Ay, amor.
Ay, amor, me ocurre contigo un grave y preocupante disturbio, es tal ternura que me produces que apenas puedo contener mis deseos de ir a buscarte, subir las escaleras, tomarte entre mis brazos y llevarte corriendo por las calles, indiferente a las miradas de los desocupados, de los curiosos, llevarte hasta el acantilado y ahí, frente al mar, acariciarte la frente mientras te musito dulzuras, beso tus cabellos lisos y te canto bajito eso de sin ti mi cama es ancha…pero tus clientes te esperan y tú, nerviosa, quieres volver a ordenar sus cuerpos desordenados, a sacar con las pinzas de tu conocimiento las espinas de sus males negros, los guijarros de congoja que obstruyen sus arterias, las palabras grises, premonitorias, que dirán aunque ellos no lo saben, y te vas, y yo detrás, llamándote, y el viento alborota la llamarada de tu pelo rojo, y te veo delgada y ágil, resuelta, con tu cabeza en otro lado, no tengo tiempo, no tengo tiempo, conejo blanco de Carroll viviendo en un reloj de bolsillo, creciendo y disminuyendo cuando comes la galleta de sentirte amada, o abandonada, o volviendo atrás, un año, otro año, hasta llegar ¿dónde? ¿a qué mirada perdida?¿ a qué silencio?¿ a qué ausencia? y te vas a Lima, a París, al fin del mundo te irías por saberte, por tener la llave, la que abre, la que cierra, y aún así sabes que nunca firmarás la paz, porque ya no podrán pedirte perdón, porque no podrán abrazarte diciendo me equivoqué, lo siento, estaba ocupado buscándome, estaba perdido, lo siento, lo siento y ahí me clavas el anzuelo de quererte y me baño de ternura, extranjero recién llegado a tus playas limpias, saltando entre las olas que nos llevan en la resaca de amarnos, tocándonos como ciegos, oliéndonos como animales que se reconocen iguales, palpándonos en una fiebre nueva que estaba ahí desde siempre, desde antes, desde una carta no contestada, desde una mirada que temía ese algo más, misterioso, inquietante, que me llenaba de miedo a saber y hacemos una vida dentro de otra vida y las paredes nos oprimen y las manos tendidas que nos exigen hacer lo correcto y ¿qué es lo correcto?¿qué es este deseo que arrasa?¿qué es este buscarnos con furia, con ansia, con dolor?, jamás, amor, jamás he sentido por ninguna mujer la pasión que me has hecho sentir, en mi memoria no está grabada una atracción tan intensa que me haga perder la razón, que me nuble la vista y solo pueda penetrarte con voces que salen desde detrás de mí mismo, desde otro que me habita y se encarama sobre tu cuerpo fibroso, que tiembla, que me recibe como si hubiera estado esperándolo desde el principio de los tiempos y, amor, tantas cosas me has dado que seré tu esclavo para siempre, desnudo y moreno, con mi culo blanco, postrado a tus pies y tejiendo el pañuelo que te adorne, que cambie tu mirada, el rojo te sienta bien, el rojo de la sangre abultando la vena de tu sien, justo donde se producen tus alteraciones cíclicas en las que pides más, sin saber si más es menos o si sí, o si no, sabiendo que tus brazos abiertos necesitan contener realidades, no vientos, no brisas cuando baja el sol, no céfiros que apenas ondulen el borde de tu vestido, ese que levanto con cuidado para buscar tu piel de nácar, mano subiendo por tus muslos, mano bajando por tu cadera, mano acariciando tus nalgas bajo unas bragas moradas, mano entre tus piernas, mano bailando una danza antigua y nuestros corazones alterándose y yo, te lo repito, sintiendo esta ternura que me inspiras, esta ternura que me arrasa de dolor cuando te vuelves bicho bola y me dejas fuera de tu mundo, de ese mundo al que quiero pertenecer aunque sea como el que sube el agua, como el que corta las malas hierbas en tu jardín, como el que te lleva el pan y el periódico, como este escritor que ha perdido el hilo de tanto pensar en ti y que te garantiza el cien por cien de su dolor, gramo a gramo, en estos tus días de encerramiento en las celdas del miedo, y ahí, sabiendo, iluminando ese pavor antiguo es donde me salta la ternura y aparto a manotazos a tus clientes, pobres, qué culpa tendrán, y te rapto y te llevo sobre el caballo de mi imaginación, perseguidos los dos por ejércitos de hombres y mujeres con gabardina, con boinas negras, con gestos de incomprensión y envidia, con antorchas en su noche fría y ya empieza a amanecer y el despertador me avisa que debo trabajar en febrero para llevar el pan a mis hijos.
(Yorgos Seferis)