miércoles, 31 de agosto de 2011
jueves, 25 de agosto de 2011
Ebriedad de agosto.
¿Es que voy a vivir? ¿Tan pronto acaba
la ebriedad? Ay, y como veo ahora
los árboles. Qué pocos días faltan…
(Claudio Rodríguez)
(Playa de Langosteira - Finisterre)
Díganme, ¿a quién se le ocurriría escribir en el Paraíso?, a mí al menos, no.
Y es que agosto está siendo un mes mágico en el que voy de acá para allá llenándome de paisajes y gentes, de acentos y sentimientos, enriqueciéndome.
Es un egoísta alivio no contarlo.
Además seguro que ustedes también están disfrutando de maravillosos días y no tienen tiempo para historias de blogs, para historias.
Una sugerencia, varias, siga la estela de lo imposible, este es su momento, no lo dejen para nunca, olvídense de periódicos y telediarios, de noticias trágicas, de incendios, concéntrese en la Naturaleza, en playas y árboles y pájaros, en cuerpos y almas desnudas, en la belleza de una fruta, de una caricia, de una piedra, una mirada, del cielo, miren extasiados las estrellas, no olviden los proyectos, los sueños, emociónense, llénense de música y manantiales, de rumor de olas, vencejos y viento, de confidencias después de una cena con generosos vinos.
Esto es, sean felices, viven, vívanse, total los mercados seguirán insaciables, los ineptos, los ruines políticos pensarán en su único enriquecimiento (empobreciendo al resto, claro), algún malnacido tendrá preparada la pintura negra para septiembre, lo que es dejará de ser para volverse peor, pero luego, entonces, ya lucharemos, ya lo enfrentaremos, ahora estoy en el centro del Paraíso y aunque recuerdo este rincón, de lo que menos ganas tengo es de escribir, ya lo haré, por los siglos de los siglos, amén.
miércoles, 24 de agosto de 2011
Cómo pesa el amor
Noche cerrada
ciega en el tiempo
verde como la luna
apenas clara entre las luciérnagas.
Sigo la huella de mis pasos,
el doloroso retorno a la sonrisa,
me invento en la cumbre adivinada
entre árboles retorcidos.
Sé que algún día
se alzarán de nuevo
las yemas recién nacidas
de mi rojo corazón,
entonces, quizás,
oirás mi voz enceguecedora
como el canto de las sirenas;
te darás cuenta
de la soledad;
juntarás mi arcilla,
el lodo que te ofrecí,
entonces tal vez sabrás
como pesa el amor
endurecido.
ciega en el tiempo
verde como la luna
apenas clara entre las luciérnagas.
Sigo la huella de mis pasos,
el doloroso retorno a la sonrisa,
me invento en la cumbre adivinada
entre árboles retorcidos.
Sé que algún día
se alzarán de nuevo
las yemas recién nacidas
de mi rojo corazón,
entonces, quizás,
oirás mi voz enceguecedora
como el canto de las sirenas;
te darás cuenta
de la soledad;
juntarás mi arcilla,
el lodo que te ofrecí,
entonces tal vez sabrás
como pesa el amor
endurecido.
Goiconda Belli.
martes, 23 de agosto de 2011
Julio Cortazar - Parte IX de IX (y Rayuela)
Capítulo 56
Era así, la armonía duraba increíblemente, no había palabras para contestar a la bondad de esos dos ahí abajo, mirándolo y hablándole desde la rayuela, porque Talita estaba parada sin darse cuenta en la casilla tres, y Traveler tenía un pie metido en la seis, de manera que lo único que él podía hacer era mover un poco la mano derecha en un saludo tímido y quedarse mirando a la Maga, a Manú, diciéndose que al fin y al cabo algún encuentro había, aunque no pudiera durar más que ese instante terriblemente dulce en el que lo mejor sin lugar a dudas hubiera sido inclinarse apenas hacia fuera y dejarse ir, paf se acabó.
lunes, 22 de agosto de 2011
Julio Cortazar - Parte VIII de IX (y Rayuela)
Capítulo 40
Se dio cuenta de que la vuelta era realmente la ida en más de un sentido. Ya vegetaba con la pobre y abnegada Gekrepten en una pieza de hotel frente a la pensión "Sobrales" donde revistaban los Traveler. Les iba muy bien, Gekrepten estaba encantada, cebaba unos mates impecables, y aunque hacía pesimamente el amor y la pasta asciutta, tenía otras relevantes cualidades domésticas y le dejaba todo el tiempo necesario para pensar en lo de la ida y la vuelta, problema que lo preocupaba en los intervalos de corretaje de cortes de gabardina. Al principio Traveler le había criticado su manía de encontrarlo todo mal en Buenos Aires, de tratar a la ciudad de puta encorsetada, pero Oliveira les explico a él y a Talita que en esas críticas había una cantidad tal de amor que solamente dos tarados como ellos podían malentender sus denuestos. Acabaron por darse cuenta de que tenía razón, que Oliveira no podía reconciliarse hipócritamente con Buenos Aires, y que ahora estaba mucho más lejos del país que cuando andaba por Europa. Sólo las cosas simples y un poco viejas lo hacían sonreír: el mate, los discos de De Caro, a veces el puerto por la tarde. Los tres andaban mucho por la ciudad, aprovechando que Gekrepten trabajaba en una tienda, y Traveler espiaba en Oliveira los signos del pacto ciudadano, abonando entre tanto el terreno con enormes cantidades de cerveza. Pero Talita era más intransigente (característica propia de la indiferencia) y exigía adhesiones a corto plazo: la pintura de Clorindo Testa, por ejemplo, o las películas de Torre Nilson. Se armaban terribles discusiones sobre Bioy Casares, David Viñas, el padre Castellani, Manauta y la política del YPF. Talita acabo por entender que a Oliveira le deba exactamente lo mismo estar en Buenos Aires que en Bucarest, y que en realidad no había vuelto sino que lo habían traído. Por debajo de los temas de discusión circulaba siempre un aire patafísico, la triple coincidencia en una histriónica búsqueda de puntos de mira que excentran al mirador o a lo mirado. A fuerza de pelear, Talita y Oliveira empezaban a respetarse. Traveler se acordaba del Oliveira de los veinte años y le dolía el corazón, aunque a lo mejor eran los gases de la cerveza.
domingo, 21 de agosto de 2011
Julio Cortazar - Parte VII de IX (y Rayuela)
Capítulo 21
Es triste llegar a un momento de la vida en que es más fácil abrir un libro en la página 96 y dialogar con su autor, de café a tumba, de aburrido a suicida, mientras en las mesas de al lado se habla de Argelia, de Adenauer, de Mijanou Bardot, de Guy Trébert, de Sydney Bechet, de Michel Burtor, de Nabokov, de Zao-Wu-Ki, de Louison Bobet, y en mi país los muchachos hablan, ¿de qué hablan los muchachos en mi país? No lo sé ya, ando tan lejos, pero ya no hablan de Spilimbergo, no hablan de Justo Suárez, no hablan del Tiburón de Quillá, no hablan de Bonini, no hablan de Leguisamo, Como es natural. La joroba está en que la naturalidad y la realidad se vuelven no se sabe por qué enemigas, hay una hora en que lo natural suena espantosamente falso, en que la realidad de los veinte años se codea con la realidad de los cuarenta y en cada codo hay un gillette tajeándonos el saco. Descubro nuevos mundos simultáneos y ajenos, cada vez sospecho más que estar de acuerdo es la peor de las ilusiones. ¿Por qué esta sed de ubicuidad, por qué esta lucha contra el tiempo? También yo leo a Sarraute y miro la foto de Guy Trébet esposado, pero son cosas que me ocurren, mientras que si soy yo el que decide, casi siempre es hacia atrás. Mi mano tantea en la biblioteca, saca a Crevel, saca a Roberto Arlt, saca a Jarry. Me apasiona el hoy pero siempre desde el ayer (¿me hapasiona, dije?), y es así como a mi edad el pasado se vuelve presente y el presente es un extraño y confuso futuro donde chicos con tricotas y muchachas de pelo suelto beben sus cafés créme y se acarician con una lenta gracia de gatos o de plantas.
Es triste llegar a un momento de la vida en que es más fácil abrir un libro en la página 96 y dialogar con su autor, de café a tumba, de aburrido a suicida, mientras en las mesas de al lado se habla de Argelia, de Adenauer, de Mijanou Bardot, de Guy Trébert, de Sydney Bechet, de Michel Burtor, de Nabokov, de Zao-Wu-Ki, de Louison Bobet, y en mi país los muchachos hablan, ¿de qué hablan los muchachos en mi país? No lo sé ya, ando tan lejos, pero ya no hablan de Spilimbergo, no hablan de Justo Suárez, no hablan del Tiburón de Quillá, no hablan de Bonini, no hablan de Leguisamo, Como es natural. La joroba está en que la naturalidad y la realidad se vuelven no se sabe por qué enemigas, hay una hora en que lo natural suena espantosamente falso, en que la realidad de los veinte años se codea con la realidad de los cuarenta y en cada codo hay un gillette tajeándonos el saco. Descubro nuevos mundos simultáneos y ajenos, cada vez sospecho más que estar de acuerdo es la peor de las ilusiones. ¿Por qué esta sed de ubicuidad, por qué esta lucha contra el tiempo? También yo leo a Sarraute y miro la foto de Guy Trébet esposado, pero son cosas que me ocurren, mientras que si soy yo el que decide, casi siempre es hacia atrás. Mi mano tantea en la biblioteca, saca a Crevel, saca a Roberto Arlt, saca a Jarry. Me apasiona el hoy pero siempre desde el ayer (¿me hapasiona, dije?), y es así como a mi edad el pasado se vuelve presente y el presente es un extraño y confuso futuro donde chicos con tricotas y muchachas de pelo suelto beben sus cafés créme y se acarician con una lenta gracia de gatos o de plantas.
sábado, 20 de agosto de 2011
Julio Cortazar - Parte VI de IX (y Rayuela)
Capítulo 12
A Gregorovius siempre le habían gustado las reuniones del Club, porque en realidad eso no era en absoluto un club y respondía así a su más alto concepto del género. Le gustaba Ronald por su anarquía, por Babs, por la forma en que se estaban matando minuciosamente sin importárseles nada, entregados a la lectura de Carson Mc Cullers, de Miller, de Raymond Queneau, al jazz como un modesto ejercicio de liberación, al reconocimiento sin ambages de que los dos habían fracasado en las artes. Le gustaba, por así decirlo, Horacio Oliveira, con el que tenía una especie de relación persecutoria, es decir que a Gregorovius lo exasperaba la presencia de Oliveira en el mismo momento en el que se lo encontraba, después de haberlo estado buscando sin confesárselo, y a Horacio le hacían gracia los misterios baratos con que Gregorovius envolvía sus orígenes y sus modos de vida, lo divertía que Gregorovius estuviera enamorado de la Maga y creyera que él no lo sabía, y los dos se admitían y se rechazaban en el mismo momento, con una especie de torear ceñido que era al fin y al cabo uno de los tantos ejercicios que justificaban las reuniones del club. Jugaban mucho a hacerse los inteligentes, a organizar series de alusiones que desesperaban a la Maga y ponían furiosa a Babs, les bastaba mencionar de paso cualquier cosa, como ahora que Gregorovius pensaba que verdaderamente entre él y Horacio había una especie de persecución desilusionada, y de inmediato uno de ellos citaba al mastín del cielo, I fled Him , etc., y mientras la Maga los miraba con una especie de humilde desesperación, ya el otro estaba en el volé tan alto, tan alto que a la caza le di alcance, y acababan riéndose de ellos mismos pero ya era tarde, porque a Horacio le daba asco ese exhibicionismo de la memoria asociativa, y Gregorovius se sentía aludido por ese asco que ayudaba a suscitar, y entre los dos se instalaba como un resentimiento de cómplices, y dos minutos después reincidían, y eso, entre otras cosas, eran las sesiones del Club.
viernes, 19 de agosto de 2011
Julio Cortazar - Parte V de IX (y Rayuela)
Capítulo 7
Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.
Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.
jueves, 18 de agosto de 2011
Julio Cortazar - Parte IV de IX (y Rayuela)
Capítulo 5
A Oliveira le gustaba hacer el amor con la Maga porque nada podía ser más importante para ella y al mismo tiempo, de una manera difícilmente comprensible, estaba como por debajo de su placer, se alcanzaba en él un momento y por eso se adhería desesperadamente y lo prolongaba, era como un despertar y conocer su verdadero nombre, y después recaía en una zona siempre un poco crepuscular que encantaba a Oliveira temeroso de perfecciones, pero la Maga sufría de verdad cuando regresaba a sus recuerdos y a todo lo que oscuramente necesitaba pensar y no podía pensar, entonces había que besarla profundamente, incitarla a nuevos juegos, y la otra, la reconciliada, crecía debajo de él y lo arrebataba, se daba entonces como una bestia frenética, los ojos perdidos y las manos torcidas hacia adentro, mítica y atroz como una estatua rodando por una montaña, arrancando el tiempo con las uñas, entre hipos y un ronquido quejumbroso que duraba interminablemente. Una noche le clavó los dientes, le mordió el hombro hasta sacarle sangre porque él se dejaba ir de lado, un poco perdido ya, y hubo un confuso pacto sin palabras, Oliveira sintió como si la Maga esperara de él la muerte, algo en ella que no era su yo despierto, una oscura forma reclamando una aniquilación, la lenta cuchillada boca arriba que rompe las estrellas de la noche y devuelve el espacio a las preguntas y a los terrores. Sólo esa vez, descentrado como un matador mítico para quien matar es devolver el toro al mar y el mar al cielo, vejó a la Maga en una larga noche de la que poco hablaron luego, la hizo Pasifae, la dobló y la usó como un adolescente, la conoció y le exigió las servidumbres de la más triste puta, la magnificó a constelación, la tuvo entre los brazos oliendo a sangre, le hizo beber el semen que corre por la boca como desafío al Logos, le chupó la sombra del vientre y de la grupa y se la alzó hasta la cara para untarla de sí misma en esa última operación de conocimiento que sólo el hombre puede dar a la mujer, la exasperó con piel y pelo y baba y quejas, la vació hasta lo último de su fuerza magnífica, la tiró contra una almohada y la sábana y la sintió llorar de felicidad contra su cara que un nuevo cigarrillo devolvía a la noche del cuarto y del hotel.
miércoles, 17 de agosto de 2011
Julio Cortazar - Parte III de IX (y Rayuela)
Capítulo 3
El tercer cigarrillo del insomnio se quemaba en la boca de Horacio Oliveira sentado en la cama; una o dos veces había pasado levemente la mano por el pelo de la Maga dormida contra él. Era la madrugada del lunes, habían dejado irse la tarde y la noche del domingo, leyendo, escuchando discos, levantándose alternativamente para calentar café o cebar mate. Al final de un cuarteto de Haydn la Maga se había dormido y Oliveira, sin ganas de seguir escuchando, desenchufó el tocadiscos desde la cama; el disco siguió girando unas pocas vueltas, ya sin que ningún sonido brotara del parlante. No sabía por qué pero esa inercia estúpida lo había hecho pensar en los movimientos aparentemente inútiles de algunos insectos, de algunos niños. No podía dormir, fumaba mirando la ventana abierta, la bohardilla donde a veces un violinista con joroba estudiaba hasta muy tarde. No hacía calor, pero el cuerpo de la Maga le calentaba la pierna y el flanco derecho; se apartó poco a poco, pensó que la noche iba a ser larga.
martes, 16 de agosto de 2011
Julio Cortazar - Parte II de IX (y Rayuela)
Capítulo 2
Aquí había sido primero como una sangría, un vapuleo de uso interno, una necesidad de sentir el estúpido pasaporte de tapas azules en el bolsillo del saco, la llave del hotel bien segura en el clavo del tablero. El miedo, la ignorancia, el deslumbramiento: Esto se llama así eso se pide así, ahora esa mujer va a sonreír, más allá de esa calle empieza el Jardín des Plantes. París, una tarjeta postal con un dibujo de Klee al lado de un espejo sucio. La Maga había aparecido una tarde en la rue du Cherche-Midi, cuando subía a mi pieza de la rue de la Tombe Issoire traía siempre una flor, una tarjeta Klee o Miró, y si no tenía dinero elegía una hoja de plátano en el parque. Por ese entonces yo juntaba alambres y cajones vacíos en las calles de la madrugada y fabricaba móviles, perfiles que giraban sobre las chimeneas, máquinas inútiles que la Maga me ayudaba a pintar. No estábamos enamorados, hacíamos el amor con un virtuosismo desapegado y crítico, pero después caíamos en silencios terribles y la espuma de los vasos de cerveza se iba poniendo como estopa, se entibiaba y contraía mientras nos mirábamos y sentíamos que eso era el tiempo. La Maga acababa por levantarse y daba inútiles vueltas por la pieza. Más de una vez la vi admirar su cuerpo en el espejo, tomarse los senos con las manos como las estatuillas sirias y pasarse los ojos por la piel en una lenta caricia. Nunca pude resistir el deseo de llamarla a mi lado, sentirla caer poco a poco sobre mí, desdoblarse otra vez después de haber estado por un momento tan sola y tan enamorada frente a la eternidad de su cuerpo.
lunes, 15 de agosto de 2011
Julio Cortazar - Parte I de IX (y Rayuela)
Capítulo 1
¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua. Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico.
domingo, 14 de agosto de 2011
Esperanza Ortega
Es de los que la pierden...
Es de los que la pierden
la inocencia
sin saber
sin audacia
huecos
como refugios
de pájaros errantes
así quedan
petrificados por la mirada altiva
no atiende
la caricia sombría al abrazo ignorado
del inocente
sin fecha sin memoria
sordo el golpe rotundo
del pájaro caído
Es de los que la pierden
la inocencia
sin saber
sin audacia
huecos
como refugios
de pájaros errantes
así quedan
petrificados por la mirada altiva
no atiende
la caricia sombría al abrazo ignorado
del inocente
sin fecha sin memoria
sordo el golpe rotundo
del pájaro caído
De "Mudanza" 1994
Esperanza Ortega
sábado, 13 de agosto de 2011
En el principio
En el principio
Si he perdido la vida, el tiempo, todo
lo que tiré, como un anillo, al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.
Si he sufrido la sed, el hambre, todo
lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra.
Si abrí los labios para ver el rostro
puro y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la palabra.
Si he perdido la vida, el tiempo, todo
lo que tiré, como un anillo, al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.
Si he sufrido la sed, el hambre, todo
lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra.
Si abrí los labios para ver el rostro
puro y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la palabra.
Blas de Otero.
Blas de Otero (1916-1979) Poeta español, nació en Bilbao y murió en Majadahonda (Madrid). Hizo sus primeros estudios en su ciudad natal, en una institución religiosa, y emprendió en Madrid la carrera de leyes que luego terminó en Valladolid. Al término de la Guerra Civil, fue durante un breve espacio de tiempo abogado en una industria vizcaína, y en 1952 tuvo una experiencia laboral en una mina de hierro de La Arboleda (Vizcaya), junto con los pintores Agustín Ibarrola e Ismael Fidalgo. Cántico espiritual (1942) es su primera entrega poética y en ella se percibe el mismo aliento místico que en la obra homónima de san Juan de la Cruz; en Ángel fieramente humano (1950), su segundo libro, es audible también el eco del místico abulense y, aun de Góngora, pero la religiosidad del poeta es aquí agónica, como lo fuera la de su paisano Unamuno; en esa obra, como en Redoble de conciencia que la sigue en 1951, hay una ardorosa denuncia de la sordera de Dios al grito angustiado del hombre. En 1958 se publicó en Barcelona Ancia, con prólogo de Dámaso Alonso. Antes, en 1955, había aparecido Pido la paz y la palabra, donde el poeta ―que dedica el libro «a la inmensa mayoría» y afirma su solidaridad con una generación «desarraigada sin más destino que apuntalar las ruinas»―, adopta una voz nueva para clamar contra un tiempo donde las injusticias se producen cotidianamente. sus obras posteriores (En castellano, 1959; Esto no es un libro, Puerto Rico, 1963; Que trata de España, 1964; Mientras, 1970), al tiempo que el verso, barroco en sus inicios, va haciéndose cada vez más enjuto y preciso, más funcional y articulado al concepto, en un equilibrio de forma y contenido que ha hecho de la poesía oteriana una de las más interesantes de nuestro tiempo. Según lo expresan algunos críticos de la obra poética de Blas de Otero, sus incursiones por el romancero español, su conocimiento de los maestros del Siglo de Oro y, también, sus particulares preferencias por poetas tan como César Vallejo, y San Juan de la Cruz, participan en gran medida en su capacidad de síntesis, en los juegos lingüísticos que el poeta logra con la ruptura formal de algunos versos tradicionales, del uso magistral del hipérbaton, de los encabalgamientos y de otros recursos poéticos. Otras obras del autor: Expresión y reunión (1969), Verso y prosa (1974), Todos mis sonetos (1977), Poesía con nombres (1977) y Viejo camarada (1978).
(tomado de Artepoética)
viernes, 12 de agosto de 2011
Sin inercia.
Es difícil escribir sin inercia.
Sin entrenamiento.
Sin sentimiento.
Con el cuerpo y la cabeza en otras historias.
Estoy de vacaciones y quiero decir exactamente eso.
Podría escribir ahora sobre Marc Bloch, por ejemplo, o copiar una frase de Erich Auerbach "…nuestro tiempo prefiere la imagen a la cosa, la copia al original, la representación a la realidad, la apariencia al ser...", o decir como Henri Barbusse que “el día está lleno de noche”, pero no sería cierto, no, esta realidad de agosto me abraza, seductora, me lleva de día en día, aprendiendo, gozando, llenándome de alegría, descubriéndome.
Es decir que al regreso espero reinventar mi escritura, renovarme, cuando estén llenos los arcones de las experiencias de este mes insólito, rico, hermoso.
Pero ahora estoy de vacaciones y quiero decir exactamente eso.
jueves, 11 de agosto de 2011
El tercer hombre.
El tercer hombre.
El tercer hombre es una película británica del año 1949, dirigida por Carol Reed. Protagonizada por Joseph Cotten, Orson Welles y Alida Valli en los papeles principales. El guion fue escrito por Graham Greene. Oscar a la mejor fotografía en blanco y negro (Robert Krasker)
Sinopsis
Holly Martins (Joseph Cotten), un escritor de novelas baratas del Oeste, llega a Viena, Austria en 1947 cuando la ciudad está dividida en cuatro zonas ocupadas por los aliados de la Segunda Guerra Mundial. Holly llega reclamado por un amigo de la infancia, Harry Lime (Orson Welles), que le ha prometido trabajo. Pero el mismo día de su llegada coincide con el entierro de Harry, que ha sido atropellado por un coche. Holly conoce y se enamora de Anna quien era la novia de Harry.
Ante una serie de datos contradictorios Holly comienza a investigar la muerte de su amigo, sospecha que talvez este vivo. El jefe de la policía militar británica le insinúa que su amigo se había mezclado en la trama del mercado negro y que podría haberse escondido en la zona soviética. Finalmente, Holly llega a la conclusión que Harry no era la persona muerta, sino un traficante de penicilina adulterada.
Por ello Holly accede a colaborar con las autoridades, y participa en tenderle una celada a Harry. Finalmente, tras matar a balazos a su antiguo amigo, Holly recibe el desprecio por parte de Anna.
Comentarios
Aunque desde el primer momento le propusieron escribir el guion de una película ambientada en la Viena de posguerra, con la firme presencia de las cuatro potencias ocupantes, Graham Greene optó por escribir la trama en forma de novela. Aquél era el único modo, aseguraba, de poder planificar el guion, el cual sería posteriormente elaborado por el propio novelista y por el productor, Alexander Korda. Greene siempre defendió que la versión de la película era mucho mejor que la del libro (incluido el final, que es distinto), lo cual no impidió que éste fuera editado de todas maneras y se convirtiera en un clásico.
La aportación de Orson Welles al conjunto de la película parece evidente. Welles, que tenía problemas con sus producciones en Hollywood, decidió dar el salto a Europa, donde dirigió y colaboró en varios proyectos, entre ellos éste film de Carol Reed. Su primera aparición en pantalla (el movimiento de una lámpara que muestra a Harry Lime ante la sorprendida cara de Cotten) ha sido considerada como la mejor presentación de un personaje en un filme, al igual que el plano secuencia del final; como también tampoco la escena de la persecución en los alcantarillados de Viena.
- Fue rodada en London Film Studios (Shepperton, Inglaterra). Los exteriores se rodaron en Austria.
- La música de Anton Karas, interpretada por él mismo en cítara, fue un éxito y llegó a los primeros lugares en 1950.
- También es de destacar la fotografía en blanco y negro y los exteriores seleccionados, que muestran diversas facetas de la ciudad de Viena, como la Noria de Viena del Prater o las cloacas vienesas, marco de la famosa escena de la persecución final.
(Tomado de Wikipedia)
miércoles, 10 de agosto de 2011
José Miguel Ullán
Unidad, nos hemos salvado,
aunque fuera preciso creerse
en los brazos del sueño primero:
esas sombras que cruzan el Duero
para oírse gemir en la noche
de la otra orilla, al desnacer,
lo mismo:
¿Qué es esto que yo no he sido?
aunque fuera preciso creerse
en los brazos del sueño primero:
esas sombras que cruzan el Duero
para oírse gemir en la noche
de la otra orilla, al desnacer,
lo mismo:
¿Qué es esto que yo no he sido?
José Miguel Ullán
martes, 9 de agosto de 2011
lunes, 8 de agosto de 2011
Regreso/Parada técnica/Partida.
Están locos estos romanos. Se desploman los mercados. Entramos en una inquietante recesión.
He vuelto de mi viaje por tantos lugares hermosos. He visto bellezas naturales, monumentos. Me he llenado de historias. Lo mejor, las personas que he conocido, reconocernos en la diversidad, apreciarnos aún a pesar del poco tiempo juntos.
El régimen sirio ataca con artillería los focos de la rebelión en el este del país
El mundo sigue alocado, lleno de muerte y destrucción. Allí donde he estado aún quedan huellas de un triste pasado reciente. Sin embargo nos queda la esperanza. Lo cantan los soñadores, los poetas, los ilusos, los que aún creen.
La policía vigila las calles de Londres tras los disturbios
Este viaje (espero que también el que pronto emprenderé), me ha llenado del deseo de desear, de creer, de mirar alrededor con alegría y fe. Busco una mirada nueva, renovada.
He vuelto, pero sigo en camino.
domingo, 7 de agosto de 2011
Rosa Chacel
Yo me encontré el olivo y el acanto...
A Nikos Kazanzaki
Yo me encontré el olivo y el acanto
que sin saber plantaste, hallé dormidas
las piedras de tu frente desprendidas,
y el de tu búho fiel, solemne canto.
El rebaño inmortal, paciendo al canto
de tus albas y siestas transcurridas,
las cuadrigas frenéticas, partidas
de tus horas amargas con quebranto.
La roja musa airada y violenta,
la serena deidad épica y pura
que donde tú soñabas hoy se asienta.
De estas piezas compongo tu escultura.
Nuestra amistad mis mismos años cuenta:
de ti hablaban mi cielo y mi llanura.
Rosa Chacel
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- Cómo pesa el amor
- Julio Cortazar - Parte IX de IX (y Rayuela)
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- Esperanza Ortega
- En el principio
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