Parker y un pequeño objeto amarillo
Parker se sumergía en Ella como un Cousteau de
provincias, buceaba entre sus muslos a pulmón libre, pura apnea, quid pro quo,
las sábanas ondulaban como las aguas de un lago melancólico y gemir era lo que
se esperaba, lo que exigía tamaño derroche de pasión no controlada, pura pulsión,
si lo analizas (para analizar estaba Parker) esa es una dirección sin marcha
atrás, sin regreso, diletantes en el arte de estate a lo que estás sin
entrenamiento, afición transfigurada que a nada que te pongas a ello aprendes
que quizás el amor está sobrevalorado y el sexo poco aprovechado, que se lo
digan a Parker que como un albañil equilibrista levanta paredes de ternura y
las sube, no a la vez, claro, pone ladrillo a ladrillo y después trepa sin
agarres, impulsándose por instinto, apoyando los dedos y los labios, una cosa
de circo sin leones ni payasos (o sí, según), añorando lo que fue, recolectando
poemas para compensar ausencias, acunando un teléfono mudo como a un niño
dormido, guardando las lágrimas en un frasco para sobrevivir en el desierto de
no verse, no por ceguera, no por gusto propio, que sí, que no, este Parker es buen
nadador. Y Ella más.
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