Mil querubes bellos ornan tu dosel,
quiero estar con ellos, Virgen, llévame
contigo en el Cielo, colmado de anhelo,
qué feliz seré.
(Man)tengo este espacio.
Blog se llama.
Glup 2.0 lo titulé.
¿Sí? –me preguntan- ¿Y qué escribes?.
Cuentos, poemas, historias, pensamientos, lenguaje de bitácora, ensayos de expresión desde la línea de fondo o más lejos.
Con todo, me pongo las gafas de espíritu crítico, miro al espejo de la madrastra y sé que aquí no hay (buenos) cuentos, que escribir un (buen) poema cada día es imposible, un afán absurdo, un engaño, que pretender disfrazar escritos de zanja con ropajes de literatura es un vano intento, que no se lo cree nadie, que el carnaval ya ha pasado.
Y aún así, sigo.
Por y para eso robo música (la cambio a menudo para que no se note), fotografías (también las cambio mucho), alterno colores, temas, comento con energía los comentarios, combino los estados de ánimo a la espera que un viento paráclito ilumine mi inspiración, que las oriflamas del decir ondeen, que el cansancio de los días no adormezca el entusiasmo, que las liebres del desanimo no hagan su madriguera en la imaginación agujereada, infértil, helada en este invierno que parece primavera. También dejo post, cada día. Esto lleva bastante trabajo que no lo manda nadie, es voluntario.
En resumen, creo que esto es lo que siempre digo cuando no tengo nada que decir. Me disculpo, me justifico, hablo sobre escribir y no escribo, doy vueltas a la noria de los días, me siento culpable sin haber sido juzgado, me clavo puñales de duda, me siento en el borde y me río sin parar, contradiciéndome, abriendo la puerta al jardín de la esperanza, dando suelta a los lebreles de la risa, al perro blanco del disfrute, un revoltijo de jijís, jajás.
Dicho esto, pongamos orden.
Como muchos, escribo al dictado de la dama de la inspiración. A veces nos sorprende en momentos inoportunos, en un semáforo, en la cima de un monte, bajo el agua, mirando los ojos de Adela. Si llevo bolígrafo apunto la idea en una tarjeta de visita, en la esquina de una hoja de periódico, en un billete de 5 €, en papel de envolver. Después recolecto estas ideas (0h!) en un cuaderno de tapas duras. A veces de muchas ideas sale un post. A veces quedan dormidas y no se desarrollan. Otras –esto me preocupa- las repito.
En este momento no sé si he contado mis dos visitas a Rusia o si el recuerdo permanece tan dentro de mi alma que por un simple mecanismo de defensa no sale a la luz.
Por si acaso no, lo cuento, la historia de mi viaje por la estepa rusa en busca del último aliento de un ciervo.
Hace ya, bastante al norte de Moscú, busqué por las vastas estepas un animal moribundo. Trataba de comprobar la antigua creencia que dice que respirando el estertor de un ciervo macho, su fuerza, su vitalidad, su espíritu pasa al cuerpo de quién lo recibe.
Era diciembre y nevaba, después de caminar durante kilómetros y kilómetros me topé con un impresionante ejemplar de ciervo, malherido, apoyado en un tronco seco. La magnífica bestia con la cabeza erguida me miró desde más allá de una muerte presentida. Como si me hubiera estado esperando, se levantó y comenzó a caminar, vacilante, cojeando pero sin perder la defensa, con su cornamenta enhiesta. Seguirla me llevó entre matorrales, lejos de los caminos, con el cansancio enredándome las piernas entumecidas por el frío. Varias horas después dobló las patas delanteras y reclinó la imponente testuz. Acostado, a su lado, prevenido, esperé su final sin perder de vista su hocico tembloroso. La agonía se prolongaba. El frío era muy intenso. El animal intentó un último bramido desde su garganta rota. El esfuerzo venció su resistencia. Conmovido, acerqué mi nariz a su boca y respiré justo el último aliento que salía de aquel cuerpo poderoso.
El regreso al punto de partida fue lento y duro, caminé sin energía, ausente. Aquella respiración final me había transmitido algo más que la fuerza, que la potencia. En aquel momento, con el cansancio, no supe determinar que había sido. En los bancos de madera de una estación de tren perdida entre la niebla tampoco pude hacer otra cosa que racionar mi tristeza. Volví a casa envuelto en melancolía.
Hoy, tiempo después, no logro sacudirme la…
Y aquí se ha marchado la inspiración. Paseo por la casa. Intento finales. Llamo a mis amigos les pido consejo, ayuda. Nada. Bajo a comprar pan. Bebo un gic tonic. Bebo otro. Grito por la ventana. Doy de comer a los pájaros del patio. A los buitres. Me pongo nervioso ya que no tengo post para mañana (o sea el jueves). Retoco este escrito, lo alargo, lo estiro, es inútil, no hay historia excepto este intento de narrar experiencias que ni siquiera recuerdo si ya las he contado, si ocurrieron, si soy yo el que escribe, quienes somos, dónde vamos, de dónde venimos, pues esto, lo de ahora mismo.
Esta (casi) historia la empecé en enero en el hotel Temple de Ponferrada y al día de hoy no sé hasta dónde puede llegar. Por eso la dejo por imposible.
Si alguien tiene un buen final se lo compro.
Abstenerse intermediarios.
Solo especialistas en finales.
(¿?)