No llores
Aún no amanece. Las calles están oscuras. No
lo comentes, esta ciudad está llena de mentira y suciedad. El resto, la luz, es
propaganda del gobierno. No hay pobres –nos dicen-, claro, no los hay, se
mueren de falta de vino, de ausencia de arco iris, de incendios en los restos
de rebajas en los grandes almacenes del viento.
Vamos
a Cádiz, mi niña, que aquí no hay playa, que aquí nos miran desde detrás de las
cortinas, que dicen que el año próximo se nos quemará hasta la boina de
prosperidad, aunque todavía están colgadas, polvorientas, las bombillas de las
últimas fiestas de agosto.
Quería ser torero, que toreo muy bien a la furgoneta del Paco cuando trae el pescado por las mañanas, al Isocarro del panadero, al perro gris de la señora Carmen. Quería ser boxeador, que hago la sombra como nadie, salto a la cuerda, busco el mentón con ahínco, lanzo ganchos de izquierda y derecha, doy golpes bajos como ninguno, me fajo en las esquinas con vocación de Legrá. Pero solo soy paseante y escribo en las paredes d´este blog, en muros desorientados.
El día nace por fin y miro y callo, colecciono música en una oreja –Radamisto, Haendel, ópera-, música en la otra – Dennis Wilson, el batería de los Beach Boys)- fotos para mi página, historias para contaros, hace demasiado frío, el cielo está negro, llueve y llueve, sin parar, añoro el cielo de Conil, único, espectacular, un atardecer casi me desmayo de tanta belleza, me bebo el martes, el viernes, quién coño me entiende, hoy escribo así, de lejos, intento sacar lo mejor de las horas, intento comprender qué diablos pasa, no, no entiendo (casi) nada, el mundo se está volviendo loco, poco a poco, no sé qué he intentado contar, stop, mi texto para hoy.
Se besan sin saber dónde empieza el cielo, dónde acaba
el infierno. Se besan de pie, con los ojos cerrados, con las manos cerradas. Se
besan y a lo lejos se escuchan las murallas centenarias, derrumbándose,
poblando el aire con un estruendo de argamasa y ciclones. Se tocan la piel y de
los poros les brotan pequeñísimos animales dulces que miman cada rincón de
brazos, caderas, muslos, un lento deambular de almíbar. Se tocan el alma y se
mecen en pétalos de flores nuevas, gigantescas corolas, pistilos con
embriagadores zumbidos de abejas. Se hacen uno y justamente entonces, a pesar
de los coros de querubines que cantan con los ojos cerrados, del ritmo de cien
palmeros presentidos al otro lado de la puerta, del calor de tres infiernos,
del murmullo de un arroyo del Paraíso Terrenal, del Vesubio y del Etna, de
Manhatan, ignoran que traquetean en el pescante de un tren sin regreso,
viajeros a ninguna parte, refugiados en el trayecto de la soledad, habitantes
de un mundo prohibido.
No
pueden culpar a las serpientes.
Hablan recostados a uno y a otro lado del muro de las lamentaciones.
Aquí están, los infractores, nadie les mira al pasar
pero mantienen la cabeza baja, caminan por el centro de la calle, esquivan los
jardines y los jazmines, el sonido de los semáforos y el run run del tráfico,
los ciegos recostados en las esquinas y los prejuicios como una roca negra y
lisa imposible de escalar. Caminan y el mundo es un paisaje nuevo con
personajes mezcla de pájaros y funcionarios con manguitos.
Abrir
las ventanas al caliente viento del desierto.
O ahogarse en un remolino del oasis descubierto apenas ayer.
Por eso, para traducir el olor del viento,
para que el recuerdo no se adelgace en los días sin sol de la primavera herida,
vida gastada en trabajos de Sísifo, una larga playa, vacía, entiendo cada grano
de arena, cada suspiro que sale de la pared de piedra que limita el mar, reino
del sí pero no, del no pero sí, lanzo mi pena a la tercera ola, zamarreo el
dolor y no es lo mismo, no cierro los ojos, no quiero dormir.
Permanecer
insomnes, atentos, en vigilia.
O dejar que muera la zarza florecida.
Tan lento que parecía inmóvil, tan rápido que ayer ya era mañana, fue un milagro, esas cosas que no pasan pero, ay, cuando pasan ya no hay remedio, cuando se cruza el río del amor uno se moja, se empapa, sale chorreando al otro lado, mira y no hay regreso, ha entrado a otra tierra, otro clima, otras voces, un acento que antes no se entendía.
Calles
oscuras, barrios circulares, nadie me saluda, a nadie saludo// ambulancias
animando la avenida con luces
amarillas// la orquesta de borrachos silbando un vals, todos les oyen, nadie
les ve// ese que baila, Juan, tiene cuarenta años (joder, parece que tiene muchos más)// los picaditos dan vueltas y
vueltas, nos piden dinero con los ojos colgados en la nieve; // jefe, aparque aquí, que yo lo vigilo el
carro// pasa una señora enjoyada, enlutada, envuelta en visón, -me llamó mala, Carmen, ¿te imaginas? yo
mala, yo que solo le he hecho bien, yo-, pero llora, amargamente llora, la
señora// me contratan en Mercadona, a
media jornada, estoy muy contenta y se baja la falda, tan mínima, tan lejos
de las botas negras//en esa esquina hay un grupo que vende lo que no se vende,
hay un grupo que compra lo que no se compra// antes no había tantos extranjeros
(defíneme extranjeros), antes no había tanta gente rara (defíneme
rara), antes todo era mejor (defíneme mejor)// estoy perdiendo la
capacidad de ver lo que veía y no son mis ojos, estoy perdiendo la capacidad de
ver y viene otra ola gigante, la sexta, hasta
que llegue una tan poderosa que no quedemos ninguno // es inútil que te compres un
flotador con cabeza de pato, que ajustes calabazas al cinturón, esta ola nos
llevará hasta más allá de las vías del tren//alto, debo poner en orden lo que
escribo. Y lo que no// Hasta mañana. Tengan cuidado con el covid, con la
gripe, con todas las gripes, con la lluvia, con el frío, cuídense.
Cariño, con
una pluma de ganso negro quisiera escribirte algo que tenga sentido, una carta plena de encuentros y cumbres, de aciertos, de palabras que te encojan el
estómago, que te llenen de cantos de planetas perdidos, de grillos sonrientes aun en agujeros negros, de
rumores de amor, de peces saltando a estribor y, ya ves, solo encuentro estas incoherencias, esta huida, esta sarta de
frases como soplidos al viento, como carreras hacia dónde. Borro todo y
diré solo lo que sé: te quiero.
Inventar
la historia, inventar al otro, reinventarnos, es decir lo nuevo, lo bello,
utilidad de lo inútil, ahí está la palabra, asediándonos, cercándonos, la magia
del deseo, desear el deseo, atrevimiento progresivo llenándonos de la música
erótica de nuestros cuerpos recién descubiertos, construidos desde la
imaginación, desde la necesidad, ser otros, nuevos en cada gesto singular del intercambio
de correspondencia, sin sellos ni sobres, sin otro cartero que gmail, cambiando
un alfeizar por otro, ventana a un mundo con huertas sembradas de osadía, de
espera, de ilusión, nerviosismo ante la tardanza en una respuesta, celos
irlandeses, repetir los errores de lo cotidiano, posesivo afán de capturar lo
inaprensible, reproches, ¿cómo puedes querer a una desconocida?, distanciamiento, agujero del adiós, peor, el silencio
instaurando su reino implacable, totalitario, sabor tan amargo de lo que fue
sin ser, otro hueco en el corazón, otro nombre perdido en la libreta de
direcciones. Manual del cortejo
en el diálogo de cartas aéreas.
Buenos días.
Blas de Otero nació
aquí al lado, Gabriel Celaya también
nació aquí al lado, el mundo es tan pequeño que todos nacemos aquí al lado
(aunque luego cada uno nos vamos hacia un costado, hacia otro, nos vamos).
En un tiempo me leí a Celaya de cabo a rabo, me gustaba su poesía clara, -social decían-, su fuerza, le entendía, era humano. También me leí a Blas (aunque para mi gusto hablaba demasiado de Dios). En aquel tiempo no hice la Revolución, estaba demasiado ocupado, buscándome. Sé que ya nunca voy a encontrarme, creo que ahora tampoco la haré. Lo dejo entre tantas cosas como tengo pendientes (si mi madre me escuchara llamar “cosa” a la Revolución ...)
Ahora leo a Celaya y, ay, con poemas tan rotundos no sé qué demonios ando leyendo en muros y blogs (con todos mis respetos). Mis excusas, que cada uno lea y haga lo que le venga en gana. Pero debemos saber que el invierno está preparándose, casi nos muerde los tobillos con hielo en las madrugadas Por cierto, con frío y todo ¿qué hago escribiendo? Salgo, la vida está ahí fuera, que ustedes la/o disfruten.
Junto a la puerta del Perdón está el albergue, un laberinto de piedra y madera. Estoy en un habitáculo, junto a catorce inquietos desconocidos, tumbado en un mínimo catre. Detrás de las delgadas paredes llegan voces en italiano, inglés, francés, alemán y otras lenguas que no distingo. Tengo calor, frío, cansancio, hambre, sueño, me duelen las piernas, no puedo dormir. Encogido en el saco en posición fetal me pregunto qué hago aquí. Añoro el Hilton de Berlín y el calor del vientre de quién yo sé.
La puerta de la librería de la plaza Mina en Cádiz da entrada
a un mundo que se resiste a desaparecer.
En su escaparate vi hace poco este “Que no te quiten la corona”. Fue un enamoramiento
súbito. En la faja alrededor del libro
decía que tenía no sé qué premio, era igual, ya estaba cautivado. Al volver a
Bilbao lo busqué sin éxito por varias librerías. Recurrí a la biblioteca
municipal, allí estaba, aun no lo había leído nadie. Comencé a leerlo con la
ilusión del enamorado. El primer capítulo, el segundo reafirmaron mis
expectativas, este Yannick Haenel escribe bien, es culto, tiene una muy
aceptable prosa poética. En los siguientes me empecé a desilusionar, Yannick se
iba por los cerros de Úbeda, muy culto pero muy errático. Hacia la mitad ya
estaba harto, las desventuras del protagonista que deberían ser pretendidamente
graciosas o emocionantes o no sé qué, son un coñazo que solo le interesan a él.
Lo he terminado por pura disciplina y porque, ya digo, escribe bien, es culto y
tiene una aceptable prosa poética (a veces) pero lo que cuenta no atrapa, no
seduce, no te importa nada, qué pesado, que le den (al protagonista). En
definitiva, una desilusión.
Haz
conmigo lo que quieras. Que es una frase que encierra toda una
rendición de Breda, una entrega infinita, un tú empieza y ya veremos dónde
terminamos. Que viniendo de la pasividad absoluta es como una bandera verde dando
la salida del maratón a un tropel de corredores lujuriosos, impacientes, un salto sin
paracaídas desde un avión a mil pies de altura, un quemar las carabelas porque el regreso ya no está asegurado. Haz conmigo lo que quieras. Con los
brazos en cruz sobre las sábanas, una redención, un sacrificio, los ojos
abiertos, una presa rota y el agua inundando el valle, una res entrando a un
matadero gozoso, o no, el riesgo, la confianza en el otro, otra, soy tuyo, soy
tuya, fusilar a los desertores, dinamitar los puentes, tapiar las puertas y
ventanas, dejar el cuchillo sobre la mesa. Haz
conmigo lo que quieras. Esa frase inaugura una fiesta o un funeral, un
derroche mutuo de goce y roce, un despeñarse por la decepción o un madre mía, ¿esto era? Y ya todo es
acostumbrarse, un ¿a qué estaba yo esperando?
Hace tiempo que no me lo dicen pero, perdona la curiosidad, ¿a ti te lo han
dicho o has dicho esta frase alguna vez?
He leído “Furia” de Clyo
Mendoza
¿Te ha gustado?
Sí señor, o señora, es
original, duro, a veces poco comprensible, poético, caótico, reúne historias
que vienen de la tradición oral, que hay contar para que no se pierdan. Me ha
gustado. Tiene una portada horrorosa.
¿Hay que leerlo?
A mí que me pregunta. Lo he
leído porque Clyo es bella, de Oaxaca, porque me llegaron buenas críticas, porque
me lo creo todo, porque me da la gana. Simplemente digo que he leído
este libro. A partir de ahí usted decide. Es duro, aviso.
Lo decía Joan Didion: “En muchos sentidos, escribir es el acto de
decir yo, de imponerse a otras personas, de decir, escúchame, míralo a mi
manera, cambia de opinión. Es un acto agresivo, incluso hostil. Puede disfrazar
sus calificativos y subjuntivos tentativos, con puntos suspensivos y evasivas,
con toda la forma de intimidar en lugar de reclamar, de aludir en lugar de
afirmar, pero no hay forma de evitar el hecho de que poner palabras en el papel
es la táctica de un matón secreto, un invasión, imposición de la sensibilidad del
escritor en el espacio más privado del lector ”.
Es posible que Clyo Mendoza haya leído a Joan Didion, o no, es posible que nadie lea esto nunca con lo que mi papel de matón secreto se quede en nada, es posible que leer sea un placer destinado ya a unos pocos nostálgicos, todo es posible menos esta necesidad insaciable de saber, de aprovechar el poco tiempo que va quedando, de mantener este quid pro quo en el que todos aprendemos.
Vale, si lees “Furia” hablamos.
Eva Gabriela, jamás iremos juntos a París, ya no, pasó nuestro tiempo. No pasearemos tomados de la mano frente al número 5 de la rue de Lille, no me explicarás, paciente, que la vida no es trágica, sino cómica.
Es
igual dónde esté, la cuestión es otra.
Ne Yoo espanta a los murciélagos, pule las aristas de la piedra negra, lleva entre los dedos un reloj que no mide el tiempo.
Me
gusta su pelo rojo y su mirada de luces.
Es una buena lectora, sí.
Pero –qué cosas- ahora
que lo sé, no me apetece escribir.
Qué
complicado.
Lefee,
sentado, apoya su mejilla en la palma de la mano, a sus pies una lira rota.
Ne Yoo es una crítica implacable.
Lee
y anota en el aire los errores, los por qué, los acentos, sopla y ya no hay
nada, tacha, corrige y ni siquiera dice ah sobre mi trabajado //57-a//.
No tiene tiempo para otra
cosa que no sea su vocación de oxígeno.
Pero recuerdo sus
suspiros bajo el manzano.
De esto, de todo, hace
mucho tiempo.
Unas
mujeres vestidas de negro barren el suelo de piedra con grandes escobas de
palma.
Ne
Yoo es una buena lectora.
Sé que me ha leído.
Desde aquel entonces casi cada
día.
Los dedos de sus ojos
entrando en las palabras, separando los nervios, los músculos, rozando el
hueso, entrando en el corazón de lo que digo, de cómo lo digo, acariciando la
masa gris de mi cerebro.
Desde lejos.
Antes esto me excitaba.
Parker llegó a Dylan (Thomas)
desde Pestaña (Ángel) un librillo de propaganda política que le dejó una
niña/mujer a la que amó demasiado. Entre medio, en busca del tiempo literario
perdido, pasaron en tropel otros muchos autores, alguna que otra novia y
Cortázar (Julio). Olé. Pasó también lo de una roca no llora, una isla no
sufre, el desdén de un furriel, un listo
ilustrado, medio qué (no le dio dos hostias por su galón amarillo), las
pastillas para aletargar el dolor del corazón desprevenido, la ginebra en las
rocas, la gloria colgada de una percha, Neruda le prestó frases “como las
huellas de las gaviotas en las playas”, también “que me traigan mil bocas que
las beso” que cantaba en oídos temblorosos y aprender era lo suyo, lo esparcía
añadiendo una o a la odisea, que vergüenza, Holiday, ya, que lo dedujo Parker,
entonces, que Dylan Thomas era un señor normal, gastador, bebedor, deudor,
sablista, que escribía en galés y que su poesía era, como poco, rara. Eso.
Fragmento.
Yo
debí serrano cortarme las venas
Cuando
ante los ayes de una copla mía
Pusiste
en vilo mis carnes morenas
Con
una palabra que no conocía.
No tengo capacidad (hoy al
menos) para intentar convencer a nadie de que “Lola” (Movistar) es un magnífica
serie que profundiza de forma amena, ágil, documentada, en la figura de Lola Flores
como artista, como personaje y como persona. Quizás haya que haber vivido aquellos
años para que te interese y se da la circunstancia que de aquellos años cada
vez quedamos menos (al menos con memoria). A un servidor de ustedes (tampoco se
pasen) no solo le está gustando sino que le está pareciendo muy interesante sobre
todo por la persona y por el paisanaje de su alrededor.
Lleva
anillo de casao, me vinieron a decir,
Pero
ya lo había besao, y era tarde para mí.
Que
publiquen mi pecao, y el pesar que me devora.
Y
que to's me den de lao,
Al
saber del querer desgraciao
Que
embrujó a la Zarzamora.
La cuestión es que se asoció a
la artista y a la persona con el régimen. En las provincias traidoras no te
podía gustar bajo pena de excomunión. Y no te gustaba. Cuando solo había radio
y todos pensaban lo mismo por fuerza mayor (cárcel y antes paredón) se
escuchaba a todas horas, en tiempos de la única cadena de televisión se veía a
menudo. Pero no podías decir que te gustaba, no estaba bien visto, aquí. Todos
tenemos un aquí.
Así
empezó mi ceguera.
Que
no bebiese en tu pozo
Que
no jurase en la reja
Que
no mirase contigo
La
luna de primavera.
Ya
pueden clavar puñales
Ya
pueden cruzar tijeras
Ya
pueden cubrir con sal
Los
ladrillos de tu puerta.
Ayer,
hoy, mañana y siempre
Eternamente
a tu vera
El tiempo pasa y la mayoría del
personal abajo firmante no sabrá de quién hablo, ni de la importancia mediática
que tuvo cuando eso de “mediática” no existía. No importa, pasen y vean, una serie muy interesante.