lunes, 30 de septiembre de 2019

Helen Fisher me lo explicó


Helen Fisher: "El colocón del enamorado lo producen las sustancias que fabrica su cerebro"



  


Esta es una historia entre la química, la monogamia, el adulterio y la necesidad de ser otro, al menos en mi cerebro.
Empieza en Manhattan porque vivo aquí, la verdad podría haber empezado en Bilbao que es de donde soy, pero no, empieza donde estoy, ahora.
Jenny es marchante de arte. Quiso que la acompañara a visitar a una artista en la zona de Chelsea, cerca de Meatpacking. Me convenció diciendo que después iríamos a cenar a Ciprinai´s. Fui.
Llegamos al lujoso ático donde vivía Arundhati Jackson, una pintora medio hindú medio americana que nos recibió con amabilidad, nos ofreció té y pasamos a revisar su trabajo. De entrada me pareció una mujer poco atractiva, menuda, de mediana edad, demasiado delgada, de voz rasposa. Mientras ellas hablaban me dediqué a mirar por la ventana.
Fue allí, mientras veía brillar el sol del atardecer en los rascacielos cercanos. escuchando desde otra habitación aquella voz cuando, sin siquiera sospecharlo, en el núcleo caudado de mi cerebro varias regiones activas se iluminaron de amarillo intenso y naranja. A la vez el área tegmental ventral comenzó a producir dopamina con fluidez. Es decir, comencé una alerta que incluía una incipiente excitación sexual, una creciente sensación de placer y una motivación para intentar conseguirlo.
 Esto no lo supe hasta un tiempo después, cuando Helen Fisher me lo explicó.
Nos despedimos y Arundhati me obsequió con un catálogo de su última exposición, le di dos besos en la mejilla agradeciendo su hospitalidad. Salimos. Me excusé con Jenny diciendo que no me encontraba del todo bien. Tomé un taxi hasta mi apartamento en Broome Street. Sin pensarlo busqué la dirección de correo en el catálogo y escribí en mi iPad necesito verte. Treinta segundos después tenía una contestación, ven. Fui. 
En el ascensor no era consciente de mi alto nivel de dopamina, del aumento incontenible de testosterona. Nada más entrar, nos miramos, nos quitamos la ropa y nos amamos con deleite e intensidad, arrobados, apasionados. Arundhati era una buena amante, solicita, sumisa, activa, ansiosa, paciente, ardorosa, amorosa, completa. Mi cerebro se colmaba de norepinefrina que me daba aquella euforia, aquella sonrisa tonta mientras con el descenso de  serotonina comenzaba mi obsesión por estar con ella.
Helen Fisher me explicó que esto era así.
Pero no quiero contar toda mi historia.
Diré que duró cuatro años.
Nos amamos 157 veces, los miércoles
También algún domingo, cuando Joe, su marido, estaba de viaje.
Resumiré diciendo que destilo testosterona, amargura, soledad, amor no correspondido y que estoy, hoy también, frente a su apartamento, esperando que salga.
Hoy también me ignorará. 

domingo, 29 de septiembre de 2019

Sagacidad.



Que paren las máquinas.
Vuelvo a casa después de un día largo, lleno de obligaciones, alguna distracción y que ha perdido mi Athletic.
Son casi las once.
Tenía preparada una historia para compartirla mañana.
Pero he recibido un correo.
En él se identifica a la persona de quién hablaba en el texto que subí ayer.
Increíble.
Sobre todo porque lo modifiqué a última hora para evitar precisamente eso que ha ocurrido.
De hecho es lo hago habitualmente ya que ante mi falta de imaginación me limito a disfrazar la realidad.
La realidad, ¿habrá una sola realidad?
Soy muy escrupuloso con mi intimidad, cuento lo que cuento de manera que parezca que sí, que no, que quizás, es igual, ya veo, se nota.
Debe ser que ya solo me leen aquellos que me conocen.
Ay, aquellos tiempos del incógnito (bueno, tampoco me leía nadie).
El caso es que una persona ha adivinado de quién hablaba (con todo lo que eso conlleva de heridas abiertas, de culpabilidad, de personas que no se pueden olvidar, de mi propia postura ante lo que escribo, cómo lo escribo, de mi derecho a escribir así, etc)
Son casi las doce.
Cambio lo de mañana.
Seguiré modificando este texto.  

sábado, 28 de septiembre de 2019

Su hermana


Ella era muy joven, entonces todos éramos muy jóvenes.
Tenía una mirada de telegrafista, con mensajes de hambre de ternura, con angustia de besos tiernos, con aromas de desventura.
Nunca tuvo suerte.
Quizás nadie lo veía pero en su hombro se posaba el pájaro negro de la tragedia.
Sus manos traducían el desconsuelo cuando acariciaba el agua verde del retorno a la nada, a lo que nunca tuvo, a los sueños nublados.
Me gustaba más su hermana.
Ella era valiente, inconsciente, accesible, regalaba sus labios y ese era el comienzo de un abrazo hueco, de gemidos duros, sed de un río sin puentes, coartada del amor sin amor.
Siempre hubo una verja entre ella y la felicidad.
Buscó lo imposible.
Una vida triste, una permanente sombra trágica.
No sé dónde estarán sus tres hijos, sus dos maridos, no sé donde estará ella, no sé porqué la recuerdo ahora, en este día largo y hueco.
En cualquier caso me gustaba más su hermana. 

viernes, 27 de septiembre de 2019

Harris (Richard)


-Soy culpable, soy absolutamente culpable de todo lo que haya sido acusado (…) Y si tuviera que vivir de nuevo, lo haría todo exactamente de la misma manera. (Richard Harris


Richard Harris (1930 -2002).
Seguro que le recordaréis.
Sí, el de “Un hombre llamado caballo”.
Comenzó en el cine como actor secundario para después conseguir importantes éxitos como protagonista principal.
Incluso en 1972 dirigió Bloomfield y también la interpretó junto a Rommy Schneider.
De esta película, que tuvo críticas diversas, quiero hablar.
Interpreta a un jugador de fútbol en decadencia que no se resigna a dejar ese deporte. Su capacidad física va disminuyendo y desde la grada le increpan pero él, terco, sigue.
Ni siquiera recuerdo haberla visto.
No sé si en esa fecha entendía esa problemática.
La de ya no ser.
O ser otro.
El que eres.



Cantante, poeta, director de teatro frustrado, con su vaga semejanza a un joven Kirk Douglas, vino a Inglaterra en tiempos en que los irlandeses eran tratados con displicencia. Se rompió la nariz nueve veces, la última contra el parabrisas de un coche. Un cirujano logró reconstruirla con un fragmento de su cadera (palabras del propio Harris). “Cuando una mujer me besa en la nariz, no sabe lo cerca que está de… ”. Traicionó sus líneas en una obra de McBeth por cobrarse a modo de venganza la ofensa de haber sido machacado en los ensayos a causa de su acento “no inglés” (después de su travesura llamó a un taxi mientras salía a la carrera, sin esperar a que hubiera bajado el telón). Recibió el favor de los críticos con su explosiva interpretación de El ingenuo salvaje o This Sporting Life (Lindsay Anderson, 1963) donde dejaba aflorar su carácter pendenciero. Trabajó con Antonioni en su primera película a color; se ganó la enemistad de Brando en Rebelión a bordo (Lewis Milestone yCarol Reed, 1962); en Cromwell (Ken Hughes, 1970) gritaba más que nadie que conspirar contra el rey era traición y luego, con la misma vehemencia, promovía radicalmente su descabezamiento; con Un hombre llamado Caballo (Elliot Silverstein, 1970) presenciamos el primer piercing en los pechos demostrando con ello que las sociedades de todos los tiempos, con el fin de aceptarnos, nos obliga a pasar por una serie de torturas disfrazados de ritos. Hacía de rey cornudo en Camelot (Marty Callner, 1982) y de rey moribundo en Robin y Marian (Richard Lester, 1976). En Juego de Patriotas (Philip Noyce, 1992) apenas sale unos minutos y se lleva el gato al agua porque sus apariciones suponen una inyección indispensable de buen combustible irlandés. Junto a Peter O´Toole y Richard Burton formaban la trinidad pagana del alcohol y la pasión por el rugby, irrumpían en los platós de televisión haciendo gala de un comportamiento errático y se repartían el protagonismo de las portadas de la prensa amarilla por sus disparates y arrestos.

( http://eltornillodeklaus.com/2012/09/10/richard-harris/) )

Sé que quiero escuchar ruiseñores aunque no sepa distinguirlos de los jilgueros o los petirrojos.
Quiero caminar desde detrás de los montes hasta donde el sol muere en el mar.
Ver el brillo de las estrellas que el resplandor hueco de la ciudad nos niega.
Reposar en silencio envuelto en el humo de una hoguera.
Cambiarme la camisa de la rutina, o desnudarme, reflejarme en los ríos fríos.
Dar de comer a los cisnes, comprender la huida de las salamandras, intentar entender el vuelo de un aguilucho.
Salir de la rueda de lo conocido.
Caminar, lejos, solo.
No sé si Richard Harris, además de cine y poemas hizo esto alguna vez.
Seguro que sí.



Una de sus más célebres anécdotas, lo sitúa en los bares más afamados de Dublín, dos semanas después de haberle dicho a Elizabeth Rees, su primera esposa, que salía a comprar un papel (según qué versiones, el papel era una cerveza antes de la cena o un paseo por las tiendas) estando los dos en su casa de Londres. Durante todo el tiempo de su repentina ausencia olvidó informar a su mujer. El tiempo pasó en un abrir y cerrar de ojos soplando la espuma de las jarras. El hermano de Harris le telefoneó con urgencia: “Tienes que volver”. “¿Sí? ¿Por qué?” “Elizabeth se va a divorciar de ti”. “¿Elizabeth? ¡No! ¡Nunca!” “Sí, esta vez es de verdad, ha contactado con un abogado y todo”. Harris pensó: ¡Oh, Dios mío! Y se apresuró a coger el primer avión de vuelta. En la acera de enfrente de su casa, se detuvo bajo la luz del dormitorio proyectada hacia fuera, preguntándose qué iba a poder decirle, a sabiendas de que todo estaba perdido. Llamó al timbre de la puerta, de la forma festiva que solía hacer (Harris no tenía llaves, no lo tenía permitido porque siempre terminaba perdiéndolas o dándoselas a un extraño). Por las escaleras fue descendiendo la forma femenina de su mujer, con una expresión pétrea de disgusto en el semblante. Y Harris se la quedó mirando, haciendo acopio de todo el ingenio que pudo reunir, para finalmente espetarle: “Pero, cariño, ¿por qué no pagaste el rescate?” Y de esta forma se salió con la suya, al menos esa vez. 

( http://eltornillodeklaus.com/2012/09/10/richard-harris/) )

Esto de hoy intenta dos cosas.
Una/ homenajear al personaje actor e interesarte por la persona.
Dos/ dejar piedras en el camino por si debo regresar.

Quizás tres, no puedo dejar este rincón aunque sé que no es, no es.
Brrrrrr.


jueves, 26 de septiembre de 2019

Inmersión.



Sirimiri sobre la calle de los carpinteros orensanos,  hay un mañana de fecundas respiraciones entre los intersticios de las piedras que forman un jeroglífico de calamidades selectas, las de ayer están arrumbadas en una esquina del moribundo verano. Desobedezco a la nostalgia fiera, a los ruiseñores de placenteras melodías y busco calor entre lo artificial y los semejantes, entre ya te lo dije y la desobediencia de labios y rencores no satisfechos. Me sumerjo en el jueves.

miércoles, 25 de septiembre de 2019

Cy




Como Cy Twombly, no sin pesadumbre imagino el silencio, la soledad y el destierro, me alzo en rebelión, con los dedos cortados mancho de sangre las paredes del templo de la indulgencia, devuelvo el trigo y el vino, voy y vengo, voy.


Con un gorro de piel de orgullo indago entre las muñecas descabezadas sobre los escombros, ruinas en la periferia, aldeas arrasadas bajo las aguas de presas rotas, un campamento de supersticiosos, un crepúsculo pintado entre los árboles, Twombly interpretando a Cómodo desde tan lejos que no hay gladiadores ni espadas que hieran la blanca piel del luchador.

La vanidad, no otra cosa,  me impide pasar de largo, me paro aquí, hoy, ahora, te miro ¿qué pasa?


martes, 24 de septiembre de 2019

Brindis




Amor, te daría  mi boca ahora que aún ronda la fugitiva madrugada del sábado, antes que el día del adiós venga y seamos apenas un saludo en la Plaza Nueva, un cabeceo simulado, una mirada baja, un compromiso.

Enredado en tus muslos, quiero besar la mariposa que en ellos duerme, ahora que todavía somos tú y yo, que nos deslizamos por toboganes de colores, sedientos, sin reproches.

Entre gemidos lamo tus hombros, tu espalda, tus párpados.
Mis manos tratan en vano de atrapar esa sombra en las ortigas, gota a gota bebo el veneno de ausencia, se traban las palabras en el oscuro grito de la intemperie.

Duele esta música del sur, destino del frío sin medida, una frontera en el páramo.

Ahora la mesa está iluminada, la comida rebosando, la risa de los niños, el silencio fuera, es domingo.

Olvídalo, ven, brindemos.

lunes, 23 de septiembre de 2019

Caminando.



Muchos días esta hoja en blanco se me llena de orangutanes, como una llamarada de verdades a medias caminan por el linde de lo inverosímil y la pesadumbre, se transforman en peces al mediodía, en un extremo de funerales y belleza, la despedida antes del polvo y los deberes de indulgencia y glaciares, ruidos en la inteligencia, en las miradas, en el hálito de vivir, lo contrario de una fábula, de un crimen, niños con ojos limpios y sabores de fresa, ritos de colores para que continúe un verano ilimitado en una playa eterna con agua muy fría, pinos y eucaliptos en la subida al Faro, los tejados mojados y aquel que fui, ese hombre barbado que sonríe en unas fotografías que he encontrado por azar al ordenar un armario, lástima de años apilados en nostalgia y distancia, he olvidado nombres y rencores, mi pensamiento es un jardín menos lúcido, antes que el pecho se me llene de ruidos y las piernas de torpeza seguiré caminado ahora por calles, al extremo de mi ciudad, al lado de la Ría, por los itinerarios que solía, aunque me duela una rodilla y la pereza me muerda las ganas. Caminando.

domingo, 22 de septiembre de 2019

Silencio

La relación entre silencio y escritura ha fascinado a un buen número de autores. El vértigo de la página en blanco está impregnado de silencio, es un rasgo que une nada y creación. A otra escala, en el Génesis, la Creación es precedida por una silenciosa página en blanco. Para Maurice Blanchot escribir es irrisorio. 《Un dique de papel contra un océano de silencio. El silencio. Sólo él tiene la última palabra. Sólo él encierra el sentido desparramado a través de las palabras. Y en el fondo, cuando escribimos, tendemos hacia él, [...] aspiramos a él [...] Al escribir todos queremos, sin darnos cuenta, guardar silencio 》. La página en blanco es el espacio creador. Así lo percibe François Mauriac: 《Toda gran obra nace del silencio y vuelve a él [...] como el Ródano atraviesa el río Léman, un río de silencio atraviesa el país de Combray y el salón de los Guermantes sin mezclarse con ellos》. No acabaríamos nunca de citar a los autores cuya escritura es una escuela de silencio y enseña al lector a analizar sus diversas modulaciones. Limitémonos al magnífico análisis que Michael O'Dwyer efectúa de la novela Thérèse Desqueyroux de Mauriac, verdadera propedéutica del silencio destinada al lector. O'Dwyer distingue en ella no menos de diez tipos de silencios asociados a la palabra: los silencios que traducen la aniquilación del sujeto o la incomunicabilidad entre los seres, el silencio que arroja al sujeto a las 《tinieblas de su ser》, el silencio que es un viaje interior, el silencio amenazador del otro que remite a la nada, el silencio generado con el fin de resistir al estruendo del mundo y, en lo que nos concierne de manera más precisa, el silencio de reflexión, los silencios sugerentes que dicen lo indecible. Para Mauriac, el drama humano es casi siempre consustancial al silencio: 《El de un ser vivo prosigue casi siempre y se resuelve en el silencio 》, escribe.

Alain Corbin,
 "Historia del silencio. Del Renacimiento a nuestros días "
Acantilado. Trad: Jordi Bayod

Coincidencia.



A veces, al terminar un libro, al salir de un museo, de un cine, nos embarga una sensación entre alegría, desconsuelo, exaltación, miedo, deseos de compartir la emoción, la experiencia,  la coincidencia de historias, temblores y sentimientos.

Miramos alrededor por si se nos nota en la cara, en la mirada, un temblor en los párpados, un tic en el alma.

Es inútil, los otros pasan en absoluta apatía.

Justo en esa indiferencia nos sentimos diferentes.

Pero no.

Solo que es difícil la coincidencia.

Por eso añoro aquellos momentos de inquietud en el gozo, aquellos en los que la puerta podía abrirse en cualquier momento y sorprender nuestro abrazo ensimismado, el milagroso estremecimiento en el deseo,  cuando fuimos uno.


sábado, 21 de septiembre de 2019

Oteiza

Hoy camino sobre escarabajos que crujen bajo mis pisadas que intentan orientarse en un laberinto de almacenes con botellas de líquidos verdes, mágicos, con destellos de flúor, hay una duda tendida en la mitad del pasillo doce, quizás sea el quince, hay un delirio de voces que elogian el intento pero no el resultado, hay un camino de oídos sordos, hay la ambición de continuar, veloz.

Es decir, la búsqueda en el vacío de Oteiza, otro día de palabras brizando en el cuenco de la mano, hoy, nuestra única fortuna.

viernes, 20 de septiembre de 2019

Una carta importante


An Important Letter (1898). Harry Roseland (American, 1867-1950)


Siempre hay un hueco para la melancolía bajo las tejas mojadas de la universidad,  los símbolos que descifro, el almacén de espejos cóncavos, el caballo entre la niebla de Fisterra, la ciudad dormida a partir de las nueve de la noche, un espacio importante y austero con ojos que se multiplican y miedo,  tungsteno,  el cansancio de la adivina,  las sierpes,  el loco que predica por los callejones de la soledad y el fuego que consumirá todo ello. Luego no digáis que no os he avisado.

jueves, 19 de septiembre de 2019

Después del postre



The Artist in His Room at the Villa Medici, Rome, Léon Cogniet , 1817, Cleveland Museum of Art

Resistir, en lo conocido, en la ausencia de pararrayos, en ese esplendor de a veces, en la fragilidad de la inspiración, en la fuerza empañada por las dudas asaltando el fuerte de mi infancia y los amores perdidos./ ¿Qué decir sobre esto?, refugiado bajo una higuera repaso los óxidos y el álcali, asomado a la ventana del laboratorio donde vi tanto al pterodáctilo como a una joven Isabel corriendo al colegio con los libros abrazados bajo su sonrisa tímida, páginas blancas, sin cicatrices, tesoro entre el follaje de no saber, aún, flores de magnolio en el basurero, embriaguez de impacientes besos  y el bálsamo de una edad temprana./ Este será un otoño soberbio de lluvia y peces ciegos, de leyes derogadas y, sobre todo, de la añoranza de la ternura, esta asfixiante ausencia de caricias, el veneno de la piel fría y el no./ Resistir, claro, mirando los ojos rabiosos del lobo maltratado en el cepo, las rosas de espinas inalterables, hay una mujer con las manos heridas de esquivar desventuras, está sentada junto a una ventana con cristales opacos, musita venganzas que caen a una hoguera de codicia, de arenales./ ¿Cuánto tiempo más así?, lo dirán los violines y la coartada, un mensaje en la columna, el abanico plegado sobre el rostro. / El amor es una herejía que grito en la noche del Papa argentino que dice A y dice lo contrario y tantos perversos políticos en el lodazal junto al cementerio donde evolucionaban los aeroplanos invisibles, los avestruces y mi Polaroid como el jibión gigante que jamás pescó mi padre o un ruiseñor con las plumas pintadas./ Déjalo ya, escucho mugidos sobre la tierra mojada, los caballos de la rutina se despeñan sobre la marmita de esta literatura maltratada tan lejos de Quignard, de Salter, de Cohen, arrodillado frente al altar de lo inaccesible, a la derecha la verja donde oran las monjas, arriba el coro de las asexuadas criaturas aladas, en mi alma aquella a quién amé ya es otra, yo mismo no sé quién soy./ Hoy.

Se deja reposar y se sirve bien frío después del postre.

miércoles, 18 de septiembre de 2019

Drop City


No había leído nada de T.C. Boyle. “Música acuatica” me deslumbró. Animado por las críticas he seguido con “Drop City”.

«T.C. Boyle ha escrito una novela sobre la locura de la contracultura en los años setenta, así como una extraordinaria y divertida parábola sobre el sueño americano.» The New York Times

«T.C. Boyle maneja la exuberancia y el exceso propios de los años de la contracultura americana con verdadera genialidad. Emocionalmente compleja y muy entretenida, Drop City pasará a formar parte de los clásicos sobre esta materia.» Los Angeles Times Book Review

«Una de las novelas más sutiles y graciosas sobre los años hippies, al mismo tiempo que profunda. T.C. Boyle ha conseguido que la ficción americana avance un poco más.» The New York Times Book Review

Con todos mis respetos para estos tres prestigiosos medios diré que no la han leído o mi sentido del humor está bajo mínimos. No es graciosa, tampoco divertida, al contrario, es compleja, profunda, muy seria, dramática,  una obra que pudo ser grande y se queda en una novela larga, bien escrita y mal terminada. T. C. Boyle tiene oficio para escribir novelas de miles de páginas pero alguien le tiene que decir que aquello del planteamiento, nudo y desenlace sigue siendo válido y en algún momento hay que cerrar la historia.

¿Quiere decir todo esto que no me ha gustado?, pues no, me ha gustado pero se me ha hecho larga y con tantos personajes al final la historia se resiente, incluso ese medio final moralizante de buenos y malos me ha decepcionado, este escritor tiene recursos para haber logrado una magnífica novela, no lo es, se queda en otra más.




martes, 17 de septiembre de 2019

Solo resquicios

(Harry Callahan)


A Marie no le gustaban algunas miradas.

Cuando a su padre se le ponían los ojos como flores marchitas.

Las de las madres de sus amigas en la piscina de la urbanización, su padre era el más fuerte, el más guapo de todos los padres, el que mejor nadaba, aborrecía aquellas risas envidiosas.

Las de John, su hermano mayor, estaba segura que le odiaba porque ella era la hija favorita, al menos algunas veces.

Ni la de su hermano pequeño, tan hueca, vacía, pobre niño, apenas se movía, su padre nunca le hacía caso, como si no existiera, una maldición, escuchó un día.

Pero sobre todo no le gustó la mirada de agua de su madre cuando bajó las escaleras la tarde que escuchó su conversación, ¿cómo puedes pensar eso?, por supuesto que no hay otra. No entendía de qué hablaban, quiso darle la mano pero ella la retiró con enfado, déjame en paz, vete a jugar, qué sabrás tú, vete, nunca le había hablado así, antes.

A Marie le gustaba el olor de su padre cuando veía la televisión con la cabeza apoyada en su pecho, siempre se quedaba dormido, como un oso cariñoso. Le gustaba también cuando le daba la mano  al ir a comprar el pan, John en bicicleta llamándole flacucha y él, enérgico, deja en paz a tu hermana.

Detestaba que sus amigas le preguntaran si su padre no usaba nunca corbata.

O la tristeza que seguía a su madre en las últimas semanas, como un perro negro y malo, ¿hoy tampoco vendrá papá a cenar?

Llegó el día de las lágrimas, aquel en que se quedaron con la tía Esther. ¿Dónde está mamá? John no quería salir de su habitación. No fueron al colegio y el tiempo pasaba con lentitud aunque entonces Marie apenas sabía qué era el tiempo, solo sabía que llevaba varios días sin ver a su padre.

Era abril y durante un recreo no supo qué contestar a Juliette, ¿tienes otra madre?

Un domingo supo que papá está trabajando fuera de aquí, cosas de la fábrica, de mayores.

Era mayo y el primer fin de semana fueron a comer a un restaurante elegante, ¿no viene mamá?  Y no sabía quién era la señora que se quería hacer la simpática y tomaba a su padre del brazo y aquello no era normal y a los postres, copa de helado con nata, su padre les contó una historia que no entendió y John se marcho gritando y ella lloró sin saber muy bien por qué y su padre tenía aquella mirada de flores marchitas y la señora le acarició el pelo y en el coche, al regreso, se durmió y desde entonces todo fue diferente.

lunes, 16 de septiembre de 2019

Parker inventa su vida



Parker no tiene demasiada imaginación.
Por eso desde la cama inventa su propia vida.
O lo intenta.
Desde el principio.
Sin duda mezcla lo que fue y lo que no,  algo sale en limpio.
Se miente lo suficiente para no ser aburrido, incluso a veces encuentra la poesía que hace que merezca la pena su búsqueda no prescrita, su búsqueda.

Quiere contarse una infancia feliz, quiere que el recuerdo de su infancia sea de felicidad; lo fue, así lo siente en lo más hondo de la memoria de su alma.
Puede acogerse al cariño de su numerosa familia del que solo excluye a una prima lejana que abuso de su candor cuando tenía apenas ocho años. También los juegos con los primeros amigos en la calle o entre los helechos de los montes de alrededor de un barrio que era acogedor, protector, estricto, con una moral abrasadora para algunas cosas y demasiado tolerante con otras, visto desde hoy, un absurdo.
Se abriga en el amor inmenso de su madre, en el de sus dos abuelas, incluso en el de la bisabuela que conoció. Lo de los hombres, su padre, sus abuelos, era otra forma de amor. Luego estaba lo de sus muchas tías y tíos, jóvenes, todos aún solteros, le cuidaron y le enseñaron, le quisieron, cada uno de diferente manera, ellos estaban empezando su propia vida.

Tanto amor no quiere decir que Parker no  guarde momentos tristes, no, tiene sobre todo uno perfectamente ordenado, clasificado, sabe qué ocurrió, quién fue, quienes fueron, les ha perdonado, incluso a lo largo de su vida ha tenido relación con los autores. Quizás otros no recuerden, él sí, no es rencoroso pero tiene memoria, quiere aclarar aquella muerte que le obsesiona, que le desvela, que a pesar del tiempo transcurrido vuelve una y otra vez a su cabeza, le atormenta.
No se atreve y por eso desde la cama recurre a la imaginación.
Ni más ni menos.

Cuéntanos, Parker, cuéntanos.



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