Para Gretel.
Vale, empecemos
por el final, la tormenta, la gente corriendo apresurada a guarecerse, las
calles encharcadas, los coches salpicando, el mediodía del domingo desbaratado.
Pero no sólo
eso.
De pronto soy un
director de cine, Welles por ejemplo, estoy subido en la grúa y observo la
imagen que se va a filmar Los extras corren a la boca de metro. Dos operarios
con mangueras simulan la lluvia fuerte, otro controla un gran ventilador. La
pareja protagonista espera órdenes. Ella es una mujer joven, bella, tan bella
que la cámara se queda extasiada y mima su figura. El es un hombre mayor, que
aún antes de la acción mira arrobado a esa mujer y anticipa una cara de pesar
por su partida.
Entonces grito
acción y los extras suben y bajan por las escaleras, se chocan, alborotados por
la lluvia y el viento que simulan los operarios. La mujer joven y el hombre
mayor se abrazan, es una despedida, torpe, les empujan, no saben si besarse en
las mejillas, rozan sus labios, se toman de las manos, se sueltan del abrazo,
ella baja las escaleras sin miran atrás y él se da la vuelta con un gesto de
dolor.
Corten, grito.
Pero la vida no
es una película y ella sí eres una mujer bellísima. Conocerla ha sido... en
México he recorrido ni sé cuántos kilómetros, he visto maravillas de la
naturaleza, paisajes extraordinarios, museos, monumentos milenarios, pirámides,
cascadas, ríos, el Pacífico, he dormido en el suelo, en una cabaña, en camas
mullidas, he comido, bebido, disfrutado, he hablado con gentes diversas, he
conocido a gente extraordinaria, he sentido la tierra hasta la médula, he visto
las estrellas, he nadado en un estanque en la cima de un monte muy alto, he
desafiado las olas y la resaca del océano, he hablado con gente culta y con
gente que sabía lo que tenía que saber, he subido a taxis comunales, me he
encontrado con personas con las que me escribo desde hace años, he hecho y
disfrutado y sentido tantas y tantas cosas que seguir me desviaría de lo que
intentó decir.
¿Qué intentó
decir? Un día nos citamos. En principio era tomar un café con alguien a quién
conocía solo por mensajes Pero, ay, vino ella. Cada día que estuve allí superaba
al anterior. He vivido momentos extraordinarios, increíbles, emocionantes,
sorprendentes, intensos. Cada día decía que lo que había visto era lo mejor. No
es cierto, aún no la conocía.
Llego al
Starbucks y espero. No sé bien quien vendrá. Hay personas que cambian su foto.
Quizás entre una viejecita o un fornido señor vestido de marinero. Entra ella y
pienso que no puede ser. Que hago yo ahí, me siento pequeñito. No puede ser que
sea tan atractiva y disimulo como que no
y busco azúcar para el café y espero que digan su nombre y sí, sí es. A partir
de ahí nos saludamos y ella calla y yo hablo y hablo sin parar, nervioso aunque
no se note, alterado aunque sí se noté, feliz por que haya venido, absorto en
mirarla y saberla real, sorprendido de que esté a mi lado, curioso por adivinarla
en lo que dice, en lo que calla, mirándola embelesado, tratando de disimular mi
entusiasmo, haciendo equilibrios entre mi realidad y la realidad y el poco
tiempo que tengo de verla y no sé bien cómo seguir, que decir, como retener el
tiempo para que no lleguen las dos y media y de pronto empieza a llover y es
maravilloso como la vida nos da regalos como esté de poder estar a su lado y
ver sus pestañas, la mariposa sujetando su pelo, sus ojos, su sonrisa, escucharla,
sus gestos, como baja la mirada, como mira, su belleza y tanto hablar y hablar
me dejo llevar y me olvido y llueve y tenemos que irnos y recuerdo y ella a mi
lado y saber en ese mismo instante que luego, ahora, pensare que estoy loco
pero que soy afortunado y tomarla del brazo con respeto y con cierta timidez y
llueve y es tan bello haberla conocido, haberla escuchado, haberle dicho tantas
cosas.
Sí. Cada día que
estuve ahí superaba al anterior, lo he dicho. Ese fue mi mejor día en México.
Desde Gretel, mi
viaje tiene más sentido. U otro.