lunes, 9 de septiembre de 2019

Parker y un pequeño objeto amarillo


Parker se sumergía en Ella como un Cousteau de provincias, buceaba entre sus muslos a pulmón libre, pura apnea, quid pro quo, las sábanas ondulaban como las aguas de un lago melancólico y gemir era lo que se esperaba, lo que exigía tamaño derroche de pasión no controlada, pura pulsión, si lo analizas (para analizar estaba Parker) esa es una dirección sin marcha atrás, sin regreso, diletantes en el arte de estate a lo que estás sin entrenamiento, afición transfigurada que a nada que te pongas a ello aprendes que quizás el amor está sobrevalorado y el sexo poco aprovechado, que se lo digan a Parker que como un albañil equilibrista levanta paredes de ternura y las sube, no a la vez, claro, pone ladrillo a ladrillo y después trepa sin agarres, impulsándose por instinto, apoyando los dedos y los labios, una cosa de circo sin leones ni payasos (o sí, según), añorando lo que fue, recolectando poemas para compensar ausencias, acunando un teléfono mudo como a un niño dormido, guardando las lágrimas en un frasco para sobrevivir en el desierto de no verse, no por ceguera, no por gusto propio, que sí, que no, este Parker es buen nadador. Y Ella más.

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