Grito
Soledad. Lo dice Anthony
Storr, para ser feliz no necesitamos a los otros (esos seres raros), la gran
satisfacción de la vida es la Creatividad. Dice que lo que hacemos los seres
humanos cuando estamos solos es tan importante como lo que hacemos cuando
estamos con otros (es que hay cada otro…). Se basa en que la mayor parte de
nuestra vida estamos solos (lo calcula en un tercio del tiempo total, él) y que
ante el instinto de compañía y cosas tan fútiles como la amistad, el amor (esas
nimiedades) se opone el instinto de estar solos, de independencia y si uno
tiene aptitudes y actitud, de Crear (que es la madre del cordero del
planteamiento este).
No sé si estoy
muy de acuerdo con esta teoría. Con otros he hecho cosas importantes (la mili,
jugar al fútbol, tomar vino, etc) con otras he hecho cosas muy satisfactorias
(a ellas, de una en una, también se lo parecía o eso decían), (incluso una, con mi leve colaboración, tuvo dos hijos, chica y chico, muy majos,
buena gente). Sobre lo otro, he dedicado más tiempo a criar (a esos hijos) que
a crear pero ahora que estoy más liberado lo mismo me tiro al monte y creo, no
sé, no creo.
A usted ¿qué le
parece?
Ensimismado, ciego a lo ajeno al metro cuadrado, lo mío, no más, la ventana da a un patio vallado, allí se simula la vida, en la frente la sílaba fatal, sin respetar las señales, gritando mentiras a la luna, arañando el alma solitaria acodada en el balcón del aire, enroscado en el ombligo del ombligo, con la armadura abollada por el estigma, el abuelo en un árbol, apilando en la acera las nostalgias arrugadas, pegando carteles en las paredes amarillas, inventando constelaciones con el dedo, enhebrando la aguja que coserá el sudario de los recuerdos, abanicando temores, el miedo a dormir solo, la cabeza corre, las piernas no, dibujando jirafas desgarbadas, hipopótamos que buscan su espacio de agua, alondras sin alas, la placidez del sueño de un niño, disfrutando la mirada del fin de la tierra que susurra al oído, la voz que habla de lejos, la carcajada desde un fondo de guitarras y palmas desnudas, el vengador puntual cada madrugada, las preguntas mexicanas, la sonrisa uruguaya, el corazón en un plato, la sangre goteando desde el lavavajillas, como un tren que viaja de noche, que paren esta máquina, que dinamiten la vía, es un viaje al infierno –si lo hubiera- y se han agotado los billetes de regreso, hace calor, no llueve, caminamos hacia agosto, quizás pronto llegará un oscuro invierno.
Por definición un blog es un espacio muerto, un recurso para XX frustrados (escritores, poetas, saltimbanquis, virtuosos del acordeón, personal con impotencias varias). Este (blog) es la continuidad (hasta aquí llegó la inundación en 2007) de otro anterior, de otro anterior y se ha convertido en un almacén de autoconsumo en el que me divierto de manera egoísta, defendiéndolo con la lengua y los codos, es mío, no critique que disparo. Estoy pensando en dejarlo en modo privado y leerme y releerme yo solo, que se jodan los otros, digo. Aquí, (con chulería) con casi 2 M. de clicks (ver estadísticas) se comenta poco, se viene de rebote, se agradece el silencio, las limosnas y tú sabes ¡Viva mis parroquianos! Cuando se escribe (ficción) para uno mismo (liberación) sin ánimo de otra cosa que no sea escribir (no fricción, con nadie) y alguien lo hace suyo (¿cuándo te ocurrió esto?), sabes (sé) que está bien escrito. Me quedo tan ancho. Por eso y por otras (muchas) cosas más aquí sigo, como un náufrago en esta isla que aguanta el maremoto de la falta de imaginación, déficit de atención y otras catástrofes. No nos moverán. O sí, pero que me lo digan a la cara, en la calle (de uno en uno, por favor, no se aglomeren). Estoy un poco nervioso ¿A que no se nota?
A pesar de todo no es un día anómalo, está calmado, luminoso, con un calor que sí, el propio de este verano que rompe termómetros, que no se quiere escapar, largo, corto, no hay pájaros ni enredaderas taciturnas, se me ha escapado una idea y la busco a tientas por un jardín oscuro, no me vas a creer pero te extraño en esta tarde inútil sin playa ni gaviotas posadas en el alféizar, sin 52 traficantes a escasos metros del portal, sin tu sonrisa como una línea que no sabría dibujar, no hay lápices, sin tu voz que me cuenta de su vida de antes, de ahora, que también ríe, pensando cuando te pensaba, imaginaba un tendedero que no existe con sábanas al viento, tus ojos tristes, esos que ahora brillan cuando el cielo es azul aunque llueva en las horas melancólicas, en las inciertas tardes de sábado, hoy, que es triste sin serlo, que tiene escarabajos y un ángel malhumorado, escribo sin mirar, sin mentir, de espaldas, sin soportar mi propia ausencia, buscando las palabras con perfume, la frase que se pose en tu lengua mientras lees, la música que cante lo que cantarás, beso tu carne resucitada, memoria frágil, no me olvides, necesito tu clarividencia entre otras cosas, podrías haber sido lo que hubieras querido, eres un ser libre que mira el futuro con alegría, casi nada, te beso las manos y cierro los ojos. Belleza.
Éramos ocho jóvenes que escalábamos montañas, trepábamos por pendientes escarpadas, abajo nos observaban las negras simas, el vacío.
Las cordilleras nos desafiaban, con gran compañerismo zigzagueábamos entre aristas cortantes, dándonos ayuda y colaboración en los desfallecimientos, sobre rocas inmensas, piedras singulares, oxígeno enrarecido, nieblas que ocultaban la realidad del llano, grandes pájaros que siempre estaban más arriba, con el desafío de llegar a la cima.
Aquella tarde llegamos exhaustos al refugio, la subida había sido dura, las dos últimas horas nos acompañó una fuerte lluvia. Nos descalzamos, nos pusimos ropa seca, hicimos fuego, cenamos y nos reconciliamos con la comodidad de aquel pequeño habitáculo. Aunque al día siguiente deberíamos intentar llegar a la cima bebimos y cantamos, reímos, nos contamos sueños y ambiciones, la vida estaba llena de futuro, éramos amigos, nos sentíamos afortunados.
Amaneció, entre nieve y viento, éramos ocho, reemprendimos la marcha, en lo más alto no nos esperaban mujeres desnudas ni vestidas, pero llegamos.
La semana siguiente decidimos variar nuestros hábitos. Iríamos a un pueblo del norte de Burgos a pasar el fin de semana. Invitaríamos a algunas amigas. Nos disfrazaríamos, cenaríamos, después cantaríamos y bailaríamos. La idea era trasplantar el espíritu de nuestras inocentes fiestas en las alturas por diversiones a nivel del mar y de nuestras apetencias.
Las chicas se disfrazaron de princesas, de apaches con minifaldas, de los años 20, de bailarinas orientales, de vikingas, estaban todas guapísimas (menos Carmen que era muy simpática).
Los chicos nos disfrazamos con poca imaginación, la verdad. Destacaba uno de obrero con buzo y casco; otro de campesino con un sencillo sombrero de paja; Andrés de bombero con manguera y todo (diez metros); Juan de rajá hindú con la línea de los ojos pintada de negro, con pendientes y sortijas de oro; Carlos de payaso, bien maquillado, la cara blanca, los labios rojos, con zapatones y un gran reloj colgando de su cuello; yo de sabio loco con una peluca de rizos, una bata blanca, una probeta en la mano y una joroba disimulada.
Cenamos magníficamente, bebimos pacharán, gin tonic y licores espirituosos, nos alegramos y cantamos, claro. Andrés su aria de siempre. A Luis le prohibimos sus crudas coplas machistas. A coro entonamos el Asturias patria querida. Yo canté el “que me importa del mundo si tú no está muy cerca de mí”. Para entonces casi todos (Carmen no) estábamos más o menos perjudicados. Carlos se arrancó y salió al improvisado escenario. Le animamos con gritos admirativos de tío bueno y similares. La verdad es que su disfraz era magnífico, un perfecto traje de payaso, la cara pintada, la gruesa nariz roja. Nos pidió atención y recitó. Al principio no entendimos, seguimos animándole, riendo, bromeando. Él siguió, serio, desgranado un poema que había compuesto y en el que con versos sin rima pero sinceros, declaraba entre otras cosas que nunca esperaba que en sus cumbres hubiera mujeres desnudas, que prefería que Juan le esperase allí, aunque estuviese vestido.
Éramos torpes pero nuestro silencio fue la mejor evidencia que lo habíamos entendido. Fue la primera salida del armario que vi en vivo y en directo.
A partir de aquella noche fuimos seis jóvenes que subíamos montañas, trepábamos por pendientes escarpadas, abajo nos observaban las negras simas, el vacío. Cumbre a cumbre fuimos aprendiendo a escalarnos.
Éramos jóvenes. Escalábamos montañas, trepábamos por pendientes escarpadas. Abajo nos observaban las negras simas, el vacío.
Las cordilleras nos desafiaban. Con gran compañerismo zigzagueábamos entre aristas cortantes, dándonos ayuda y colaboración en los desfallecimientos, sobre rocas inmensas, piedras singulares, oxígeno enrarecido, nieblas que ocultaban la realidad del llano, grandes pájaros que siempre estaban más arriba, con el desafío de llegar a la cima.
Éramos jóvenes. En aquellas excursiones aventureras guardábamos la secreta ambición que en lo más alto nos esperase una mujer desnuda.
Al bajar de las cumbres, satisfechos, cansados, también ansiábamos que nos esperase una mujer desnuda.
Nunca nos esperaron.
Ni siquiera vestidas.
Por eso, entre otras cosas, cambiamos de actividad y nos lanzamos a un deporte mas arriesgado, ser hombres.
Seguimos entrenando.
En el metro, de Bilbao a Plentzia, en Sopelana el vagón se queda medio vacío. Miro
por la ventana, en el asiento de enfrente dos señoras hablando, a lo suyo,
ignorándome, como si estuviesen solas.
“Ese momento del día en el que me tumbo en la
cama en pijama, con mi paquete de
Windsor, un vaso de agua en la mesilla,
sin ganas de dormir, leyendo mi libro. Gloria bendita” (dice una). “Me pasa lo
mismo, cuando después de la oficina entras
por la puerta, te quitas el sujetador,
la casa en silencio.” (dice la otra). “Soledad, dicen, no he vivido mejor en mi
vida” (una). “¿No echas en falta a un hombre después de tantos años?” (otra). “¿En falta?, hace
mucho tiempo que les echo en sobra. Unos controladores.” (una). “¿Y aquel médico de Munguía?” (otra). “Un
pesado, solo quería follar, para follar estoy yo. Todos son iguales” (una).
Una de las señoras se levanta, me mira y dice “¿Qué,
escucha bien? que no se ha perdido sílaba.”
Me pongo colorado y me bajo una estación antes, en Urduliz. Cinco kilómetros andando. Qué señoras.
Aquí, plantado ante el hoy para mañana me siento cansado, me sobra palabrería, recursos, trampas, me falta sentimiento.
Distancia de rescate
Samanta Schweblin.
Es este un relato extraño, inquietante, difícil, ambiguo, para sufrirlo o disfrutarlo, atrapa, no sabes muy bien qué ocurre ahí dentro pero sabes que algo importante pasa, algo trágico. Me ha recordado algunos pasajes de “Vivir abajo” (Gustavo Faverón Patriau, otro fenómeno).
Samanta Schweblin, muy elogiada y premiada, escribe con un sugestivo estilo propio, muy personal, pura literatura. Un descubrimiento (para mí)
Decir que me ha gustado quizás no refleje lo que he sentido, me ha impactado, interesado, sorprendido, he terminado sus pocas páginas en una mañana.
Quizás no guste a lectores acostumbrados a otros estilos.
Parece que Netflix tiene la versión cinematográfica en su catálogo.
“Una noción contemporánea de genio tendría que enfocarse en nuestro manejo de la información y nuestra capacidad de diseminarla. Perloff ha acuñado un término, moving information que significa tanto el acto de mover información de un lado a otro como el acto de ser conmovido por ese proceso. Plantea que el escritor de hoy, más que un genio torturado, se asemeja a un programador que conceptualiza, construye, ejecuta y mantiene de modo brillante una máquina de escritura.”
Uncreative Writing.
Kenneth Goldsmith
No vuelve la primavera, por mucho que reniegues, perjures o vociferes, quedó en blanco el sortilegio, el apuro al desvestirte y aquel agobio por regresar a casa para la cena. No te obstines, la realidad es cruel, tozuda, te hiere en lo más profundo, ahí, dónde duele. Ella está allá, vos acá y es lo que hay, resígnate, hermano. No es necesario añadir nada, tantos teorizaron sobre esto, en el bosque de la escritura abundan los lamentos, el corazón retorcido y ese afán de contagio, cállate niño y no llores más.
Parker intuye que esto (esto) es como una rifa, una tómbola sin boletos (¿cómo puede ser eso?), que siempre toca (¿a quién, qué?), una feria (de las vanidades) donde cada uno enseña su ombligo, labores de partera de la seguridad social, aquí (bueno, ahora allí) Osakidetza, uno al derecho dos al revés, brillantes disertaciones sobre la nada, un perro triunfa, una idea no, un gato rubio arrasa, una emoción casi nunca (depende del grado de profundidad, las epidérmicas, sí).
Parker sabe que Paris en llamas vale menos que el amanecer en Castro (Urdiales), que la entrada en la cárcel de Txitxo de Miguel (¿quién coño es ese?) es irrelevante, que la política de cualquier signo es un territorio minado con bombas de racimo (¡eh!, sin son minas no son bombas,), que entender es superior a sentir, que imaginar es un don, que la ironía es un arcano, que el dedo es selectivo (por lo general prefiere cualquier orificio, de la nariz supone, Parker).
Parker certifica que hay cosas mejores que hacer, al menos podría citar dos, tres a lo sumo, pero egoísta se las guarda, se las reserva, las tiene ahí, escondidas, en zurrón, acaparador. Ahora se enfada y no respira.
Parker sabe que vivir son cuatro días, es un decir, y que hoy está lloviendo, no llueve, por eso entra por otras puertas, para saber, para entender, nadie entiende, para sentir, nombres que así, de seguido, no dicen, Zerfas, Oliver Chaplin, The Vernon Spring, Nala Sinephro, Jasmine Myra, Alan Hawkshaw, puede añadir delicias de coleccionista, de zahorí, de enterao, quid pro quo, lo descatalogado, estar en el cuarto oscuro no sirve de nada, asomarse a la ventana menos, David Hazeltine, Bill Charlap, Levi Neroli, Louis Guerrier, Simon Talbot, The New Dawn, buscadores de lo raro, los que se ponen la chapa en el pecho, Gary Cooper tú, guapo, solos ante su peligro, Parker sabe que ellos sí son peligrosos, tan listos, tan singulares, solos o en compañía de otros, Rafi en el Dueso, uno de los cuatro nombres cerca, con un manojo de llaves aún intenta abrir el candado de Boca del Cielo, Chiapas tan lejos, qué sabrá él, para aprender intenta esto y otras cosas. ¿Es inútil? Bai.
El acto creativo mantiene la vida, es un baile lascivo ante la cruel muerte.
La literatura como bluf, o cómo mirar hacia atrás para escribir, una mirada retrospectiva ¿para tomar impulso?, ¿para repetir lo anterior?, ¿para seguir con la misma cantinela?
Los
lapiceros trazan líneas de colores, retorcidas, sugerentes, una cadera aquí, un
pubis ausente allá, cuando sin avisar amanecen las espinas, en bandadas,
enfurruñadas, malévolas, inquietando la delicada piel donde nos sentamos,
alterando el hilo con rocío colgado hasta la oreja, orejas, intentando vibraciones
a transmitir por los kilómetros de nervios atrofiados y el blanco pelo cortado
un verano, siega de ausencia, cosecha del error en una caja azul con agujeros,
un perro que fue fiero y ahora yace sobre una alfombra gris o quizás no sea
gris y esto trata de un pasado utilizable, con calles en blanco y negro y sopas
de pan en el café con leche, en cualquier caso, nostalgia, no futuro, como si
esto (¿vivir?) funcionara como un armario de recuerdos con sus baldas repletas
de ropa de cama y toallas mojadas, con humedad continua, goteras desde el piso
de arriba, como vivir en un submarino que cruza sobre los fondos marinos con
peces ciegos, tiburones sin dientes y un Neptuno musculoso y amanerado con
cabellos como algas mientras Anne Sofie von Otter canta con Costello y el sol
está en una cesta de la compra olvidada en un parque londinense donde Roxana
teje este jersey rojo que me protege ahora que creo en la santísima reencarnación
de las bicicletas palentinas, en el contraste del trastear de guitarras Hendrix
y mientras subíamos al Gorbea el viento gritaba María y ahora la felicidad
vestida de blanco se ha sentado en mi cocina y mastica risas y zapatos sobre
las baldosas de la luna. Sí, me fascinan los
arponeros, las ballenas intermitentes y este mar de incomprensión.