Privándome del amor, del vuelo
y del correr,
Y dando al pie el apoyo de una
tierra herida,
¿Qué habéis logrado? Excelente
cálculo:
No podéis arrancar mis labios
trémulos.
(Osip Mandelstam)
No
escribiré este fin de semana (pensé), el personal se va a la playa, al monte, a
la oscuridad, nadie leerá (pero lo hago).
Temo, me
da miedo, no quiero que abra la puerta, que espere, necesito tiempo, mi corazón
es sensible y delicado, su persona me atrae por tres veces, su mirada, su
rostro, su mente, su corazón, ella, no sé aún su nombre (auténtico), quién sea,
sus palabras multiplican mi curiosidad, lanza anzuelos a mis ojos de pez que
deforman la realidad si es que hay algo real en este mundo enloquecido y
agitado, me refiero al mundo interior, al nuestro, a las aguas de la mente que
suben y bajan en pleamares imponentes, en bajamares que dejan al descubierto
las miserias del puerto, los residuos de naufragios, las cuerdas que sujetan
las barcas y con las que me ato para no correr al metro, a consultar horarios que
me dejen frente a ella, mirándola, escrutando su rostro para saber si es real o
un sueño, ¿es un sueño?, ¿bajo que piedra de silencio de años ha estado
escondida?, ¿en qué mundo lejano reparte su dulzura, su sed, su angustia?,
¿quién más le ama, le disfruta, le soporta, le espera? Llegan sus palabras
burlonas y vuelvo a mirarlas y me lanzo
de cabeza a esos ojos que ríen felices, despreocupados, mas lejos de la cámara,
mas lejos incluso de aquel que le mira, iluso por querer fijarla en el cuadrado
intemporal de una fotografía que viaja ahora hasta este viajero de un entonces
y un ahora, este que escribe sin vocación, que agrupa emociones que no sabe de
dónde salen, mujer que me invita con sus amigos apenas conocerme, en un gesto turbador
de confianza, que me previno y así solo
tengo que pensar en el desafío, en el ser humano que hay detrás de sus dedos
golpeando suavemente en mi ventana siempre abierta, en mi curiosidad sin
límites, rozando esa número 13 que
protege un cielo o un purgatorio o sentir las llamas crepitando alrededor,
puedo sentir los olores, la brisa de casi agosto, sus manos avanzando a las
mías y la música, ¿cómo podríamos vivir sin música?, escojo la que prefiero,
seguro que le gustará, ay, dejo sobre la mesa los cuchillos de su atracción,
dejo las armas y voy desnudo, nuevo, lleno de pudor y melocotones acariciando su
garganta, de piel de seda bajando por la tráquea, de campanillas en los oídos,
de manos buscándola detrás de las sábanas, o cortina, o telón que se levanta y
se cierra y no sabemos si la función ha terminado, o está a punto de empezar, o
esos que aplauden son fantasmas de un
tiempo viejo que no queremos recordar y tomo un espejo, la vida está detrás, o
dentro, saltaremos dentro y nos perderemos en el bosque de no saber, o saber,
en la espesura curiosa de ese nosotros que se dibuja con trazos de lapicero
sabio, de gruesos brochazos de Pollock, de embrujo Kandinsky, y “ se interna
en el bosque como una sonámbula / Penetra en el cuerpo dormido del agua. // Por
un instante están los nombres habitados “
que dice Octavio, Paz, y palabras nos sobran pero las lágrimas, me
duelen las lágrimas, no puedo, no sé contener las lágrimas ajenas, me pesan, me
ahogan, no quiero provocarlas y este juego no tiene normas, nadie sabe por dónde
debe golpearse la pelota, si el área está prohibida, si ganan los que pierden o
si el marcador se volvió cuerdo y ese 20 a 0 sol refleja la vuelta del equipo
de siempre en un autobús desvencijado por carreteras que jamás recorreré y
también “ te mando señales de humo/ como un fiel apache/ pero no comprendes
el truco / y se pierde en el aire “
que canta, musita alguien en Radio Manguí, oh, solo braceo en aguas
desconocidas, no he contado que un día me fui nadando hasta el horizonte, a
partir de ahí las aguas caían en el vacío, como ahora, que me lanzo a la
negrura de no saber si ella me lee con ojos de fuego o de ceniza, para por si
acaso, me siento y miro el camino por el que regresa a casa, el pañuelo de su
cuello me dirá si va o vuelve o si solo estamos locos ella y yo, con nuestras
camas llenas y nuestras almas siempre sedientas, siempre buscando una montaña más
alta, sin saber si podemos respirar en las alturas, aunque hemos recorrido
tantos subterráneos, que estas nubes nos acarician al pasar, me
cuelgo en la sonrisa de ahora, en esa esquina de sus labios de domingo, lento y
perezoso.