Amber Hakim

jueves, 31 de octubre de 2019

A veces me sorprendo



Esto es antiguo, de cuando ya no era, de aquel tiempo de incertidumbre, de no saber si brotaban flores del cerezo, si los comensales se percataban del ahogo y la confusión, de las raíces buscando hondura y de las esquirlas de un amor roto.

Pero de todo ello hace ya una vida, sobre la mesa hay un plato amarillo, sobre la cama una huella de otro cuerpo, no aquel que corría desnudo por una playa mediterránea, no el que temblaba en el abrazo, no el que esperaba en el camino de regreso, justo en la encrucijada del viento, no.

Mi cuerpo tampoco es el que corría a su lado, bailando el agua y la espuma, no lo es, ya no. Intento poemas y he perdido las palabras y el sonido de la fuente, la intensidad del color de hierro, la piel herida por la ausencia.  

Me he cortado un dedo, no es esto.

Seguiré con el intento.



"No escribo lo que pienso sino que escribo para saber lo que pienso" esto dice  Flannery O'Connor. En mi caso escribo para saber lo que siento. A veces me sorprendo.

miércoles, 30 de octubre de 2019

Perverso polimorfo


El perverso polimorfo de Freud, de Salvador Dalí 


Perverso polimorfo, no lo entendí con claridad. Pensé que aquel pobre hombre estaba en el umbral de tirarse por una ventana, de cosechar niños por las alamedas, de regularizar su lujuria, sus apetitos, con inconcebibles, brutales, aberrantes actos.

La explicación posterior me tranquilizó, a medias.

Con el tiempo fue uno de los muchos conceptos que asimilé en la demora del después, cuando saciados, jadeantes, nos acariciábamos antes de volver a su trabajo y a mi farsa.

Este podría ser el comienzo de una historia que retengo, a la que tarde o temprano deberé asomarme, plasmarla, que no se diluye a pesar de la lluvia, de los intentos, de las máscaras, de mirar hacia otro lado.

Busco la explicación en lo tardío, en la quema de rastrojos emocionales al borde del camino, en el fuego que se extendió sin control por los zarzales del pecho, que llegó a las casas, que arrasó el pueblo, ardor desorientado, farsa mantenida, ilusión pintada en las amapolas, guerra sin declarar, víctimas clamando en los balcones con pancartas y banderas mustias.

¿Qué digo hoy? Escribo desde varias líneas. Una, imaginando. Dos, contando lo que me pasa /pasó. Tres, intentando disfrazarlo, modificarlo para que no se note demasiado. Cuatro, sacando mis espinas una a una. Cinco, me adhiero a las normas básicas del que fabula. Seis, me miento, me engaño, me flagelo. Siete, no lo logro y por eso escribo. Ocho, me siento e invento que pasa lo que no ha pasado. Nueve, viceversa. Diez, mambo.

Volvamos pues al perverso polimorfo. Compartía espera con un maníaco depresivo; conmigo mismo que soy, dicen, neurótico obsesivo; con una artista alterada; con un ciego que veía insectos de largas antenas negras. Mi espera, lo supe después, no era su espera, superados ya los electrodos en la frente, las duchas con agua fría, las inyecciones de sentido común, métodos arcaicos pero eficaces, curas a lo allá que te va, el que espera desespera, allí coincidíamos, solo eso.

Lo que intento entender mientras camino de puntillas por la línea amarilla es si el amor se mezcla con el sexo o es su consecuencia, si hay que pagar el peaje educacional, si es su carencia la que sublima el amor, si la atracción se enamora, si a buen hambre no hay pan duro, si hoy por ti mañana por mí, es decir, que no entiendo nada y así queda la cosa, todo un lío.

Sin más, dejemos pues este post así, incompleto (¿?), tal cual, esboza líneas de lo que quizás cuente algún día (no hoy). Agur.

martes, 29 de octubre de 2019

Aprendizaje.



Palm Sunday near the Spassky Gate on the Red Square in Moscow, 1917Boris Kustodiev

Hasta hace poco tiempo, dos, tres meses quizás, no había leído sobre tragedias marítimas, sobre imperios, el hambre era algo que soportaban otros, lo mismo que el frío o el desamor, mirar hacia atrás y no tener recuerdos de alegría, vivía esquivando el albur, asomándome al futuro desde cada una de las dos ventanas de ajimez, aspirando aromas de trementina del terebinto desde la penumbra que me asola porque ahora, ay, no abarco este tiempo último, este que nos ha tocado.

He comenzado un cursillo para extender los músculos, mi mente.
Solo llevo una semana.
Aprenderé.

lunes, 28 de octubre de 2019

De tres maneras


The Dance of Spring
Edward Atkinson Hornel (1864–1933)
Kelvingrove Art Gallery and Museum


No entiendo de constelaciones ni de meteoritos, eludo los arrecifes de la discusión, no sé tocar un caramillo, apenas caminar en línea recta, me duelen las encías al pronunciar según qué palabras, cuando llueve protejo mi cabeza con pañuelos de hierbas, un pez de dudas nada en mi laberinto, sé poco, de pocas cosas.  

Pero sé cantar al amor al menos de tres maneras.

domingo, 27 de octubre de 2019

Zapatos

 



La digestión fue pesada. El zapato parece simple, sin adornos, pero me costó, sobre todo el tacón, ese mismo que había pisado mi pecho desnudo. Quizás lo he contado antes. Llegaba a sus brazos desde el viento, nos encontrábamos en una habitación en penumbra, me esperaba trémula, vestida solo con esos zapatos, su pelo mojado, nos abrazábamos de inmediato. Me desvestía mirándola, nos acariciábamos ya con los ojos. Saltaba a mi pecho como una pantera pálida y mis piernas resistían esa primera embestida, el ataque que precedía a las manos explorando la piel, los pliegues de los muslos, la cara interna de los brazos, el lóbulo de las orejas, el cuello en el que me demoraba hasta conseguir los primeros suspiros, el ven que yo retardaba, cruel, sus nalgas duras, sus pechos breves, la húmeda circulación en la que nadábamos sabiendo que íbamos a ahogarnos en el deseo, marea creciendo, subiendo por los muebles, la biblioteca, libros húmedos, mesas húmedas, sofá húmedo, palabras que resbalaban entre nuestros sexos tan sensibles hasta que todo eran gemidos y gritos y fricción y pasión, los dos dentro de un horno, abrasándonos, chamuscados, descontrolados, nos besábamos, nos insultábamos, luchaban los labios, los dedos, sudorosos, otros, perdidos, volcándonos, lejos, más lejos, inhumanos, animales que se apareaban y subían, arriba, más arriba, irresistible, cuando estábamos a punto de morir llegaba la explosión del placer y en cada músculo, hueso, piel, venas, sangre, cabello, dientes se producía un terremoto y nos rompíamos en diminutos trozos de amantes amándose, de enamorados enamorándose, perdidos el uno en el otro, exhaustos, definitivamente prisioneros de los cuerpos, enajenados, ambiciosos, egoístas, maldiciendo aquel primer momento que nos vimos y nos encadenamos, qué otra cosa podíamos hacer, qué sino perdernos en nuestros desiertos, en nuestros laberintos, rompernos el alma, el consuelo, la calma, la soledad anterior, la cordura, enajenarnos, enfrentarnos como fieras que defienden su espacio, los límites, que quieren traspasarlos, llegar más lejos, donde nunca, exploradores de tierras negras, subterráneos con grilletes y risas en lo oscuro, con miedo y tangos que advertían, rechiflao en mi tristeza hoy te evoco y veo que has sido, que extendíamos la alfombra de los reproches, esgrimiendo los agravios, la cobardía de abandonar la tibieza que se posaba en lo obvio, en el ya veremos, en el luego, no quemar las naves, imperfección del claroscuro, rehenes detrás de la puerta, un guante negro sobre su espalda blanca, lenguas de cisnes chupando su vientre, moscas venecianas, errores repetidos, lo táctil frente a la idea, el principio, los remolinos en el pantano de hablar sin decir, tumulto en el mercado, a la salida me comí su zapato, el otro, a ella, me comí a mí mismo y la vida fue ya, es, una digestión absurda, sin paisaje, sin globos aerostáticos fotografiando los instantes claves, magos con sus juegos de manos, diarios detallados de lo que paso, día 17, día 18, el 31, calígrafos chinos viviendo en el cuerpo de un buey, de un burro, de un cerdo, de un mono, hasta aquí he llegado y, querida mía, mi corazón lo partiste a machetazos, guerrera, tutsi implacable, indígena de un país de psiquiatras y jugadores de fútbol, de payadores y comedores de peces, alterada que me alteraste, ausente de la realidad de mi realidad, avisada de mi ardor usas botas de clavos, es inútil, volveré a comerte igual, a bocados, Peter Sloterdijk se pregunta dónde estamos cuando escuchamos música, yo me pregunto dónde estábamos cuando nos apartamos, sin preguntas, sin entrañas, sin reconciliación posible, extraños en nuestros fugaces yo, exiliados de la patria que inventamos, ciegos, malditos para otros amores, cercenada la esperanza, colgada de un clavo en la blanca pared que espera sombras de nubes velazqueñas, aturdidas damas con ropajes enlutados, organistas onanistas, impíos revolucionarios que quieran quemar nuestras ermitas, las catedrales, el tiempo, joder, que pasa el tiempo y están las vides rezumando, los temporeros sentados bajo la tejavana esperanzada del país prometido, la belleza insoportable de ser, soy, no somos pero soy, mi mano escande, mide este verso desproporcionado, absurdo, inútil, cuenta sílabas, los signos articulados, el meollo del poema, el amor a ras de suelo, escarbando con las uñas, con las yemas de los dedos, sangrando, recordando el rotundo adiós, los argumentos, el sentido de seguir manteniendo esta página sin brújula, I glup you, si Cortázar levantara la cabeza, Rayuela insomne sobre mi mesilla de noche, al lado del vaso de agua, del microscopio, de la vuelta a las fuentes, enciendo candiles alrededor de la bañera, ella es Marat y esta Carlota Corday que soy, que puedo ser, clavará un simbólico cuchillo en su impiedad, en su silencio, alemanes invadiendo Polonia, páramo, que la vida se agostó, yermo campo sin liebres embadurnadas, sin águilas conejeras, sin documentales de la 2 que diversifiquen la cultura de animales en la sabana, jirafas entrometidas, leones de la Metro después del Nodo, películas de exploradores, de piratas, de romanos, de ciudadanos perdidos en la gran ciudad, en sí mismos, en las idas y venidas de la fortuna, tan caprichosa, tan desigual, tanto alboroto por un zapato, me lo comí, su pareja, a ella, Gargantúa despiadado, despistado, comiéndola me comía, antropófago desorientado mordiendo el aire, airado, estafado, tocando el tambor con la frente, buscando cuevas donde ocultar la miseria, la vergüenza, la ternura que ondula en los codos con heridas, su peso que no pesaba, su sexo que me encandilaba, su frente con una luz guiándome por la espesura de una selva sin gorilas, sin salacot, sin hombres mono saltando de liana en liana, aquí, así, se me cae la baba, lelo, así estoy, ya no sé qué ni a quién escribo, sé que es domingo. Hasta mañana. 

sábado, 26 de octubre de 2019

El amante que se comió un zapato.


Una vez estuve enamorado de un zapato. Tanto. Me lo comí, al que hacía su par y a la persona que estaba dentro de ellos. No me duele decirlo, no me arrepiento, no me avergüenzo, es más, lo proclamo, lo esparzo, lo grito frente a un acantilado de ojos incrédulos, haciendo equilibrios sobre el palo de mesana de este barco que va, que a pesar de todo, va. 

El amor arrolla, es misterioso y fértil, sin cálculo previo, desmedido, incontrolable, avasallador, es una motocicleta que te atropella cuando estás descuidado. Si no es así no es amor, es otra cosa, costumbre, rutina, pobre cariño, necesidad, interés, egoísmo, algo mercantil, un asco.

Me comí ese zapato, sí, claro. Debo decir que es el primer zapato que me comía. Luego me comí el otro. Un tiempo después me comí a la dueña. Sé que es extraño pero así fue. Quiero aclarar que ella había intentado comerme primero, con lo que fue un caso de defensa propia. Fue gula, lo sé, debí conformarme con morderla de a poco, como antes, como entonces, pero no, se abrió tan magnífica ante mí, onírico pavo real femenino, que me la comí, entera, ñam.

(Y mañana sigo)

viernes, 25 de octubre de 2019

Leer

Jimmy Lawlor

Lo confieso, no he leído todos los libros, es más, creo que solo he leído  una pequeñísima parte de los libros que he querido leer. Pero alguno he leído. Leyendo he sido muchos personajes, desde Sandokán o D´Artagnan hasta Atticus Finch o el capitán Ahab, un traidor, un estraperlista, un submarinista y mil personajes y oficios a cual más interesante.  Una vez leí Rayuela y me transfiguré, fui otro, estuve en París y me enamoré de una uruguaya. Una vez leí y amé. Otra vez amé y no pude dejar de leer. Es muy curioso porque al principio no sabía leer, es decir leía todo lo que encontraba, sin criterio. Esto fue así hasta que alguien, mi amigo Germán que era mayor que yo, me dejó un libro, -ten, lee esto- me dijo. Lo terminé con la cara brillante y mi amigo dijo –ahora este otro-. También lo leí y empecé a notar que aquello era muy interesante. Después mi amigo me dejó más libros, muchos, contra más leía era más yo y menos, no sé cómo explicarlo. Leía de noche y de día, concentrado. Mi madre me reñía –debes dormir,  te vas a quedar ciego. Lo de quedarse ciego era una amenaza o una advertencia para bastantes actividades. Para prevenirlo me compré un libro, luego otro, luego otro. Mi casa está llena de libros. -¿Los has leído todos?- me preguntan las visitas. Qué preguntas, pues claro que los he leído todos. Quizás alguno no me ha gustado, quizás alguno no lo he entendido pero, ay, los que sí, esos que te encadenan, te rompen los relojes, te dejan colgados de la historia, son un puente entre la realidad y algo más allá, una bendición. Ahora también escribo y no he prescindido de ninguno de mis vicios, uno de ellos es leer, amar los libros. Por si acaso mi madre tenía razón estoy aprendiendo Braille.

jueves, 24 de octubre de 2019

Somos


Philip Jones Griffiths, Liverpool  

Aquí, muchos días, mucho corazón,  nada es comparable al esplendor de lo que vendrá, al intento, el perfil de la búsqueda, la cuchilla que corte los músculos de la desilusión y la apatía, la música por encima del rugido de fieras embriagadas, del crac de vidrios frágiles rompiéndose en infames mañanas de aburrimiento, en crepusculares miradas a la cicatriz, aún, con el rencor que no se oxida, con las escaleras por las que descienden los suicidas, con las flores que dejo en las ventanas, marchitas violetas, rosas de sal, amarillas mimosas que tanto gustaban a mis abuelas, el aceite que vierto como ofrenda en altares de dioses traicioneros, el dedo índice que señala mensajes y criaturas, la edad de la angustia, la temperatura del alma, el miedo a que el canto de alondras en el jardín no sea suficiente para llenar la inquietud de cada día (amén), humo de leña verde, mojada, asfixiante necesidad del decir, hogueras donde se quema la poesía de las horas, espontánea palabrería para explicar que no, que sí, que somos, no importa qué, somos/ debería estar escarmentado, pero no.

miércoles, 23 de octubre de 2019

Keep out



Photo by Mary Ellen Mark


No sabía del rayo de luz sobre el canal de agua bajo la ventana, allí donde los insectos se juntan al mediodía, donde la garza se erguía buscando cangrejos en la corriente. No sabía nada del cuerpo de una mujer hasta que Ella me mostró su espalda herida, la cicatriz del último parto, la desnudez del sufrimiento anterior.

Hasta entonces tampoco sabía llorar, aprendí.

Amén.

martes, 22 de octubre de 2019

Enramada



En la enramada,  a media voz, no llevo pares, colecciono piedras de tantas riberas, cantos rodados que pinto de amarillo y señores con grandes narices,  nado desnudo en el frío mar gallego,  me dejo mecer por las olas sin vestigios de naufragios, llegan a puerto barcos enmarcados por gaviotas, tomo el camino de regreso a los cálidos brazos de las ausentes, una encrucijada de vientos, de puntos cardinales, de luz que ilumina este transcurrir del otoño y juego, órdago, gano pero sin embargo sigo con Sophía de Mello Breyner

Si todo el ser al viento abandonamos
Y sin miedo ni compasión nos destruimos,
Si morirnos en aquello que sentimos
Y podemos cantar, es porque estamos
Al desnudo, el propio dolor meciendo en sangre
Frente a las madrugadas del amor.
Cuando la mañana brille otra vez floreceremos
Y el alma beberá ese esplendor
Prometido en las formas que perdemos.

(Versión de Diana Bellessi)

lunes, 21 de octubre de 2019

Llueve sin parar.




Otoño, llueve sin parar.

La mancha del techo en el comedor se extiende hasta juntarse con la del dormitorio y esta a su vez con la de mi corazón que vuela por la casa buscando el ornamento del poeta, la tortuga y el sofisma, pretendiendo decir lo que no digo porque no sé qué decir y con presunción apelo a la emoción de quien lea y vea y sepa que si a esto lo vuelves del revés ya no ves y el error se muestra como esa mancha creciente y el silencio es una consecuencia del exceso de palabras.

Llueve sin parar

domingo, 20 de octubre de 2019

Lituania

La cena y el amor fueron copiosos.
En la cena ella me hablaba sobre todo de Lituania
En el amor hablaba en una lengua que no entendía, o sí, un poco.
A medianoche se acurrucó a mi lado y mimosa me susurró Leónidas Breznev.
Hay cosas que un hombre como yo no puede resistir, átame, le dije.
Con su pijama ató mis brazos a la cabecera de la cama.
Ты мне очень нужнаdije, pero no me llega la sangre a las manos.
Я влюбилась в тебя с первого взглядаrespondió ella con aquel acento que me enloquecía, no importa, deja que la sangre llegue donde debe llegar.
Me amó con una pasión que jamás había conocido antes (cosa que tampoco era difícil).
Я люблю тебя всей душойrepetía como un mantra mientras me cabalgaba.
Al terminar, mientras se duchaba, yo seguía atado a la cama con su pijama.
Seguí atado cuando revisó mi cartera.
Cuando se fue, seguí atado.
Han pasado dos horas y no siento las manos.
No puedo imaginar la vergüenza que voy a pasar cuando la señora que limpia el cuarto me descubra así, desnudo, atado a la cama y con la sangre acumulada donde debe llegar.
Y el móvil no para de sonar.
Då svidaniya. 

sábado, 19 de octubre de 2019

Desert Clouds in Thunderstorm


William Hawkins ‘Desert Clouds in Thunderstorm


Hay un rito, una ceremonia en las grietas donde se esconden el alma de los suicidas y la vigilia del verdugo, allí donde no brilla la luz sin luz.

Hay un eco de txalaparta, un aroma de tamarindo, una pareja que ríe para espantar el miedo a la enfermedad, un espantapájaros con harapos.

Hay un deseo sin satisfacer, una mirada al ayer, un libro sin terminar, una mujer asomada a la ventana. Después llega la noche y no hay nada.

viernes, 18 de octubre de 2019

Baja la Ría.


Baja la Ría con un color indefinido, romántica, aburrida. No llegan ya los barcos hasta el Arenal, no. Un hombre del Senegal está acodado en la barandilla de Ripa y mira los remolinos del agua en la bajamar, escucha las gaviotas, ríe en su filosofía incomprensible para los caballeros de traje gris, corbata negra y cartera con papeles secretos, absurdos, con garabatos y firmas sin valor.

Baja la Ría sin rumor de olas, con peces ciegos. No flanquean sus riberas las grúas rojas ni los gritos de las mujeres que descargaban  carbón y bacalao. Un hombre del Senegal canturrea algo en francés sin dejar de sonreír, es un orfebre de la alegría, un experto en espantar los reptiles del desconsuelo, el dictamen de los agoreros, los designios de dioses amarillos.

Puedo continuar pero soy un egoísta, escribo para mí, para saber que hay detrás de la encalada pared de lo cotidiano, para conocer tanto, para que continúe esta fiesta en la que soy el único invitado.

jueves, 17 de octubre de 2019

Hermosura y luz


Francis Picabia (French, 1879-1953), Médéa, c.1929


Tómese un poema de hermosura y luz aunque no se entienda, aunque no se sienta, que sea un poema porque él lo diga.

Él es ese que no soy yo.

Halle las palabras, solo eso, deje que el otro ponga la mirada, el sentimiento quizás, no espere, no anhele, no está en sus manos, no está.

Desnude sus emociones solo si lo pide el guión.

Si no, no.

Salga al escenario con disfraz de recuerdos, suba al cable tensado del decir con convicción de funámbulo, encare el enigma de los que miran, no se preocupe, muchos son ciegos pero, ah, baje usted al patio de butacas y susurre en las orejas de  cada espectador, alternativamente en una y en otra, dígale exactamente aquello que desea oír, aunque muchos son sordos, saben, entenderán lo contrario a lo que usted diga pero el oído es una delicada maquinaria de emociones, un instrumento conectado a la mente, al corazón a veces, al final puede que su voz se transfigure, se deslice, baile, vuele y se produzca el milagro de los panes y los peces.

Manzana sobre mesa traspasada por luz de amanecer.

Caballo inmóvil en la nieve.

Mujer que se peina frente a un espejo.

Hombre que llora y balbucea mientras vierte versos sobre un líquido que burbujea  y mira a la cámara y sabe que nada es cierto y no entiende pero siente en la convicción de la ficción.

Así es, no le de más vueltas.

miércoles, 16 de octubre de 2019

La humildad


Zhong-Biao


Los muchachos de las bicicletas la cortejaban en los callejones.

La veía pasar frente a mis balcones cuando volvía de las plegarias en la oscuridad.

En mi interior gritaba su nombre, el que me había inventado, el viento y la sombra se llevaban mis pensamientos.

El deseo lo llenaba todo.

Seguro que ella me veía escondido entre las cortinas, un adolescente asustado, el de la casa del tejado rojo, un perfil difuso, nadie.

Nunca me atreví a hablar con ella, me fui, un cobarde, huí.  

Me fui
de Bilbao
a ver
la virgen
sobre
la zarza,
después
peregrinos
alrededor
del agujero
de la bomba,
explosión,
muerte,
impiedad,
bailarines
girando
en bailes
de muerte.
Praga.
Me fui,
huí,
busqué
otras
mujeres,
vicios,
humo,
polvo,
sangre,
un maldito.
Budapest,
cenizas,
espejismos
la rutina
del ocio
vagando
por Europa
como
un mendigo
mirando
escaparates,
sótanos,
Roma,
corazones,
aprendí,
curiosidad,
nunca,
nunca,
en ningún lado
ninguna
como ella.
Berlín.
Regresé,
barbudo,
cansado,
escéptico,
otro,
con caftán,
excéntrico,
desconectado,
un joven
viejo,
la zarza
aún ardía
ante
mis ojos.


Los muchachos eran hombres y ella no estaba. Ni mis padres. Mis sueños habían muerto en París, en Viena, en Madrid. Tanto viaje para encontrarla, para encontrarme. Nada. Todo perdido. Vuelta a empezar. Quizás sea tarde. Escribo esto para saberlo, para intentar medir mi estupidez. Nunca he sabido andar en bicicleta,


 (Samuel Sánchez)

martes, 15 de octubre de 2019

Ese

Anders Peterson, Stockholm, 1969

Es invierno, llueve, mucho, no te vayas. Hace frío, hay nieve en los montes, hay un vagabundo en el zaguán, hay un perro ladrando al final de la calle, justo en la esquina donde te esperaba. Nunca he tenido perro, ni  bicicleta, nunca he amado tanto como a ti te amo. No te vayas, por favor, te regalare un pájaro, un canario, una oropéndola, no sé, uno que cante mucho, que nos despierte al amanecer, que nos llene de trinos que compensen nuestros silencios.

Llueve y entra el frío por el balcón abierto, no, no te vayas. Ojalá quisieras besarme como antes, aquella forma de cerrar los ojos y suspirar, el abrazo que seguía después, el calor de tu cuerpo, tu desenvoltura sobre mí.

Todo esto fue antes que ese apareciera, quédate conmigo, no hagas caso de lo que dice, te envenena, no es cierto, no fue así. Dejare a Carmen, hoy mismo, no veré más a Begoña, te lo prometo. No te vayas.

lunes, 14 de octubre de 2019

En el dintel


Jean Metzinger (France 1883-1956)


Abre sus fauces la soledad y entre paréntesis está mi ruego, un ideograma borrado que nadie comprende, un verso en el desagüe, las aves que buscan la primavera perdida, la determinación en construir barreras, pozos, distancia, el no grabado al rojo vivo en la frente, el único recurso era el olvido y a ello nos dedicamos sin dejar huellas en la nieve.

Así que me senté junto a la ventana canturreando esto que ahora lees, recuerdos numerados en mis sienes, dolores aún abiertos en las costuras del alma, harapos de otros tiempos, un número que se desdibuja pero ahí, en el dintel, en la puerta cerrada, el silencio.

domingo, 13 de octubre de 2019

Raparse



Entonces no lo entendí, luego supe que se rapó la cabeza como un símbolo, un desafío a la pasión de cangrejos en sus muslos, un paso más allá del cabrilleo de las luces del amanecer en el pinar, una escalera de caracol al ático de su adolescencia.

Ramos de minutisas para arrojar en el brocal del desconsuelo, un gato calicó afincado en su regazo, marca de jabón en el portal, palabras carcomidas para no decir, bordar con letras negras un poema de cenizas.

Muchas veces no entiendo qué quieres decir. 

Es una procesión de emociones insomnes, la necesidad resucitada de recorrer historias no cerradas, una llave que encontré en un cruce de caminos, oscurecer de un tiempo en el que no había madrugada.

Ah, eso.

Pues sí. O no.

Vale...

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