Carmen Pascual
Los bombones
Es cierto, aproveché la ocasión. Hacía meses que mi instinto me decía:
- " ! Olga, esos bombones tienen que ser exquisitos.!"
Cierta tarde la señora había salido, al teatro creo recordar, fue entonces cuando mi naturaleza me llevó hasta la vitrina y con tranquilidad no exenta de una extraña atracción morbosa me dispuse a dar cuenta de aquellos bombones.
Al abrir el paquete los vi, los olí, los toqué... sentía escalofríos, al fin los iba a saborear. Probé el primero con delicadeza, mi lengua daba vueltas alrededor del manjar, el chocolate se fundía con la saliva. La sensación era arrebatadora. Era mío y me lo estaba comiendo.
Cuando toqué el segundo bombón noté una redondez sinuosa en su forma, tan solo lo sentía en mis dedos, no lo miraba. Cerré los ojos y me lo acerqué a los labios, el olor era afrutado como naranja amarga.
Lo chupé, lo mordí, le saqué el jugo, lo succioné a conciencia. Lamía cada vez más deprisa. La ansiedad me dominaba, disfrutaba, si, pero el deseo se interponía en la dulce sensación del regocijo lento y pausado que requieren las delicias más exquisitas.
Cuando hube acabado me limpié la boca con cuidado, mis manos temblaban, era presa de un efecto insólito antes en mi persona, todo mi ser emanaba sudor, goteaba de forma desmesurada.
Una especie de rubor nació de lo más dentro de mi misma. Estaba exhausta y sabía que aquello era solamente el principio.
Carmen Pascual