domingo, 1 de septiembre de 2019

Disculpe la curiosidad, usted ¿ha muerto de amor alguna vez?




Los miércoles escuchaban la toma 13 de “In the ghetto”, un Elvis diferente. No se telefoneaban, solo whatsapp, cortos, TQ, a las 12, 15. Ese día  ella no atendía pleitos de clientes. Él, “estoy con lo de la nave, no vendré a comer”. Después buscó otros pretextos. No cerraban la puerta del despacho. Se quitaban la ropa como en un incendio. Se amaban con furia, con tanta pasión que a veces se amordazaban para no alborotar a los vecinos. Al tercer mes se desvestían el uno al otro, con lentitud. Inventaron formas de abrazo tan placenteras que ni se imaginaban que existían. A ella su marido jamás le hizo sentir así. Él nunca había perdido la cabeza de aquella manera. Tan bella era aquella forma de amarse que a veces lloraban, abrazados, exhaustos en cuerpo y alma. No acertaban a determinar si aquella relación era sexo o amor. Tampoco les importaba definirlo. Todo fluía bien, perfecto, hasta que uno de los dos se definió. Fuera una cosa u otra sabían que no podían vivir sin ese Uno en el que se habían convertido. Ella y él. Tomar una decisión implicaba dolor, lágrimas, papeles, los nietos, cambiar de ciudad, tanto. La historia derivó en tragedia. Al principio. Luego, como después de un naufragio, los supervivientes nadaron hasta la orilla de lo cotidiano, tendidos en la playa, acariciados por la marea del día a día, recompusieron las heridas y la vida siguió, crecieron las hierbas, volvieron los patos en otoño, los vagabundos se fueron al sur  y los dos, aquellos, supieron que de amor no se muere (¿o sí?)

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