Sagacidad.
Que
paren las máquinas.
Vuelvo
a casa después de un día largo, lleno de obligaciones, alguna distracción y que ha perdido mi Athletic.
Son
casi las once.
Tenía
preparada una historia para compartirla mañana.
Pero
he recibido un correo.
En
él se identifica a la persona de quién hablaba en el texto que subí ayer.
Increíble.
Sobre
todo porque lo modifiqué a última hora para evitar precisamente eso que ha
ocurrido.
De
hecho es lo hago habitualmente ya que ante mi falta de imaginación me limito a
disfrazar la realidad.
La
realidad, ¿habrá una sola realidad?
Soy
muy escrupuloso con mi intimidad, cuento lo que cuento de manera que parezca
que sí, que no, que quizás, es igual, ya veo, se nota.
Debe
ser que ya solo me leen aquellos que me conocen.
Ay,
aquellos tiempos del incógnito (bueno, tampoco me leía nadie).
El
caso es que una persona ha adivinado de quién hablaba (con todo lo que eso
conlleva de heridas abiertas, de culpabilidad, de personas que no se pueden
olvidar, de mi propia postura ante lo que escribo, cómo lo escribo, de mi
derecho a escribir así, etc)
Son
casi las doce.
Cambio
lo de mañana.
Seguiré
modificando este texto.
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