domingo, 31 de mayo de 2020
Ariadna
Ariadna ha
perdido el hilo y el Minotáuro acecha al personaje que invento en esta esquina
de un pretendido relato. Las Variaciones Golberg suenan como música de fondo,
aunque Gillespie. El sarcasmo muerde a quien se acerca demasiado. Si no nos
apresuramos llegaremos tarde a nuestro propio funeral. El mandril informa que
está harto de sus posaderas rojas, hinchadas y despellejadas, quiere cambiar de
asiento, o de culo. El feo Caligari de la derecha, acunado en Góngora,
opina que solo del Amor queda el veneno. Los transeúntes le
escupen, uno le roba el pañuelo, otro le desprecia con un silencio de cieno. Los caballos han salido del plano y sobre la
hierba quedan sus excrementos humeantes. La tierra ya no solloza. Los pájaros
han vuelto a sus escenarios. La poesía huye hacia el cercano cementerio
frecuentado por ladrones de bicicletas. La pandemia no está controlada pero las
terrazas de los bares sí. Vámonos a la playa.
sábado, 30 de mayo de 2020
Me ofertan esto
Mi última novela, “La arpista ciega”, ha recibido buenas críticas pero ha tenido pocas ventas, como vivo de escribir, hubiera preferido más ventas y peores críticas (y el director de mi banco, también).
Por eso lo he decidido (entre los dos).
Mañana me meto en una caja a escribir sin parar hasta el uno de diciembre (resistiré, lo verás).
He aceptado la oferta de Flux Factory, el colectivo de artistas de Long Island City, al otro lado del East River, frente a Manhattan (¿te has situado, corazón?).
Estaré en una habitación de catorce metros cuadrados con paredes de plásticos traslúcidos (una jaula de monos y yo dentro)
Un experimento, dicen ellos; mi oportunidad, digo yo (necesito comprar música, gardenias, toallas, ron y un traje nuevo, negro)
¿Podré escribir mientras me miran desde el otro lado? (podré)
Aunque ahora ya me miran desde el otro lado (¿o no? reina)
Solo podré salir de ese cuarto por necesidades básicas, ya sabes (¿amarte al amanecer contará como básico? Sí. )
Una mesa, una silla regulable, el ordenador, un cuaderno y un lapicero (y tu foto).
Yo, colgado de la música y del trabajo (y de tu recuerdo, claro).
viernes, 29 de mayo de 2020
Boxeador noqueado
George Wesley Bellows
Hablar por hablar sin espacio
para la reflexión, para la idea, solo imágenes circunvalando el yo como único
eje, más rápido, más alto, más fuerte, la mano borrando los dibujos amarillos
de la pared, los anteriores, caminando
por las mañanas, Artxanda como obligación y aquí estamos, a veces gin-tonic por
las tardes, la habitación iluminada con pequeñas bombillas de árbol de navidad
enredadas en gatos que se mueven de un lado a otro, que arañan a los invitados
pánfilos que intentan acariciarlos, la lluvia arrastrando hojas secas y rastros
de domingos aburridos con huellas de discusiones frente a la ventana de no ser
o sí o esto es lo que hay, hoy, lunes con palabras diminutas formando nada y
monsergas, Bilbao, mi ciudad como límite de lo que sé, de todo lo que ignoro,
un collage de recuerdos, desamores y música de los 60, diálogos de chats
erróneos, amigos detrás de un cristal de distancia y mentira y creer lo que no
vemos, eso debe ser la fe, poemas sobre la belleza de no entender pero
sentirlos tan hondo que se ve el hueso del euro, narraciones para comer, agua,
gas en esta era digital con faltas de ortografía hasta en el pensamiento, somos
tan honrados como todos, la misma mierda, una marea
de mierda, de mentiras, de falta de arrestos para colgar a esta jauría por las
patas, cabeza abajo, como escarmiento, no sabe usted con quién está hablando,
les voy a meter un puro que se van a enterar, amenazas cuarteleras, de cabo
chusquero, resabios de vencedores de guerras aún no olvidadas, ensayo de la
pobreza, no pueden aguantar que seamos iguales, ellos son más, tiene más,
merecen más, saben más, hablan diferente, roban con bendiciones de los
benditos, solo hay ahora, Paul McCarney tiene setenta y siete años, Julio
Cortázar nació en 1914, no sé qué edad tienen los artistas novísimos, no
conozco los nombres de nadie, he olvidado hasta el mío, Olga volvió a mi cabeza
después de quince o veinte minutos de ejercicios mentales, eso debe ser la
decrepitud del cerebro, el olvido, la cara de Javier esperando la limosna de un
regreso, mi cara aterida de frío en una esquina del mundo y ella no venía, no
vino, sigo en otra esquina y la verdad está disfrazada de rutina y miedo, lo
cotidiano vestido de rojo y soledad y quién me mandará a mí esta columna diaria
que soporta una voz que no dice nada, zzzzh, crunnk, grrrr, lo gutural, plamm,
onomatopeyas para llenar el modernismo, la divergencia, un juego cruel en el
que siempre pierdo y nadie entiende aunque nadie sea ese perro diminuto tumbado
a mi lado en una cama de sábanas húmedas en el cuarto con una ventana abierta
al mar y a las dudas de intentar paisajes y gentes nuevas, ¿estará el amor
escondido en el camino?, à bout de soufflé, esto no da para más, todo va demasiado rápido, lo moderno no
existe, todo es viejo en el mismo momento de nacer, violencia en la imposición
de los políticos, mentiras en el altar, obscenidad de la moralidad, desengaño
en los escaparates, no sé nada, debo mantenerle los más lejos posible con el brazo izquierdo, intentar cazarle
la mandíbula con el puño derecho, moverme a su alrededor, girar, evitar el
cuerpo a cuerpo, ya, pero cómo, ha vuelto a darme, otra vez, me pesan las
piernas, el alma, es demasiado para mí, girar, girar, moverme rápido, la
izquierda, agacharme, cómo gritan, ay, ya amanece.
jueves, 28 de mayo de 2020
Ladrona
Soy una ladrona y estoy atenta.
En invierno desvalijo los chalets vacíos de las urbanizaciones de la costa. Microondas, televisores, pequeños electrodomésticos que puedo transportar sola y vender después. Casi nunca hay dinero, ni joyas, solo silencio y casas amuebladas con mal gusto. Y frío, hace mucho frío en esas casas.
Soy una ladrona y soy culta.
También robo libros, es difícil encontrar bibliotecas en estas segundas viviendas, como mucho hay algún best seller, novelitas de amor o del oeste, revistas del corazón, cosas así. Cuando encuentro algo interesante lo leo antes de venderlo en el mercado de la Ronda.
Soy una ladrona y estoy sorprendida.
En un adosado de los de ventanas azules, los últimos que construyeron junto a la playa del faro, entre otras cosas ayer encontré un ordenador portátil, un bello objeto tecnológico Estos aparatos se venden bien. Por curiosidad lo encendí y jugué con su teclado negro - una ha hecho cursillos de Word y Excel en el módulo y sabe- , rebusqué entre los programas, escogí fotografías. El dueño debía ser trabajador, el trasto estaba lleno de fotos de casas, de perros, de niños, de la costa al amanecer, por la tarde, las luces de la noche y un archivo: Ella. Lo abrí. Una foto. Era yo forzando una ventana, se me distinguía perfectamente. En otra rompiendo un cristal, tan cerca que se me veía el color de los ojos. Otra escalando un balcón, de espaldas. No entendía nada, había muchas más, ese cabrón me conocía, me había seguido muchos días. Me fui de allí, rápida, de vuelta a Barcelona tiré el ordenador al agua en el puerto.
Un coche se ha estacionado frente a mi casa y ahí está, lleva tres horas parado con las luces apagadas. Seguro que él sabe que estoy aquí. ¿Quién será?
Soy una ladrona y estoy asustada.
miércoles, 27 de mayo de 2020
Creo que se llamaba Ana
Querida mía en la distancia y en la cercanía, uno nunca sabe, pero imagina, uno camina sin miedo pero con prevención razonable en las esquinas, mira a izquierda y derecha en los cruces no se lo vaya a llevar por delante un conductor levantisco, a veces levanta la cabeza y mira más allá de lo que ve, y ve, un día uno mira en esta esquina y te ve, una mezcla de retrato y radiografía, una pintura al oleo y un diario con páginas amarillas, doradas, con letras brillantes, una voz que se cuela por los laberintos de entender y sentir y dar vueltas por lo que siempre ha sido, por lo que es y de pronto se apaga el ruido y solo hay dos seres humanos, tú y yo en un universo brillante, azul, entre nubes, algo así como pintaban el paraíso, un cielo de almas puras, yo no lo soy pero sí me rindo y te abrazo y me alegro infinito y te toco para saber que eres real y te acaricio asustado, aliviado y como esto es un tema de almas es complicado besarte sin que se alteren tus cicatrices, se salten los puntos o cualquier complicación ahora que sabes que estás bien y, escucha, aplauden, tantos, aplaudimos sinceramente alegres, partícipes, a tu lado, ocupando tu cama y el razonable espacio que nos dejes mientras te recuperas de los tajos , pones flores en cada uno de los catorce puntos, recompones el espejo y te peinas para seguir con tu prosa poética y tu energía, bella, lejos pero cerca, no solo te abrazo, soy tú y me alegro tanto, tanto, que vas a tener que consolarme porque me emociono y me quedo ahí, a tu lado, a los pies de la cama, pendiente de llevarte un vaso de agua, una rosa, o contarte, o cantarte bajito Alfonsina y el mar o bajar rápido a comprar los diarios, caramelos, aquello que te apetezca mientras seco tu frente y me pierdo en tu mirada y te regalo mi ombligo, tuyo es y mío no, lo compartimos y como un eco solo puedo añadir, te añoro.
martes, 26 de mayo de 2020
Listos
En este país hay tantos listos por metro cuadrado que por mi parte me salgo del espacio que me toca y libero ese hueco para el espabilado de turno, para ese que todo lo sabe, el que pone pegas, el que ya lo sabía desde diciembre, para el que antepone su interés político al más mínimo sentido común, para los sinvergüenzas que están lucrándose con la miseria de tantos, para los desalmados a los que las vidas ajenas les son indiferentes, para los políticos que utilizan los muertos y el cuanto peor mejor para quedarse en el sillón o para buscar otro más grande. Dejo mi hueco porque digo que no sé nada, pero con las actitudes inconscientes que veo por la calle y en televisión como si no hubiese pasado nada, me reafirmo en la certeza de que esto no ha terminado. No tengo miedo pero sí preocupación porque el final va para largo. Todavía, por desgracia, quedan muchas víctimas. Debemos estar atentos.
lunes, 25 de mayo de 2020
Viajeros errantes
Carnival, Cologne, Germany, Photo by Leonard Freed, 1954
Una
guía de mis viajes de los últimos años, mapamundi, planos, mapa con alfileres
de cabeza roja clavados en los destinos. Aquí he estado. Y aquí. Ahora New
York. Ahí se puede dormir. Allí cené bien. En ese lugar compré discos de jazz
con trompetistas barbudos e impronunciables nombres. Horario de la llegada de
los trenes, teatros cerrados, la ferocidad de las bestias que acechan en los
caminos, el don de la risa. Jerarquía de los viajeros, profetas
delante, peregrinos con sandalias, los descalzos detrás. Diario de aeropuertos,
campos de girasoles desde la ventanilla del tren, caballos saltando en la
nieve, niños llorando en la estación, el mar en el cuenco de sus manos,
leyendas en Cuzco junto a las nubes, voces floreciendo en los castillos
franceses apenas vistos en la penumbra desde la litera, París, gatos maullando
bajo las barcas varadas en un puerto cualquiera, monumentos a los héroes de una
guerra, siempre hay una guerra que recordar, siempre un agravio, una frontera,
el soldado desconocido, himnos, qué cándidos eran unos, qué crueles otros y al
final siempre ganan los mismos, no somos nosotros, la historia la escriben los
de siempre, nos quedan diez revoluciones pendientes, con esta huelga de relojes
jamás las empezaremos, monumentos a los niños abandonados en los quicios,
señoras limpiando los servicios públicos bajo la plaza, un vigilante con una
linterna que abre las puertas hacia quién sabe qué maravillas subterráneas
previo pago de seis euros, recuerdos borrosos de casas de comidas con camareros
altivos, patos atrapados en los estanques helados, bandas de música de bomberos
jubilados, asientos reservados a caballeros mutilados portadores del carné
oficial, me quedan por recorrer demasiados países, muchísimos museos por
visitar, conversaciones al azar, parques con corredores a punto del infarto,
ciclistas vestidos de amarillo, la vida viajando dentro de mi maleta, voy.
domingo, 24 de mayo de 2020
Yo soy importante.
Yo
soy importante. Seguramente tú también pero yo no tengo perro. Cada uno tiene
sus aficiones, es posible que todas respetables, aunque es posible que no. Cada
uno comparte lo que le apetece, perfecto, igualdad per tutti.
YO
soy más alto que tú. ¿Cómo lo sabes? Vale, no lo sé, pero YO soy rubio. Pues YO
conozco toda la discografía de James Pekinel desde 1972 hasta el 1975, año en
el que murió envenenado con raticida, en
octubre. YO estoy al tanto de todas las novedades discográficas. YO lo sé todo
de literatura, a ver, pregúntame. YO escribo muy bien con las dos manos. Pues yo…
¡¡¡Alto!!!
Estoy
seguro que muchos pensamos que nadie nos hace ni puñetero caso, es igual lo que
compartamos.
¡El
siguiente!
Decía
que muchos pensamos…
¡El
siguiente!
Yo
soy importante. Seguramente tú también, pero yo no tengo perro.
sábado, 23 de mayo de 2020
Planes
Willem de Kooning, Untitled, 1973
Pues vaya, he hablado con Parker.
Me dice que tenía una primera comunión en mayo, una boda a mediados de junio,
un divorcio en abril, la presentación del segundo libro de su mejor amigo, lo
del jazz de los jueves, los partidos del Athletic, la final de Copa, los
conciertos del Antzoki, subir al Pagasarri cada lunes, lo nuevo del Guggenheim,
las comidas del txoko, las quedadas de los miércoles con los amigos de
Encarnación, el poteo de sábados y domingos, volver al Bolintxu, subir al Amboto,
comprar antxoas a Sergio en Santoña, una comida con los chavales del Tívoli, una
visita a Berria, las exposiciones fantasmas de la Alhóndiga, soñar con las
vacaciones, pasar la ITV del coche, renovar el DNI y el carnet de conducir,
visitar a su tía, la merienda trimestral con las chicas y chicos de Ciudad
Jardín. Se para, se rasca la cabeza y me dice que seguro que se deja algo. Ah,
sí –dice- esta frase: “Si quieres hacer reír a dios cuéntale tus planes”.
viernes, 22 de mayo de 2020
Steven Onoja
En sus
viajes anteriores, interiores, escribía desde el fondo de mi corazón, sacando
todo el amor, contándole lo que ocurría aquí cuando no estaba. Me refiero
dentro, me refiero fuera.
En este
viaje ruso escribo desde no sé dónde, apenas sé ya a quién, mucho menos
sabiendo el porqué de mi obstinación. Siento en esta reiteración que mis palabras
se aglomeran desde el borde de un sentimiento sin forma, borroso, algo así como
una nube de tormenta, cargada de electricidad. Aunque ya todo es una nube, no
hay cielo, solo esa informe masa negra. Está detrás–me dicen algunos. Mienten-
les digo yo-.
No
tengo ninguna duda del recuerdo constante, de su presencia en mí, ya se haya
convertido en ideal, imposible, quimera, nostalgia, sueño, pesadilla, afán o
manera de llenar mis vacíos. No tengo ninguna duda sobre mi amor, bien sea por
ella, bien por mi necesidad de amar lo imposible.
Tengo
otras dudas. Las dejo ahí, tendidas. Llevan tanto tiempo tendidas que parecen
melocotones con manchas marrones, peces boqueando sobre las tablas del
embarcadero, limones de piel arrugada, un elefante sin trompa del zoo de Jerez.
André Gide definía la melancolía como un fervor caído. Escribo esto bajo el
olivo, con un fuerte sol de mayo que está bronceando mis piernas duras, las que
se esfuerzan por subir a Artxanda cada día, con los músculos excitados,
plenitud, virilitas, zancadas de alguien que no se quiere parar, que no se deja
vencer por el bostezo de amaneceres y despedidas, de rutinarios paseos por los
mismos caminos, por la edad, senectus.
Desde
el mezzo del cammin han apagado la luz.
No sé
si volverá.
jueves, 21 de mayo de 2020
Aire/viento
…De
dónde sale el aire que se vuelve viento, un desolador paisaje de soledades,
pobres seres solos, anhelos perdidos en ese viento que era aire, que no era
nada, que se espesa a partir del susurro de un bosque donde no entra la luz y…
La
verdad, Parker se divertía más releyendo lo que escribió sobre aquellos
encuentros eróticos en un cuarto donde la luz del deseo le cegaba.
miércoles, 20 de mayo de 2020
Ventana/pared
Una ventana frente a una pared de
ladrillos rojos. Parker, mira ensimismado la triste longitud del aburrimiento, allí
donde el silencio es una parte más del acertijo de encontrar nada, de preguntas
colgadas del limonero que ha crecido en el patio, gatos erráticos, vecinas
ancianas sentadas en el porche esperando la muerte, quizás el desayuno que les traerá una sobrina
coja, pálidas botellas con agua de lluvia, una lámpara encendida que alguien se
olvidó de apagar, por encima el cielo gris, por encima la soledad, sólida,
imperativa, por encima el hastío hasta que pasen rápidos los tres días hasta
que ella se vaya y Parker se quede aún más solo, más confundido. Si esto es
posible.
martes, 19 de mayo de 2020
Indolencia
Minneapolis Fire. 1962 by Irwin B. Klein
Qué
contraste, tanta actividad para las madrigueras y los ciervos y tanta
indolencia para afrontar la verdad del sol entrando en los bosques, el saludo de los peregrinos, el
casi olvidado aroma de su espalda. Impuntualidad en la misa de doce, el amante
intranquilo detrás del armario, las manos atadas con una cinta de terciopelo
rojo, pequeñas maldades para excitar el escalofrío. Ella se negaba el orgasmo. Nadie
lo sabía hasta que lo contó el bajito, son los peores, hay estudios sobre ello,
no sé si están firmados. La cuestión es que una vez que se supo ella me acusó, me
quitó la llave, borró los poemas y está lo del eczema, no sabes cómo se me puso
la cara, que con esto de la pandemia los médicos están a lo que están y nada. Pues
eso, que así no salgo de casa, qué horror, ni siquiera en mi franja horaria de ancianos. Se
me están quedando las piernas…
lunes, 18 de mayo de 2020
Café
Todo empezó tomando café, con ella, como si la cafeína aflojase los vínculos, como si el agua hervida dando vueltas por un serpentín arrastrase la promesa de fidelidad, de felicidad, como si todos los caminos terminasen ahí, un silogismo, un espejismo, dos terrones de azúcar en la taza, el deseo como peces dando vueltas en mi estómago, la piedra de la locura en mi frente, un tornillo de preguntas asomando en la sien, los dedos como raíces penetrando en el musgo donde se esconden las lagartijas de la mentira, con los músculos de la cara tensos, acartonados, no sabían plegarse a un sí instantáneo, todavía, después aprendieron, sí, el cartílago y la sangre, sexo a las 9,15, la vuelta al trabajo, al otro trabajo, al bronce y el titanio, echar tierra al amor perdido, enterrarlo, caminar por el lado oscuro de la calle evitando el sol y la verdad, que nunca me ha gustado el café, que me quita el sueño, luego no puedo dormir. Quizás sea el remordimiento.
domingo, 17 de mayo de 2020
Doríforos eufóricos.
Hace ya, bastante al norte de Moscú, busqué por las vastas estepas un animal moribundo. Trataba de comprobar la antigua creencia que dice que respirando el estertor de un ciervo macho, su fuerza, su vitalidad, su espíritu pasa al cuerpo de quién lo recibe.
Como ahora, era noviembre y nevaba, después de caminar durante kilómetros y kilómetros me topé con un impresionante ejemplar de ciervo malherido que se apoyaba en un tronco seco. La magnífica bestia con la cabeza erguida me miró desde más allá de una muerte presentida. Como si me hubiera estado esperando, se levantó y comenzó a caminar, vacilante, cojeando pero sin perder la defensa, con su cornamenta enhiesta. Seguirla me llevó entre matorrales, lejos de los caminos, con el cansancio enredándome las piernas entumecidas por el frío. Varias horas después dobló las patas delanteras y reclinó la imponente testuz. Acostado, a su lado, prevenido, esperé su final sin perder de vista su hocico tembloroso. La agonía se prolongaba. El frío era muy intenso. El animal intentó un último bramido desde su garganta rota. El esfuerzo venció su resistencia. Conmovido, acerqué mi nariz a su boca y respiré justo el último aliento que salía de aquel cuerpo poderoso.
El regreso al punto de partida fue lento y duro, caminé sin energía, ausente. Aquella respiración final me había transmitido algo más que la fuerza, que la potencia. En aquel momento, con el cansancio, no supe determinar que había sido. En los bancos de madera de una estación de tren perdida entre la niebla tampoco pude hacer otra cosa que racionar mi tristeza. Volví a casa envuelto en melancolía.
Hoy, tiempo después, no logro sacudirme la patética sensación de …
Las siete y media, no vas a llegar.
Voy.
No se te olvide que mañana Andrea tiene dentista.
Vale.
Y tienes que ir a buscar a Diego a la estación.
Si, ya.
sábado, 16 de mayo de 2020
Eremitas con Wi Fi
EREMITAS
CON WIFI
escrito por
Constantino Molina Monteagudo
11.10. 2018
Desde que
existe el wifi se han multiplicado los escritores eremitas. Lo vemos día a día
en las redes sociales. Allí —en Facebook y en Instagram— el escritor eremita
comparte los dones de la soledad, del vivir alejado de la gran masa y de las
conversaciones en sordina con la naturaleza. También hay algunos —los más
aislados, que viven entre cabras y riscos— que echan mano del Tinder. Pero de
Tinder y literatura no hablaré ahora, porque ese binomio da para un capítulo
aparte.
Los eremitas con wifi
comparten a diario sus paseos por el bosque, sus panorámicas desde la colina,
sus barbechos helados, sus versos escritos en las hojas de las bungavillas, sus
cabras subiendo el risco y la cueva desde la que se enfrentan —cargados de silencio—
a la voz de la marabunta. Los eremitas con wifi nos muestran cómo amar la vida
desde su escabeche de esencialismo, distanciamiento y su toque picantón de
complacencia. También hay eremitas urbanos que viven en sótanos o en áticos —el
eremita es un ser extremo y nunca vivirá en un primer, segundo o tercer piso— y
desde allí nos muestran sus casas sin televisión, cargadas de libros y
cachivaches del Rastro desde las que leen a Schopenhauer en las tardes de
Barça-Madrid.
A mí me gusta ver sus fotos y
leer sus reflexiones. Por lo general, los eremitas, son gente que sabe de la
vida, que se entiende con ella y que mantiene cierta serenidad, excepto cuando
el router de la cueva comienza a dar problemas, y la serenidad siempre es digna
de apreciar. También me gusta pensar y darle a la imaginación. Y a veces me
pongo a pensar e imaginar qué hubiera sido de Simón el Estilita, Catalina
de Cardona o de Emily Dickinson si hubieran conocido el wifi. Puede que Simón y
Catalina, con sendas estrellas en el half of fame de los eremitas, hubiesen prescindido de
sus ondas electrocomunicantes. Pero estoy seguro de que Emily se hubiera
enganchado al Facebook y al Instragram. Simón y Catalina no escribían, no eran
escritores, pero Emily no hacia otra cosa. Ella escribía y escribía, y los
escritores son seres sociales por naturaleza. El escritor necesita de la gente,
necesita ser leído para existir, busca el contacto, mendiga la comunicación, es
un animal contra la intemperie.
Hoy la ciencia ha
posibilitado que convertirse en un escritor eremita no sea ya una actividad de
riesgo. Ahora el eremita puede despreciar a la masa mientras la busca desde una
red social, puede encerrarse en su cueva mientras abre su escaparate virtual y
se sabe observado, en contacto y comunicación, por un público. Con el wifi
llegó la comunión entre lo huraño y lo social que la literatura ascética
necesitaba. Ahora sí, en las pantallas de nuestros móviles y ordenadores, los
vemos serenos y en paz, retribuidos con el aplauso unánime de los que valoramos
su valentía eclesiástica frente a la soledad de los bosques.
Gordito
Lo peor fue la inseguridad, el darse cuenta que ya no, el inicio del miedo mordiendo los bordes del estómago.
Hasta aquella noche nunca le había ocurrido, o no lo recordaba.
Y cuando ella le llamó gordito fue definitivo.
Se mira al espejo una y otra vez, hace flexiones, junta las manos y marca pectorales, quizás haya engordado un poco, pero apenas se nota.
Solo quiso ser amable, ni siquiera le gustaba, no era su tipo, estaba allí, en una esquina, todas sus amigas hablando con hombres apuestos y ella sola, por eso se acercó. Después del tercer trago le empezó a parecer atractiva y la invitó a su casa. No le gustó que ella aceptase a la primera, prefería un regateo, que sí, que no, pero ella dijo sí, sin dudar.
El apartamento estaba desordenado, como siempre, sobre la alfombra el elefante que regaló a Oscar cuando cumplió cinco años, su tigre preferido, los juguetes de su hijo. Ella ni siquiera miró alrededor, preguntó por el cuarto de baño y entró apresuradamente mientras él colocaba un libro en su sitio, limpiaba los ceniceros, recogía varios periódicos del suelo.
Salió desnuda. ¿La cama? preguntó. Él señaló el cuarto y allí se fue con sus nalgas breves, sus pechos breves, sus piernas delgadas. Ven, quítate la ropa, susurró ella. Y torpemente se quitó la camisa y los pantalones, se quedó con aquellos calcetines negros casi hasta las rodillas, se sintió ridículo, se los bajó con dificultad y supo que había bebido más de lo que acostumbraba.
Sobre las sábanas era ágil, activa, le besaba el cuello, bromeaba, le acariciaba el escroto, él estaba desbordado. Quiso besarla y eludió el beso, riendo. Quiso lamer sus pezones y ella se giró, fóllame, dijo autoritaria. Él lo intentó una vez, dos, se dio cuenta que no era su noche, que aquella vez no, que el ron le paralizaba, que estaba haciendo el ridículo. Además no era su tipo, demasiado delgada. Entonces ella dijo aquello de no puedes ¿no? venga, otra vez será, se levanto, volvió al cuarto de baño a vestirse y desde la puerta sin mirarle siquiera se despidió con un chao, gordito. Eso le dolió.
Mañana de domingo, el mes que viene cumplirá cuarenta años, cambio de número, el cuatro ya, sin Marta, un hijo al que ve cada quince días y con una resaca de mil demonios.
Bah, estaba muy delgada la estúpida esa, seguro que era una feminista de esas, o una lesbiana de mierda y sigue haciendo flexiones, resoplando, se levanta y el espejo le devuelve un señor serio, con ojeras, con mala cara, con pectorales de nadador retirado. No me había ocurrido nunca, bueno, dos veces, quizás tres. Se vuelve a mirar y sí, quizás esté engordando un poco, vale, bastante. Se sienta en el sofá y llora.
viernes, 15 de mayo de 2020
Carmen Echevarría (3)
Mientras
escribía estos breves cuentos no terminaba de encontrarles sentido. No me
parecía, interesante, la narración no tiene ritmo, el argumento es mínimo, no
se entiende porqué esta mujer se tira al agua obstinadamente, en vez de
afrontar las situaciones. Los guardé en un cajón.
Ahora
los vuelvo a leer y me sorprendo de los escenarios que escogí. Rebuscando en
mis recuerdos, coloqué a la protagonista en los mismos lugares en los que el
día que Javier me confesó su infidelidad, me lancé al agua y fui nadando en
busca de mi horizonte.
Y está
lo de Manuel, sé que jamás dejará a su esposa. No me lo dice pero lo noto en un
alejamiento progresivo, en sus llamadas con voz desganada, en las visitas cada
vez más espaciadas. Esta noche hemos quedado para ir a caminar desde el puerto
viejo hasta el faro. No puedo soportar su abandono, si no es mío, de nadie. Le
empujaré por el rompeolas, será él quien caiga al agua, no sabe nadar, no
saldrá. Adiós problema.
jueves, 14 de mayo de 2020
Carmen Echevarría (2)
La
vida siguió – es curioso que la vida sigue, tan rápida, indiferente a estas
cosas, - y pasaron más de veinte años hasta la segunda vez que Carmen
Echevarría se lanzó al mar.
Era
invierno, al anochecer se dirigía al faro del brazo de Manuel, buscaban lugares
apartados para pasear. La temperatura era baja, caminaban rápido, no se
cruzaron con nadie. Manuel le hablaba de su trabajo, de sus hijos adolescentes,
de su coche nuevo. Ella sabía que algo quería decirle y que no se atrevía. -Vas
a dejarme ¿no?- preguntó, secamente. Sin mirarle a los ojos él contestó que
sí. Esta vez Carmen se desvistió rápido, saltó entre los bloques de cemento del
rompeolas y se perdió entre las frías y negras aguas. Manuel corría asustado,
gritando su nombre, no sabía nadar, pidió ayuda pero nadie acudió. Veía
la cabeza de su amante entrando y saliendo en la revuelta corriente de la
dársena, luego la perdió de vista y volvió a su casa acobardado, hundido, con
el remordimiento mordiéndole las piernas y el alma.
Carmen,
aterida, regresó justo al punto desde donde había saltado. Tiritando se puso la
ropa y mientras regresaba a su presentida soledad recordaba todos y cada uno de
los días que había compartido con Manuel. Se juró que nunca más.
miércoles, 13 de mayo de 2020
Carmen Echevarría (1)
En agosto, en vacaciones, Carmen
Echevarría se tiró al mar por primera vez.
Mientras
tomaba el sol sobre las piedras del muelle recibió la visita de su amigo Javier.
Ella le consideraba más que un buen
amigo.
Las
gaviotas chillaban detrás de los arrastreros que volvían de alta mar.
Meciéndose sobre los botes, pacientes, los jubilados intentaban pescar
calamares en la bocana del puerto. Sentados cerca de unas mujeres que
remendaban redes, Javier le dijo que la noche anterior se había acostado con Cristina,
que se lo había pedido como un favor, que ella no soportaba el fastidio de ser
virgen pero no quería hacerlo por primera vez con un desconocido y le escogió a
él.
Sin
querer escuchar más, Carmen, despacio, se quitó la ropa y de un salto se lanzó
al agua. Al alejarse entre las olas, junto al acantilado, la corriente de Ogoño
golpeaba su costado izquierdo, presentimientos submarinos rozaban sus muslos
desnudos. Siguió nadando hasta dejar atrás la isla de Izaro y brazada a brazada
disolvió en los bordes de la espuma todos los momentos que había compartido con
Javier, todos los recuerdos. Incluso olvidó aquella noche en la que se
abrazaron sobre la arena oscura de la playa de Ereaga. Mientras él intentaba
bajarle la falda y ella le susurraba que ahí no, dos grandes perros negros les
asustaron, les dejaron sin ganas de otra cosa que no fuera buscar un lugar
seguro y con luz.
La
noche estaba avanzada cuando regresó a otra costa, cansada pero serena; ya no
recordaba quién era Javier, pero sabía muy bien quién era ella.
martes, 12 de mayo de 2020
Amor en el puerto (2)
Días de mala fortuna, las
gaviotas vuelan bajo, con esta mar no podemos salir a pescar, las aguas están
revueltas, frías, el barco amarrado, las cuerdas tensas, bordas resbaladizas,
el perro arriba y abajo por el puente, las redes recogidas, el muelle vacío, la
tempestad a la altura de los caladeros, cervezas en el bar del puerto, partidas
de mus, blasfemias, ella allá arriba, en la casa grande, sé que está mirando,
sé que me desea tanto como yo a ella en aquellas tardes por la puerta de atrás,
cuando llegaba la noche y empezaba la luz de nuestros cuerpos en la habitación
del fondo, gorriones dormidos en la palmera, pocas palabras, jadeos, piernas
enlazadas, ella entregada y solícita, ella que nunca me había saludado, ni
mirado, la señorita de la casa grande, yo un hijo del pueblo, un pescador, ella
que abrazaba mi cabeza contra su pecho y me besaba, me susurraba , me pedía, me
decía espera y otra vez y ven mañana hasta aquel día, justo hace dos años, duro
recuerdo, salí a la noche de su cuerpo con los rastros del amor entre los
dedos, en cada parte de mi ser, me embarqué de madrugada, evocándola, en la
travesía, distraído, caí al agua, miedo en la soledad del mar, entre altas
olas, miedo a la muerte, soy buen nadador, pude resistir hasta que me
encontraron, un aviso, un presagio, hice una promesa, luego fue la costera de
la anchoa, después el bonito, luego Azores, mucho trabajo, mi mujer quedó
embarazada por segunda vez, el hijo mayor empezó la ikastola, no volví, ella no
me llamó, han pasado dos años, justo dos años, sé que me está mirando desde ahí
arriba, ojalá deje pronto de llover, puta promesa.
lunes, 11 de mayo de 2020
Amor en el puerto (1)
Llueve,
mucho, las barcas cabecean en el muelle, ella cabecea en un recuerdo en
equilibrio sobre el retumbar de tambores imitando una cofradía de semana santa.
Humea el café sobre la mesa. Humea el rescoldo difuso del ritual de aquellas
manos rudas sobre su cuerpo. Estos días de aniversario son los peores, vuelve
con más fuerza su aliento en los oídos, el dulce surco en los muslos, el cauce
húmedo de los labios por su espalda. Corre las cortinas, no quiere ver el mar
ahí abajo, los barcos, el oleaje contra la escollera. No puede dejar de
escuchar su cuerpo que pide ternura, que pide pasión, que pide huir de los
papeles sobre la mesa, del trabajo, que grita que quiere ser amada. A pesar de todo espera.
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