Drive
Ay,
ay, ay, la mitad de los días es añorarte, la otra mitad es desearte, entre
medias arden los almanaques y el tiempo se cansa con manos de níquel y ojos de
químico, esperándote mientras Van Morrison canta lo que siempre canta, serio,
taciturno, tan profesional y antipático, tan sieso, empieza el frío ahí, aquí y pesar de todo en una esquina
arde un corazón y busco el tuyo, atolondrado como un niño pillado
mientras robaba un pastel del escaparate de una pastelería en el aire y tú
vuelves con perfil de manzana pisando las losetas redondas como cuentas de un
rosario con el que rezo para que no dejes de amarme, nena, que navegamos en
nuestra piel como dos niños perdidos en el laberinto de querernos y no quiero
encontrar la salida, me basta con correr sobre esta cinta sin fin de la
alquimia del amor, como un ladrón de tu corazón, escondido en los callejones de
frutas y acequias, con besos robados en un portal y enanos taciturnos saliendo
de las alcantarillas del barrio viejo, que llevas en tus bolsillos las migas de
mis últimos restos de cordura, que camino por los suburbios de mí mismo con un
colador en la cabeza despejada pero llena de ternura para extenderla como
mantequilla por tus oídos, por tu ombligo, por el agobio, por esa voz
lejana que utilizas cuando estás desencantada y que tanto miedo me da, que
anoto el último suceso, el de hoy mismo, quererte y me voy a la cama no sin
desearte antes este buenas noches solo para ti, esperando que tu resistencia al
sofoco cuando me lees así, como un apasionado de la cuadrícula inferior derecha
del plano, como el conductor de un autobús de palabras infatigables, anda,
duérmete, deja en la mesilla ese libro de las mil maravillas con fechas
anotadas en rojo sangre, tú y yo somos el milagro, la mitad de los días es
añorarte, la otra mitad es puro deseo, que descanses, amor.