No es cierto, dicen que bebo por ella, no les crean, apenas bebo. Cuando lo hago es por compromiso, pero apenas bebo. Y está mi trabajo, los clientes, las comidas de negocios. Pero no por ella.
Cierto que a veces me sienta mal, por el estómago, que lo tengo delicado. O puede ser por el tabaco, no me viene bien fumar en ayunas. Por eso tomo algo a las mañanas, para pasar el humo mientras pienso. Aunque apenas la recuerdo, se lo juro, apenas pienso ya en ella.
Es posible que algún día tome, como todos, cuando me siento solo, o triste, cuando ese gato me agarra las tripas. Lógico, de ahí sonrío, hago bromas, mis amigos dicen que soy gracioso, soy un líder con mis amigos; siempre me llaman, me invitan, les gusta mi carácter, mi ánimo en las reuniones, nunca me dejan solo, me acompañan de vuelta si algún día me tiemblan las piernas. Estoy fuerte, siempre he practicado deporte, mis piernas son de corredor de fondo. A veces no me soportan, es verdad, por el frío, las noches esperando bajo su ventana, la de ella. Que absurdo ¿no? Algunas noches me quedo frente a su casa, mirándola. No la llamo, no, ni siquiera la imagino, solo me quedo ahí, parado, mirando su ventana sin luz. No es tan extraño, ahí fui feliz, pero apenas pienso en ella, créanme.
No puedo ir explicándolo uno por uno pero les aseguro que no bebo, no, aunque hable de esta manera que no me entienden. Por eso lo escribo, para que quede claro, para que si algún día les dicen que me han visto dando tumbos sepan que es por eso de las piernas, lo del frío.
También lo de la violencia, no, no soy violento. Cierto que alguna vez me encaro con alguno, no lo niego. Es por la educación, no soporto la mala educación, no me gusta que me hablen con sonrisas. Qué se creen, qué saben ellos, no tiene ni idea quién he sido. Por eso me encaro, me defiendo más bien. Procuro no llegar a los puñetazos, ya no tengo aquellos brazos bravos. Es por envidia, por eso no me dejan entrar en algunos bares.
Los médicos no lo comprenden, no tiene ninguna relación el dolor en el centro del pecho con el dolor por ella, por su ausencia. A quién se le puede ocurrir semejante tontería, solo a un médico, no tienen ni idea, son dolores diferentes. Lo he explicado tantas veces. Uno es un dolor físico, me duele el cuerpo, el corazón, me pesa la osamenta, me arden las venas, me duele la garganta, me duele. El otro dolor es del alma –qué sabrán ellos- me duele el alma, como si tuviera dentro un hombre vestido de negro, mirándome, tanteándome lo que soy, juzgándome, preguntándome, lacerándome, llenándome de espejos oscuros, no veo nada, todo está negro, pero él ahí, ese hombre que me hiere, cada segundo, que me araña los hilos del sentimiento, que no me deja dormir, que no me deja vivir. Por eso a veces tomo una copa, solo una, me ayuda a olvidar a ese hombre. Y a ella, cuando bebo no me acuerdo de ella. Miento, también me acuerdo de ella, pero solo a partir de la siguiente copa. Entonces también recuerdo cuando era niño. Y a mi madre. Es posible que tome más, no mucho más, apenas otra, ahí todavía me doy cuenta de todo. Es cuando me quedo parado bajo la casa de ella. No grito, nunca grito, soy una persona correcta, por eso me enfado cuando me dicen algo, por eso me defiendo. Qué saben. Ella nunca sale, nunca se asoma a la ventana.
Hoy no me encuentro bien, la cabeza, he dormido poco. Tomé café después de la cena y me desvelé. El golpe de la cara es una caída, al médico no le gustará, tengo cita a las once. No voy a llamarla más por teléfono, lo prometo ¿Para qué? nunca descuelga el auricular. Una y otra vez me consuelo con esa voz grabada que dice que no está en casa, que deje el recado. Qué recado voy a dejar si tantas veces le he jurado que no bebo, que mi trabajo me obliga a estar con mucha gente, que todavía la quiero, que la quiero, que me deje volver, que me perdone, que no quise pegarla, que me perdone. Pero ella nunca contesta.
Solo esta y ya, ni una más, lo juro.