Elliott Erwitt, Men Fighting, New York, 1950
Oye,
llámame raro, di que me equivoco, no sé, un pálpito, respetos al máximo, pero
uno no se mete con nadie y los trastornos de personalidad, si los hubiera, se
curan, yo qué sé, que igual no, tú sabes, pero los amores súbitos siempre me
han puesto de los nervios, que jugar al mus vale, tres envido, pero mirando a
los ojos pego órdago, ya ves, qué cosas, escribir, cuidar reclusos o corderos,
ser cetrero o funcionario de la cosa pública, que no me gusta que me toquen la
cosa, no si yo no quiero, aquí mal que bien, escribiendo tan a gusto y llega el
león sordo y se come al explorador (es un chiste, otro día, con más tiempo, lo
cuento, es muy bueno), que hay fijaciones, un conocido mío se encaprichó de una
castañera y estaba a la cola cada dos minutos, por cierto, tampoco me gusta
estar en la cola, que no me toquen la cola, para eso de la cola soy muy mío, en
realidad soy muy mío para casi todo, pero amable, eso sí, incluso si me lo
propongo puedo ser educado, hasta un límite (exacto, cuando me tocan la cola o
me quieren (intentan) mojar la oreja), que no digo que esto sea un lío pero yo
me entiendo y si tú me entiendes pues es que he acertado, si no, pues eso,
seguimos tan ricamente con la poesía interiorista, la cecina de León (no
confundir con la de león) y las fotógrafas que no dan autógrafos ni se autografían
que bastante tienen con aguantar a su santo que es majo (+ o – tampoco echemos
las campanas al vuelo) pero tiene ese problema que te digo – puedo tutearte
¿no?- que cuarenta mil espectadores viendo un partido de fútbol y me caga a mí
la paloma, es otro chiste, los cuento mal, soy más de lo romántico, incluso de
lo simbólico, pero si tengo que dar un puñetazo en la mesa lo doy, te lo voy a
contar, nunca he dado un puñetazo a nadie, que recuerde, lo tengo prohibido,
por lo militar y por lo religioso, tranquilo, en defensa propia quizás sí, o
correr, yo qué sé, según el caso pero otro día lo hablamos con más calma, ahora
me toca la medicación y para eso sí que son rigurosos ¡voy!, que digo yo, ¡¡¡voooy!!!,
lo siento, que me llaman, hasta otro día. AAh, sí, Lezama Lima.
¿Quién persiste por los labios
y entre giróvagos mapas,
en apuntalar a la sombra
del cuerpo que se perdía
entre pisadas y sirenas
que van doblando hilanderas
muertas y sus delgadas
hojas sin otoño, sin donaire,
en vuelo recto, manso y frío?
Paradiso (escrita por José Lezama Lima) ha merecido toda clase de asedios críticos a cuenta de su condición de anti-novela, de su irracionalismo palmario, de sus desconexiones temáticas. Todo eso quizá pueda ser cierto, no estoy seguro, pero lo que de veras importa en este caso es la excepcional voluntad creadora de Lezama, su promulgación de un "sistema poético" que trasciende los cánones al uso y asume un tratamiento artístico de la realidad absolutamente seductor, regido por una verbosidad que parece como proyectada en un entramado mitológico. Por ahí, por esa selva virgen del texto, puede uno internarse sabiendo que lo aguardan frecuentes extravíos, pero también copiosos deslumbramientos. Las pérdidas posibles se compensan con los hallazgos magníficos. (JOSÉ MANUEL CABALLERO BONALD 27/11/2010)