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¡qué
difícil el rostro
el
ademán
la
altura!
¡oh
qué bueno es estar
de
verdad
en
todo instante
conservar
el bastón en la borrasca
aventar
la duda
la
señal aciaga
madurar
cobijar
la adormidera
inocencia
y vigilia en una mano!
Edgard Bayley
Mi amada, ruge el invierno y
mis vísceras están ansiosas de reencontrarnos en la ribera de la primavera, sueño
sin cesar que vuelves, tanto que me duele la lengua y el sentido, sueño que
caminamos por un New York sin nieve, errando por las calles largas como
carreteras de provincias, perdidos entre vendedores de viajes en autobuses de
dos pisos y señoras con sombreros imposibles, malhumorados guías de Brooklyn
que no admiten menos de tres dólares por su charla insulsa, equivocándonos de
salida de metro, subway le llaman, sorteando maniacos depresivos y asesinos en
serie camuflados de raperos por las esquinas de un Macy`s con rebajas sin límite y ahí vamos tú y yo,
confusos y ateridos, perdidos entre altos edificios de cristal y sangre y James
Dean bajo una lluvia de petróleo, como ranas en un estanque imaginado en mitad
de Bryant Park, los escaparates adornados de utopía y miseria en el fondo de un
pozo Murakami, un laberinto ahí abajo, sin demonios excepto los interiores, los
de cada uno, los de la desolación escavando el abismo y sigo en el sueño donde me
codeo con los revolucionarios que aún no la han empezado, los habitantes de la
utopía acostados a la sombra de una iglesia al final de Broadway justo antes de
una señal que indica los kilómetros hasta México DF, gritan pero nadie les
escucha, venden boletos para sorteos celestiales y el último afortunado está de
rodillas alabando a San Georges Perec con un sombrero que le oculta el rostro y
las intenciones, bendita oscuridad la del anonimato hasta que de una callejuela
salen ejércitos de ancianos con carteles y peticiones y flores en sus boinas,
todos están abrigados con gabardinas largas, beben en pequeños recipientes de
cristal y creo que esto ya lo vi en otro sueño y te abrazo y te beso y me uno a
los ancianos pero sin boina que me parezco a Gonzalo Rojas (El dragón es un animal quimérico, yo soy un dragón y te amo) y hay lugares en
donde es mejor no parecerse a nadie, ser uno mismo, un detective de su propio
misterio, un viajero en su desierto, un equivocado de toda la vida con sus
visitas programadas al psiquiatra de turno, tengo el siete, tengo el deseo de
saltar desde esa cornisa, no te tires, chato, tengo el deseo de tirarme sobre
esa rubia del fondo de la barra del bar, tírate y verás qué sopapo te atiza,
tengo el remordimiento de un amor roto, remendado de mala manera y una mujer
muriendo en mitad de la calle, un drama que no se me va de la cabeza, como la
venganza, como haber partido la cara al director del laboratorio, al sádico de
Girona, al…cerrado el plazo, basta de violencia, nosotros, los que volvemos,
nosotros, los que vamos, tomando clases de soledad, aprendiendo a estar solos,
llevo varios cursos atrasado y esto no tiene nada que ver con el título que
prometía sexo y abandono, ya te veo, que cuando crees que todo ha terminado, la
sorpresa y empezar de nuevo con el ritual de la seducción y las frases entre
melosas y cultas pero esto ya no es lo que era y vas perdiendo memoria y
práctica, no recuerdo como se acariciaba, como era aquello de los besos y
quitarse la ropa con elegancia y nunca quedarse con los calcetines puestos, ser
valiente y enfrentarse como desde lo alto del acantilado de esa mujer desnuda,
expectante y tú ahí, que he hecho yo para merecer esto excepto bailar de
puntillas sobre la incierta línea de la sinceridad, que yo ya no, pero ni por
esas, intentando no repetirme, pasando páginas, dónde íbamos, cariño, besando tu
cuello y tu alma que, mira, esta historia que me cuentas es mi historia y aquí
sí que has hecho añicos mi singularidad cuando ya creía que después de lo mío
estaba la nada y resulta que, resulta que tú también, exacta, coño, a cuantos
más les ocurre lo mismo, que va a ser
que somos todos parecidos, más o menos, desilusión, pues yo más, ¿ves?, ya no
recuerdo si esto sigue siendo un sueño en New York o si estoy bajo la parra, la
higuera o sobre ella. Vamos a dejarlo así no se nos vaya a complicar la cosa. Esta es
la carta del amante sorprendido bajo una higuera.
Escribo todo esto de un tirón y
paro. Leo y me leo. Sonrío satisfecho. Esto de escribir es terapéutico, ahorro
tiempo y dinero en acudir a especialistas. Me he quedado tan ancho, qué bien.