacio de la Zona Negativa (donde habita la antimateria, o eso afirma Reed Richards) donde nada es, donde no hay calor (ni cobertura sentimental). No hay nada como alejarse un poco (dicen) para curarse de la psicosis de la proximidad, de la que todos estamos atacados. Hay que alejarse para aprender —a pesar de todo— a conservar, a perfeccionar, a tolerar.
Tiene razón Pla: todo movimiento produce dolor. El dolor de esta embajada más allá de la zona de confort en busca de una mecha, del fuego que ilumine este mármol; “Porque amas lo que se enciende”. El calambre, la angustia de las cosas que aún no han sido, que puede —no sean.
Quedarse. Pelear. Los héroes (dicen) lo son porque siguen de pie, pese a todo; pese a ellos (nosotros) mismos. Seguir cuando no ves rastro de las razones, cuando ya no las hay (¿volverán?). Defender —Luis García Montero— “las noches en mi casa, los barcos sin bandera y los inviernos con sol”. Poner en duda una vez más esa certeza que nos negamos (y van…) que no podemos acatar: que estamos solos.
No tirar la toalla, hasta el fin, hasta el agotamiento; de cada músculo, fin. Seguir, cuando no hay motivos. Que duela —y a pesar de todo, quedarse.
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Jesús Terrés
Level up. Parker en el exilio, lejos de todo, de sí mismo, sorteando afectos viajeros, en efecto, un sentimiento de perlas bañadas con lágrimas, está tumbado en una siesta fría y oscura, sueña que aún no ha terminado el sueño, gira en un atrás y adelante acechado por una jauría de perros negros, despierta y la vida esta cobijada bajo los tilos húmedos, desparejados a lo largo de un camino en zigzag, quizás esto es hablar por hablar pero Parker no sabe dónde empieza lo nuevo, lo nuevo, cómo será el tránsito a lo siguiente, la vuelta, se acurruca, se ovilla, se obstina, se abstrae, se abandona al acaso, a lo que deba ser, qué será, será y ese es el tema, el miedo a un futuro menguante con olor almendrado y leopardos atravesando la pantalla, devorando a los músicos, sembrando pánico en el patio de butacas, los espectadores huyendo entre viñedos y esto era parte del sueño, la tristeza de después, la recaída, el agujero, los médicos aquellos, el psiquiatra meneando la cabeza con escepticismo y sigue la fuga silenciosa, level up.
Con esto de la niebla permanente en el fin de la tierra hay conocimientos que no me llegan. Ayer mismo no sabía que Bioy Casares en su juventud vivía en un lujoso edificio de diez pisos con sirvientes, chóferes, secretarias y ayudantes personales, Borges también andaba por ahí como amigo y mentor. Los Bioy eran muy ricos pero las crisis y unos gastos desorbitados hicieron que el bueno de Adolfo pasara sus últimos años al borde de la indigencia. Qué cosas. No acababa ahī mi ignorancia (ayer) tampoco sabía quién era Czeslaw Milosz, ni qué escribió Oakley Hall, ni qué canta Rafael Berrio, ni que placentero es caminar por las marismas al lado de Langosteira entre el olor del mar y los pinos, ni que en casa Velay preparan una merluza a la cazuela que quita el sentido, ni, ni, ni. Hoy que lo sé me miro al espejo y no me noto nada nuevo, pues vaya. No sé lo que aprenderé hoy.
Bilbao está en fiestas, el contraste entre esa algarabía y mi soledad seguro que exige un periodo de descomprensión (como en aquella película antigua en la que Gilbert Roland subía demasiado rápido de las profundidades e intentaban curarle con hielo y palabras). Por eso, también, sigo aquí, los regresos siempre son duros y algo así necesitaré, el periodo de reencontrar pronto las palabras, la cercanía de lo conocido, la voz de los amigos, las calles de siempre, ponerme al día en respuestas, preparar el siguiente viaje. Estamos todos en permanente tránsito. Alguien a quién quiero me escribe que ha tenido un percance, también dice que está resignada y tranquila. Alguien a quien todavía quiero no me dice nada. Últimos días, dicen que viene una Dana, si llueve que llueva, disfrutemos este ahora, no hay más. Un abrazo para quién lo acepte.
Marie, me baño en tu ombligo como un hombre pequeño que busca entrar en ti buscando los atajos, sorteando tu miedo a ser invadida, defensora de almenas en castillos imposibles, arponera en la proa de una barcaza que cabecea en este mar en el que nos ahogamos sin remedio, entre olas de ternura que nos zarandean, en la resaca del desafío de la distancia, del horizonte, con pérfidos tiburones que rondan en espera de la fatiga, del desfallecimiento, de la mano sobresaliendo en espera de auxilio, no llegará, desiste, estamos solos, sin islas a la vista ni orcas asesinas golpeando el timón de nuestro barco, la superficie del mar oscuro, estamos juntos en un rincón de la paciencia y el recuerdo, prisioneros en cierto modo de la ansiedad de no vernos y basta. Digo/escribo esto como un sacacorchos, como un desahogo, como un ejercicio absurdo y vacío. Ahí fuera aúlla el viento y no es una frase hecha. Que cosas debo inventar para cambiar el sentido del destierro, la comprensión de lo que no hay. Hagan juego señoras y señores, apuesta rojo y par, nena, sin remedio el verano acabará pronto y el invierno es muy largo. Paciencia.
Desde la única ventana de su apartamento en Broome Street, Parker ve la pared de la casa de enfrente. Y ratas en el patio. Decide acabar con ellas. Lo habla con su vecino Cornelius. Se compra un revólver. Camina calle arriba, calle abajo. Lo piensa, quizás sea mejor una pistola con silenciador. Vuelve a la armería. Allí le dicen que no se pueden cambiar armas usadas. Por no discutir se lleva todo, armas, silenciador, municiones, una diana de colores. Se apunta a un cursillo de tiro en una academia del Soho. Hace amistad con varios tipos duros. Les cuenta que quiere acabar con las ratas. Dos de aquellos tipos le convencen para otra clase de actividades. Dice que sí. Entre los tres roban la recaudación del sábado noche del McSorley’s Old Ale House. Matan al portero. Matan a una señora que paseaba al perro. Matan a un camarero japonés. Parker mata a los dos tipos duros y se lleva la pasta. En su apartamento, Parker mira la pared de la casa de enfrente. Y a las ratas del patio. Llama a una empresa de desratización. Dejan el patio limpio de vida animal. Piensa en su futuro. Con el dinero del botín se compra esa eficiente empresa. El negocio va viento en popa (*) Abre una sucursal en New Jersey. Dos meses después otra en Connecticut. Se forra, gana muchísimo dinero, es millonario. Se muda de casa. Desde el amplio ventanal de su nuevo apartamento Parker mira el fluir de un East River melancólico. No ve ratas. La vida es así. O parecido. Alguien llama a la puerta. Parker se dispone a abrir…
(…no debería contarlo pero la banda de aquellos dos tipos que mató Parker busca venganza… Pero esa es otra historia…
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Foto: Rebecca Lepkoff.
Ya sé que usted es un estudioso de Georg Wilhelm Friedrich Hegel y que, por consiguiente, no tiene tiempo para absurdas series de televisión, la risa y/o actividades varias que no pueda compartir en redes sociales y sitios así. Sé también que se considera especial, diferente, más, un tipo único, con gustos excelsos y vaya a saber que cúmulo de virtudes, no me lo puedo ni imaginar. Pues a usted, precisamente a usted, no le aconsejo ver “How To with John Wilson“, no, se sentiría entre violento y confortado al saber que pululan por ahí, principalmente en NY, personas y comportamientos que reconoce, actividades chuscas en las que se ve reflejado y que, en cierto modo, empañan su autoestima. Pensándolo bien, véala, se dará cuenta que este mundo, principalmente NY, necesita algo así como las siete plagas de Egipto porque los frikis se están apoderando del planeta Tierra y que usted (y yo) somos parte de ese plan de conquista. Deje la filosofía y entre en el absurdo con este John Wilson que tiene más enjundia de lo que parece a primera vista. Además se reirá, se lo garantizo.
Intentar comentar en agosto del 22 esta película del 77, hace 45 tacos, creo que no tiene demasiado sentido. No lo haré, ha pasado tanto tiempo y tanto cine que los supervivientes con memoria y los recién nacidos, en el improbable caso que leyeran esto, esbozarían sonrisas autosuficientes, cínicas, de indulgencia. Pero la fotografía, madre del amor hermoso. Esos planos, señor del gran poder. La ambientación, grafitis incluidos, pura nostalgia, en vena, tiempo convulso, Hamburgo, Paris, New York, hagan juego. Las interpretaciones, unas por excesivas, otras por contenidas, qué cosa, oiga. El guion, a veces se entiende. La música, buena, con un tarareo de drive my car y una canción de the Kinks. ¿El director? Win Wenders. Entonces qué ¿la veo? Yo qué sé, solo escribo esto para llenar el post nuestro de cada día. Amén.
Parker puede dejar lo suyo en una vitrina o en un vertedero, el resultado es el mismo. Camina, para saberlo. Un día caminó tan lejos que se perdió al volver. Es lo que tiene, hay que conocer los límites propios, también los ajenos, los de los otros, por si acaso. Me lo cuenta en una mañana de resaca, ya sabes, anoche esto, anoche lo otro. Las noches son largas si no estás con la persona adecuada, dice, Parker. Quizás tenga razón, tampoco importa demasiado. Hay tantas opiniones, gustos, tendencias, comportamientos, que a veces se siente de otro planeta, de Júpiter por ejemplo, ahí, dando vueltas por un espacio infinito. Muchas veces lo piensa, eso y lo de la eternidad. Se agobia. Como no tiene amigos de verdad no puede comentarlo. Tiene miedo que se rían de ėl. Me llama. Ayer, a las siete de la mañana. “Joder tío, que noche”. Y me cuenta sus mierdas. Él no sabe que después yo las cuento aquí. No es una traición, algún día se lo confesaré, seguro que le encanta. Contaré lo de la rubia. Ni siquiera sabe su nombre. Es una bonita historia con final incierto. No ha terminado, por eso digo lo de incierto. Me llama. A ver qué quiere ahora. Que conste que nunca nos hemos visto en persona. Luego sigo.
Patricia Highsmith. He leído alguna novela de esta autora. He visto sus fotografías, en apariencia una señora de gesto amargo. Me han gustado varias películas basadas en sus libros. Ahí terminaba lo que sabía sobre su vida. He visto el documental “Amando a Highsmith” y me ha encantado . He podido entrar en la persona detrás del personaje, en sus dolores y en sus amores, en su infancia y en su madurez, en sus frases llenas de poesía y de verdad, en el drama humano de buscar la felicidad entre las contradicciones y la realidad, entre el deseo y lo cotidiano. Aunque, como lector, no sé si es bueno conocer la vida real de los escritores de ficción, reconozco que el documental es magnífico, para disfrutarlo.
La importancia de lo inútil. Es que esto va así, rápido, para cuando te quieres dar cuenta ya no hay remedio. La moto estaba ahí, plantada en donde yo, rompía la estética y la costumbre. Eran dos, hombre y mujer, siniestros, silenciosos, son los peores. Parker les vigilaba desde la ventana, escondido, nervioso, no fuera ser que. La monja, novicia o lo que fuera, también apareció. Demasiada gente para la rutina echada a perder. Estaba el viento que sí, era normal. Estaba el calor a veces. Estaba Parker en la ventana viendo alejarse la moto, perdiéndose en la.niebla. Esa es otra, la niebla. Habían mancillado las líneas amarillas que para algo están, vamos digo yo. Y Parker, los dos lo decimos. A grandes rasgos esto es todo, no es cosa de, ni de, sí ella quiere quizás de, veremos, lo consulto. Pasa el corte. O no. Calculo que unos 142. Parker se ha quedado dormido leyendo lo del tren bala, así no hay quien se entere. Después de la caída del muro esto. Llamo a Tanja Hollander y seguimos, mano a mano.
Paul Cadmus (American, 1904-1999), 1957Notturno Bologna
Es lo que tiene tratar con amigas psiquiatras. Entré a su consulta, decidido, desenfadado y las dos, al unísono, diagnosticaron "neurótico obsesivo". Pero, ¿tanto se me notaba?, eso ¿se lleva en la cara? El caso es que aquellas dos eran las mejores amigas de mi amiga de entonces y, ya sabes, todo se contagia, que empecé a interesarme por los temas de la mente y el carácter y las chifladuras varias y sí, era ¿soy? neurótico obsesivo. No es cuestión ahora de empezar a explicar aquí los síntomas ni las consecuencias, ni si hay que curarlo o viene de serie, si se contagia o quizás es bueno, yo qué sé, hay cosas peores, perverso polimorfo, por ejemplo, o filatélico.
Agosto es un mes de contraste en el que los del norte van al sur y los del este al oeste. Una pura contradicción, los que pasan calor quieren tener frío y allí donde llueve (¿dónde llueve?) ansían sol. No estamos a gusto con nada, en realidad no somos nada, hay gente que muere tirándose de un puente, delante de un toro, ahogada en una playa, estampando su coche contra una pared de granito. Mes de fiestas patronales, de celebraciones, de alegría, de familias riendo o llorando, de mirar las estrellas, de intentar un cambio para que no cambie nada y aquí andamos del coro al caño y del caño al coro, tachando días en el calendario zaragozano, subiendo al faro ya que no podemos subir a otro lugar más alto, colaborando en este blog o en FB, un revoltijo donde es igual dejar una boñiga de vaca o un cáliz. Te estoy amando locamente.
"No es suficiente con una protección contra la tiranía del magistrado, también es necesaria otra contra la tiranía de la opinión y los sentimientos prevalecientes, y contra la tendencia de la sociedad a imponer, por medios distintos a las sanciones civiles, sus propias ideas y prácticas como normas de conducta a quienes disienten de ellas, y contra su propensión a obstaculizar el desarrollo y, si pueden, a impedir la formación de toda individualidad discordante"
John Stuart Mill ( 1806-1873 )
“Antología de la British Invasion” es un libro imprescindible no solo para los supervivientes nostálgicos de aquellos lejanos 60/70, también para los que se contagiaron escuchando los discos de sus padres, de sus hermanos mayores, de aquella tía moderna que estuvo en Londres de au pair, para los sibaritas, estudiosos, melómanos, maduros, jóvenes, para los que saben que no hay esto sin aquello, para todos a los que se les abren los ojos, los oídos, el corazón cuando escuchan canciones que entonces quizás no entendían pero que les hacía sentirse diferentes, importantes, capaces de todo, únicos. Para los amantes de esta música es obligatorio leerlo, despacio, con Spotify al lado para extasiarse con títulos que les pasaron inadvertidos. Una experiencia, un gozo, están todos/as, los ídolos de entonces convertidos en historia y como tal, humanos, cercanos, imperfectos, artistas que forman parte de la esencia de nuestra vida. Gracias Iñaki García y Álvaro Ortega.
https://open.spotify.com/playlist/46ih2iMPDiROpDKnUPyGwS?si=nhW119IqSCKNqS-GgitHxg
Green white sea -
Monica Castanys , 2021.
Sobre lo diverso, la armonía o el estruendo. Sabes que te amo aunque la distancia y la etnia. Sabes que tu pelo rubio no se entendería en mi tribu. Sabes que hundirían tu canoa para que no regreses por este río. Yo ya no sé lo que sé. Por ejemplo eso del frío o lo de las señales o el silencio, los grandes pájaros, el regreso, el cadáver del peregrino en la playa. Quiero volver a tus brazos, a juntar nuestra piel, a besarnos bajo las parras, a escondernos en lo oscuro y luego. Los caminos embarrados, lo tácito, esta angustia creciente por no verte, no tener el roce de tu voz en las mañanas de faro y caminatas, las sílabas en la niebla, música de gorriones que presiento entre los hinojos y tu ahí, presente, iluminando estas noches largas, tan vacías. Me estoy llenando de agujeros y miedo, de rabia, de nostalgia. Voy a espantar los escarabajos de la duda, voy a quemar el calendario, voy a vestirme para bajar a comprar el pan.
Tendidos en la arena, alerta al amarillo
y al mar austero, remedamos al que se burla
del que sigue los ríos rojos,
hueca alcoba de palabras
desde la sombra con forma de cigarra,
porque en esta tumba amarilla de arena y mar
un llamado al color llama en el viento
que es austero y alegre como tumba y mar dormidos
el uno frente al otro.
Los silencios lunares, la marea callada
que lame los inmóviles canales, el seco domador de las mareas
cercado entre el desierto y la tormenta de agua,
debería curar nuestros males del agua,
con una calma de único color;
la música celestial sobre la arena
resuena con los granos en su prisa
y esconde las mansiones y montañas doradas
de la austera y alegre tierra junto al mar.
Limitados por una lonja soberana yacemos
alerta al amarillo, deseamos que el viento lleve lejos
estos estratos de la orilla y ahogue la roja roca;
pero los deseos no son alimento
ni podemos resistir la llegada de la roca,
sólo yacer alerta al amarillo hasta que la atmósfera dorada
se rompa, oh, sangre de mi corazón, como el corazón y la colina.
Dylan Thomas
(Traducción De Elizabeth Azcona Cranwell)
Madrugar, captar el amanecer, sentado frente a la ventana mirando el cielo, que pasa de negro a azul, las montañas de enfrente, el mar alborotado, las gaviotas, escuchar el viento, tomar fotografías, las diferentes tonalidades hasta que irrumpe el sol y entonces ya nada, el todo, demasiada luz, tan elemental, tan lo primero, la A, el sol y yo aquí, fascinado cada mañana, pensando en esto y en aquello. Los Soprano, un plano medio, dos capos de la mafia, Tony y su tío Junior sentados en un sofá miran al frente, Tony pregunta "¿porqué no me quieres?", su tío no responde mientras las lagrimas le brotan en silencio. Voy a Coruña y sonrío al empleado del peaje, "¿cómo va eso?", le pregunto, "bien, muchas gracias, por fin alguien que se ríe, todos pasan con cara de mal humor" responde y sí, parejas sentadas en silencio, familias discutiendo, peregrinos ensimismados y estamos en agosto, qué será en enero. Frente a la lonja del pescado, los bares en semicírculo, todo ese gentío en las terrazas que nunca ha escuchado el "Waft her, angels, through the skies" de Handel y en ese mismo lugar actuación de viernes noche, el cantante local tiene buena voz, junto con su prima, sobre el estrado, canta que cuando muera quiere que le incineren, otro alegre, enfrente no más de una docena de personas temblamos de frío. Imaginación, todos los restaurantes tienen la misma carta, el mismo menú, pocos camareros sonríen. Dos opciones, la playa de Langosteira, plácida, calmada, inmensa; el mar de Fora, salvaje, peligroso, bello. Fiestas en todos los pueblos, cohetes y cohetes que caen al mar después de explotar entre nubes efímeras, barcos de pesca engalanados, con banderas, con fieles que llevan una imagen de la Virgen a tierra y la devuelven a una iglesia en el cerro, una orquesta animando a niños y mayores, fiesta. Una determinación, no olvidar ni por un instante el ahora pero tampoco olvidar lo esencial aunque esté a más de mil kilómetros (así, calculando por lo bajo). Los días van.
Lo primero que recuerdo de ti es la sonrisa como guirnaldas de verbena en una plaza con palomas y marroquíes sentados en los soportales de la plaza. Nos miramos y las cimas de los montes se iluminaron con hogueras imaginarias, nosotros también nos imaginamos, nos tocamos los dedos, nos mordimos los labios para no besarnos antes de tiempo, antes del siguiente milagro, antes de que la tierra se agrietase tragándonos en una vorágine de deseo y palabras estirándose en mensajes, voy, vienes y un día amaneció. Sí, los dos temblábamos como niños azorados hasta que tu camisa cayó al suelo detrás de la puerta de la 201 y ya todo fue caricia y besos, ternura y el juramento de amarnos a pesar de todo, de tanto, de distancias y otros, de inventar lo imposible y creerlo, de seguir aquí, recordándote, triste como un preso de lejanía, como un nadador en un mar de aguas frías, como un hombre con el mal del aire. Te añoro, ya no me quedan suspiros, ya no se cómo mentirme, necesito tu voz.
Que el problema sea que haga tanto calor que ni siquiera se pueda ir a la playa es solo un indicio. Si estamos en agosto ya es otra cosa. Es importante saber quién es uno, dónde está, lo que tiene alrededor y dentro, la propia voluntad y lo que viene impuesto. (No puedo hablar con ella por si nos escuchan). Las horas pasan dejando una leve estela de pérdida, de vacío, de pequeñez ante una naturaleza fuerte, un violento contraste. (Lo intento por las mañanas pero no logro respuesta). Quizás el lunes llegue alguna nube y ya los paseos por la orilla, buscar conchas, nadar hasta la boya, mirar el horizonte antes de admirar el atardecer. (Sé que no quiere contestar los mensajes). Mierda, hasta el jueves no me devuelven el coche. (Espero volver antes que se haya ido).
Claro, claro, lo de los gustos, pues sí, pero por encima de los gustos está la calidad de un producto. Succession es una serie de una calidad técnica extraordinaria, todo es magnífico: interpretación, dirección, producción, banda sonora, ambientación, guion, cámaras, luz, ritmo, tiene detalles de grandísimo nivel. Luego ya te gusta o no te gusta pero como trabajo de televisión es impresionante.
“Oscar Wilde dijo una vez: «El hombre es menos él mismo cuando habla por sí mismo. Dadle una máscara y os dirá la verdad.»” Creo que no dijo nada sobre qué, cuando escribes, no es necesario ponerse una máscara para decir la verdad, siempre que no lo parezca, ese sī pero no, ese puede ser, ese pero qué me estás contando, ese a otro perro con ese hueso, eso, que se nota, en este agosto sin cabras, sin Capri, capturando caprichos capciosos sin capitular ante el viento, el calor continuado y vaya, vaya, ahí abajo estå la playa.
El amor
Soy una vieja. Tengo 73 años. ¿Son amadas las viejas?
La pregunta es, ya en sí, pueril.
Quiero aproximar otra carne, otra cara, al abismo sin fondo que es una vieja.
Me siento, me reclino, me tumbo. El verde está afuera, tras el cristal de
la ventana. No me toca. Los pájaros están afuera. (Me los como). Como
hace el gato. Y luego me sacudo las plumas. Con rabia. Porque no vuelo.
Una vieja no puede volar. Una vieja, como una bomba, es una carga
pesada. Sin detonante.
Una granada de mano enterrada. (Aún no).
—¿No puede estallar?
Cavo un túnel para salir de aquí. De entre estos huesos.
Cavo un túnel para llegar hasta el vientre de mi madre, Isis. Para que no
me alcancen los reptilianos.
Zapadora, soy una niña, pero nadie me ve, cargando el agua de la bahía de
Matanzas,
cortándome las piernas, saltando por la línea del tren.
Las viejas no tienen pasado. Detenidas. Fosilizadas.
Una vieja no ocupa mucho espacio, entre la mesa de noche y las pastillas.
Una vieja nunca será un lobo por más que aúlle.
La garganta de una vieja (sus cuerdas vocales) no están hechas para el
canto, sino para el chillido.
La piel de una vieja (mi piel) es como el polvillo de las alas de una
mariposa. Una eternidad que dura minutos y después se sacude, se borra.
Una vieja nunca deja rastros. Y si deja, es un rastro de sangre.
Damaris Calderón Campos
Una vez vi un ciervo. En Burgos, creo, no sé, el Camino discurría al lado de las obras paradas de una autopista, algo así, de tanto andar no distinguía límites, fronteras, provincias, todo estaba desierto, solo el animal aquel y yo, mirándonos, el cansancio, el estímulo, la soledad, dormir en albergues, la recompensa de entender(me), enfrentarme a otra vida, primitiva, quizás era un venado, o lo imaginé, no, no, estaba ahí, sonó mi iPhone y el ciervo/venado/lo que fuese se dio la vuelta, lentamente, desapareció No lo soñé, le miré con curiosidad y él me miró con indiferencia o con desprecio. Esa misma mañana pasé por Atapuerca.
"Encaramado en la hembra poderosa
con el ayuntamiento desigual
que Gide nos cuenta en Corydon."
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No recuerdo quién dijo esto pero escribir aquí (mi aquí de ahora) es un proceso complejo, laborioso, costoso, fatigoso. Lo primero es disfrutar de cada momento del día en esta tierra mágica, privilegiada, en la que es fácil sentirse muy afortunado. Después, si queda tiempo, tiene que llegar la idea, el tic, eso, algo. Hay que plasmarlo con cierta coherencia y dignidad, aunque también puede salpicarse de incoherencia y tachones pero siempre, siempre, con un mínimo Fosbury. Revisarlo, O.K o papelera. Si O.K tableta y segunda revisión, corrección, mirar el sol por la ventana y bajar a la playa. Todo ello/esto alternándolo con aprender a no hacer nada, pero nada, estar, quieto, sin agobios, prisas ni obligaciones, om. (Calla, calla,no lo digas, sí, así me sale)
(Pero sale)