Una
central nuclear abandonada.
La
cámara 1, fija, ofrece la vista superior de un interminable pasillo, con
puertas a derecha e izquierda. Una mujer uniformada lo recorre a intervalos
exactos de veinte minutos.
La
cámara 2 está centrada en un gran panel de control, pintado en verde pálido,
con relojes y sistemas de control.
La
cámara 3 apunta a la noche.
La
cámara 4 está instalada en el coche de seguridad que recorre la carretera al
otro lado de la verja que bordea el edificio de la central y los pabellones
cercanos.
Cuento
todo esto como controlador de cuatro monitores, como espectador, sin capacidad
para intervenir en aquello que pueda ocurrir. Es mi nuevo trabajo, como el
anterior, mal remunerado.
Un
molesto zumbido de fondo acompaña esta monótona actividad.
Desde
el aburrimiento quiero escribir el post para mañana, este puede ser un tema
diferente. No quiero cansar a los lectores con las habituales historias de
amores imposibles y lamentos clandestinos.
La
cámara 4 se centra en un agujero en la tela metálica, el coche se ha detenido y
varias sombras cruzan frente al campo de visión.
La
cámara 3 sigue a un hombre con un traje parecido al que usan los astronautas,
jadea mientras sube por unas escaleras con barandilla amarilla. En su mano
derecha lleva un objeto que parece un arma.
La
cámara 1 muestra una luz roja de alarma que se enciende y apaga. La mujer
uniformada atraviesa corriendo el pasillo.
Esto
está ocurriendo ahora y quiero contarlo mañana.
Además
sin que la habitual mezcla de sentimientos alborotados interfiera. Algún lector
me reprocha que hay temas que repito demasiado. La vida es una repetición, una
rutina de actos inútiles, un absurdo transcurrir de los días. Lo raro es vivir.
Por
eso estoy frente a estas pantallas, intentando lo diferente.
Aunque
me empieza a parecer peligroso.
La
cámara 1 continúa mostrando la luz roja de alarma.
La
cámara 2 se dirige a un punto concreto del gran panel de control.
La
cámara 3 enfoca diferentes lugares, pasillos, escaleras, pero no hay rastro del
hombre vestido con un traje parecido al que usan los astronautas.
La
cámara 4 nos muestra a varias personas uniformadas que entran precipitadamente
por una gran puerta.
Repaso
el manual, no acabo de encontrar el protocolo para un caso así, nunca ha pasado
antes.
Debo
centrarme en mi trabajo y olvidar de momento intentar contar lo que sí para
suplir lo que no.
Para
colmo se ha perdido el sonido en los monitores, las pantallas tienen algún tipo
de interferencias, se apagan y encienden, se forman rayas, debo estar atento.
Sigue
la luz roja de alarma en la cámara 1.
En
la cámara 2 puedo ver que del gran panel de control sale una densa humareda.
La
cámara 3 se ha centrado en el cuerpo inmóvil de la mujer uniformada, tendida en
el suelo en una postura extraña.
La
cámara 4 no funciona.
A
partir de aquí me fui. Quizás no debí abandonar mi puesto de trabajo pero el
sonido de la sirena pudo con mis nervios. Corrí escaleras abajo, salí al
exterior y me metí en la noche. Seguí carretera adelante, sin detenerme. La
explosión me lanzó de cabeza contra unas zarzas. En ningún momento perdí la
consciencia.
No me han quedado secuelas. No me acusaron pero
tampoco recibí ninguna indemnización. He vuelto al desempleo. Sigo escribiendo.
Creo que debo centrarme en lo sentimental, en la ficción de los sentimientos,
la vida es demasiado real. Seguiré con este blog, ahora tengo más tiempo.