miércoles, 28 de febrero de 2018

De cuerdos




Cordura, el cronómetro se ha puesto en marcha, class, demencia, esa noche K se duerme serio y despierta convertido en un playmobil, la sonrisa pintada, un personaje que mueve brazos y piernas, no más, un muñeco de plástico en el fondo de una caja amarilla de juguetes en el altillo del armario de la niña que ahora clava agujas de hacer calceta en el cojín bordado a punto de cruz con una cara que tiene un aire al adusto rostro del adulto que se reflejó un instante en el espejo -pufff, respirar y F3- no el de ahora, no, Homer inconsciente comiendo donuts, aparcando su coche junto a la boca de riego, torpe hombre que ríe mientras bracea en un río de aguas verdes con sirenas que se inventa -pobrecito, si las viera, con las escamosas colas como espadas- géiser del último  día de febreo, fragor de enanos en fábricas subcutáneas de dolor de cabeza, martillos en las sienes, bichos parasitarios mordisqueando las terminaciones nerviosas, amigándose con virus y espías en mi ordenador tomado en el último asalto y el puma plus nos mira amenazador, un ápice faltó, un casi nada y el amor era esto, Schönberg y la belleza insoportable del anhelo llenando cada hueco del alma, un yo que era nosotros hasta el Ctrl.+Alt+Sup, todo se detiene, dream, dream, sueña conmigo, reina blanca, aquí nieva y el despertador se ha descompuesto, F1, ayuda. Ya es otro día. ¿No?



Philipp Fankhauser




martes, 27 de febrero de 2018

Un hombre que mira el mar.

The man that wanted to see the Sea by Alfredo Muñoz de Oliveira.


Miro el mar encrespado, con la confusión de la galerna dentro de mí.

El barco varado en el arrecife, la playa ciega que acoge mi naufragio, la tormenta que vuelve.

Las rocas reciben impasibles las  violentas olas, la rabia de la espuma, las enérgicas caricias de la marea.

Ven, ven, imagen sin calma de un ayer no vivido, que tus labios húmedos, de sal, me salven de esta zozobra, del disturbio.

Miro al hombre que mira el mar, a ese hombre que soy.

lunes, 26 de febrero de 2018

Quiero escribir un poema de invierno


Joe Goode (American, b. 1937), Ocean Blue Series #25, 1989.


Un poema,
quiero escribir un poema de invierno,
hablo y me invento este parlamento atropellado desde un mirar de gavilanes,
colgado cabeza abajo de un puente sobre un paisaje ciego y sentimental,
hablo y cuento para que no llenen mis palabras las arcas aburridas,
quiero escribir este poema pero los poetas están en conciliábulo,
reunidos en una esquina rimando y discutiendo,
me ignoran,
les pido una frase sobre la aurora,
sobre las lágrimas del pelícano,
sobre buques partiendo de muelles convertidos en alamedas,
ni me miran,
siguen buscando palabras como incendios,
frases estremecidas,
iluminadas,
propagándose en rumores,
consumándose en temblores,
placer de atrapar una mirada atenta,
retorciéndose las manos con suspiros,
los que busco,
una mirada en un habitación iluminada por velas,
ella recostada sobre la cama que ocupa el centro,
mi poema como algo que no es,
como algo que no sabré dibujar,
mi cabeza en un túnel,
al extremo de una canción griega que no entiendo,
que habla de caricias entre mujeres,
laguna sensual en una voz ronca y sin embargo clara como una cascada,
excitante brazo desnudo que levanta la sábana y descubre el mundo,
mi memoria se convierte en piedra,
se despiertan vientos de magnolias y jaulas,
mi poema no será nunca un poema hasta que me quite la venda de los ojos,
cuando me acerque a la verdad,
delicado como un acróbata,
como un equilibrista avanzando por el cable de acero de mi deseo,
un cuerpo insinuado a los puntos cardinales,
sin norte,
sin este,
sin oeste,
solo el sur de su sexo,
bebiéndome el rocío de sus muslos,
deslizándose mis dedos por el aire manchado de gemidos rojos,
ven,
me decían y quiero llevar el himno del hambre,
de mi ansiedad desde el cenit al nadir,
de mis manos acostumbradas a modelar la soledad de las noches sin ella,
de la agonía sin ella,
resbalando en estrellas que murieron hace siglos,
bordando amaneceres a su lado,
con cantos de pájaros desconocidos rompiendo la mañana,
con una espalda sudorosa acunada en mi pecho,
con nuestros destinos atrapados por cadenas,
nos impedían subir a respirar el aire sobre la tinta del mar de jibiones,
el mar de Elantxobe,
olas como tarjetas postales,
rincones bajo la roca donde no cae la lluvia,
barcos anclados,
marineros jugando al mus en la taberna de Ramón,
con sirenas pintadas en los brazos,
con blasfemias saliendo por las ventanas que dan al puerto,
peces hirviendo en la pleamar de la madrugada cuando todos duermen,
ella y yo amándonos en la habitación junto al frontón,
con cuadros de dirigibles alemanes y las velas consumiéndose,
la gramola con discos que compré en Florencia y tangos que canta Goyeneche,
cubrir su cuerpo con pañuelos de seda,
besar cada flor pintada en ellos,
acariciar su espalda,
sus cicatrices de amores perdidos,
invisibles tatuajes en el alma de los hombres que la hirieron,
mutaciones de exaltación,
besar sus pies de escamas,
lamer su cuello como un caballo excitado,
prisionero en su ombligo,
en el hueco de su nombre,
no sé cómo se llama,
digo ella y escribo este poema de invierno que nunca será,
que no es,
que no sé,
que perdí la voz en despedidas azules,
la verdad,
que decía verde y era verde y ahora digo aurora y llueve,
digo manzana y las palabras se rompen en jirones,
apenas sostenidas por bramantes dorados,
geografía de su boca que puedo dibujar en el aire con los ojos cerrados,
puedo coser las líneas de sus caderas,
el contorno de la isla donde busco náufragos excitados,
beber licores de frases y verterlas en su boca abierta,
ansiosa,
su lengua en mi lengua con alcohol,
ordenarle que abra las piernas,
frase ritual,
enérgica,
aprisionar su cuerpo pintado a lápiz,
tomar su rostro entre mis manos,
decirle altares y casullas,
palabras sucias y dientes mordiendo la blancura de sus hombros,
sus labios finos como una equivocación,
entrar en ella,
esclavo vertiginoso,
braceando en el cauce entre sus muslos que me atan y me atraen,
que me aprisionan con ternuras hasta que el deseo es tan intenso que deliro,
soy un animal ahíto de gemidos,
veo en ella una diosa,
la más alta criatura,
un milagro arrodillado,
que se tumba y me turba,
que se inclina,
que me succiona y besa,
que se vuelve doncel,
que se ofrece,
pide,
ruega,
exige,
otra vez,
aquí,
sin reposo,
que señala,
que dirige,
que toma mis sienes y me rompe la cabeza en tres pedazos,
que no me importa ya que lea este poema
que teja rayos de maldiciones sobre el recuerdo de mi garganta con su nombre atravesado,
nombre que he olvidado,
que he borrado de las paredes,
de los mármoles,
tiro una a una las columnas,
tiré el templo,
no miro atrás,
sobrina de Lot,
puedo ya sentarme en el sepulcro y pintarlos de plegarias a los vivos,
a los que corren conmigo en las riberas,
compañeros acuáticos,
nadadores de piscinas abiertas al recuerdo adolescente,
mi padre nunca venía a verme,
bañadores ceñidos,
me gustaba más el pliegue junto al ombligo que las marcas en cien metros,
el récord,
imán de cuerpos mojados,  
tablero de un ajedrez donde siempre gana la muerte,
esfuerzos inútiles por saber,
saltos desde un tablero que se borra y ya no hay reglas,
paracaidistas ametrallados antes de llegar al suelo,
pasillos con candelabros y camino descalzo junto a príncipes agrícolas,
labriegos sabios disfrazados de magos,
pensamientos colgados de un cuerno de la luna,
caer por un acantilado de rocas transparentes,
un cable que lleve electricidad hasta la arena,
entre caracolas y estampas de vírgenes mojadas por la pleamar,
regueros de sangre,
idiomas olvidados,
barcos hundidos frente a la isla,
ancianos desmemoriados,
digo poema y digo no puedo,
digo poema y digo cabalgata de frases 
como rosas blancas esparcidas en las cabelleras de vírgenes sacrificadas en el altar de la conveniencia,
huérfanas vendiendo cerillas en los portales de mi voz de hombre,
me besas ¿me quieres?,
no era eso,
no lo era,
alambres de dedos poco hábiles,
la hija de la panadera,
la sobrina de la portera del doce,
la hermana del gordo Juan,
golondrinas en llamas,
colchones en el cuarto de atrás,
boxeadores que murieron en África,
hermosura de las nostalgias arrastrándose como toros majestuosos después de la pica,
galopando como corceles con sudor en el lomo,
con espuma en los belfos,
con mi garganta herida de gritar en dialectos nuevos el nombre imposible,
el que he olvidado,
botellas de vino enfriándose en la ventana para cualquier celebración imprevista,
paraguas defendiéndonos del sol que no calienta,
cerebros girando en el ojo de un huracán,
un termómetro de mercurio en la axila,
enfermo por comer tantas cebollas,
todos los secretos guardados bajo la barba blanca que define al pastor herido junto al abrevadero,
vacas agitándose en el arroyo helado,
bueyes escépticos conversando con astrónomos,
los recuerdos atropellados en un almacén con las puertas descerrajadas,
fatiga en los párpados,
un planeta escribiendo nuestro destino,
perdiéndose después en los archivos del nigromante siniestro,
las amigas -las amigas de mis amigas no son mis amigas- echando sal en mis campos,
la enfermera amaestrando vendajes en el alma mientras el diluvio nos obliga a construir un arca nueva,
más grande,
inmensa,
no caben tantas emociones,
se ahogarán sin remedio,
no caben las monedas falsas,
los sentimientos equivocados,
los amores que no fueron y se pierden como estelas en el amanecer del abra,
paseos románticos junto al abismo,
aquel perro negro que nos impedía pasar,
no ladraba,
nos miraba con ojos de fuego y rencor,
una mirada siniestra como la de un diablo hirviendo entre cazadores extraviados,
pájaros con el pecho rojo
¿cómo escribir un poema?
¿cómo sacarlo de mi alma llena de preguntas?
mi poema imposible,
el que nunca escribiré,
abrir el silo de agravios,
rebaño de gacelas sensibles saltando entre las zarzas,
vendimia apresurada en las viñas de lo que era,
del orgasmo de anoche como un astro colgando en un cielo nuevo,
cosecha de ternuras,
lavar mis manos impuras en la mirada que perdona,
con jazmines en el balcón perfumando las noches de Bilbao,
explorador entre el campo de espigas de lo imposible,
recolectando un amor sin testigos,
ocultos,
escondidos,
tumbados entre la mesa y la ventana cerrada a los murmullos del patio,
a los ladridos del parque,
a los párpados de la mañana,
se me ha cerrado el pecho,
se me ha cerrado,
ha muerto mi poema,
ha muerto y son vanos los esfuerzos para insuflar vida a estos versos tristes,
suspiros y relámpagos,
aerolitos que dibujó en el cielo el dedo de un dios ahora dormido,
este poema es una fuga,
es huir sin testigos benevolentes,
correr hasta donde la tierra se acaba y comienza la nada,
ahora que acabo entiendo que esto es también una queja,
un ejercicio diestro con el bisturí,
una oración,
meses agitados que se posan en un tonel y respiran,
un agujero en el pecho,
una cuchillada en el vientre,
estar otra vez desnudo en el borde de un intento,
un rebaño de bocas hinchadas de besos,
un meteoro que se estrella en la pared,
ay,
la poesía estaba antes que este poema de invierno que no sé terminar,
que releo y veo que me quito la camisa y se me marcan los huesos,
no el alma,
que me pierdo en preciosismos y no digo,
que me miento,
que no grito,
que es un juego de luces,
un engaño,
un querer y no saber,
un artilugio,
un intento fallido con juguetes,
con mentiras que me creo de tanto repetirlas,
vaho en espejo,
cortinajes,
reflejos en el agua turbia,
impotencia,
carrera absurda,
pueril orgullo,
pavos reales,
laberinto de ideas contrapuestas,
soplar el candil,
que nada cambie,
refugiarme en lo que sé,
no asumir riesgos,
continuar sentado en lo cómodo,
dejar los cajones cerrados,
tener miedo,
en fin,
brujulear por no enfrentarme,
por no mirarme a los ojos y hasta aquí,
otro día,
otro,
el tiempo pasa,
quizás haga falta morir para estar vivo,
todo está dicho,
 ser o no ser
¿ves?
no hay nada nuevo,
se ha roto mi poema y no sé seguir,
se ha roto,
es hora de empezar el final,
aquí,
en la espera
¿de qué?
¿de quién? 
Quiero escribir un poema de invierno.

domingo, 25 de febrero de 2018

Tú que lees.




Tú que lees, es en este imaginario encuentro cuando debo sostenerte la mirada, verme en el fondo de tus ojos, regalarte o desafiarte, intentar metáforas de ciego, intentarlo de nuevo, meter algunos recuerdos en bolsas del plástico y dejarlas en los quicios de las casas del extrarradio,  de la ciudad nueva, fidelidad al amor primero, al tardío, a aquel entre estaciones, acento cordobés en primavera, lenguaje que chasquea en autobuses rojos, almas que en un baño eléctrico estaban sumergidas, múltiples actos amorosos, gozosos practicantes de la fiesta de los cuerpos hasta que el rinoceronte de existir nos fue arrollando, vivir eran los otros que nacían y morían, era el trabajo, conseguir un espacio para todos, los que estaban, los que iban a venir y el tiempo grazna entre los árboles que no nos dejan ver el bosque de la vida en la que los días se pliegan y despliegan, papiroflexia inversa, ingeniería para insertar las piezas del puzle, una a una hasta adivinar el paisaje oculto justo antes que la puta muerte de una patada a la mesa y en cámara lenta vuelen todas y no haya ya sino silencio, oh, tú que lees.

sábado, 24 de febrero de 2018

Boicot



Me boicoteo, no aprendo, me puede el ansia, subo/comparto aquí lo que escribo como única razón de permanencia y sin embargo se mueve, que  busco en mis ficheros de entonces y las músicas y músicos se ponen a cantar, los muertos y los vivos, un milagro, una competición, a ver quién desentierra mejor, con los dedos, con las uñas renegridas por el polvo del volcán, asombro del terreno baldío, del oh, de la indiferencia y el viento nos acariciaba  el vello de los brazos,  no salíamos del estupor cuando nos pedían el ticket para la siguiente pantalla ahí, con el game over rondándonos a cada suspiro, que los clanes son muy suyos, basta que te declares A para que los Z te apedreen, una lapidación soft, una mierda de heridas leves porque eso de la resurrección de la carne, la vida eterna, amén, no va con los del Sanedrín, solo cuenta la facturación, vendan, vendan, vendan, a este invento le falta una cerradura, agacharse con precaución y mirar para saber quién viene, qué ve, apología de la ceguera, conclusiones, envidia, comparación, qué se habrá/n creído, pues le pongo un cero de silencio y que le den que mis torrijas no tienen igual al sur del Misisipi, me refiero el río de las íes, con peces de fondo, un salvapantallas real, húmedo, que me da frío con este frío y nadie hablará de nosotros pasado mañana, como Unamuno, que  a la inmortalidad no se llega con el bachiller, hacen falta master de lucha libre, en el barro pero con educación, por favor, que le voy a dar una hostia en la cara si a usted le parece bien y te la da y te dice gracias enseñando un colmillo que brilla en esa oscuridad que se forma después que hay quién ya no sale, perdido en un desierto o algo así, como no se ve no se sabe dónde está uno, que no es lo mismo nadar en la piscina del barrio, del pueblo, lo conocido, tocar pared y volver que ahí en el proceloso mar con olas, ballenas, tiburones y esos peces tan graciosos que te hacen cosquillas en los dedos de los pies, otro negocio, temporal, hasta que un listo reinvente lo de vapear, ejemplo, un clásico, en eso del sexo también se han inventado sustituciones, algunas han triunfado por puro amor propio, o nadie quiere, o escolti, pagando, que puedo decirlo más claro, claro, pero como se entienda todo esto ya no tiene gracia y el gusto es mío, encantado, que “soy muy sincera, siempre digo mi verdad a la cara”, váyase a la mierda, sincera, métase su verdad por el culo. Y ya, hoy.

viernes, 23 de febrero de 2018

No es no.

Para G.
Ella siempre dice no, por principio, por hábito, obstinada, ausente.
Esta es la historia de toda una vida, de un amor duradero y no correspondido.
Desde niños, jugando al escondite, a pillar, a campo quemado, decía no. ¿Quieres jugar en mi equipo? No. ¿Quieres que nos escondamos juntos? No.
Ella todavía llevaba calcetines, le pedí una cita. No. ¿Quieres que salgamos a pasear por la alameda? No. ¿Quieres darme un beso? Noooo.
Pasaba el tiempo. Ella fue por un lado, yo por otro. A veces la veía del brazo de un robusto mozo, sonriente. Me moría de celos, de envidia. Siempre buscaba la ocasión de llamarle por teléfono. ¿Quieres que estudiemos juntos? No. ¿El domingo estarás sola? No.
Se casó, así, como lo digo. Con el robusto no, con otro, con un intelectual de gafas gruesas, bastante mayor, bajito, feo. Se me cayó el mundo encima. Quiero darte mi enhorabuena. No hace falta. ¿Podremos hablar algún día? No.
La vida siguió. Perdí su pista pero seguía en mi cabeza, confieso que no pude olvidarla. Me casé. Tuvimos un hijo. Vinieron los momentos malos, luego regulares, otra vez malos en lo económico, también. El matrimonio no lo soportó, nos separamos, cambié de ciudad.
No voy a contar los años siguientes, fueron duros. En mi pecho seguía conservando el recuerdo de aquella mujer que siempre me dijo no. Quizás por eso no podía olvidarla. Un día visitando una oficina, la encontré, trabajaba allí, estaba muy cambiada, al momento supe que aún la amaba Le pregunté: ¿me recuerdas? No-contestó -. Soy este hombre que siempre te ha amado. Le di todo tipo de detalles, de momentos presentidos. No caigo–dijo -. Aún así me contó que estaba divorciada, que su matrimonio no salió bien, que no tenía hijos, que vivía sola. Me envalentoné. ¿Quieres que tomemos un café? No–respondió -.
Sin desmayo seguí rondándola los siguientes años. Ella, también sin desmayo, dijo que no a todos mis requerimientos. ¿Quieres que vivamos juntos? No. ¿Quieres que hagamos el amor? Nooo.
Me jubilé, la verdad es que estaba aburrido de trabajar. Con tanto tiempo libre pensé más en ella, si cabe. Rondaba el portal de su trabajo, como un niño, como un viejo. Ni caso, ella no me hacía ni caso. Durante una temporada no pude verla, no iba a la oficina. Al cabo de unos días me enteré que estaba enferma. ¿Necesitas algo? No. ¿Te preparo un caldo? No.
Tengo 70 años, estoy con un ramo de flores entre los brazos. ¿Quieres que las deje aquí? Sé que ahí abajo, a dos metros de profundidad ella está pensando... No

jueves, 22 de febrero de 2018

Despidos


Dirk de Herder

El hombre, un animal mamífero

El hombre es un animal mamífero, como el resto de los mamíferos es un animal vertebrado, vivíparo y recién nacido se alimenta de leche materna. Además de estas características comunes, el hombre tiene otras que le diferencian de todos los mamíferos:
  • El hombre es el único animal que anda erguido. Su postura natural es la bípeda, es decir, se desplaza sobre dos piernas, y todo su cuerpo está modificado por esta condición.
  • El hombre es el único animal capaz de pensar y progresar. El desarrollo del encéfalo ha permitido a las personas realizar actividades inteligentes, reflexionar sobre ellas mismas y progresar.
  • El hombre es el único animal que posee un lenguaje. Con el lenguaje elabora mensajes de muy diferente complejidad con los que se comunica con sus semejantes.

Leo esto y no sé si estoy muy de acuerdo. Sobre todo en eso de “pensar y progresar”. Tampoco en lo de “elaborar mensajes de muy diferente complejidad”. En fin.

En cualquier caso soy un mamífero que aspira a inspirarse mientras chapotea en el afán de lograr en el lector ese momento en el que tiemblan las pupilas y en la garganta vibra algo como un suspiro de flores.

Me asomo a una ventana de peces y veo la luz que se refleja en el estanque donde se ahogó la música de café y a partir de ahí (ella lo entiende)…

Entre visitas, esperas en antesalas luminosas y otras actividades intento juntar estas cosas sin demasiado entusiasmo  mientras lo real, la bestia parda de la realidad pega dentelladas despiadadas.

Vuelvo a la oficina y nos dan la noticia del despido de un compañero, así, fulminante, improcedente. Desde la dirección nos lo comunican con ceremonia, con una retórica pasada de moda, pueril. Hijos de puta. Salgo del despacho y los teléfonos no paran de sonar. Nos informan de más despidos en otras delegaciones. Trabajadores ejemplares con años en la empresa, personas con familia, con obligaciones, con sueños, con futuro incierto a partir de ahora.

¿Qué hago aquí escribiendo?

Quizás es el momento de empezar a preparar la hoguera.   

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