Cuando después de una cena de trabajo Julia elogió mis ojos, comprendí que me había hecho viejo, demasiado mayor para aventuras románticas.Tienes una mirada muy limpia -me dijo-. Supe que debía cambiar de conversación, evitar el tono confidencial o acabaría haciendo el ridículo. Me acerqué a un grupo que hablaba de fútbol y procuré olvidarme de idilios absurdos, imposibles además como acababa de comprobar.
Regresé a casa caminando para despejar mi cabeza alterada por el licor de manzana. Estaba contento, hablaba solo, sonreía. Miré mi reflejo en los escaparates de la Gran Vía, me estaba cargando de hombros, encorvando, realmente ya no soy un hombre joven. Siempre he presumido de estar fuerte. Tantos años practicando deporte me han permitido conservarme en una buena forma física. Pero desde el verano me encuentro flojo, no he vuelto a correr y ya no voy a la piscina, lo noté mientras subía las escaleras.
Al cerrar la puerta recordé que Carmen también había ido de cena. Con sus amigas, me dijo. Me puse el pijama y me senté a leer cerca de la ventana. Estaba desvelado, no llegué a dos páginas, no podía concentrarme ¿dónde estaría esta mujer?.
Carmen es catorce años más joven que yo. Esto no ha sido nunca un problema entre nosotros pero, últimamente, nuestras relaciones se han enfriado. Me refiero al sexo. Es curioso, ahora que nuestro hijo ya no vive con nosotros podríamos tener más intimidad, pero no. Además creo que soy yo el que pongo excusas, ella jamás lo ha rehusado, al contrario.
Desde que cambió de empresa Carmen viaja, no demasiados días al mes, pero si los suficientes como para que me sienta abandonado. Antes me dedicaba otra atención y temo que esté más entretenida trabajando que en mi compañía.
Es cierto que cada día me apetece menos salir de casa, me aburren nuestras amistades. En general nos reunimos con las amigas de ella y sus parejas, no logro conectar, demasiado jóvenes para mi, los encuentro con poca experiencia, han vivido poco. Prefiero quedarme en mi despacho escribiendo, leyendo o escuchando música. Los domingos por la mañana me gusta ir a pasear por el monte; Carmen nunca me acompaña, antes lo hacía.
No acaba de llegar. No me dijo en qué restaurante cenarían. Son ya las tres ¿dónde estará? Espero que no le haya pasado nada.
Debo reconocer que el miedo ha entrado a mi vida. Me preocupan situaciones que antes asumía de forma más natural, más llevadera. Quisiera comentar esto con algún amigo pero temo que no me comprendan. Además debo mantener mi imagen autosuficiente, mi fama de...¿cuál es mi fama?. Me siento frustrado pensando que he mantenido una fachada, que he perdido disfrutarme tal como soy por disfrazarme de otro, banal, gracioso, hueco, trivial.
¿Estará con otro hombre? No, no lo creo. Carmen es una mujer decidida, si estuviera enamorada de otro se iría con él, sin dudarlo. Y no creo que ceda al capricho de una noche. Entonces ¿con quién está ahora?
Madrugada de calles desiertas. Recuerdo cuando antes yo volvía a estas horas. Carmen dormía pero siempre se despertaba para preguntarme si lo había pasado bien. Nunca dudó de que mi tardanza se debía a compromisos con mis clientes, que era una parte de mi trabajo. Y si no lo creía jamás me expresó otra cosa. No le he contado mis aventuras ocasionales. Las tuve, no hace tanto, pero me parece que fue en otra vida, hace mucho. Aún veo a Ana, a veces nos acostamos pero ya no existe entre nosotros aquella pasión. Ana no es un juego, tampoco es amor, entre Ana y yo existe el compañerismo de la cama, la costumbre de amarnos a media tarde, a veces, cada vez con más tiempo de distancia. Tengo que llamar a Ana.
Me duele el pecho, no será nada pero siento ahogos, me preocupa, quizás deba a ir al médico. Carmen me acompañará, dice que soy mal enfermo Me molesta que siempre venga conmigo, me trata como a su hijo.
Sé que si la llamo al móvil se enfadará, pero estoy me poniendo nervioso. Espero que no haya tenido un accidente. Quizás esté con Arturo, el hombre de las corbatas bonitas, así le llama ella. No me cae bien Arturo. Me disgusta la familiaridad con que trata a Carmen. La próxima vez que le vea se lo diré. No me importa su energía. A un tipo así, si esto me ocurre hace dos años, le parto la cara así, sin hablar más. Carmen me dice que soy violento y celoso. No lo soy pero me molestan estos ejecutivos espabilados, tan irrespetuosos.
Ya, la llamo. No contesta. Tiene el móvil apagado ¿Y si no vuelve? No debí despedirme con la cara enfadada. No me gustaba la falda roja, tan corta. Le sienta bien pero...nada, le sienta bien pero no me agrada que le miren las piernas. Son las cuatro, me asomo a la ventana y si no veo su coche llamo a la policía. No ¿cómo voy a llamar a la policía? Carmen, ven, ven, ven. Seguro que no vuelve, se ha aburrido de mi, de que siempre quiera controlarla, saber donde está, qué hace.
Vale, me estoy obsesionando, debo tranquilizarme, relajarme, pensar en otra cosa. Ángeles, fue mala idea acostarme con ella. “Quiero que me folles- dijo- déjate de amor. Cállate ya ¿no lo entiendes? Amor es amor, sexo es sexo”. Y me escandalizó con su cuerpo de espuma, con su dedicación insolente, con sus peticiones sin recato. No me acostumbro a ser un instrumento. ¿quién me mandaba buscarme esos líos? Además ni siquiera me gustaba Ángeles.
Desde mañana seré más atento con Carmen, debo escucharla con atención, creo que me estoy perdiendo algo, en alguna parte no entiendo lo que me está pidiendo. Espero que no sea demasiado tarde. Sigue con el móvil desconectado. Intentaré dormir.
Sonriente, me toca levemente el hombro, susurra dulzuras en mi oído, me llama con diminutivos cariñosos, dice que vaya a la cama, que mañana me dolerá todo el cuerpo, me pregunta por mi cena, qué tal lo he pasado, si me he divertido, me ayuda a levantarme, me acompaña por el pasillo, me quita la bata, me arropa con las mantas, sigo medio dormido pero aún la veo mientras se desmaquilla, sigue contenta, está tan feliz que se lanza besos al espejo. Mañana le preguntaré donde ha estado. Qué sueño.