Yo es otro, dice Rimbaud y los demonios salen volando de Arezzo, como debe ser, volar es un destino, un privilegio, ahora mismo estoy volando hacia New York la ciudad que se debe conocer media hora antes de morir si uno lo tiene escrito en los puños de una camisa blanca, en las paredes de la premonición, en el gesto del arrecife, yo es otro y sé que nadie leerá esto y nadie hará muy bien porque me voy de Bilbao, antaño una ciudad metalúrgica y oscura, herida por una Ría que se desbordaba en caudales de lluvia y barro y hoy, ya ves, una urbe luminosa acariciada por una ría cada mes más transparente y el Guggenheim apenas una sucursal del museo que visitaré mañana o el sábado con mi flamante carnet especial, pase usted señor, en correcto inglés, of course, pasemisí pasemisá, que no llevaré pañuelo de hierbas ni abanico de colores pero en Central Station tomaré un tren a Connecticut aunque omitiré la parada en Harlem y sus calles plácidas sin chispas de meteoros ni peces en los riachuelos del ritmo africano y los juncos de Juan Larrea, estudiar a los poetas, las cartas de Dylan Thomas pidiendo dinero a todo lo que se movía, dólares plácidos o libras como anémonas, escribir es una mentira adornada con nada, intentar mover las constelaciones del aburrimiento astral, astillas entre las uñas de Gary Cooper en una India de cartón y alguien tocando la trompeta del miedo, prosopopeya de la mula Francis, anagogía para entretener el vuelo, algo de Esaú y Jacob, José interpretando sueños, links y onomatopeyas en la epopeya de conocer lo del otro lado, lo del lado de allá, Cortázar dice, este trabajo es para mí mismo, le acompaño a la puerta con lirios y falsete en la voz debajo del mantel que sacudía en la habitación de Roxana en un Londres gris que se siluetea cuando añoro hoteles en penumbra, palacios carnales, contornos de cuerpos desnudos y amapolas, manzanas sobre la mesa y ella, sin nombre, burlándose de las flores y lo pomposo, animándome a ya y déjate de retóricas que vuelo porque no vuelo y he besado a mujeres como peces, fríos labios boqueando fuera del agua, pechos que no temblaban y el sexo como hábito en los últimos cincuenta años cambiando poesía por juventud en los calendarios nublados, ornamentales en el recuerdo, reo del deseo, Claudia Cardinale en una fotografía frente, al lado, delante de un grabado antiguo, il Gatopardo, "si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie", un leopardo jaspeado, un serval, un animal que nunca veremos pero New York sí, sus avenidas largas, sus altos edificios, sus gentes amables y mezcladas, esa esquina de Tribeca donde no jugué en mi infancia bilbaína y goitibera, ese vehículo armonioso arriba y abajo por calles sin bocinas y los barcos anclados junto al ayuntamiento, especulación del futuro, estábamos muy lejos del vivir, era esto y no se han marchitado las preguntas de entonces, solo hay tres y el resto es silencio, un abrupto silencio ante el que gesticulo como un mimo que se ensaña con el espíritu de lo que no fue, de lo previsto y no dormir solo, el insomnio y el miedo a no despertar, desangrado, la muerte travestida mirando/me y el cero, fascinación y una ventana a lo que ahora es, encogido en el 14C, un gran avión con niños llorosos y madres desbordadas de maternidad, judíos ortodoxos acaparando la atención de azafatas asustadas, con reliquias en el equipaje y proverbios bajo el solideo, ceniza sobre los pájaros de Brooklyn, nieve en la proa del ferry a Staten Island, tiendas de lino en Bryant Park que cobijan a los lectores de Borges, a los criados del caballo negro, a los que cambian níquel y novedades del aire, facebook como paradoja, hablar con desconocidos herméticos y un arenal de obsidiana detrás de los escaparates de tiendas que venden todo y tanto y esto es New York, la capital de un mundo imposible donde quiero escribir mirando el agua turbia del Hudson como un Poe de trazos infantiles, ingenuos, un engaño a la impotencia de mi decir, laberinto para no encontrarme, un grito arrimado a la pared del túnel de Artxanda cuando pase el tren y nadie escuche, Cabaret que se ha quedado antiguo, aprender de los indefensos, de los ojos en el centro de su mano extendida, de las monedas sin valor, una mariposa en los cabellos rojos de la que amé un día, un pueblo junto al mar, los bárbaros balanceándose en el muelle antes de asolar las riberas, estudiar Alemania de cabo a rabo, desde 1935 hasta ahora mismo, Merkel incluida, violinistas judíos y Celibidache en 1950, tan joven, dirigiendo a la Orquesta Filarmónica de Berlín en las ruinas de la antigua Philharmonie, abolición de las alondras y las viejas palabras, las que no sirvieron para impedir su huida, no puedo (dijo) y me azoté la espalda con flores de silencio como un penitente de la Sonsierra, un poeta disfrazado de analista químico, de vendedor de postales cibernéticas, señoras y señores esto era la vida y aquí estamos, volando a New York bajo estrellas de albahaca y cormoranes despistados con hielo en las alas, una Borissenko de cristal bailando entre nubes y un escarabajo de inquietud subiendo/me por la tráquea con el traqueteo del Boeing o lo que sea, picor en los pómulos, las gafas sumergidas en un frasco con agua destilada y este navío del aire rompiendo millas mientras en la pequeña pantalla sobre el asiento esa raya blanca apenas se mueve, estamos sobrevolando Canadá mientras tomamos té y pastas y el pasajero de al lado me mira y sonríe en ruso y no le entiendo nada, para no entender nada no hace falta que el otro sea ruso, en Elanchove no entendía nada me hablasen en el idioma que me hablasen, en muchos sitios no he entendido nada, nunca, entre la sordera intelectual y las voces domesticadas, las multiplicaciones, el misterio de los números primos y mi cabeza como un almacén de emociones artificiales y ser el que eres, el dilema, llamar amor al sexo, sí lo fue, quizás un sexo enamorado, miércoles que se incendiaban en un cuarto sin cerrojo, metamorfosis de su apariencia de sabia para la que fui solo su ghulam y calamidad de mi idolatría, de la insistencia en el error, orfidal y toda suerte de calmantes, tranquilizantes y ginebra y celebrar el milagro de haber amado después de muerto, en nuestras vidas siempre hay un momento de encrucijada, de sur o norte, de ser o no ser, de un tigre jadeando entre los muslos y un espejo fosforescente, reflejos artificiales y las venas de la Luna, adivina, llevo en la maleta los zapatos usados por mi padre, el cansancio de adivinar lo que no tiene importancia, la emoción de volver a ver el skyline, Manhattan ahí delante, la ambición de pasear por calles solitarias y no encontrarme con los hermanos Tsarnáyev preparando un atentado en Times Square, un horror, visitaré la tienda de los judíos, comeré hamburguesas en Broome, volveré al Moma, no me tropezaré con De Niro, pasaré el puente y si no sales en las fotografías nos has estado, una fotografía siempre es un prueba, te lo juro, ese de la esquina soy yo, el que sonríe, ocurre que yo es otro y Rimbaud me deprime y me pierdo en New York, quizás regrese algún día a mi Bilbao de amigos y sirimiri, o no. Hasta entonces.