¿Sabe usted nadar?
Aquí, es decir, compartir. ¿Lo que sobra? No, compartir lo que es, lo íntimo, lo que hace gozar, sentir, crecer, preguntarse, lo que duele, lo de dentro, a veces de tan dentro que ni siquiera lo había visto nunca. Descubrir (os/me). Y, ¿quién está ahí? Ni idea. Conozco a…bueno, a los/as que conozco, ellos/as lo saben. Pero ¿nos conocemos? Qué será este juego detrás de un teclado, una pantalla con música de fondo, una rutina, un intercambio. ¿Compartir lo ajeno? Copiar y pegar. A veces me pego en el alma tanto sentimiento que ando llorando por las esquinas de mí mismo, por dentro, no por fuera, se me arrugaría el disfraz, la máscara, lo que se ve, ¿se ve? A veces me copio el bazo, lo coloreo y lo dejo aquí, despanzurrado, ya ves, no ves, no lo ves, ¿quién tiene tiempo para ver otra cosa que su ombligo? Mi ombligo, por cierto, es precioso, gigante, una obra de arte de partera, a veces encuentro en mi ombligo sorpresas, objetos sonoros, gritos, señores con paso apresurado, una puta con una afilada guadaña al hombro, una novia que tuve en otro siglo y que ahora tiene un cuerpo distinto, incluso una cara distinta, estoy por jurar que no es ella y vivo/muero con otra. Para colmo también está lo de los Otros. Vaya lío. Aquí.
En tierras de la vieja Hispania, antes que llegue la noche, Décimo Junio
Brutio ordena a sus soldados encender hogueras sobre el acantilado para avisar
de las puntiagudas rocas a los navegantes que viajan entre olas y ballenas. Sobre el Promontorio Sacro mira al inmenso mar. El sol desaparece más
allá de las aguas, incendia el horizonte, crepita el océano y el tribuno sabe
que ahí finaliza el mundo. Erige un monumento de piedra que apunta al cielo.
Ordena sacrificios a los dioses. Sin saberlo inaugura un camino, su final,
Finisterre es el final del camino.
Benjamin Robert Haydon (1786-1846)
Pasar del yo al paisaje tiene el riesgo de perderse en la nieve, huellas aparte.
Pero no, se lo dijo, todo, desde el principio.
Nadie espera a lo lejos.
Esto
ya estaba. Antes. Hace años. Llegó la zahorí, María, y mandó a parar. Callaron
las ranas en el eclipse, los tranvías rojos comenzaron su trayecto al revés, de
izquierda a derecha. No había demasiada luz. Bajo su oreja se adivinaba un
perfume de cristales rosas y sortilegios. Varios la apuntaban con su dedo
índice como en aquella fotografía, un Peter Lorre asustado, apoyado en una
pared de miedo y culpa, Dusseldorf.
Detrás de cada dedo había un lector compulsivo, unos de Quignard, otros
de Corín, algunos de Pizarnik, muchos de Cortázar, una religión, John leía
a Jo Nesbø con avidez y en todos ellos había un anhelo, un tinte
curioso y morado, aunque algunos habían muerto, como las estrellas que se ven
en agosto desde O Cebreriro. María calma las pesadillas del personal con humo
de Chesterfield y lentejuelas, con brebajes burbujeando en un caldero, con la
dulzura de los ansiolíticos, el recuerdo de Annabelle Lee siempre en sus
corazones. Time is on my side, yes it is.
A
todo esto, perdonen la interrupción, las salamandras descienden optimistas y
veloces desde los montes cercanos pretendiendo alcanzar el mar, para algunas
especies el mar siempre está lejos, tanto que nunca llegan. Vuelvo a pedir
disculpas pero era necesario aclararlo, que luego se me olvida. En cualquier
caso María sigue su camino, sigilosa, descalza, extasiada con Brahms endulzando
sus oídos de febrero. Todavía no ha amanecido pero estamos en ello, en la
lucha, amanecer para todos, incluidos los profetas, los ujieres y los
guardabosques, estos sobre todo, por su labor social, por el compromiso.
Cuidemos los árboles y el hemisferio.
I´m
your puppet.
María
día sí, día no, guarda silencio.
Pero
vuelve.
Aparece
entre la niebla, como sumergida, un racimo de uvas en la mano, un catálogo de laberintos
elementales en la otra, con suspiros y sornas.
Este
es un territorio despoblado, de ancianos que olvidaron el sentido de las
palabras, reconquista, alubia rubia, circunspecto, rencor, elogio, kalashnikov,
colisión, tú. María las envuelve en papel de estaño y las protege en el
microondas que recibió de Abanca por un ingreso extra.
No
he olvidado que apenas había luz.
Ni
los extraños animales que pastaban junto al arroyo.
Ni
a María, meditabunda y excéntrica aun en este corto mes.
Lo
del Guggenheim
Soñar,
en un mural de Olabeaga.
Bésame
-dijo- y justo entonces se quemó la película y volvimos al lujo y al antimonio,
al correccional y el alboroto. En términos estructurales, una buena manera de
terminar, lindando con Portugal.
María.
¿Cómo
lo haría Lubitsch?
La casa se ha llenado de ancianos que miran con ojos suplicantes, la distancia depende del destino, no hay camino, amarnos fue un sueño dentro de otro sueño, alargamos los brazos para espantar el miedo, las sombras nos visten sin remordimiento, se marchitan las alas en las sienes turbias, el dolor no cabe en mi costado, he perdido la armonía, la alegría, bebo tristeza como una leche agria, un líquido oscuro de serpientes, no hay caracolas, no hay bestias copulando en la selva, han muerto siete estrellas, geometría atroz de no ser nada.
Sonreíamos en la orilla desafiando al viento que profanaba nuestras peticiones, cada rincón preservado, los caballos desbocados entre los dedos, la bruma rebelde, los confines, su soledad de princesa agraviada, la errática búsqueda de un nosotros, la estéril ceniza, nuestros cuerpos desnudos, la respiración contenida, la intuición del llanto, la sangre iluminándonos, la enseñanza de ser lo que nunca fuimos, la piel nueva, la mirada inaccesible, mi voz contando, cantando, alargando lo imposible.
Navegué la geografía de su cuerpo entre el todo y la nada.
Pronunciaban la palabra. La escupían. La celebraban.
Corrían.
(Atrás de este vocablo debe oírse el pasar del viento.)
Hablaban a contrapelo. Interrumpiéndose.
Ah, tan descaradamente.
Vivían a la intemperie, que es el mismo lugar donde sentían.
Supongo que así nacieron.
No sabían de refugios, de techos, de amparos,
de patrocinios.
Estaban heridas de todo (y todo aquí quiere decir
la historia, el aire, el presente, el subjuntivo,
el contexto, la fuga).
Agnósticas más que ateas. Impactantes más
que hermosas. Vulnerables más que endebles. Vivas
más que tú. Más que yo. Estoicas más que fuertes.
Dichosas más que dichas.
Intolerantes. Sí. A veces.
¿Mencioné ya que eran brutales?
Caminaban en días de iracunda claridad como musas
de sí mismas
(eso ocurría sobre todo en el invierno cuando
los vientos del Santa Ana iban y venían
por los bulevares de Tijuana, arrastrando envolturas
de plástico y el polvo que obliga a cerrar los ojos
y negar la realidad)
a la orilla de todo, bamboleándose
eran la última gota que cuelga de la botella
(la mítica de la felicidad o la aún más mítica
que derrama el vaso o el sexo
impenetrable en la mismidad de su orificio)
y caían.
El colmo.
La epítome.
El acabose.
(Por debajo de estas frases debe olerse el tufo que deja
tras de sí el viento horizontal.)
Supongo que solo con el tiempo se volvieron así.
Con hombres o, a veces, sin ellos, besaban
labiodentalmente.
Y se mudaban de casa y se cambiaban los calcetines
y preparaban arroz.
Y bajaban las escaleras y tomaban taxis y no sentían
compasión.
Decían: Este es el viento que todo lo limpia.
Y pronunciaban la palabra. Enfáticas. Tenaces.
Prehumanas.
Tajantes. Sí. Con frecuencia.
Conmovedoras más que alucinadas. Sibilinas más
que conscientes. Subrepticias más que críticas.
Hipertextuales. Claridosas.
Estoy segura de que ya mencioné que eran brutales.
Fumaban de manera inequívoca.
Cambiaban de página con la devoción y el cuidado
minimalista de las enamoradas.
Siempre andaban enamoradas.
En los días sequísimos del Santa Ana elevaban
los rostros y se dedicaban a ver (podían pasar horas
así) esas aves que, sobre sus cabezas, remontaban
lúcidamente el antagonismo del aire.
Y el Santa Ana (y aquí debe oírse una y otra vez
la palabra) (una y otra vez) despeinaba entonces
sus vastas cabelleras ariscas. Sus cruentas pestañas
(una y otra vez).
Cristina Rivera Garza
Me
gusta Jo Nesbø. El personaje de Harry Hole es un clásico en la novela negra. He
leído varios de sus libros. Ahora en el
escaparate de todas las librerías está su último trabajo “La casa de la noche”.
Terminado. No está a la altura, ni de lejos, de sus anteriores títulos. Dicen
(los editores, imagino) que es de terror, dicen los críticos (¿lo habrán leído?)
que ánimo, que hay que leerla, que os gustará (previo pago, claro), os digo yo,
es muy floja, no perdáis el tiempo. Vaya racha llevo.
Es curioso este
trayecto. Voy de aquí (el dedo índice se toca el pecho a la altura del corazón)
hasta aquí (es decir, esto que escribo). Entre estos dos puntos hay puertas,
cerradas. Abriré alguna de ellas. ¿Qué habrá dentro? También voy de aquí (el otro dedo índice toca un punto inconcreto en mitad
de la frente) hasta aquí (es decir, estas cosas que escribí y que ahí están). ¿Alguien me puede asegurar si toda esta matraca seguirá aquí? Vale. ¿Alguien me puede asegurar que seguirá viniendo? ¿Qué? ¿Alguien nos puede asegurar que este invento seguirá funcionando? Pues eso, no hay nada seguro con esta información volátil pero en Galicia
habrá elecciones mañana mismo, ya ves.
No necesito arúspices escarbando en las entrañas de los pollos ni en la harina de cebada. No me hacen falta sacerdotes adivinando en el tripudium, en la actitud de los reptiles, en el vuelo anómalo de ciertas aves. No quiero presagios en los remolinos de los ríos, en el tintineo de campanillas, en los portentos, ni siquiera quiero augurio de relámpagos. No necesito nada de eso, lo sé, te quiero, pero tampoco hay que ponerse así, joder, qué carácter.
Decía Lacan: Amar es dar lo que no se tiene.
El texto que dejo aquí cada día
es mucho más que lo que se lee (1).
Quizás ustedes no se han fijado
pero también está escrito por el revés, por la parte de atrás de lo que se ve
(2), es decir por lo que no se ve.
No solo eso, también descubre el
misterio diario de estar vivos, encerrados entre lo que somos y lo que
parecemos, no digamos lo que queremos ser (3), la dualidad de contar lo que
ocurre cuando no ocurre e imaginar lo que ocurrió y lo hemos reconvertido en un
recuerdo cómodo, favorable, amable, éramos así, ocurrió de esta forma
aprovechando que nadie puede llevarnos la contraria (4).
Los textos que comparto tan a
menudo son un antídoto, para ustedes y para mí. Es curioso que, al
oficializarla, les protege de la rutina. Al menos tanto como que, a la vez, me
inmuniza contra la tendencia al inmovilismo, a dejar que la mente se paralice,
se adormezca, quede mecida en ayeres olvidando el presente.
En el enredo del blog con textos,
fotografías, música y colores (5) lo mejor está en el misterio de saber quién
somos (6), dónde vamos, de dónde venimos. En esta esquina jamás lo averiguaremos,
pero aquí estamos, navegando en el oscuro río que nos lleva de sus fronteras
(7) a la mía, de lo íntimo a lo público, de la distancia entre los ojos y el
corazón, del oído al sentimiento, de la intuición a la certeza de saber que no
hay más (8) de lo que hay.
Ya que estamos, entre nosotros,
el texto es un pretexto, da igual lo que diga, lo que cuente, su presunta
calidad, su nadería, su longitud o lo breve, que hable de amor o haya un vacío
de frases sin sentido. Importa que esté, que se repita, vigilar la constancia,
aventurar su cese, comprobar que algo, esta aventura de reiterar que nos leemos
(9), tiene vigencia, aún.
De la curiosidad al cariño hay
apenas tres pasos. Los damos, lo sé. Llegan los comentarios, los correos
personales como presentes magníficos, privilegio de recibirlos, tiempo,
criterio, respeto, sabiduría y, sobre todo, amistad. Por mi parte el afecto es
una garantía, a los que hablan y a los que no, sin conoceros, sin posibilidad
de negarme a ello, con egoísmo, sin condiciones. Estoy rendido, muchas gracias.
El texto que dejo aquí cada día
es mucho más que lo que se lee (10).
Dejar algo
aquí, hoy, es arriesgado.
Cualquiera
sabe.
Digo algo
escrito, se pueden dejar canciones de señoras/es desconocidas/os para el vulgo
y quedarnos tan anchos (y tan contentos), recomendar libros de autores
sumergidos en la niebla de este quién es, citas del calendario zaragozano,
predicciones sobre la cosecha, cálculos meteorológicos, pintarnos el ego de zascandiles de playmóbil y tocar la gaita o
instrumento similar.
Todo esto o
quedarnos callados y seguir a lo nuestro.
Bueno, cada
uno a lo suyo.
El problema
empieza cuando lo nuestro es tan nuestro que no le importa a nadie.
O así.
Cristina
Sánchez-Andrade escribe bien, diría que muy bien. La historia esta bien
contada, diría que muy bien contada. Comparan su estilo con el de nombres
ilustres de la literatura gallega. Este
libro tiene muchos elogios, sobre todo de los elogiadores oficiales que no digo
yo que no, pero si has leído mucho a muchos/as sabes que además de vender ahora
-el comercio- hace falta ese punto de más allá de lo que lees, la emoción,
sentir que esas páginas te están cambiando la mirada y algo dentro...
Presiento que no te
ha gustado demasiado.
No, sí, me ha
gustado, escribe bien, no me ha emocionado, me ha parecido un producto, un
estilo que vende, esto, escribir, es un negocio, etcétera.
Un consejo:
Lean a Álvaro Cunqueiro.
Sin dudar.
https://www.casamuseoalvarocunqueiro.es/bibliografia/
Se humaniza mi alma.
Mi cuerpo se vuelve frágil.
Tantas palabras corriendo entre los números de los
días fecundan mi espíritu, lo conmueven como un viento melancólico que llega de
la mar con el dolor, el goce, la lluvia de horas, la emoción de los recuerdos,
mi ayer vegetal, esta voz que crece y se divide en los huertos al lado del río,
aquellos aún no inundados.
El domingo baja entre las calles.
Nosotros ya no somos.
Ven,
dulce amor, duerme a mi lado, mi capricho, se desvanece la
ilusión, inquieta tapio las ventanas por si vuelves, enluto las
cortinas, afilo cuchillos y mi lengua, los insultos, traidor, preparo
sortilegios, venenos, ruin, oculto en mi pecho la salida, quemaré la
cama, cada sábana que tocó tu cuerpo, quiero estrangularte, desgarrarte,
morderte el cuello, clavar hierros en tu alma, si la tienes, pisarte los
cojones, dar a los perros aquello que te cuelga, verter en un hondo hoyo
tu sangre negra. Maldito amante que nunca regresa.
Regresa
mi chico guapo, mi hombre, una luz delicada huye al extremo del
camino por el que las vacas volvían de la fuente. Me faltan balcones para
esperar tu vuelta, miro sin ver y sin embargo, mi niño bonito, amante
que gemías a mi lado, en mí, dentro, te has llevado los mapas, me he
perdido, paso las páginas, se han apagado los soles, se me están
doblando los dedos de esperarte, de estrujar el pañuelo de las lágrimas,
que ya no, que no tengo, llueven hojas de otoño, florece, se agosta
el cielo, los recuerdos, no vienes.
Poeta
de luz, escribías maravillas en mi cuerpo, colmabas mis muslos y la
frente, derramándote, mi pequeño, hacías resplandecer mi rostro, a
mí, entera, te esperaba abierta a la dulzura, estremecida, oh torrente de
placer, milagro, rubor de terciopelo, caramelo de miel, esperanza,
secreto, festejo, pasado, tanto, todo. Duerme, sueña con distancia sin
clemencia, ay, que te arropo con las sábanas del viento, el mismo que
se ha llevado fotografías rotas, música, voz, que ha dejado una silla
vacía, soledad, un laberinto donde buscar mi herida.
Ven
vida mía, tiéndete al lado de la ausencia, sobre las tablas del miedo,
suelo y techo de nada. Vuelve, la esperanza se seca, muere el día, memoria
sin color de un tiempo removido en olla desconsolada, cena fría de la
despedida. Quemo incienso, busco tus huellas, intento desvelar la madrugada,
amanecer contigo. Sentada en el pliegue del error, no veo, rey, aturdida y
discreta, me conformo, aquí, tan sola, con espejos y alhelíes,
exaltada, custodiando la puerta que da al prado donde reíamos y
éramos, mi bien, ternura.
Viajamos.
Somos tantos los humanos que es difícil ser/hacer algo diferente a lo que otros hacen/han hecho. Ser original, novedoso, inventar, sorprender, incluso el esfuerzo de recordar todo lo que se ha olvidado está al alcance de pocos. Aún así ahí vamos, dentro de una ciudad que está en un país, en un continente, en un planeta, en una constelación que a su vez está dentro/cerca/lejísimos de otras constelaciones, el universo, amigo, y tu/mi ombligo es en sí mismo un universo, ya ves.
Nadie reía, estaba Parker a sus
cosas, del coro al caño y del caño al coro, cuando advirtió la presencia en la
habitación de un pequeño elefante, ni rastro de la Martinelli.
Heterosexualidad. Alarmado por los gorjeos súbitos que, ya se sabe, se empieza
con la jerga y a saber cómo termina uno, se asomó a la ventana, el elefantito a su lado con mirada enjaulada, y
se asombró de la pequeñez de los transeúntes allí abajo, como hormigas con
sombrero (aunque no lo haya dicho, nótese que este fragmento transcurre en New
York en el 1929. La causa no está clara con lo que tampoco vamos a agobiar al
señor que escribe que ya sabemos cómo se pone si le llevan la contraria. La
vanidad bien entendida empieza por uno mismo). Parker es un hombre de todo o
nada y encorajinado por las ausencias decidió que dejar abierta la puerta de la
habitación era la mejor opción, no solo eso sino la única (él no sabe que así
es como entraron los pájaros del Sur, gorriones y un tordo). Aquel hotel cerca
de Penn Station tenía selladas ventanas y puertas para evitar la moda de
planear por los pasillos y lo que pudo
ser una hazaña se convirtió en un nueva frustración. Oaxaca. A partir de aquí y
visto que las profundas reflexiones del señor Parker no llegan antes que la
liebre nos encaramaremos a lomos de su tortuga y que salga el sol por donde
quiera. Eso es el amor y este es un test para comprobar los límites de aguante
del absurdo. Que se lo pregunten a
Wittgenstein. Hay cuerpos que no están cuando tienen que estar y así va
la cosa.