Suplir con lo ajeno mis propias carencias no me parece más incompatible que suplir las ajenas con lo mío, como así hago a menudo. Es menester denunciarlas por doquier e impedirles toda posibilidad de impunidad. Sin embargo, harto sé cuán osadamente trato yo mismo de emular mis hurtos, de igualarme a ellos, no sin la temeraria esperanza de poder engañar a los ojos de los jueces al discernirlos; mas es tanto gracias a mi aplicación como gracias a mi invención y mi fuerza. Y además, no lucho de golpe y cuerpo a cuerpo contra esos viejos campeones: hágolo con repetidas embestidas, menudas y ligeras. No ataco de frente; no hago sino tantear; y no me lanzo como convengo en lanzarme.
Si fuese capaz de mantenérselas tiesas, sería hombre de bien, pues solo les hinco el diente por donde son más difíciles.
El hacer lo que descubierto en algunos, cubrirse con las armas de otros hasta no enseñar sino la punta de los dedos, elaborar el trabajo como hacen con facilidad los sabios en materia general, con las ideas antiguas remendadas aquí y allá, queriendo ocultarlas y apropiarse de ellas, es en primer lugar injusticia y cobardía, pues, al no tener en su haber cosa alguna para darse a conocer, intentan mostrarse con valores ajenos, y, en segundo lugar, gran necedad, al contentarse con ganar, por medio del engaño, la aprobación ignorante del vulgo, haciendo caso omiso de las gentes entendidas cuya alabanza es la única de peso y que fruncen el ceño ante la incrustación de materia ajena. Por mi parte, nada hay tan lejos de mi intención. No cito a los demás sino para mejor expresarme a mí mismo. No va esto por los centones publicados como tales; y he visto varios muy ingeniosos en mi época, entre otros uno, firmado Capílupus, además de los antiguos. Son talentos que despuntan en estas y en otras cosas, como Lipsio en ese docto y laborioso tejido de sus Políticas.
Sea como fuere y sean cuales fueren mis inepcias, quiero decir que no he intentado ocultarlas, al igual que un retrato de mi persona en el que hubiese plasmado el pintor, no un rostro perfecto, sino el mío, canoso y calvo. Pues aquí están mis sentimientos y opiniones; entrégoslos en tanto que constituyen lo que yo creo, no porque deban ser creídos. Solo intento poner al descubierto mi manera de ser, que podría ser otra mañana si un nuevo aprendizaje me hiciera cambiar. Carezco totalmente de autoridad para ser creído, y tampoco deseo serlo, pues me siento demasiado mal instruido como para instruir a otros.
Michel de Montaigne
Ensayos. Libro Primero. Capítulo XXVITraducción: Almuneda Montojo
Imagen: Michel de Montaigne