Parker inventa su vida
Parker no tiene demasiada imaginación.
Por
eso desde la cama inventa su propia vida.
O
lo intenta.
Desde
el principio.
Sin
duda mezcla lo que fue y lo que no, algo
sale en limpio.
Se
miente lo suficiente para no ser aburrido, incluso a veces encuentra la poesía
que hace que merezca la pena su búsqueda no prescrita, su búsqueda.
Quiere
contarse una infancia feliz, quiere que el recuerdo de su infancia sea de
felicidad; lo fue, así lo siente en lo más hondo de la memoria de su alma.
Puede
acogerse al cariño de su numerosa familia del que solo excluye a una prima
lejana que abuso de su candor cuando tenía apenas ocho años. También los juegos
con los primeros amigos en la calle o entre los helechos de los montes de
alrededor de un barrio que era acogedor, protector, estricto, con una moral
abrasadora para algunas cosas y demasiado tolerante con otras, visto desde hoy,
un absurdo.
Se
abriga en el amor inmenso de su madre, en el de sus dos abuelas, incluso en el
de la bisabuela que conoció. Lo de los hombres, su padre, sus abuelos, era otra
forma de amor. Luego estaba lo de sus muchas tías y tíos, jóvenes, todos aún
solteros, le cuidaron y le enseñaron, le quisieron, cada uno de diferente
manera, ellos estaban empezando su propia vida.
Tanto
amor no quiere decir que Parker no guarde momentos tristes, no, tiene
sobre todo uno perfectamente ordenado, clasificado, sabe qué ocurrió, quién
fue, quienes fueron, les ha perdonado, incluso a lo largo de su vida ha tenido
relación con los autores. Quizás otros no recuerden, él sí, no es rencoroso
pero tiene memoria, quiere aclarar aquella muerte que le obsesiona, que le
desvela, que a pesar del tiempo transcurrido vuelve una y otra vez a su cabeza,
le atormenta.
No
se atreve y por eso desde la cama recurre a la imaginación.
Ni
más ni menos.
Cuéntanos,
Parker, cuéntanos.
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