Caminos de agosto.
Cuando supe que el manager de los Stones decidió que el pianista Ian Stewart era demasiado feo para pertenecer al grupo y que años después despidió a Brian Jones por ser una persona problemática fue como la noche que descubrí que M me engañaba (*) con el hijo del dueño del bar de la esquina de su trabajo, el que le servía el café cada mañana, sí, dónde tomábamos un vino blanco a la mediodía, aquel camarero serio y hosco que siempre me ponía el trozo de tortilla mas pequeño.
Desde entonces me empezaron a gustar más los Beatles-que no tenían pianista- y Elena –que no le gustaba el café-.
(*) tanto me engañó que se casó con él.
Bendito engaño.
Send me a postcard, drop me a line
Stating point of view
Indicate precisely what you mean to say
Yours sincerely, wasting away
Así pasó el tiempo.
No me preocupé demasiado, nunca he tenido mucho que decir. Es cierto que era un engorro para la relación normal, comprar el pan o el periódico, saludar en el ascensor. Lo remedié utilizando tarjetas en las que tenía escritas las frases habituales, como una traducción elemental para desenvolverse en un país extranjero.
Me gustó el método, lo perfeccioné, día a día amplié el medio de comunicación y preparé frases más largas, más descriptivas. Tuve que entregar muchas tarjetas.
Con el paso del tiempo mi discurso se volvió sofisticado y entregaba una novela para desear las buenas tardes. La gente no las leía, pensaba que era un jodido mudo maleducado.
Del disgusto comencé a adelgazar, mi familia se preocupó y me internaron en este hospital. Hoy, al cambiarme el suero, para decir a la enfermera que me estaba orinando he debido entregarle toda una biblioteca. No le cabía en los bolsillos y no ha querido aceptarla. Me estoy meando vivo.
En el tren de la noche transparente llegan mujeres
con blusas perfumadas, con violetas en el pelo,
con los brazos tendidos hacia la aurora.
Las miro desde el andén, junto a un perro de ceniza,
sonámbulo, las pestañas incendiadas de madrugada,
los pies descalzos bajo una luna de mármol.
Uso palabras ciegas, como palomas acurrucadas,
la súbita fragancia del azahar embriaga al viajero
desprevenido que llega en busca del destino.
Siento en los oídos el zumbido de otra vida ,
en la esquina, letanía de gacelas sobresaltadas,
el rocío amansa y enreda perfumes en la piedra.
Las ventanas de la noche están cerradas,
una salamanquesa se esconde en la blanca alcoba,
el viento de levante deja un ahora de dudas.
Subo los peldaños del recuerdo, la ciudad respira,
duerme a espaldas del pájaro asustado en la rama,
de la lengua del tigre que lame el insomnio.
Nadie ve al fauno bajo el farol, sentado a la orilla
del tiempo, sus pezuñas rompen la espuma
de olas embarrancadas en luz futura.
Ese saurio triste sobre la vía sabe que no regresará.
Temo al súcubo que me observa, agazapado, presto.
Encadenado a la columna, Sansón descubre el horizonte.
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Se traspasa afectividad
por cese de negocio.
Pecho reformado, mucha luz, calefacción central,
autoestima.
Negociable. Vacío...
Busco amor de segunda mano, todo terreno. No
importan kilómetro psíquicos. Sufro bien y al
contado.
Belén Reyes
Todos los días antes del almuerzo, el hombre barbudo camina hasta el viejo olmo del parque y se queda allí escuchando como respira su corteza añosa. En un banco cercano, la reina de los gatos habla a los felinos de pasados misteriosos, de su ayer brioso. Los gatos no entienden nada, los gatos son unos animales egoístas y ensimismados que no prestan atención a la delicada mano que los alimenta, mano de falanges y venas azuladas, de uñas y un sorprendente anillo dorado.
Uno de esos días el barbado lo advierte: al llegar al tercer tramo hindú la superficie del océano se eterniza, hay un punto anterior a la revelación, un instante misterioso y fértil cuando el inexplicable don aparece. Y lo entiende, sabe, puede tocarlo con la punta de los dedos que agitan la untosa sopa de la casualidad, del azar.
Quizás entonces es el momento de abandonarlo todo, de huir hasta quedarse sentado al viento de levante, ignorando los gritos de los que llegan en pateras, viendo crecer la duna de Bolonia hasta sacarse uno a uno los puñales del escepticismo. Insensible al recuerdo de sus bragas escondidas bajo la ropa amontonada en una silla, los calcetines dentro de un zapato, ella ahí enfrente con su mirada miope, con los brazos cruzados sobre los pechos breves, el pliegue del cuello expuesto al choque de labios y dientes, él ansioso como Jeff Buckley, sereno como un sinuoso animal oscuro que no tiene prisa en comenzar el almuerzo junto al olmo, sólo, pan, aceite y el farfullar de la vagabunda.
Llegan trenes, autobuses,
furia, ella no llega.
En andenes fríos, puertas,
sé que no saldrá pero espero.
Cuando ni siquiera sabía
como hablaba, si me veía,
me aposté en esquinas,
bajo árboles, en laberintos.
Tardes mirando a lo lejos,
a su ausencia, horas.
Sabía que no llegaría,
no allí, no entonces.
Pero seguía,
vigía de su horizonte,
enfermo sanando por
el milagro de verla.
No la amo, no a ella,
amo la espera, que no venga.
El nerviosismo cuando
miro el reloj y no aparece.
Me he acostumbrado
a que no llegue, que no esté.
Sigo. Esperando.
¿A ella?
Nos conocimos en Donosti, en un festival. A los dos nos gustaba el jazz. Le hablé de Ann “Honey” Lantrey de Honeycombs y le sorprendí. Ella tocaba
Luna Agua ha recibido su Thinking Blog Awards.
Enhorabuena.
Entonces, Luna Agua ha tenido la gentileza de incluirme en uno de los cinco blogs que le hacen pensar.
Es para mi un gran honor además de una sorpresa.
Se lo agradezco sinceramente.
Es un problema ya que escoger a cinco supone excluir al resto.
Pues bien, me tomaré mi tiempo -ese que no tengo-, no quisiera que nadie se sienta fuera.
”¿Por dónde se va a la morada de la luz?
las tinieblas, ¿dónde tienen su sitio?”
Entre los juncos agitados por demonios exhaustos de mal, brama el león y ruge el jaguar, se derrama la lluvia sobre la iniquidad del polvo. Lame el onagro la sal en las escamas de los peces boqueando en la arena, las ranas esquivan el certero pico de
“Después de esto, vivió Job todavía ciento cuarenta años, y vio a los hijos de sus hijos, cuatro generaciones. Después Job murió anciano y colmado de días.”
A partir de conversaciones en diferentes comidas de hermandad sobre la forma de preparar el Cuba Libre y su degustación en circunstancias idóneas, sirva el presente artículo como guía para qué, de una vez por todas, quede clara la correcta elaboración del mismo. Advierto que es utilizable sólo en tiempos normales, es decir con bonanza atmosférica y condiciones meteorológicas óptimas, o sea que no llueva dentro de los bares o que el salón sea un desierto.
Sed. Es preciso tener sed, no se puede beber por beber, es necesaria esa ansiedad gustativa, esa avidez caribeña, esa tolerancia a la graduación alcohólica, ese alborozo ante la inminencia del trago, esa necesidad sin llegar al vicio.
Compañía. Es muy importante determinar con quién tomaremos el Cuba Libre, definir si lo tomaremos solos o en compañía de otros. Si lo tomamos solos debemos evitar la tendencia natural a mirarnos en el espejo, es más, debemos romper todos los espejos, una persona que bebe sola no debe tenerlos, son sinceros. Si lo tomamos con otros, incluso con otras, no me atrevo a determinar cual debe ser el proceso de selección –cada uno bebe con quién quiere-, pero es importante tomarse cierto trabajo con el fin de que la compañía sea grata, interesante, guapa y amable. Para ello buscaremos buenos conversadores, inteligentes, que sepan descifrar los mapas, que entiendan de alegrías, que canten con gusto, que paguen sus rondas, que no tengan propensión a saltar la barra del bar, que no orinen en los floreros, que sonrían, que sepan navegar en las tormentas. Aún así a algunos les basta caminar entre el gentío para ser felices.
Música.A tener en cuenta la música de fondo. Jazz, aburridos fados de Madredeus, arias de ópera, Björk, nada que se entienda. También blues del sur profundo, un adagio de Albinoni, Henri Salvador, nunca pasodobles ni valses vieneses, mucho menos jotas sea cual sea su procedencia. Me atrevo recomendar a Argelia Fragoso, que es cubana y canta como los ángeles, te hace llorar de emoción. También Omara Portuondo, Gema, Celeste Mendoza y tantas cantantes de la isla llenas de sentimiento.
Amor. Quién prepare esta combinación debe rebosar amor, por sí mismo y por los otros. Debe dedicarse a la mezcla de ingredientes y conceptos absolutamente centrado, con palabras dulces, canturreando quizás, siempre con un gesto obsequioso, una sonrisa sincera, intensa, profunda, con movimientos relajados pero enérgicos, convencido, determinado. Desconfiad de los camareros con guantes blancos.
Recipiente. Por supuesto a gusto del que bebe: copa, copa panzuda, copa copuda, copón, vaso, vaso largo, vaso corto y ancho, tallado, detallado, siempre de fino vidrio. No recomendables recipientes metálicos, de plástico, loza, con colores, jamás un balde.
Hielo. Se aconseja fragmentos de iceberg islandés o sueco. De no poder obtenerlos, los cubos de hielo deberán ser medianos, ni grandes ni pequeños, cuadrados, recién salidos del congelador, aptos para someterse a la prueba de un anuncio televisivo, muchos.
Limón. Es un elemento básico. Debe ser murciano, de la huerta de Pere Movilla, de aroma profundo y tonalidades amarillentas, casi verdes. Al cortarse, los jugos emitidos deben ser capaces de excitar nuestros lacrimales y hacernos llorar, bien por extrañas reacciones químicas -nunca bien explicadas y mucho menos entendidas-, bien de nostalgia o saudade. Se cortarán finas rodajas de su corteza entreverada con la pulpa, depositándolas con ternura sobre el lecho helado. Por último dejaremos deslizar unas gotas de su zumo, seis, nunca más de ocho, como ácidas caricias sobre el sólido frío.
Cuchillo. Me importa insistir sobre la importancia del cuchillo en estas maniobras preparatorias. Debe ser de buen filo, no demasiado grande, que se pueda esconder dentro de la manga, puntiagudo, no pesado, no leve, de diseño. Un artilugio inocente que pueda convertirse en arma, nunca se sabe como terminan las noches, los días o supervivencia en antros donde nos lleve el alba, la desesperanza, la ausencia, el desamor, el deseo por los cuerpos fugitivos. Alguien nos buscará, hasta puede que nos encuentre.
Ron. Siempre cubano. Hay otros. Para escoger el mejor propongo noches de cata profunda, saboreándolos por ejemplo en Boadas (cerca de las Ramblas, en Barcelona) o el JK (cerca de la Palanca, en Bilbao). Beber ora de esta botella, ora de esta otra. Como hay muchas, botellas, esto lleva su tiempo, ya que los gustos cambian, el paladar se atrofia con los años, o se refina, o se adormece, o se excita, este es dulce, este fuerte, este amargo, esta mujer que me acompaña ¿quién es?, al de muchos tragos ¿quién soy yo?¿dónde voy?¿ de donde vengo? ¿cuánto se debe?. Ciertamente lleva muchos años seleccionar el mejor ron, el que más nos gusta, a veces toda una vida, pero el esfuerzo merece la pena, es primordial definir las preferencias, definirse, ser, es bello llenar noches de vacío en estas actividades aparentemente nimias pero tan poéticas, tan líricas, es hermosa la búsqueda, es largo el olvido, es corta la vida.
Coca Cola. Claro, también lleva este refresco, idóneo para aflojar tornillos, vehículo, compañía, imposición, bebida con gas, burbujas engañosas, es mentira, es el contraste, la paradoja, la enseñanza, la ironía, a pesar de, etc. Antes se tomaba con zumo de lima.
Agitar. Un solo movimiento, class, un giro de muñeca, serios, mirando a los ojos, mirándose a los ojos, sintiendo los músculos del alma, zapp. Ya.
Beber. Y va uno y se lo bebe. Cuba Libre, parábola ejemplar de lo efímero, de la levedad de los placeres, de lo fútil de los momentos mágicos, de la eternidad, de las preguntas que uno se hace, de la inexistencia de respuestas. Detrás de esta bebida que nombro están las bebidas que no nombro, que no tienen nombre ¿dónde van los Cuba Libres que se toman? ¿y los que no se toman? ¿dónde está la frontera del reino alcohólico? ¿hay vida después de la muerte? ¿hay muerte? ¿es esto la vida o un programa de software? ¿existimos? ¿quién somos? ¿existe la amistad? ¿bebemos para recordar?. ¿Ves? por eso nos gusta el Cuba Libre, mientras lo tomamos estamos entretenidos.
El ron, o run o rhum, es el aguardiente de caña azúcar.
En el año 1650 aparece, en la isla de Barbados, la primera noticia escrita que se tiene del ron. En ella se llama a la bebida rumbuillon y killdevil (matadiablo). A finales del siglo XVII llega a Europa, comercializado por los ingleses.
Cuenta la leyenda que este trago largo fue inventado a finales del siglo pasado, en concreto en 1890, en Cuba por un marino abrasado por el temible y sofocante sol de aquellas latitudes, al mezclar el aguardiente local de la caña, el ron, con zumo de lima.
El 8 de mayo de 1886 salía al mercado la Coca-Cola. Tres semanas después, en el Atlanta Journal-Constitution apareció su primer anuncio que decía:
En 1889, en plena guerra de Cuba, los oficiales yanquis sustituyeron el zumo de lima original por su bebida nacional, Coca Cola, denominándola Rum and Coke
En la edad dorada de los cócteles, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, los barmans norteamericanos añadieron a la mezcla una rodaja, o dos, de limón y la popularizaron hasta nuestros días. No consta si inventaron el limón.
Una revolución rebautizó al rum and coke original como Cuba Libre. Este moderno nombre se lo han apropiado tanto los castristas, para eliminar las posibles referencias imperialistas de la bebida yanqui y gaseosa, como los cubanos del exilio de Miami, que dicen que al beber cubalibre sueñan con el regreso a su patria. Eso, a nuestra salud.
Cosas de poetas, él envió un poema sobre el miedo del minotauro, ella se lo corrigió, él se enfadó, ella se sorprendió, se enemistaron, se escribieron, se reconciliaron, se interesaron, causalidad, por motivos de trabajo coincidieron en una misma ciudad y se citaron. En aquel primer encuentro la sorpresa fue que ella era tan dulce como un pastel de melocotones, tan limpia como el viento que acaricia el algo y tan insoportablemente joven que él, tan de vuelta, tan herido por los días, tan alborotado, tan viejo, se asustó y tuvo miedo de contaminarla con su escepticismo, con su figura cansada. Ninguno de los dos contaba con el milagro, pero sobre ellos volaban duendes, tres hadas, las hechiceras del relato rojo, un mago desocupado, el equilibrista de los sueños y todos ellos colaboraron en una amistad que empezó justo en el instante de verse, de mirarse al fondo de los ojos. Fue un hermoso momento, ella tenía la cabeza en una nube y ocupada en contar historias de habitantes de otro planeta no se percató que él había guardado su aprensión en un bolsillo, se había quitado el disfraz y sus manos abiertas estaban dispuestas a dar y recibir sin ninguna condición.
Aquella amistad creció y creció regada por cariñosas cartas, alimentada por las confidencias que intercambiaban, nutrida por sinceros consejos sobre como combatir la tristeza, la melancolía, el miedo,
Y así siguieron escribiéndose, viéndose cuando sus ocupaciones se lo permitían, cuando coincidían en aquella ciudad, en otra. Su amistad era hermosa como en un cuento escrito por un visionario, los dos se querían como afortunados moradores de un mundo mágico. Aquella tarde de primavera hacía mucho calor, demasiado, se citaron en un centro comercial de las afueras, entre compradores compulsivos, paseantes desocupados y madres acunando a niños llorones. Mientras sorbían un refresco hablaron de esto y aquello, contentos, consolándose mutuamente de los pequeños disgustos en el trabajo, contándose con alegría //sus hombros, oh, sus hombros, no puedo soportar que suba y baje su blusa en ese gesto nervioso, quiero perderme en el hueco mullido de sus hombros, quiero conocer a qué saben esos labios que humedece con la punta de la lengua sin darse cuenta que la miro como un hombre nuevo, trasformado por esa limpia sonrisa de mujer, anonadado por sus palabras que me atrapan y me impulsan a abrazarla dulcemente, a apagar la luz del mundo y que todo desaparezca excepto ella y yo, a besar su cuello mientras acaricio su cintura bajo esa blusa blanca, móvil como mi deseo oprimiéndome las sienes, disturbándome, empujando mis manos ávidas sobre el borde su pantalón, sobre esa carne tibia y secreta, sentir en mis uñas el interior de su ropa, en las yemas de los dedos su piel con sudor, húmeda// sus sueños, sus proyectos para el verano, los viajes intensos. Fue una tarde agradable y al despedirse ella le invitó a acompañarla hasta el aparcamiento subterráneo, su coche estaba algo alejado y no le agradaba la oscuridad; caminaban sin tocarse, riendo //tus hombros, oh, tus hombros, quitarte esa blusa blanca muy despacio, con tanta lentitud que sientas que te quema el deseo de mis brazos, soltar los botones de tu pantalón, uno a uno, morosamente, mientras te acaricio con tanta dulzura que solo esperas que te lo quite ya, pronto, y te quedas así, con tus brazos cruzados, protegiendo tu desnudez, anhelante, beso tu espalda y bajo los tirantes, golosos, mis labios buscan tus pechos, los acarician, los lamen, los disfrutan mientras mis manos bajan por las caderas hasta encontrarse con ..., no, no, dices, pero tu cuerpo dice sí, si, y nos besamos con tanta pasión que temo hacerte daño en ese abrazo ceñido, tan tierno pero tan intenso, deslizo mis manos por las piernas, por tus muslos y con ellas baja el último reducto de tu ropa, también yo me desnudo, apresuradamente, mientras me miras sin saber bien qué es esto que estamos haciendo, a qué locura obedece, pero no hay tiempo y nos acercamos uno al otro, desnudos, temblando de deseo// haciendo planes para la próxima vez. Luego se besaron en la mejilla, tímidos, prometiéndose una próxima cita, pronto. Ella fue a la estación de tren, él fue al aeropuerto .
(Y este cuentito, tan inofensivo, tan blando, tan blanco, provocó una era de silencio de la que todavía no hemos salido. Qué cosas)
Y como hago ahora para hacer creer que sé lo que no sé. Con esta espléndida sonrisa que teje fidelidades, con esta briosa mirada que genera confianza, con el gesto de palmear la espalda como si siempre, desde hace, somos ya. Y no, no es cierto, acabamos de conocernos y nada invita a la intimidad, a la entrega de posibilidades, como si sí, como si fuera posible, no, te lo digo yo, no lo es. Aunque.
Sucede que aquel día, precisamente aquel, me cansé de ser correcto y educado, de seguir
Sí, mi litera es la de arriba.
Pasaron quince días, pensé mucho en aquello...
.
Ayer escribí esto. Me pregunto de donde me salen cosas así. Debía ser un relato mucho mas largo. No quiero continuarlo, no me agrada, no quiero escribir sobre algo violento, no lo soy, soy en absoluto, todo lo contrario
Reviso mis textos y, para mi sorpresa, tengo varios de este tipo -incluso alguno me ha traído problemas, Google es traidor-. Seguro que no tiene más importancia que el puro contraste con otros temas, más amables, o simpáticos, o amorosos. Aunque, pensándolo bien, me doy cuenta que tampoco me apetece escribir últimamente sobre temas eróticos. ¿Me estaré dulcificando? ¿me habré vuelto un oso de peluche? ¿será la edad? ¿será que he pasado alguna puerta? ¿estaré cambiando el estilo? ¿me habré quedado dormido? Pues creo que no, que estoy bien despierto a pesar del extraño clima de este julio, algo debe ocurrir aquí dentro. En cualquier caso, de algún sitio sale esto de hoy, lo de la pistola del otro día y el sueño de anoche. Bueno, eso lo cuento otro día, que hay que dosificarse.
Dime, en dónde, en qué avenida tus pies,
por dónde el rastro, en qué sendero.
Tus piernas, esas cintas que el vello deshilacha
y en la ojiva, el pubis, manojo de tu vientre,
la dovela.
Crece en tu torno el gladiolo,
llave anal, violador perenne,
y tres diosas
quieren morder contigo la manzana.
La negra mariposa se entretuvo en tu pecho,
en la brizna más rosa ya tiernamente liba.
Y tu rostro, en lo alto, ignora todo el fruto
que tu mano contiene.
Ana Rosetti
Llamé a esta página Glup para poder ser otro, para no ser sólo yo, para poder ir y venir a mi gusto, sin horarios, sin que nadie me reprenda porque llegué tarde, para engañarme desde dentro, para poder decir lo que no digo cuando digo y viceversa. Para que nadie me deje solo en una habitación sin techo. Para que nadie me exhiba en un escaparate como a un atracción exclusiva. Para continuar siendo fiel a mi mismo y a los otros.
Recibo comentarios inteligentes, sensibles, agradables, sencillos, ingeniosos, que comunican bondad, o necesidad, o soledad, o miedo, o simpatía, antipatía a veces. Recibo cortos mensajes de almas. También me envían cristales, papeles transparentes y silencios envueltos en ya te lo dije. Algunos me echan el humo de su cigarro a los ojos, les veo ir y venir con el ceño fruncido, enfurruñados y archivando otra carpeta porque a ellos, a ellos, solo faltaba, ya, pues solo me hacía falta esto ( y afilan la navaja plateada con la que dan tajos a la carne expuesta en las palabras).
Alguien manda fuegos artificiales que explotan, brillan y se apagan. Algo ocurre ahí, donde nadie tiene acceso. Alguna ventana me cierra. O puerta. O luz apagada. O distancia.
Como cada día, reviso de punta a punta la línea llena de sueños, sentimientos y palabras escogidas con mimo.
También hoy he envuelto, para ella, con papel para regalo estas palabras.
Las dejo aquí con el lazo final de mi amistad de ahora.
Que todos os esforzos
de apenas nada valeron
e que só fica, ao final, o aceno
da miña suposta beleza
ameazante.
(Yolanda Castaño)
En el insomnio a veces sorprende, pero no es nuevo, quiá, es hablar viejo, de los de fácil comprensión, de voz clara, sosegada, que de tanto sacar lo de dentro se le puede ver entero, transparente, los pulmones aquí, esto es el hígado, la bilis, los humores, los riñones, todo expuesto, huesos recios, hasta el alma, su colores, dicen que no, que es un hálito, una invención dicen otros, que extiende en esta sábana blog los dolores, penas en la manta, la quería- susurran-, se la inventó- lo murmuran- y entre espadas y arcabuces tronantes la pluma dibuja idilios a la luz de imaginarios candiles, papagayos, ruiseñores, reflejos de antes, el incendio que no cesa, la quinta esfera invitando y leones ¿quién entiende?
En el desamor no está el olvido, me lo copia usted mil veces.
Envueltos en capas de salteador, el Tiempo, el Pecado, la muerte señalando el Reloj, el dramático empeño de querer saber, olvidar lisonjas y partir camino adelante, con brío, con fuerza en los muslos, olvidarse del polvo y la sed, un día, otro día, trescientos ocho, kilómetros, lo anuncio, llega agosto y nos iremos, fuera obsesiones, fuera voces, quemaremos calendarios en la dársena, humo de olvido, las espinas, los fantasmas ululando en lo oscuro, tras la tapia, el cuerpo ausente en la cabeza, en los tendones, la palabra que hiere, el silencio que no cesa, ya no sé si era o si soy yo, si existió y si estoy vivo, escribo aquí, pero no vale.
En el desamor, aún. No lo copie, no hace falta.
Los cangrejos apenas distinguen quince palabras, y aunque no saben escribir, se aman sin cesar sobre las rocas, bajo la arena, entre la espuma de las orillas del mar.
Y yo, estúpido que conozco treinta palabras, te las escribo y te deseo, pero no puedo amarte, ni besarte, mujer acodada en el mostrador de ese café chino en California.
Los cocodrilos, animales prehistóricos, fortaleza de dientes entre el lodo, siguiendo antiguos ritos, se muerden con dulzura en interminables noches en celo.
Alucinado por tu belleza, yo saltaría desnudo entre esos mismos cocodrilos, si pudiera así tocarte, quererte, morderte, mujer distante entre el humo y las carcajadas tabernarias.
¡Mírame!
Las casas comienzan a construirse por los cimientos.
Las guerras empiezan por una disputa sobre una frontera, por un idioma, una traición, una locura, una mujer - recuerda a Helena -.
La vida acaba con la muerte.
Comencemos, pues, por el principio. En realidad no se donde empiezo, mucho menos donde acabo. Ahora sólo sé que me muero por perderme entre tus brazos de seda imperial, en tu pecho de hojas secas, en la curva de tu espalda, en tus finos labios rojos como una fruta, en tus muslos como un cuadro de Miró.
Y ella, lacónica: "cien dólares".
Carmen tiene cuarenta años y es una mujer afortunada.
Eso piensa mientras escucha a sus tres hijos jugar por el barrio de casas bajas. Aunque no son muy estudiosos, nunca le han dado un disgusto y están sanos.
Su marido es un buen hombre, trabajador, no habla mucho, no es demasiado cariñoso pero en su último aniversario de boda fueron a cenar.
Carmen limpia de madrugada las oficinas de un banco, ya no se parece a Jennifer López pero por la calle todavía la miran al pasar. Tiene todo para ser feliz, aunque estos días está preocupada.
Cuando acaba la jornada, los niños viendo la televisión, su marido en el bar y el sol despidiéndose en el tejado, Carmen pasa a la casa de su vecina Ana. Allí, sentadas en la cocina, se cuentan sus alegrías, sus sueños, su aburrimiento. Ana no tiene hijos y su marido, que trabaja en una empresa de montajes, solo vuelve a casa los fines de semana.
Es julio y la temperatura es alta. Las calles están en silencio. Hoy han pasado al cuarto del fondo, el de Ana, y allí ojean una revista de modas. Tumbadas sobre la cama, hablan de artistas, de películas, del barrio. No se dicen nada nuevo pero disfrutan del frescor de esa parte de la casa, de esa charla que comprenden y comparten. Se sienten cómodas. Ana le mira, le dice que no parece que haya tenido tres hijos y, como al descuido, le acaricia las caderas. Carmen siente un estremecimiento y sigue la conversación. Ana juega con los tirantes de la bata de Carmen y le habla de algo que ella ya no escucha. Solo siente un calor intenso en la cabeza y escalofríos subiéndole por la nuca. Esa noche, en su cama, junto a su marido ya dormido, piensa en que no está bien que los dedos de su amiga le hayan dejado tan temblorosa.
Al día siguiente, a pesar del calor, Carmen prefiere quedarse en la cocina. Mientras se regalan confidencias permanece expectante, alerta, no sabe si Ana repetirá sus caricias. Se conocen desde hace años y jamás se había comportado así. Ana habla sobre los participantes de un concurso en la tele y dice que le gusta el chico moreno, el de Madrid. Se va a su casa y no ha ocurrido nada.
Ha pasado una semana, la tarde ha sido asfixiante, Carmen y Ana, sudorosas, beben un refresco y se cuentan los planes para las vacaciones. Pasan al cuarto de Ana, que imita a su marido cuando conduce la furgoneta, se sienta sobre la cama y hace gestos con los brazos. Las dos ríen. Carmen la empuja y caen sobre las sábanas. Están contentas. Ante sus carcajadas, Ana le tapa la boca con la mano, Carmen también pone su mano sobre la boca de Ana y sus miradas se cruzan, ahora están abrazadas y algo les detiene. Pero se miran a los ojos y lentamente se acarician, sin dejar de mirarse, se quitan la ropa, se tocan, se sienten, se buscan, sienten su desnudez, sus húmedos escalofríos, se encuentran sus bocas, se acarician los muslos, se hablan tan suave que el tiempo se detiene y Carmen vuelve a su casa con un extraño gusto en la garganta.
El domingo, Carmen, del brazo de su marido, pasea por el barrio. Saluda a los vecinos, distraída, porque algo intenso ocurre en su interior. Tenía todo para ser feliz pero ahora, esa felicidad son los atardeceres en la casa de su vecina. Y cree que no está bien, pero cuenta las horas que le quedan para estar en brazos de Ana.
Por eso estos días está preocupada.
A un día monótono otro monótono,
invariable sigue: Pasarán
las mismas cosas, volverán a pasar
- los mismos instantes nos hallan y nos dejan.
Un mes pasa y trae otro mes.
Lo que viene uno fácilmente lo adivina:
son aquellas mismas cosas fastidiosas de ayer.
Y llega el mañana ya a no parecer mañana.
(J.M. Caballero Bonald. Manual de infractores)
Estoy perdiendo la memoria.
No sé en qué lugar dejo las cosas. Se me olvida dónde aparqué el coche, si ayer viajé a Finlandia, en que cajón guardé la llave del poema, si es venenosa esta serpiente que me muerde el cuello. No sé si esto que siento es amor o es que me duele la médula espinal del alma.
La cabeza se ha convertido en mi enemigo, me estoy olvidando de mi mismo. Y me preocupa, me tiembla el maxilar, se me altera el esófago del tiempo, debe ser por los nervios, ya se sabe.
Aún así llevo los días enrollados bajo el brazo y distingo perfectamente la oscuridad del cinc de un granizo de párpados, hasta ahí podíamos llegar.
Hasta hoy, hoy rebuscando un camisa entre la ropa blanca he encontrado una pistola, brillante, negra. Hasta aquí normal pero, le falta una bala.
Temo haberme suicidado.
Buenos días. Cuando entras a una casa como invitado tampoco es cosa de poner los pies en el sofá, echar la ceniza del cigarrillo en los floreros o escupir en la alfombra del salón. Te sientas, modosito y soportas las patadas que te dan en las espinillas los niños de los anfitriones, cenas lo que te ponen en el plato y escuchas con atención, de nuevo, aquella historia de cuando la familia estuvo en Aqua Park, lo bien que lo pasaron y las risas que hicieron Paquito y Merche. Al final uno se toma el café, la copa de pacharán casero -lo hace Juli, tiene una mano...-, se despide sonriendo, sale a la calle y fuera llueve, graniza, coño ¿dónde he dejado el coche?. Piensas en Marisa esperándote en la cama, calentita -la cama-, y decides irte a tomar cubalibres por los bares golfos con la gente golfa, para limpiar el cerebro, ya sabes. Vuelves de mañana con los periódico y el pan, cuando Marisa ya se ha ido a trabajar al super -es cajera-. Te miras al espejo y ese eres tú justo un minuto antes de dormirte, mientras algo te dice que te has quedado con las ganas de mear la tapa del retrete de los que te invitaron a los qué, por cierto, no tienes ni puta idea de qué les conoces. Buenas noches.
Escribir no es vivir, apenas es disfrazarse de otro. A veces es mentir, engañarse uno mismo, vivir fuera de lo que es, recrear en la cabeza aquello que no llega al alma. Escribir bien o mal apenas tiene importancia, depende más de la mirada del que lee. Por supuesto hay muchos criterios de valoración respecto a la calidad literaria. Y gustos.
Escribir bajo seudónimo tiene un punto de cobardía, es fácil aplicar la verborrea para esconder un anhelo, el que sea, de reconocimiento, de vanidad, de necesidad de sacar sentimientos, de recibir pataleos o aplausos, de inseguridad, de ¿ves?, escaparate con paisajes pintados, lluvia de papel. Aunque claro, escribir siempre con las tripas es demasiado expuesto, aquí queda, al desnudo, ingenuo, sincero, abierto, vulnerable.
Historias, publicarlas aquí para que alguien las lea. Escribir historias sobre otros, sobre otro yo, sobre alguien que no eres tú. Son mentira, están inventadas, no son reales, aunque a veces lo parezcan. Es fácil hacerlo, solo se necesita imaginación, algo de técnica, desparpajo, no tener miedo, estar seguro. Una forma de pasar el tiempo, es un trabajo estéril.
Poesía, escribir poesía es sencillo, ya no hay normas, el poema libre, se necesita sentimiento y habilidad, un poco de música y gusto para jugar con la belleza, una mirada detrás de la mirada y la íntima desfachatez de saber que nadie entiende, todo vale, vale la hermosura de la rima, lo recóndito, lo prohibido, el enigma. La poesía es una trampa al azar de los cazadores de palabras.
Escribir de lo de dentro es difícil, los días son iguales, uno igual a otro, no hay demasiado espacio para la aventura, lo mágico, lo sublime. Tampoco hay quién soporte una vida así, n continua tensión emocional, al límite. Recuerdo los momentos que viví en la pasión, pero esa es otra cuestión, pasada además.
No me paro ahora a considerar ahora si todo esto de hoy está bien o mal escrito en la forma, en el estilo. Viene a partir de algunas conversaciones con el corazón en la mano. No sé transcribirlas pero quisiera cambiar ahora el tono de lo que habitualmente dejo aquí. Quizás porque empieza Julio, están próximas las vacaciones y quiero vivirlas desde la sinceridad conmigo mismo.
Miro alrededor, estoy acostumbrado a vivir con coraza, no llegan dentro, no les deja la mirada, la frase, la sonrisa, el gesto, la aparente fortaleza, la ironía. Y me siento tan necesitado de cariño, de ternura como todos, como tú. Este es un guión repetido desde que recuerdo, lo de fuera disfraza lo de dentro.
Empiezo diciendo que detrás del oficio, del gesto autosuficiente, de la rutina de estar -ser honesto, legal, fiel, cumplidor, correcto, buen vecino, ciudadano, trabajador, ejemplar en la vida familiar, etc- tengo miedo, estoy confuso, quiero asimilar las aflicciones que se me acumulan por enfermedades de personas próximas, la muerte rondando en algún caso, el relevo generacional, el trabajo, la falta de intensidad en lo afectivo, el aburrimiento, la necesidad de pasión, los contrastes, las añoranzas, querer estar en tantos sitios a la vez y no estar en ninguno, los continuos reencuentros con el pasado (que no pasa), la vida camina tan rápido que nos deja atrás y es tan corta y soy tan consciente de todo, estoy tan despierto que no me soporto en esta vida de dormido, por seguir haciendo lo que debo y no lo que quiero, por dejar de lado tantas oportunidades para ser el que soy y seguir siendo el que no soy, por no tener creencias, ni maestros, nadie a quién admirar, nadie ante quién derrumbarme, nadie que me aconseje, que me señale otros caminos, por ser tan débil que debo ser fuerte, enérgico, aparentarlo, sacar pecho, pavonearme, presumir, seguir y seguir sabiendo, sabiendo. Y no hacer nada para cambiar.
Contar esto no es apropiado, no es literatura, no cumple lo que me propuse al empezar esta página. Además no acaba de quedar claro si esto es lo que siento o lo que invento, si es un paraguas de colores o es una debilidad de un momento concreto. Puede ser una doble trampa, una que me hago y otra que os hago. No está definida la frontera entre lo imaginario y lo real. ¿Cómo convencer? ¿Esto es todo? Pues no, el fin de este blog es dejar lo que escribo, pretende ser, solo, literario, de ficción, pero hoy, hoy he querido dejar lo que siento, lo que me duele, sin velos, sin buscar frases bonitas, mañana ya intentaré poemas. Queda pues la palabra, sin ropas, sincera, para el que quiera entenderla. Gracias por llegar hasta aquí.