Deseos de blogs.
Desde febrero,
post a post, si.
Me lee, lo sé;
nunca comenta.
Por eso preferiría
dormir a su lado
y al despertar,
amarnos.
(qué listo)
Desde febrero,
post a post, si.
Me lee, lo sé;
nunca comenta.
Por eso preferiría
dormir a su lado
y al despertar,
amarnos.
(qué listo)
Todos los habitantes de Equilibrio tenían la nariz aguileña.
Un día llegó al país un hombre chato y las autoridades dijeron - Qué curioso, dejémosle que barra las hojas de otoño-. Y le pusieron a barrer el bosque.
Otro día llegó una mujer con la nariz de un color distinto al de las mujeres de Equilibrio. Éstas, sorprendidas, dijeron -Qué singular, dejémosle que recoja los frutos de primavera, que los lave, los tienda, los planche, los cocine, que los pruebe y si no muere al menos nos deberá el sustento-.
En las semanas siguientes llegaron otros hombres y mujeres con apéndices nasales diferentes a las de los nativos de Equilibrio. Unos tenían la nariz más gruesa, o con nubes en la punta, o con tres agujeros, con pecas, traspasada por huesos de ave, aplastada, rugosa, alguna nariz no entendía el idioma, otra era transparente. Los que mandaban, y los que no, como ya tenían experiencia, idearon actividades para todos ellos: a unos los dejaron a la puerta de las iglesias, dando colorido a los soportales; a otros los pusieron como acompañantes de los ancianos que habían tomado la costumbre de caerse y romperse las caderas; a algunos los subieron a las copas de los árboles para avisar la llegada de las habituales riadas de invierno; a pocos, a los más listos, en fin, les convencieron para que se operasen aquellas absurdas narices y pudieran parecerse a las personas normales, las de allí de toda la vida.
Y así pasaron los meses, con cada cosa en su sitio. Hasta que un día una mujer de Equilibrio se quitó la ropa delante de un hombre con apenas nariz que limpiaba los cristales de su salón y este se comportó como no solía. A la quinta vez de romper sus compromisos de fidelidad a una novia ausente, el hombre con apenas nariz se enamoró de la mujer desnuda, tan desnuda que se le veía dentro del pecho el deseo saltando delante del aburrimiento. A los nueve meses nació el primer niño del país con nariz de emperador romano.
Otro día un hombre equilibrista caminó por calles y avenidas de la capital siguiendo unas caderas ondulantes embutidas en una estrecha falda roja. Al cabo de varias horas de admirarlas, propuso a la dueña de las caderas otras actividades complementarias a tanto ejercicio andariego. Solo después, cuando se duchaban, se dio cuenta que aquella mujer tenía una nariz de mariposa. Aún así la propuso matrimonio. Sus hijos, tres, tuvieron narices diversas, ninguno la tuvo aguileña.
Estas son solo dos historias entre tantas como ocurrieron en Equilibrio en aquella época.
En los años siguientes se produjo una gran mezcolanza de narices.
En la actualidad, como bien sabemos, ya nadie se preocupa de las narices ajenas, nadie respira, nadie huele, no hay olfato, es algo antiguo, está pasado de moda. Ahora lo que está a la última es mirar en la misma dirección, tener los ojos dirigidos al horizonte, en remoto, para conseguir así un gran ahorro energético y una concentración de ideas que impidan la dispersión, incluso la acústica.
Algunos disidentes, pocos por fortuna, están pensando en cortarse las orejas.
La vida sigue siendo feliz en Equilibrio.
Grita el pastor, desde los prados de la loma vuelven al redil las pánfilas ovejas. El sol descansa sobre el yugo de los bueyes aún uncidos. Mugen las vacas en el angosto prado. El hacha de los leñadores resuena desde el bosque, los pájaros gorjean.
Hace tiempo que no se escucha en la aldea la trompeta que previene, el tambor que avisa. Las jaurías de perros olisquean al jabalí oculto. Los cazadores de tordos beben vino mientras preparan lazos, las ocultas trampas. Una mujer mete dos dedos en una jarra con miel.
Descanso de la dura jornada de trabajo recostado en la encina, las gallinas alborotan, miro el arado quieto, al mastín que persigue un gato negro, el humo sube desde el hogar, pasa una cabra con las ubres llenas buscando la hierba junto a los sarmientos.
Me sobrecojo, sobre mi pecho desnudo pasa la sombra de la erinia Alecto, tiemblo, temo.
Son oscuros estos tiempos y no he pagado el tributo a la diosa Hécate.
Oh temida Alecto, antaño Euménide, nacida de la tierra fecundada con la sangre de Urano, recibe mis ardientes preces y sortea esta humilde casa, vete a la de mi vecino que quema incienso ante el altar de Tisifona, deja mi heredad a salvo.
Erinias: deidades griegas, en principio conservadoras del orden natural, y mas tarde vengadoras de crímenes. Nacieron de la tierra fecundada por las gotas de sangre que cayeron de Urano al ser mutilado. Son tres: Alecto –a la que nada apacigua-, Tisífona –el espíritu de la venganza- y Megera –el espíritu del odio-. Se las llamó también Euménides – Bienhechoras-. Los romanos las identificaron con las Furias.
Hécate: deidad lunar, no incluida entre las divinidades olímpicas. Relacionada con Artemisa y confundida con Selene. Primero protectora de la juventud, la elocuencia y el éxito en todos los combates, luego dispensadora y protectora de las artes mágicas y de encantamientos.
Intenté.
Dar sentido a una historia sin sentido.
Continuar una situación sin continuidad.
Vivir una vida imposible.
Mantener condiciones ausentes.
Nadar en un desierto
y lo supe, bien que lo supe –me ahogué-.
Intenté
Estar sentado en el aire.
Entender palabras en un zumbido.
Repetir lo irrepetible.
Hacer lo que no sabía hacer.
Retener a una mujer que se había ido
hace años, y no lo sabía
Siempre aprendo tarde.
Crítica uno: El poeta roza la incuria, en las agujas de la enajenación amorosa se obtura en el verbo, nos deja informes estados de estupor, adjunta fragmentos, inconcretos retazos pretéritos, irracionales, se atribula y expone un sentimiento pobre, aterido por la humillación del no, sinuoso entre figuras y símbolos de la devastación, muestrario de quejas e impotencia, baladí catálogo de sombras.
Lo hace mal, sugiero que se dedique a otras actividades, por ejemplo la agricultura, la huerta, el riego, nobles labores de labranza, rotulación de jardines, poda de frutales, exterminio de plagas, propagación de infundios, determinación de lindes, plantación de fronteras, articulación de accesos a la cordillera, diseño de puentes, comercialización del estupor de nobles enamorados, huidas en el horizonte de sábanas, camas muertas, palomas en éxtasis, amor de somier, de alfombra, de cuarto de las escobas, amor prohibido en esquinas sombrías, amor a destiempo -¿hay un tiempo para el amor?-, amor de submarinistas, de cosmonautas rusos bailando el cha-cha-cha, de grullas reconvertidas después de la última huelga de astilleros, de torneros aficionados al cante jondo, de alcohólicos con ojos enrojecidos, de pacientes lectores de blogs que saben lo que es lidiar con post de difícil digestión, que no dicen, que esconden, que no llegan, confusos, en el patio de atrás de una casa deshabitada, lleno de ortigas, malas hierbas y gatos meando en los cubos de basura. Y añado ¡mierda! que no viene a cuento pero da el toque de mal gusto necesario para tanto pastel, pasteleo, cantantes repelentes cantando lo incantable, televisión vomitando vulgaridad, paisanos comprando vídeos de Paco Martínez Soria, joder, que ya vale de zafiedad, mecagüen los asesinos de la belleza, vierto sal en el cerebro de sus madres, si las tuvieran, que no creo.
Comentario dos: El poeta bastante tiene con soportarse a si mismo como para que empecemos ahora con que tiene que escribir bien ni leches, oiga, que si quiere buena poesía lea a Valente (por ejemplo).
Pregunta tres: ¿qué vas a hacer este fin de semana? ¿te dejan salir tus hijos?
En una nota previa a su “Enciclopedia del crepúsculo”, Rafael Argullol escribe:
El crepúsculo no alude a una tentación decadente sino a algo más sencillo: escribí por la tarde gran parte de los textos que vienen a continuación –ahora me doy cuenta que son muchas tardes- y nunca dejé de envidiar la luz que, afuera, anunciaba el crepúsculo. Creo que siempre deseé estar al otro lado de la ventana, viviendo y no escribiendo. Pero esta es, al fin y al cabo, la paradoja de la literatura de la cual, afortunadamente, no hace falta arrepentirse.
“¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua. Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su cintura delgada y acercarme a la Maga que sonreiría sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico.” (Rayuela, capítulo primero)
He leído a Cortazar tantas veces, que un día, al caminar sobre el Pont des Arts, volví a ver la silueta delgada de la Maga escabulléndose entre las sombras del Louvre.
M sonreía y el sonido de un violonchelo en los soportales oscuros del viejo palacio creó un momento mágico.
Al volver a casa busqué mi Rayuela y leí páginas y páginas.
Ahora quiero escribir y no puedo, tengo un nudo de emociones, no sé por donde empezar.
Un día sí supe y empecé a pensar que uno se muere y hasta ahí.
Aunque quede tanto por vivir, tanto por haber vivido.
En busca del tiempo perdido. Del sentimiento perdido, de los sentimientos.
Tanto he aprendido en los últimos años, tanto debo a tantos, tan deslumbrante mundo he descubierto. Y lo tenía dentro. Suerte de haberlo encontrado. Suerte de haber mirado ahí, por el ojo de la cerradura. Y atreverme a entrar.
Lástima de vida, tan corta, ahora que estoy aprendiendo. Tantas cosas. Lástima de no poder estar en dos, en tres, en mil sitios a la vez. Lástima de cruce de caminos. Lástima de no haber sabido todo esto, antes.
Pero estamos en el ahora, en lo único que tenemos y voy a vivirlo así, con luces y todas las ganas, con todo el impulso, con toda mi alma.
Y si sé, lo seguiré contando cada día.
Para encontrarse uno mismo no es necesario caminar mucho. Se lo digo yo, que me he rastreado por todas partes y me encontré en el patio de mi casa, cuando ya era demasiado tarde. (Alejandro Dolina – El ángel gris)
“Dora no puede tolerar que sólo se interese por ella interesándose sólo en ella.”
A Freud se le escapó el goce de Dora.
Sé que está ahí, pero ¿donde?
Me escondo bajo su falda para verla mientras lee una larga carta de ausencia turca.
Bajo su falda la veo, sentada, leyendo, la miro.
Hay maneras de leer.
Escucha lo que he escrito.
Hay cosas que no le escribo (o que pienso que no le escribo) y sin embargo las lee.
Lenguaje roto. Fragmentos de los que quisiera decir. Frases incompletas.
No sé definir nuestros gemidos, los ruidos cuando nos amamos; no puedo escribirlos, repetirlos, pintarlos, dibujarlos, ni siquiera bosquejarlos.
Lee ahora lo que estoy escribiendo ahora.
Viaja por las palabras como viaja en este momento por Turquía, volando sobre las nubes, viendo anochecer ahí arriba ¿Habrá visto amanecer?.
Ahora espero que vuelva pero ya ha vuelto. Y me lee.
Soy un hombre cualquiera, uno que le escribe, solo a ella, con sentimiento, dedicado a ella, sola, única, pensándola ahora. Este hombre normal está pensando en ella. Y se regocija. Su recuerdo me hace feliz, pensarla me hace feliz, ella, sus ojos, su cara dulce, su cara alegre, riendo, mirándome.
Me repito, doy vueltas, giro sobre una o dos ideas, sin dejar de mirarla, la veo.
Y me siento, no espero, estoy calmado, mirando cerca y lejos, no la llamo, no le pido, no me canso.
Estoy aquí y ella lo sabe.
“La sorpresa es un afecto y por ello un efecto. Podemos pensar que la sorpresa es la emergencia de algo cuando nada se esperaba, pero la sorpresa verdadera, la sorpresa en sentido analítico, se produce sobre el fondo de lo esperado, de lo esperado a nivel del inconsciente. Si consideramos al inconsciente como una escritura, originando con ello los cuatro modos lógicos que conocemos, si calificamos algo como posible, estamos diciendo que su acontecer no nos sorprenderá. En efecto, lo posible no sorprende: sorprende lo que adviene, como contingencia, sobre el fondo de lo imposible. O sea, que sólo hay contingencia porque hay imposible y al revés, teniendo claro que la contingencia queda del lado del acontecimiento, mientras que la sorpresa es del sujeto.” La sorpresa: ruptura del tiempo. (Por J. Antonio Naranjo)
Hoy, al terminar la visita al Guggenheim,
supero el teorema de los planos no tangentes,
declaro irreversible la incógnita de la sílaba oic.
Pero se ha colado la Alimaña.
Dame la mano, no tengas miedo.
Sigilosa, ignorando la verdad helada,
la Bestia corre hasta el borde del año,
hace rodar extraños dados en la nieve,
desafía al hierático Nigromante.
Si tengo tu mano no tengo miedo.
Aunque la sangre del Kandinsky,
las uñas que rasgaron el Barceló,
el reguero ominoso en tu vestido
y el rostro del espejo me atemorizan.
Y tengo miedo, ahora tengo miedo.
Unto miel sobre pan
que a mi boca llevo.
Imagino el sabor de tu boca
en la vertical de mi cuerpo.
(Lina Zerón.)
Ben Webster sopla Soulville sobre la alfombra de ritmo que le preparan Ray Brow y Stan Levey; a veces Oscar Peterson toca el piano y Herb Ellis la guitarra.
Reclinado entre láminas de bacalao busco tu recuerdo con mis dedos como pinzas de langosta hurgando en un dibujo de tu sonrisa que guardo sobre una repisa de madera, al lado de una vértebra de cachalote. Toco tus dedos imaginarios recorriendo el mapa de Groenlandia sobre una mesa en la que se amontonan flores de pascua, un yogur y una tableta de chocolate negro - me gusta ese chocolate-. Y tú.
El gallo de la veleta gira y gira mientras una a una caminas por las siete calles del Bilbao que conozco y amo, por un paisaje de metales y piedra, de calles curvas y plazas estrechas, por las riberas tranquilas de la ría donde no llegan los icebergs de mis sentimientos flotando en las aguas turbias de tu ausencia. Crash, crash, estoy masticando tu fotografía. Como un funámbulo atrevido sigo la leve raya de tu perfil serio, de estudiosa, ricadueña, beldad, el gremio de zapateros prepara homenajes a tus andares decididos. Clavo arpones alegres en las ballenas de mi tristeza sin ti. Canto romanzas de zarzuelas que me contagió el abuelo Mariano. Escondo en un baúl indonesio tus últimas palabras antes de subir al taxi. Silbo descaradas melodías a la sombra de la catedral de Santiago hasta que los sacristanes me persiguen por los cantones colindantes. Compro arroz en el mercado de san Antón y me lo como - criimp, criimp - adobado con tus caricias secas que conservo entre las páginas de mi libro favorito - Rayuela -.
Me duermo en mitad del infinito y solo puedo soñar contigo. Me entretengo en soltar el nudo de las conspiraciones, ellos, los duendes, están decididos a esconder las llaves, malvados. Hay, sin embargo, una música que se ahoga en el aire de la noche, mi amada, ellos dicen qué eres un súcubo que me ha escogido para sus prácticas amorosas. Ahh, me golpeo con vejigas de toro infladas con helio, caracoles me suben por las piernas, un perro aúlla a los lejos, las horas siegan la noche con guadañas implacables pero tu no regresas y ahí, tumbado sobre el lomo de una vaca, espero ver la sombra de tu avión pasando sobre las antenas de televisión, sobre la paz del cementerio de Derio, sobre los gases tóxicos que emiten los miles de coches detenidos en el más espectacular atasco que recuerdan los cronistas oficiales porque todos hemos ido a esperarte, porque todos queremos recibirte con nuestros ramos de muérdago, con nuestros poemas recién salidos de los riñones, con nuestras verdades recién pintadas, con nuestras mentiras plantadas al lado de las inmensas estatuas negras de Chillida, de Moore, de cualquier escultor del vacío, como vacío está mi recuerdo, lo tomo en el cuenco de mis manos y lo bebo hasta no dejar de ti mas que esa gota temblando en la ambigua simetría del espejo donde nos miramos, amantes aún, con la marea del deseo flotando en nuestros cuerpos abrazados, confiados, desnudos, anhelantes.
Luego llegará el miércoles, mi avión a Madrid, el sábado el tuyo. Encontrándonos y desencontrándonos pasamos los días, las semanas, nadie comprende que en esta ausencia de aeropuertos no nos perdemos y ni siquiera tú y yo lo comprendemos. Se están cerrando las persianas de la tarde y aún no he recibido tu carta. ¿Has vuelto?
Solo quién ya ha elevado
la lira entre la sombras
puede presentir y proclamar
la alabanza infinita
(Rilke)
No te escribiré mas – dije- pero lo hago, tanto temo tu silencio, tu ausencia. No cierres la puerta, espera, mi corazón está delicado, tu persona me atrae por cinco veces, tu mirada, tu rostro, tu mente, tu corazón, tú, quién seas, tu incógnita multiplica mi curiosidad, lanza anzuelos a mis ojos de pez que deforman la realidad, si es que hay algo real en este mundo enloquecido y agitado, me refiero al mundo interior, al nuestro, a las aguas de la mente que suben y bajan en pleamares imponentes, en bajamares que dejan al descubierto las miserias del puerto, los residuos de naufragios, las cuerdas que sujetan las barcas y con las que me ato para no correr al autobús, a consultar horarios que me dejen frente a ti, donde estés, para mirarte, escrutar tu rostro para saber si eres real o un sueño ¿eres un sueño? ¿bajo que pirámide de silencio de años has estado escondida? ¿en que mundo lejano repartes tu dulzura, tu sed, tu miedo? ¿quién más te ama, te disfruta, te soporta, te espera?
Sé que volverán a llegar tus palabras burlonas y las volveré a mirar, me lanzaré de cabeza a esos labios que ríen felices, despreocupados, mas lejos de la cámara, mas lejos incluso de aquel que te mira, iluso por querer fijarte en el cuadrado intemporal de una fotografía que viaja ahora hasta este viajero de tus recuerdos que escribe sin vocación, que agrupa emociones que no sabe de donde salen, en gestos que me turban y previenen y así solo tengo que pensar en tu desafío, en el ser humano que hay detrás de tus dedos golpeando suavemente en mi ventana siempre abierta, en mi curiosidad sin límites, rozando ese número 13 que protege un cielo, un purgatorio ¿el limbo? o sentir las llamas crepitando alrededor mientras puedo sentir los olores, los primeros fríos de otoño, tus manos estrechando las mías y la música, ¿cómo podríamos vivir sin música? escoge la que prefieras, seguro que me va a gustar.
Ay linda, deja sobre la mesa los cuchillos de tu atracción, deja las armas y ven desnuda, nueva, llena de pudor y melocotones acariciando tu garganta, de piel de seda bajando por la traquea, de campanillas en los oídos, brazos buscándote detrás de esa sábana, o cortina, o telón que se levanta y se cierra y no sabemos si la función ha terminado, está a punto de empezar o esos que aplauden son fantasmas de un tiempo viejo que no queremos recordar y ven, toma este espejo, la vida está detrás, o dentro, salta, perdámonos en el bosque de no saber, o saber, en la espesura curiosa de ese nosotros que se dibuja con trazos de lapicero sabio, de gruesos brochazos de Pollock, de embrujo Kandinsky, y “ se interna en el bosque como una sonámbula / Penetra en el cuerpo dormido del agua. / Por un instante están los nombres habitados “ que dice Octavio, Paz, y palabras nos sobran pero las lágrimas, me duelen las lágrimas, no puedo, no sé contener las lágrimas ajenas, me pesan, me ahogan, no quiero provocarlas y este juego no tiene normas, nadie sabe por donde debe golpearse la pelota, si el área esta prohibida, si ganan los que pierden o si el marcador se volvió cuerdo y ese 20 a 0 sol refleja la vuelta del equipo de siempre en un coche desvencijado por carreteras que jamás recorreré y también “ te mando señales de humo/ como un fiel apache/ pero no comprendes el truco / y se pierde en el aire “ que canta, musita alguien en Radio Manguí.
Oh, solo braceo en aguas desconocidas, no te he contado que un día me fui nadando hasta el horizonte, a partir de ahí las aguas caían en el vacío, como ahora, que me lanzo a la negrura de no saber si vas a leerme con ojos de fuego o de ceniza, pero por si acaso me siento y te miro en el camino por el que regresas a casa, el pañuelo de tu cuello me dirá si vas o vuelves o si solo estamos locos tú y yo, con nuestras camas llenas y nuestras almas siempre sedientas, siempre buscando una montaña mas alta, sin saber si podemos respirar en las alturas, aunque hemos recorrido tantos subterráneos que estas nubes nos acarician al pasar. Te beso en esta carta, mi amante y amiga, nueva, bella, me cuelgo a tu sonrisa de ahora, te beso, digo, en esa esquina de tus labios de martes lento y perezoso.
Si se entera de esto mi padre no me dejará salir el domingo.
El día después apenas es un día, el llanto le impide ver el calendario, el dolor le anega, sin riberas que puedan contenerlo, le inunda, le deja más pobre que nunca, tan sin nada. Es la tristeza que apresa, que le hiere de norte o sur, infierno, el suplicio de saber que ya no, que nunca, que el ahora es un páramo por donde va y viene sin saber qué, ni cómo, mira ensimismado, ausente, vacío, tan hambriento de los besos, de la voz que no resuena, sin mensajes. Es ese que se mira sin ver, que tambalea con frío en los huesos del alma, es ese frente al espejo, lleno de lamentos, desesperanza, soledad, una sombra, un quejido.
No se quiere morir de pena, aunque lo está, muerto, deshabitado, con los pulmones rotos, destrozado, no sabe ni lo que piensa, ni se entiende, sabe como empezó, sabe que ha terminado.
Basta de lamentos.
El día después también es este en el que un rayo de sol se filtra en la ventana y hay que salir en busca de mañanas.
Entonces llegó el día del dolor y.
Supo que se puede morir de tanta Tristeza.
(No se quiere morir, aunque lo está)
Sufre.
Pero Supo que hay que Vivir.
Aún. (encontrado en una grieta)
Me acurruco entre tus piernas, narrador de cuentos herido, con las cicatrices de la nostalgia brillando ante tus ojos dulces que todo lo ven, que todo lo desmenuzan y analizan. Cálmame, amor, con tus dedos que destensan cada fibra de la ansiedad anidada, todavía, bajo los vulnerables músculos de mi deseo.(de una carta de cuando)
Basta de lamentos.
Hoy, o llegará, el día después es, será, este, otro, un jueves, en el que un rayo de sol entrando por la ventana nos empuje a salir en busca de mañanas.
En ese prado nos encontraremos.
Pronto.
Doy las gracias a tanto, tantos que nos ayudan a soplar las nubes.
Aviso: en estos días casi veraniegos de amor universal quiero aclarar que mis escritos responden a la ficción, a la imaginación, a veces al reciclaje, y no reflejan, obligatoriamente, mi estado de ánimo.
Por cierto, este, mi ánimo, es excelente y quisiera regalaros sonrisas, optimismo, intensas ganas de vivir y amplio sentido del humor.
Soy afortunado, muy afortunado.
Gracias a todos.
Felices vacaciones ¿Dónde vais?.
Les intuyo, día a día, tenaces, sombríos, hábiles escondiéndose en las esquinas, implacables tras de mis pasos, detrás de los árboles, del mutuo miedo a encontrarnos.
Solo resta evitar que me encuentren.
Desde hace tiempo me persiguen, ya he olvidado la causa.
Transgresión.
Emerge de improviso ese recuerdo
entre otros muchos igualmente vagos
de la felicidad:
un terso cuerpo esquivo
temblando en las difíciles penumbras
por dentro de lo oscuro, en medio
de aquella ceremonia codiciosa,
estaba una vez más manifestándose
la belleza, su más inconmovible
prohibición, el compartido centro de la vida
ya confundido para siempre
con los falsos decoros de la infidelidad.
Una red de miradas, la poesía nace en los ojos del que lee, no antes, miro los labios de Teresa Salgueiro que se mueven en un Youtube interminable y mudo, la sombra del anciano Ginger Baker toca la batería en un Albert Hall diferente al que visité del brazo de Roxana, cementerio de perros en Hyde Park, cuarto de hotel con ventanales a un patio oscuro, desde allí vimos morir tres estrellas y seguimos indiferentes, ir y venir por el carril con una inmensa maleta marrón, flores de papel que parecían de papel, que limpiaba platos y comía, que nos amábamos con atropellada dulzura y no tenía nada que ver con rayuelas parisinas, con grupos de amantes del jazz, de lo oculto, paraguas abiertos en el rellano y vecinos hindúes, cartas con sellos de colores y cuerpos revueltos en el sofá de terciopelo, fotografía desde el techo, bruma de madrugada y policía rondando los portales, airados taxistas negros de coches negros, que pensaba que amar era una continua caricia, sin pausas, sin reciprocidad, unidireccional, sin recibir, la ternura para quién la trabaja, números oscilantes, acumulación de nombres, autobuses rojos a ninguna parte interesante, barrios desiertos, miedo en los callejones, botellas de leche en los quicios, guitarristas en el metro, el hombre orquesta, vendedores de alfombras y postales del ochocientos, recuerdos de mañana y nostalgia del futuro, movimiento circular desde la diáfana sencillez de amar su cuerpo tibio en las madrugadas cuando volvía de su trabajo de langostas humeantes, el patio de butacas de un antiguo teatro convertido en restaurante, ella rumbosa con su inglés acento San Ignacio, misericordia de haber entrado en su templo como un espía aturdido, turbado por los ruidos en las habitaciones de al lado, provinciano de un Bilbao que no era ombligo de nada y nardos en los altares, Lucifer sentado a la derecha y vasos sagrados con ginebra en las rocas, ay, heridas de querer la gloria, desear el infierno y vivir en el limbo, serpientes de lujuria y celosías ocultando clausuras, fajas ortopédicas, batalla de manos junto a la cabina del avión y para cuando despegamos se habían ido los pasajeros, las maletas se habían perdido y el aeropuerto estaba cerrado hasta nuevo aviso, que me corté los dedos con las botellas rotas del borde de la tapia, que me llené de remordimientos para los próximos años- aún me duran- y con largas embestidas humilladas los días transcurren y nos comemos junio - tú que lees ¿no es cierto?- sin vender una escoba que se dice, que me faltan días para colgar historias que me invento a falta de las que viví, vivo, en el tedio, justo desde donde no se puede contar otra cosa que el bostezo, el hartazgo, la nada rutinaria, ya te digo, movimiento circular desde la diáfana sencillez de amar.
" Me puse a escribir este diario, no quiero que la soledad yerre en mí sin sentido, necesito a los hombres, un lector... No para comunicarme con él. Sólo para emitir señales de vida. Ya hoy consiento en las mentiras, los convencionalismos, las estilizaciones en este diario con tal de pasar de contrabando, aunque sea como un eco lejano, un tenue sabor de mi yo aprisionado. (…) Ya soy. Witold Gombrowicz, estas dos palabras que llevaba sobre mí, ya realizadas. Soy. Soy en exceso. Y aunque podría acometer todavía algo que me resultara imprevisible a mí mismo, ya no tengo deseos... Nada puedo querer por el hecho de ser en exceso. En medio de esta indefinición, versatilidad, fluidez, bajo un cielo inasible soy, ya hecho, terminado, definido... soy y soy tanto que ese ser me expulsa del marco de la naturaleza. " (Witold Gombrowicz Diario argentino (fragmento))
En 1347 – corrígeme si me equivoco- la peste negra, transmitida y transportada por las pulgas de las ratas, asolaba Europa acabando con la vida de 25 millones de personas.
En aquel caluroso verano, el Papa Clemente VI, acaso sin saberlo, se protegía de la peste sentado entre dos hogueras permanentemente encendidas.
Por los campos, por las calles de las ciudades, algunos hombres, temerosos de la ira de Dios, flagelaban su cuerpo hasta limpiar a golpes de sangre sus pecados y lograr la salvación eterna.
- Pero, déjame, que estoy escondido en la espesura de no verte.
Estos días - no me corrijas - cientos de personas mueren en Irák, en tantos lugares del mundo. Tratando de llegar en cayucos a la tierra prometida, otros muchos mueren de hambre, de sed, de frío, se ahogan en mares hostiles. Cada día la muerte, como algo repetido, ya no nos causa la más mínima impresión.
- ¿Dónde estás ahora?, oh abandonada en los jazmines de Persia.
Cada mochuelo sentado en su olivo, miro el camino y a los reptiles en su laberinto, veo una barca absurda varada en un jardín con la quilla al sol de junio; una noche de lluvia podría refugiarme bajo ella. Siempre busco lugares donde guarecerme de la tormenta que viene, los puentes son mis lugares preferidos, los huecos bajo las columnas, el cobertizo junto a la ría donde guardaban sus cedazos los pescadores, la cueva de la que salían los trabajadores portuarios, ¿la conoces?. Ahí me imagino antes de salir a buscar cartones y periódicos viejos, a regalar poemas y palabras huecas a los paseantes de la soledad. El hombre sin brazos del circo se sienta en un banco verde añorando otros tiempos –siempre hay otros tiempos que son mejores que estos – hasta que las campanas de Santa María llaman a los fieles que pecan pero no se flagelan -¿o sí?-.
- Amor, este barco no nos llevará a ningún puerto conocido, o eso espero.
Mañana, pasado lo más tarde – lo verás, lo verás – una furiosa epidemia, la peste negra, acabará con los enfermos del alma, con los que arrastran un secreto desde la infancia, con los amantes clandestinos, la verdad brilla en una vitrina y las muertes se contarán por millares.
- Ya, el avestruz y tú cerráis los ojos, pero las nubes cada día son mas amenazadoras.
Escribir es un ejercicio metódico y arriesgado, producto más bien de la constancia que de la inspiración, más del trabajo que de la ayuda de pretendidas diosas rondando miradas al cielo. Me refiero a escribir, hacerlo bien, que otros consideren que lo haces bien, ya es otra cosa.
Juntar escritos requiere dedicación, tiempo, esfuerzo, capacidad de observación, amor por lo que se hace, empeño. Según capacidades costará más o menos. En algunos casos es una obligación, en otros una huida, en muchos un placer, en bastantes la satisfacción de un deber espiritual.
Que alguien lea esos escritos entra dentro del privilegio del escritor, de su vanidad, de su necesidad, de su capacidad de compartir lo íntimo, o sus mentira, o sus sueños, sus miedos, sus anhelos, sus historias. Un acto tan libre como leer es publicar esos escritos.
Al hacerlo en forma de carta, libro, en un blog, en un pasquín en la pared, como fuera, ya está expuesto a que el posible lector lo interprete a su manera. Es decir que escribas manzanas y lean peras. Eso es muy antiguo. Hay quién nunca sabrá lo que es una manzana, a quién las manzanas no le gusten, quién se coma una manzana creyendo que es una naranja o quién utilice las manzanas como alimentos de sus piaras. Los gustos son respetables.
Quizás porque llevo trabajando toda la vida, el trabajo, cualquier trabajo, me merece un gran respeto. Aunque mucho más respeto me merece el trabajador. Este tiempo light no es el mejor momento para sacar las viejas banderas y recorrer las avenidas de las grandes frases, de los ideales enterrados, la revolución es cosa de viejos, de nostálgicos, de los muertos, de los ilusos. Me incluyo en esto último.
Esta idea del respeto me hace respetar a los que no les gustan las manzanas, a los que se las comen pensando que son papayas, a los que las dejan encima de una mesa como decoración, a los que se las ponen a sus hijos encima de la cabeza y las traspasan con flechas desde varios metros de distancia (pobres niños indefensos), a los que las comen en puré acompañando guisos de ciervos o jabalís. Pero, joder, lo que no aguanto es a los/las que meten gusanos a mis manzanas, a los que se sientan a la sombra debajo de mi manzano y pegan golpes en las ramas, a los que son pedrisco, granizo, cuervos de la pantera rosa, ingeniosos juglares con el esfuerzo ajeno. No, aquí me sale la bestia y se me queda la cara como este de aquí abajo. O así.
“Y salir a la calle en fiestas, música en el quiosco del Arenal, txistu y tamboril, gigantes y cabezudos, partido del Athletic, corridas de toros, ópera en el Coliseo, romería en Artxanda y chocolate para merendar. Ay, madre, que la vida me está comiendo como ese Gargantúa de la infancia. Ay, que quiero volver a ser niño. Ay, que la noche no me deja ver, que no quiero que llueva, que se vayan las nubes, que se aleje la tormenta. Pero estoy solo, ninguna mano viene a posarse en mi frente, nadie me besa en las noches, nadie me llama. Tengo frío y miedo. Amatxu da la luz que me he perdido...”
Llora como un hombre y termina el tercer acto.
Nadie aplaude.
Los espectadores hace tiempo que se han ido.
Algunos, al salir, han pedido que les devuelvan el precio de las entradas.
Un fracaso de tragedia.
El autor se lanza al foso de los músicos (que se lo comen, claro, antropófagos irredentos).
A partir de aquí la obra no tiene sentido, laderas amarillas, iglesias en la punta de los montes, quitanieves preparados en los arcenes, es agosto y todos van de un lado a otro buscando novedades, retablos, cuerpos, sexo, felicidad detrás de las persianas. Los actores se cruzan una y otra vez en el escenario hasta que las luces se funden y el tremendo ruido del choque de personajes me despierta.
Tenue es el límite,
sutil la gasa que separa
el dolor alborotado de la vida
del silencio inabarcable de la nada.
Caemos de una furia bulliciosa,
al abismo de dioses inventados
que disfrazan de gozos o suplicios
la eternidad, la muerte.
Ahora que estamos de este lado,
bajo un benigno sol, adivino
tus huesos al trasluz.
Enfadada porque olvidé una cita,
o besarte, o miré otras caderas.
Vuelve a la cama,
amémonos sin tiempo.
hasta que llegue la noche.
Desafiemos los granos de arena
que ruedan en relojes imposibles,
alteremos el latido que nos quede
con desordenadas caricias
ya que entre los dedos de los dioses,
tenue es el límite,
sutil la gasa que separa
la vida de la muerte.
Desde que perdí las gafas mi vida ha cambiado.
Perdona que me acerque tanto, pero apenas te distingo. Palpo el aire para medir la distancia. Me toco la nariz, liviana sin el peso del artilugio.
¿Eres tú?
Tanteo por las paredes buscando el camino de regreso a casa, mis dedos se manchan de la tiza con la que escribía tu nombre, alborotando a las comadres, a los barrenderos que riegan la calle en la noche de mis silencios.
Miro sin ver , las siluetas me rodean, apenas percibo las luces, sombras bailan alrededor.
El óptico dice que tiene para doce días, que son lentes especiales.
No temas, sobreviviré, estoy ridículo con estos prismáticos colgados al cuello pero por lo menos veo.
¿Quién eres?
Para que todo sea consumado, para que me sienta menos solo, me quedaba esperar que el día de mi ejecución haya muchos espectadores y que me reciban con gritos de odio.(L´etranger – Albert Camus).
El hombre con tres corazones siempre estaba solo.
A la noche se asomaba al balcón para escuchar la música de la calle. Y a los grillos.
Tenía un armario con varios espejos y se miraba continuamente de frente y de perfil, de costado, de espaldas. Siempre quiso colocar otro espejo en el techo.
Algunos días esperaba en la puerta de los cines, no entraba, se mezclaba con los espectadores que a la salida comentaban la película.
Los domingos de fútbol iba al estadio con una bandera; jamás había visto un partido pero le gustaba gritar entre los hinchas entusiasmados cuando su equipo ganaba, llorar cuando perdía.
La ciudad era su límite, jamás viajaba, no traspasaba los arrabales.
Las mujeres no reparaban en él, era transparente, invisible para ellas.
Nunca tuvo novia, nunca besó a una mujer.
Era extraño aquel hombre con tres corazones.
Y presumido con su triple colección de aurículas y ventrículos.
Pero era un mentiroso, cuando lo maté y abrí su pecho solo encontré un corazón, pequeño, encogido, uno solo, insípido, me lo comí en dos bocados.
Lo sé, ayer dije que iba a escribir claro. Claro. Tendré que copiar historias. Pero es difícil. Se las saben todas. O bastantes. ¿Saben que Ovidio decía que la cosecha parece siempre mejor en el campo de nuestro vecino? ¿Saben que un proverbio árabe dice que el hombre no puede saltar fuera de su sombra? Empecé contando sucesos de aquí al lado, los de mi pueblo. No conocían a los personajes. Demasiado lejanos. Incluso yo los desconocía, mi pueblo es grande. Continué contando otros, de mi país. Distinguían contornos, montañas, Madrid, Cuenca, Jaén, lo que está en los mapas. Luego salté océanos. Casi me ahogo entre olas gigantes. No sé si llegué a otras playas. Por si acaso continúo escribiendo, me, te (a quién lee). Mi problema es que de esa parte desconozco todo. Excepto la sombra del corazón, la línea de la mirada, el contorno de la sensibilidad, las erupciones controladas de volcanes particulares, la calma después de la lluvia, los silencios pintados de brillo. Aunque nunca me han besado (ellas). Eso lo llevo peor. Tanto tiempo con estos textos voladores, como palomas borrachas en cielos cambiantes. Van y vienen, los textos. Me envían fotos de hoy, de ayer, de niña, de recién nacida. ¿Dónde están sus ahora? No se preocupen, el tiempo nos muerde a todos. Damas, pónganse sombreros, gafas, pañuelos por el cuello, abrigos hasta los pies, sitúense detrás del biombo de flores, es igual, no importa, siempre las imaginaré como a Claudia Cardinale en "La chica de la maleta", así, con la belleza detenida eternamente, con una explosión de juventud flotando por todos mis deseos. No tengan cuidado, nunca vuelo, tengo miedo al avión, a todos los aviones, los secuestran, se chocan con las montañas, aterrizan en aeropuertos equivocados, suben y bajan con grave alteración para los nervios. Algunos llegan a su destino. Eso sería peor. Llegar al destino. Esa es la fatalidad. Mejor continuar con este peregrinar de ángeles rollizos y guirnaldas, de calendarios desprendiéndose de la pared del año pasado, del anterior, del próximo. Mejor escribir, me, os, claro, para que se entienda. Preguntarnos qué demonios hacemos usted y yo, cada día, con estas maniobras literarias deslizándonos por las trincheras de esta batalla que no es la nuestra porque la otra guerra esta ahí, y aquí, y soy pacifista y no quiero mas cadáveres flotando por este río melancólico, por este viejo río que no es capaz de llenar el mar de la tranquilidad. Prometo que todo esto lo he escrito para quién ha tenido la paciencia de seguir leyendo, que incluso sonríe indulgente, que está afilando los lápices de colores para enviarme una postal de atardecer entre nubes rojas. La recibiré con mi cesta de cangrejos dispuesta para las carreras de junio, para el gran premio de julio, para las finales de agosto, para los saltos de septiembre y ahí se parará el universo, he comprado entradas para el viaje a ninguna parte porque ese es el último cuatrimestre y los que vengan me los salto porque todavía y ya y aunque me oprimen los grilletes, pienso, imagino y pienso, pienso pero alrededor gritan los otros reclusos, me uno a sus gritos y es posible que ya estemos condenados, que no nos hayamos enterado. Socorro.