Amber Hakim

domingo, 31 de enero de 2010

Desagradecido.


La heroica ciudad dormía la siesta. El viento Sur, caliente y perezoso, empujaba las nubes blanquecinas que se rasgaban al correr hacia el Norte. En las calles no había más ruido que el rumor estridente de los remolinos de polvo, trapos, pajas y papeles que iban de arroyo en arroyo, de acera en acera, de esquina en esquina revolando y persiguiéndose, como mariposas que se buscan y huyen y que el aire envuelve en sus pliegues invisibles. Cual turbas de pilluelos, aquellas migajas de la basura, aquellas sobras de todo se juntaban en un montón, parábanse como dormidas un momento y brincaban de nuevo sobresaltadas, dispersándose, trepando unas por las paredes hasta los cristales temblorosos de los faroles, otras hasta los carteles de papel mal pegado a las esquinas, y había pluma que llegaba a un tercer piso, y arenilla que se incrustaba para días, o para años, en la vidriera de un escaparate, agarrada a un plomo. (La Regenta -Leopoldo Alas «Clarín»)


…Te contesto. Mi vida, no, no soy una desagradecida, aplaudo, vaya que sí, aplaudo como una espectadora de las últimas filas, mira, estaba a punto de salir, si hasta tengo puesto el abrigo y el sombrero, está la noche fría, qué sabes tú de la noche, qué sabes tú de mí si tienes mi recuerdo con el regulador de tu cabeza en off. No me cuentes cuentos chinos que soy japonesa ¿no ves mis ojos rasgados?, ¿no ves mi color amarillo?, no ves nada, no tienes tiempo, estás encerrado entre las cuatro paredes de tu destino en lo universal, en el idilio constante con tu saber, con tu vocación por encima de todo, de todos, la inercia de los días te lleva sin espacios para otra cosa que no sea el cumplimiento del deber, almirante en un portaviones con los dedos en la sien, aguerrido luchador ninja contra la elección del corazón del trigo y los peces silenciosos. Ya.

Sé que ahora mismo no sabes de qué demonios hablo, otro absurdo discurso frente a tu ventana. Lo atribuyes a mi proverbial mal carácter, a las cajas destempladas, a las cajas pequeñas, al cajón de la inmadurez emocional donde estoy metida, Houdini femenina bajo las aguas heladas atada con las cadenas de mi ceguera, burbujas antes de ahogarme. A nadie le importa este disturbio entre tú y yo, pero no te soporto. Me tienes harta, nene.


Los que ahora escribimos conocemos nuestras limitaciones: sabemos que no aportamos ideas nuevas ni revolucionarias y que, además, en las obras de los grandes creadores se contiene casi toda la sabiduría; entonces, ¿por qué seguimos nombrando, si deberíamos guardar silencio? 

Si seguimos escribiendo es porque buscamos, como antes hicieron tantos otros, la palabra justa que nos aproxime a la sustancia de lo que ahora nos absorbe y preocupa.

E inútilmente seguimos intentando nombrar lo inefable a pesar de que, pegados como escamas a un pez, nos reconocemos producto de un tiempo, un espacio, una cultura y unos modos concretos de expresión.

Y aunque, como la gran mayoría de los humanos, no seamos revolucionarios en nuestras ideas ni en la forma de expresarnos, sentimos la necesidad de dejar plasmado lo que de nosotros surge; un imperativo que otros sintieron en otros momentos y que, para cumplirlo, utilizaron sus propios materiales y palabras. 

Y gracias a que la sustancia, el deseo y la necesidad son casi invariables a lo largo del tiempo, disfrutamos hoy de numerosos compañeros de viaje que, como nos recordaba Quevedo, nos permiten conversar con ellos y nos dejan escuchar sus ideas con nuestros ojos.

María Luisa Balda (en Luke)



sábado, 30 de enero de 2010

Historia.


Tan cruelmente joven y ya maduro,
me río hasta sangrar y lloro lágrimas de sangre
y abandonado de Dios y a Dios abandonado,
le escribo, Karina, y no sé si estoy vivo...

Jirí Orten


Uno vive los días como sabe y puede.
Trata de aprender de sus experiencias y de las ajenas.
Está con los otros como la única manera de conocerse a sí mismo.
Lee sobre esto y aquello, disfruta con la poesía, con la música, se llena de nombres que conducen a otros nombres.
A veces, una palabra es un camino, otras una barrera.
Un día se topa con la Historia.
Siempre la escriben los que ganaron.
Hasta que cambia porque ganan otros, derriban los monumentos anteriores, levantan nuevos, inventan pasados, batallas, triunfos, condecoran a generales.


Desde siempre me ha interesado conocer nuestra historia reciente, leo lo que puedo sobre la II Guerra Mundial, me horroriza y me apasiona, aprendo y entiendo un poco más lo que no se puede entender.

El pasado miércoles, en Auschwitz, Polonia, tuvo lugar una ceremonia para recordar que hace 65 años, el 27 de Enero de 1945, las tropas del Ejército Rojo de la desaparecida Unión Soviética liberaron a los prisioneros de ese campo de exterminio nazi, donde apenas quedaban 7.000 supervivientes enfermos y moribundos.



viernes, 29 de enero de 2010

Exilio.



La Basílica de la Virgen de los Arcos en Tricio, es el monumento religioso más antiguo de La Rioja. Su particularidad estriba en que fue edificado con materiales reutilizados procedentes de la antigua ciudad romana de Tritium Megallum, Tricio la Grande, que comprendía el Tricio actual, Nájera y otras localidades próximas.


El edificio posee estructura basilical con planta longitudinal de tres naves y cabecera cuadrangular, Data del siglo V y fue construido sobre un antiguo mausoleo romano del siglo III que ocupaba la zona del presbiterio o Cámara Santa.
En el interior, las naves laterales están separadas de la central por arquerías apoyadas en una columnata corintia formada por fragmentos de columnas pertenecientes a un edificio romano construido en el siglo I.
Los arcos son visigodos de fines del siglo VI, principios del VII en piedra toba, traída de la sierra. Salvo el primero de la arquería del lado del evangelio que responde al tipo romano y fue construido en piedra arenisca típica de la zona.
Por sus dimensiones, se trata de las columnas de mayor diámetro de toda España y debieron alcanzar los 20 m. de altura. En el siglo XVIII, el interior de la Basílica se cubrió por yeserías barrocas, donde todavía hoy se aprecia el escudo de la Orden de la Terraza.


En la zona de la cabecera, se conservan restos de las pinturas que originalmente decoraban la basílica. Se trata de pinturas románicas de finales del siglo XII, de estilo sencillo y tosco, que fueron repintadas sobre las originales paleocristianas del siglo V. Representan diversas escenas de la Pasión de Cristo, algunas de ellas fragmentadas.


En la parte inferior, se encuentra un zócalo con dibujos geométricos de finales del siglo XII de estilo mozárabe. También las solerías estuvieron decoradas; en las esquinas del muro este quedan teselas de un mosaico paleocristiano que debió cubrir la Cámara Santa.




Exilio, destierro, lejanía, nostalgia domesticada a golpes, escojo el silencio, ahora, no es otra opción, es una consecuencia, es el final, Finisterre, aquí termina el mundo, desde aquí se precipitan las aguas a lo eterno, a lo insondable. No.

Encógete de hombros, ya, no tienes ni idea, la senda silenciosa, sin alegría, deshabitada, es la única posibilidad, la vida ha terminado y el resto es nada, un sin sentido. Desconcertado aún, sin brújula, mirando a las estrellas como un perro perdido en una tierra vacía, sin gente a pesar de la gente, sin voces a pesar de la algarabía, sin otro aliciente que esta salida de tono, este exabrupto, un lamento sin herencia, este tirar el banco escaleras abajo, yo detrás, cualquier posibilidad despeñada por los días, los meses, los años y a pesar de todo todavía me duele, me duele, me duele. ¿Te has enterado? Pues eso.

Y sé que, a pesar de todo, esto es una confesión.



(Querido lector, no se llame a engaño, reitero eso de “cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia”. De verdad, créame, intento literatura de blog, cotidiana, fresca y divertida. Anda, ríase, a ver esa cara, ríase, así, ese es motivo de esta página, divertir. Un saludo. )



Me ha gustado esto de Camille : Amar una sombra.

jueves, 28 de enero de 2010

Olvido del mañana.

Anne Gray Harvey (Anne Sexton, 1928-1974), nació en Massachusetts en 1928. Se casó con Alfred Muller Sexton a los 19 años. Un año después de nacida su primera hija le diagnosticaron depresión post-parto, sufriendo su primer crisis mental e ingresando a un hospital neuropsiquiátrico. Regresaría allí varias veces, sobre todo luego de sus intentos de suicidio, que se agudizaron luego del nacimiento de su segunda hija. 

Fue su médico quien la apoyó para que desarrollara el interés en la poesía que había mostrado en la escuela secundaria. 

En el otoño de 1957 se inscribió en un taller de poesía en donde conocería a Sylvia Plath. Unidas en una relación con matices que lindaban entre la identificación mutua y la rivalidad poética, fueron influencias la una para la otra, llegando a competir en las clases por quien escribía el mejor poema.

En 1974, a pesar de su éxito como escritora –había ganado el Premio Pulitzer de poesía por su libro Live or Die- perdió su batalla contra la enfermedad mental.

Luego de almorzar con su mejor amiga, Sexton fue hasta el garage, encendió el motor de su auto y se suicidó con el monóxido de carbono.

Como Robert Lowell, Sylvia Plath, W. D. Snodgrass y otros llamados "poetas confesionales", Sexton ofrece al lector una mirada íntima de la angustia emocional que caracterizó su vida.
Hizo de la experiencia de ser mujer un tópico central en su poesía y a pesar de soportar críticas por hablar de temas como la menstruación, el aborto y la adicción a las drogas, es evidente que su talento como poeta trascendió cualquier controversia.


De “Poéticas”.

La balada de la masturbadora solitaria



Al final del asunto siempre es la muerte.
Ella es mi taller. Ojo resbaladizo,
fuera de la tribu de mí misma mi aliento
te echa en falta. Espanto
a los que están presentes. Estoy saciada.
De noche, sola, me caso con la cama.
Dedo a dedo, ahora es mía.
No está tan lejos. Es mi encuentro.
La taño como a una campana. Me detengo
en la glorieta donde solías montarla.
Me hiciste tuya sobre el edredón floreado.
De noche, sola, me caso con la cama.
Toma, por ejemplo, esta noche, amor mío,
en la que cada pareja mezcla
con un revolcón conjunto, debajo, arriba,
el abundante par en espuma y pluma,
hincándose y empujando, cabeza contra cabeza.
De noche, sola, me caso con la cama.
De esta forma escapo de mi cuerpo,
un milagro molesto, ¿Podría poner
en exhibición el mercado de los sueños?

Me despliego. Crucifico.
Mi pequeña ciruela, la llamabas.
De noche, sola, me caso con la cama.
Entonces llegó mi rival de ojos oscuros.
La dama acuática, irguiéndose en la playa,
un piano en la yema de los dedos, vergüenza
en los labios y una voz de flauta.
Entretanto, yo pasé a ser la escoba usada.
De noche, sola, me caso con la cama.
Ella te agarró como una mujer agarra
un vestido de saldo de un estante
y yo me rompí como se rompen una piedra.
Te devuelvo tus libros y tu caña de pescar.
El periódico de hoy dice que se han casado.
De noche, sola, me caso con la cama.
Muchachos y muchachas son uno esta noche.
Se desabotonan blusas. Se bajan cremalleras.
Se quitan zapatos. Apagan la luz.
Las brillantes criaturas están llenas de mentiras.
Se comen mutuamente. Están más que saciadas.
De noche, sola, me caso con la cama.

Anne Sexton




Saben aquel que dice que una vez, uno, se olvidó del mañana. Su ahora era tan intenso que ni tiempo tenía para pensar en futuros, como para hablar de previsiones. Se bañaba en la piscina del cielo en una adolescencia perpetua, impropia, cómoda excepto para el desafío del trampolín, para saltar al vacío de la realidad insumisa. Quizás las alas estaban pintadas, quizás en el espacio azul no había lugar para latidos fuera de la juventud, para madurez de Amor, la Palabra, Dios, Patria, Responsabilidad, no había lunes ni domingos, solo un largo día sin amaneceres ni ventanillas ante las que sellar pólizas y vuelva usted mañana. No existía el después, el hoy lo ocupaba todo, se enseñoreaba en la belleza de los cuerpos, en el calor del deseo y su satisfacción inmediata, en la acumulación de momentos creciendo, desbordando los límites de la garganta, el hígado, los recovecos del cerebro que apenas alcanzaba a intuir que detrás de todo solo había una huida. Por eso en un instante de luz entre dos nubes el hombrecillo que se sentaba a la derecha de su cabeza le susurró al oído: esto es así pero no es, será, pero no todavía. No es una disculpa, sonaba Led Zeppelin por lo que es posible que ni siquiera escuchara ese acertijo, al menos no modificó la hoja de ruta. El choque fue brutal, el calendario se enrabietó, le saltó a la cara, le mordió con la saña del espejo. Era viernes y el lunes estaba en relieve. Existía el dolor y aquel vehículo no tenía marcha atrás. Al entrar al hospital se encontró con que el mañana era pasado y perdió la noción de lo real, de lo irreal y del arco iris. El hombrecillo que se sentaba a la izquierda de su cabeza le gritó al oído: ¿ves? Te lo dije. Y lo que sigue es ya otro capítulo.





miércoles, 27 de enero de 2010

Cena

Una pena repta por su ombligo. Ayer
ayer me dijo oblicuamente amor mío y
hoy, hoy tengo que ser áspera con la memoria,
enlazar las manos con ansiedad, tomar cafés,
hacerme cueva o nimiedad.

(Concha García)


…como una gilipollas, antes de marcharse le preparaba la cena,
una tortilla de jamón y un ponche,
no fuera a ser que a esas horas su mujer estuviera dormida.

Y ahora esto.

Será hijo de puta…







Arnold Böcklin y sus cinco versiones de "La isla de la muerte"
Böcklin realizó cinco versiones ligeramente distintas del cuadro. Todas tienen en común que representan una figura vestida de blanco de pie junto a un ataúd en una barca que navega sobre oscuras aguas hacia una isla rocosa. Se interpreta que la figura es el barquero Caronte, aunque Böcklin nunca dio explicaciones sobre el significado de la pintura y ni siquiera le puso el título, que se debe a un marchante de arte. Bocklin empezó a pintar el cuadro en 1880, a petición de Marie Berna, una joven y noble viuda de Frankfurt, pero lo interrumpió dejándolo inacabado y se puso a trabajar en una segunda versión, modificando algunos detalles, la cual terminó y entregó a la señorita Berna y hoy está en el Metropolitan Museum neoyorquino. Bocklin retomó la primera versión hasta acabarla y en 1927 fue adquirida por el Kuntmuseum de Basilea.

En 1883 realiza una tercera versión para un galerista de arte llamado Fritz Gurlitt, la cual fue comprada por Adolf Hitler en 1993 y exhibida en el Reichtag. Este cuadro desapareció en 1945, tras la entrada de las tropas soviéticas en Berlín, y estuvo perdido varios años hasta su reaparición en 1979.

La cuarta versión fue realizada en 1884 por encargo de Victor Benary y en 1926 fue adquirida por el barón Von Thyssen. También se encontraba en Berlín y también desapareció al final de la guerra, pero esta no ha reaparecido y se da por destruida. Por último, Bocklin pintó una quinta versión en 1886 por encargo del Museum der Bildendeh Künste de Leipzig, donde sigue.

(Tomado de  The dark house)

martes, 26 de enero de 2010

Resaca de cumpleaños.


Luzbel, el ángel.


Y si la carne es Satanás
le amo.
Es el ángel más bello,
dueño de sí,
pues supo renunciar a su Dios.
Su rebeldía
la ejercita aún conmigo
y yo con él.
Es la noche la música
de las alturas.
El firmamento tiembla,
y en él nos penetramos.
Mi cuerpo, ya vencido
por la edad importuna,
se hace prado en el río,
atardecer suavísimo. Y él pace.
Y yo, como un torrente blanco,
entro en su juventud
eterna,
me hago bello e impuro
como Él.


( Francisco Brines)





Ayer fue mi cumpleaños, el día amaneció con nubes de tortugas, en el aire flotaba un olor de delfines. Mientras caminaba hacia mi trabajo de 0 y 1 se me apareció el ángel de la discordia. No era querubín, lo hubiera notado, pertenecía al género simbólico. Lo supe por la barba florida y por la boina que le daba un aire guerrillero, muy Guevara. Dada la proliferación de elementos celestiales por las calles, ansiosos por cubrir sus cuotas de eternidad, no presté atención a sus chists, chits. Además, entre que no veo bien y que estaba conectado a mi Iphone la verdad es que voy en el tranvía como un zombi. Insistió y me vi forzado a preguntarle eso de ¿are you talkin to me? Con gesto desganado dijo yes*, extendió las alas por encima de mi cabeza y comenzó el gesto de la bendición. Aterrado, esbocé un gesto defensivo, bendito por siempre, no, no quería cielos, no aún, quería seguir en este infierno, en el pecado permanente, en el mal.

Vengo por lo del pacto-dijo-**
¿Mande?- contesté, sin saber de qué hablaba.
¿Usted no es el que ha pactado con Lucifer? Lo de la eterna juventud y eso -dijo mientras me miraba de arriba abajo, no muy seguro al ver mi aspecto deteriorado.
Pues no, majo, estoy en trámites. Anda, que mira como tenéis los archivos ¿eh? –y me dio un gustazo decirle esto, tanto cielo, tanto cielo.
Perdone, hermano, siga, siga, con Dios – y desapareció entre unos nimbos.

Seguí, con música de Will Bernard y mis tías, siempre tan cariñosas, felicitándome una tras otra. También me llamó una novia que tuve en el asilo, a los 70, y Toñín, tan atento como de costumbre. Nadie más.

Computo a quién no me llamó, rencoroso como un jabalí rencoroso anoto a estos y aquellos mientras mis muñecos de vudú me miran con ojos de cristal. Pasan los barcos por mi ventana y por la chimenea entra el ulular de sus sirenas. Unos traen plátanos y otros cereal, aquel carguero carga y el gánguil limpia la Ría que con su habitual pereza me trae recuerdos de otras fechas parecidas, cuando espiábamos a las parejas que se amartelaban en los bancos del Campo de Volantín y los pescadores de angulas seguían el ritmo de las mareas desde la ribera, ávidos de capturas dentro y fuera del agua.

Esto no da para más y me enrosco en la conversación del sábado. Debo cambiar el programa, la estructura, el fondo, la forma, la sugestión, la envoltura, debo escribir otras cosas, sobre otros temas, dibujar en los márgenes y ser feliz. Sobre todo esto último.
En eso andamos, aunque el aroma de almendras, la circuncisión, la hondura de la soleá de la Macanita, el influjo de la Bella de A. y el índice del CO2 me tienen en un sin vivir. Vivamos.

¡¡¡Viva!!!




* Como es bien sabido, los ángeles solo hablan inglés y latín. Solo en algunas zonas del Edén se practica el euskera.

** Traduciré el diálogo no vaya a ser que alguien no sepa inglés. O euskera. Ya sé que todos mis lectores saben latín.

lunes, 25 de enero de 2010

Hombre pájaro con un pájaro en la mano (y ciento volando).

"La tarea de ablandar el ladrillo todos los días, la tarea de abrirse paso en la masa pegajosa que se proclama mundo, cada mañana topar con el paralelepípedo de nombre repugnante, con la satisfacción perruna de que todo esté en su sitio, la misma mujer al lado, los mismos zapatos, el mismo sabor de la misma pasta dentífrica, la misma tristeza de las casas de enfrente..." (Julio Cortázar.-."Manual de Instrucciones")


Teresa Salgueiro cantaba en el pórtico y desde sus labios se movilizó la ternura, trajo un río con peces luminosos y libélulas verdes que sorteaban los juncos de las orillas. Ahí empezó la cosa.

La vida caminaba sobre zancos amarillos entre geranios y azafrán. La suerte era un caballo trotando sobre una cinta sin fin delante de una sábana donde se proyectaban viejas películas de Hopalong Cassidy en cámara rápida.


Un día disfruté de la hermosura de la traición, tú no sabes querer y la puerta se cerró, me quedé en el quicio, sin apuro, sin tocar en la madera leve, en la aldaba de bronce, en el corazón que corría y justo entonces se puso a llover.

Hice un voto de tinieblas y lo seguí con obstinación. En aquella soledad aprendí, entre otras cosas, que las ecuaciones diferenciales tienen que ver con la evolución de las estrellas y con la meteorología.

Thomas Mann sostenía que el arte es moral cuando despierta la conciencia, así se lo planteé al hada envenenada, aquella que utilizaba una varita mágica estropeada, incapaz de convertirme en príncipe azul, continuidad en los parques y en mi estado de batracio.

Quizás soy un refitolero, no lo sé.
Sé que hoy, hoy mismo, es mi cumpleaños.
Qué cosas.

Mi primer recuerdo es el de un niño que caminaba de la mano de su tía Marina, bajando por las rampas de Uribitarte los gorriones volaban sobre los almacenes de grano cercanos al puerto.

Mi último recuerdo es este, tú sabes, que cumplo años aunque no quiera y que la vida corre y corre sobre zancos amarillos entre geranios y azafrán.

Tanta ambigüedad pretende ser un puente entre el caos literario y el orden que se supone debo tener por mi edad, dignidad y gobierno.

Es decir, lo de siempre.

Escribo sin saber lo que escribo. Luego, un día, me leo y sé. Es un milagro para un agnóstico que hizo los primeros viernes.

Mis abrazos y mi agradecimiento por estar ahí.

Me gusta esta música




domingo, 24 de enero de 2010

Herramienta

Hipogrifo violento
que corriste parejas con el viento,
¿dónde, rayo sin llama,
pájaro sin matiz, pez sin escama,
y bruto sin instinto
natural, al confuso laberinto
de esas desnudas peñas
te desbocas, te arrastras y despeñas?
Quédate en este monte,
donde tengan los brutos su Faetonte;
que yo, sin más camino
que el que me dan las leyes del destino,
ciega y desesperada
bajaré la cabeza enmarañada
de este monte eminente,
que arruga al sol el ceño de su frente.
Mal, Polonia, recibes
a un extranjero, pues con sangre escribes
su entrada en tus arenas,
y apenas llega, cuando llega a penas;
bien mi suerte lo dice;
más ¿dónde halló piedad un infelice?

(La vida es sueño.-. Calderón de la Barca)


He colocado una herramienta, invisible, en mi página.

Me da una información exhaustiva, cuantas personas entran, a qué hora, qué día de la semana, cuánto tiempo están, su edad, su sexo (al que pertenecen, no la calidad y cantidad de...bueno, eso), el color de sus ojos, el estado de su cuenta bancaria, muchas cosas.

Tenía curiosidad por saber la causa por la qué, los que vienen por esta esquina, escogen mi modesto blog.

Voy a la sección que me dice qué palabras o frases buscan los que se pierden por aquí.

Entre otras perlas leo: fotografías de hombres desnudos abrazados; zoofilia con pájaros; formulas químicas rímel sombra; todas las piratas picantes en gif animados; krismafilia; colegialas viciosas; amantes disponibles, etc.

Y sale mi blog.

No me invento nada.

Quizás la literatura no sea lo mío.

O hay mucho necesitado.

O yo qué sé.

Hoy al menos.

Hasta mañana.

Ah, he quitado esa herramienta, claro.


sábado, 23 de enero de 2010

Oscar Hahn

Ningún lugar está aquí o está ahí
Todo lugar es proyectado desde adentro
Todo lugar es superpuesto en el espacio


Ahora estoy echando un lugar para afuera
estoy tratando de ponerlo encima de ahí
encima del espacio donde no estás
a ver si de tanto hacer fuerza si de tanto hacer fuerza
te apareces ahí sonriente otra vez


Aparécete ahí aparécete sin miedo
y desde afuera avanza hacia aquí
y haz harta fuerza harta fuerza
a ver si yo me aparezco otra vez si aparezco otra vez
si reaparecemos los dos tomados de la mano
en el espacio
donde coinciden
todos nuestros lugares


Lo dice Oscar Hahn y estoy de acuerdo, me gusta su poema.

Del año pasado, entre tantos lugares en los que estuve, escojo estos tres:

• El restaurante Gaioso en La Coruña.



Aire de Sevilla , unos baños árabes (obviamente en la calle del Aire en Sevilla)*.




Fassbender- Rausch, una chocolatería en Berlín.





Son interesantes por diferentes causas, no me extenderé en ello.
Lo son, sobre todo por con quién estuve en ellos, por el momento concreto, mágico, en el que pasé por allí.



Como con todo lo que dejo en este blog, me pongo a disposición de quién quiera mayor información.



* En esa misma calle vivió Luis Cernuda y en la fachada de su casa hay un azulejo con un poema suyo que dice:

JARDÍN ANTIGUO

Ir de nuevo al jardín cerrado,
que tras los arcos de la tapia,
entre magnolios, limoneros,
guarda el encanto de las aguas.


Oír de nuevo en el silencio,
vivo de trinos y de hojas,
el susurro tibio del aire
donde las almas viejas flotan.


Ver otra vez el cielo hondo
a lo lejos, la torre esbelta
tal flor de luz sobre las palmas:
las cosas todas siempre bellas.


Sentir otra vez, como entonces,
la espina aguda del deseo,
mientras la juventud pasada
vuelve. Sueño de un dios sin tiempo.


(Luis Cernuda)


viernes, 22 de enero de 2010

Siete años.

Los muertos, con un fuego congelado que abrasa,
laten junto a los vivos de una manera terca.


(Miguel Hernández)


Hoy se cumplen siete años.
Escuché la noticia en la radio del coche.
Ocurrió un jueves en una calle cercana al despacho de G.
Pasé a unos metros del lugar del crimen.
Vi la sábana que cubría el cuerpo del juez, los familiares llorando, la policía, las luces azules de las furgonetas girando en silencio, la neblina de aquella mañana de enero.

Al llegar se lo conté a ella, impresionado.
Eso no impidió que en aquel frío e inhóspito cuarto que daba a un patio interior, como cada semana, amara a G con absoluta pasión.

Hoy, siete años después, apenas recuerdo a G.
Pero sí recuerdo el frío y aquel cuerpo sin vida cubierto por una sábana.





jueves, 21 de enero de 2010

Acuchillados.

Regresos.


La palabra que
cruzó el horror, ¿qué hace?
¿Pasa los campos del delirio
sin protección?
¿Se amansa? ¿Se pudre?
¿No quiere tener alma?
¿Ahora todavía, torturada y violada,
tiene figuras remotas
donde un niño de espanto calla?
La palabra
que vuelve del horror, ¿lo nombra
en el infierno de su inocencia?


(Juan Gelman)


Me cuentan historias para que las cuente. Algunas merecen la pena. Aunque dan pena. Si eres piadoso. Si no lo eres dan ganas de decírselo: eh, tío, esa es una historia muy triste ¿cómo quieres que cuente esto?
Se acercan a cuchicheármelas a la mesa del rincón donde me siento los jueves y sábados. Vienen vestidos de blanco y naranja, a veces de verde, serios, distantes, con sus ropas apretadas y sus andares de pato, hablan como patos.

Ayer mismo me contaron lo de Juan y lo de María.

Dicen que Juan era guarda de unas instalaciones deportivas, una especie de bedel. Daba la hora para el frontón, te alquilaba las toallas, te guardaba la bolsa. Abandonado. Su mujer desapareció un buen día. -lógico-. Grueso, amable, sudoroso, hasta en invierno. Su madre estaba siempre sentada a su lado, en la garita, como una sombra. Le decía:”tráeme un vaso de leche”, Juan dejaba todo y se lo llevaba. Un pobre hombre. Un buen hijo. Murió la madre, de pulmonía. Al día siguiente encontraron a Juan, desangrado en el cuarto de baño, se había acuchillado. Veinte veces. Qué resistencia. Pobre Juan.


Dicen también que María, la madre de Begoña, pasaba una mala temporada. Desde que murió su marido, no terminaba de levantar cabeza. Begoña y su novio procuraban animarla, los domingos la invitaban a comer pollo en un restaurante de las afueras. Ellos bebían cerveza y María les miraba desde sus ojos llenos de agua. El resto de los días, hablaban para distraerla y ella se enroscaba en su propia ausencia. Así pasaban los meses. Un domingo Begoña llamó a su madre por teléfono, al décimo beep comenzó a preocuparse. Se habrá dormido– quiso pensar. Al llegar frente a la puerta del piso de su madre, con la llave en la mano, supo que algo iba mal. Al entrar el mundo se detuvo, las paredes del pasillo estaban llenas de sangre, también la cocina. Dentro de la bañera el cuerpo de su madre yacía inmóvil, cubierto de profundas heridas. Con saña increíble, María se había quitado la vida con un cuchillo de cocina. Pobre Begoña, no puede superarlo.



 Estas historias me cuentan personas con andares de pato, que hablan como patos, vienen vestidos de blanco y naranja, a veces de verde. Son historias verdaderas, por eso no me gustan, me duelen. Prefiero inventarme las mías y saber que no, que esas cosas solo ocurren en mi imaginación. Pero la realidad, es tan, tan terca.



miércoles, 20 de enero de 2010

Tu voz (toma 2)



Tu voz me mata, me desarma, me inmoviliza, me abraza, un ratón entre las garras del búho, me seduce, me hipnotiza, pobre ardilla ante los ojos de una serpiente, me rompe como si estuviera atado a cuatro carros de mulas, abona las flores de mi esperanza, me excita, tanto; trae tus caderas a mis ávidos brazos, me hace soñar, me acaricia, me disturba, me gusta, me gusta tanto, abre mis ventanas de par en par y se cuelan por ellas el sol y las dos lunas de Marte, me hiere dulcemente la afilada daga de tu voz, me golpea con manos de seda, me agita, una a una caen gotas de acero líquido sobre mi frente, se desbordan ríos cálidos por el cuerpo; como dicen que ocurre el segundo antes de morir, pasan por mi cabeza cada una de las veces que nos hemos amado; se desbocan los potros de mi deseo, se pierden cabalgando por fértiles campos de alta hierba; se abre la puerta de la imaginación y escapan todos los pájaros amaestrados, los que me cantan por las mañanas, los que alegran mis noches, el gavilán de tu prudencia se los come, en el aire, sin tiempo para posarse; mi caballo de lujuria se encabrita y piafa, babea y emblanquece sus belfos, el elefante asiático de tu realismo tapona la calle y no tengo hueco por donde pasar, ni lugar donde hacer cabriolas; me lleno de ay, como un cantaor flamenco, me vuelvo Camarón, suenan guitarras en mis oídos, yo soy una guitarra que tañes con esa voz hoy tan musical, como un aria desde el balcón de Julieta, no tomes el veneno, como un canto de bellas sirenas posadas en la roca de tu habitación que tan bien conocía; tu voz evocando los años pasados, tu voz lejana, cruel, de aristas, voz de modelo de Versace; tu cuerpo desnudo ondulando sobre aquella cama, precisamente sobre aquella; voz de ángel exterminador, voz de rencores y reproches -no me llevaste, no me diste, no quisiste, no pudiste, no fuiste capaz, no, tú no, pobrecito mío-; voz de reina de oriente y occidente, voz que me ata y remata, que me empareda, que me llena de gatos negros, de tarántulas, de ecos de mundos olvidados, de noches recordadas, de días arriba y abajo junto a la casa nueva esperando tu llamada, de caminar por la cuerda floja de mi cordura, de mis más luminosos días, de los más sombríos, de mi éxtasis, de sentirme pequeño entre tus brazos, de sentirme gigante contigo entre los míos, de ser capaz de saltar desde la más alta torre sabiendo que extenderías tus alas para amortiguar mi caída, aviadora de mediana edad que atravesaste mis océanos, mis desiertos, geóloga que entraste a mis cuevas más recónditas, a las más profundas, que me llevaste de la mano a lugares de mi interior que desconocía, de los que jamás había hablado a nadie, ni siquiera a mi mismo; tu voz es como un suspiro de los dioses, una uña subiendo por mi espalda, un hálito de la eternidad, abrir la caja de los truenos, como la lluvia del sur que arrastra todo en torrenteras, como ese hielo en la carretera, patinan mis carruajes, chocan contra los taludes, mueren los conductores; tu voz me deja en la jaula y tira la llave al fondo del lago donde aparece, trémula, la airada señora de la venganza; tu voz me llena de moratones, de estigmas, de huecos en los muslos, de telegramas, de pensamientos blancos, de nubes de tormentas sobre el Abra, de pensar y pensar en ti cuando corro y te veo vestida de azul y sonrisas, olvido que tu puerta está llena de cerrojos. Tu voz de hoy, la de hace un rato, es la primavera que no llega, el frío de ayer junto al molino, mis jadeos cuando subía la cuesta, mi impotencia de rodillas frente a ti, dos veces, mis lágrimas, mi depresión, mis gritos bajo el puente cuando pasa el tren, mis quejas al cielo aunque están comunicando, mi lastimera queja que yo no, que nunca antes, orgulloso como un hidalgo, como un samurai, como un hombre pobre que no extiende la mano aunque se muera de hambre, como el que fue rico y duerme en los soportales, sobre cartones, sobre el colchón de recordarte sin remedio, irremediablemente atado como el mono que baila al son de un organillo melancólico que maneja un músico cruel, tú misma con barba y sombrero, tu voz me arrastra sobre brasas encendidas, me pone una capucha negra, me quema los ojos como a Strogoff, me da cinco tiros en el pecho, me ametralla, me envenena, tu voz envenena mi delirio, ay ¿qué me ha dado amarte? ¿qué me ocurre desde que te has ido? ¿qué embrujo es este? ¿qué va a ser de mi? sin ti. Tu voz.






martes, 19 de enero de 2010

Carta abierta a una mujer cerrada.

Subo hacia el segundo piso y me doy cuenta de que la tiniebla está untada a las paredes, carne de los muros, como si éstas fueran ella misma y yo pudiera transponerlo, como se horada la neblina y, de esa forma, atravesar todos los edificios del Centro, mirando sus vergüenzas y sus orgullos, sus amores y sus melancolías, sus crímenes y sus nacimientos. Necesidad imperiosa de que la tiniebla anciana explique, diga, cuenta cada historia, que resuenen en este silencio los estallidos y las voces poderosas, que se escuche el llanto de una mujer, las canciones de una serenata, la agonía de los viejos. Entonces comprendo que la principal vocación de primera tiniebla es la sugerencia. (Guillermo Samperio, Algo sobre las tinieblas.)


Te he escrito antes tantas cartas con toda mi alma que esta de hoy es una niñería, una pataleta, apenas un juego tonto, un apunte en los márgenes de nada, una travesura ridícula, un harakiri sin anestesia, un kikirikí de gallo desplumado y mojado en un gallinero sin gallinas, un brindis al sol, una chiquillada resentida solo para darte una vez más la razón, tú, la más lista, oh, alabada sea tu alma pura, tus altas miras, tu capacidad para decir no, nunca, y ser consecuente, tu valentía para desgarrarte el corazón con los dientes y dejarlo ahí, en la alambrada que divide, tú ahí y yo aquí, prohibido el paso, no hemos podido ser ni siquiera amigos y además es imposible. Buf.

Oh, Mujer sin niñez ni adolescencia, la adulta constante, desde que nació.
Mujer Jericó, te he rodeado tocando trompetas, nada.
Mujer Lugo, he roto mi frente contra tu muralla, nada.
Mujer Reina me he postrado de rodillas frente a las escaleras de tu palacio, la frente humillada, nada.
Mujer Obispo, he orado, me he dejado un cilicio en el alma, he puesto velas a todos los santos, vivos y muertos, nada.
Mujer ornitóloga, soy ese pájaro desplumado que no paraba de chocar contra tus cristales.
Mujer miope, soy esa sombra que ha optado por el silencio.
Mujer sorda, soy ese hombre que ya no gesticula al otro lado de tu mundo, no, no es una película muda, es que no hablo, esta película no la has visto.
Soy este hombre desarrapado y orgulloso que recoge los cartones de su propia entrega, ese que silba por otras calles, el que ha decidido cambiar de cara, de dientes, de ojos, de discurso y aquí estoy, en el reino del silencio. Sé que me escuchas.

He escrito a borbotones, con rabia.
¿A qué viene esto? –dirás-.
Me callo y tú no hablarás, ya, pon cara de no entender, enfádate, menea la cabeza, si ya lo sabías, tú lo sabes todo.

Sigo frente a tu ventana.








lunes, 18 de enero de 2010

Mirada alrededor.

Balada de la nota borrosa.

Si por causalidad
encuentras
esta nota borrosa,
que alguien
te lea lo que dice.
Hoy
sólo soy un hombre
vencido por la noche,
hoy
sólo soy un hombre
o algo así,
caminando borracho por la carretera.
Soy un extraño para cualquier extraño y eso es todo,
pero, si por casualidad encuentras
esta nota,
quiero que sepas
lo que dice:
no
he sabido
olvidarte.

(Manu Cáncer)


Ando rebuscando por aquí y por allá para escribir lo que no leo. Ojeo, absorbo, estudio, colecciono imágenes, me empapo, filtro voces, conversaciones, actitudes, emociones, dibujo, trabajo, me ilusiono, sufro, trazo líneas, mancho papeles con vino, con grasa, con lágrimas.

Esta obstinación debe tener un sentido, algo que se me escapa ahora, algo que no veo, incluida esta reiteración, este empeño en decirlo una y otra vez.

Sin embargo, es un empeño inútil, absurdo, equivocado –escribir, digo-, la vida está al otro lado de la calle y ahora hace frío y me llama la tentación, que no vive arriba sino al lado, y lo que quiero es salir al camino a buscar (me) de nuevo, a olvidarme de todos, purificarme en un río de realidades y andar sin detenerme ni mirar atrás.

Quisiera romper esta página, separar sus líneas a mordiscos, dinamitarla, cortarle las manos, liarme a puñetazos con las sombras, golpear la distancia, espantar las palabras por los prados de esta red inmensa y fría, sin alma, negra y miedosa, con nombres que no lo son, con absurdos alias que disfrazan y permiten decir lo que no decimos mirando a unos ojos vencidos por el desasosiego, el miedo, la necesidad de reposar la cabeza en un hombro amado.

Hoy no hay dulzura, no la tengo, tengo este amargo sabor de saber, esta certidumbre de que aquí está el pescado vendido, que este rincón se ha quedado pequeño, mínimo, lejano, que aquí hay trampa, son mentira los besos, las lágrimas, lo sagrado, es mentira el miedo y los deseos, solo es real la soledad y el tiempo escapándose por un agujero negro.

Hoy estamos vivos ¿y mañana? Es igual, nadie lo sabrá, somos muchos y de este post pasaremos al siguiente. Va, un aurresku de honor y abajo el telón, mañana –si estamos vivos- más.

Y mejor (espero)


No sé si esto ya lo he dicho antes.
¿Qué?
Eso no me lo dice usted en la calle.
¿Cómo?
(Y llegan a las manos)







domingo, 17 de enero de 2010

Final de Estambul.




El día a día deja Estambul perdido en un horizonte de sol poniente y minaretes, de pescadores sobre los puentes y gritos en el Gran Bazar (*). Nostalgia turca.

Salto a la rutina que alinea estos (estos) rincones en un proceso emocional selectivo en el que el contenido se pierde por el colorido del continente. Es decir, la frustración del que escribe frente al anonimato y el silencio del que lee –si lo hubiera- que a veces ve verde allí donde dejaste tres –presuntos- arco iris, ve ¡! donde hay un proceso que empieza en S y termina en Ay. Más o menos, no sé si...

Estos lamentos son cíclicos y se producen cuando hay una disminución del índice de curvatura que modifica el porcentaje de estímulos. Cierto que hay millones y millones de páginas y ombligos, que ir y venir es libre, cierto, pero ahora estamos tú y yo, mirándonos, ¿ves? esto de aquí es un corazón que fluctúa, tú sabes.




Escribir es sencillo. Sentir es un milagro. Transmitir los sentimientos es un privilegio. Exaltado, leo a Gamoneda.

Estoy desnudo ante el agua inmóvil. He dejado mi ropa en el
silencio de las últimas ramas.

Esto era el destino:
llegar al borde y tener miedo de la quietud del agua.





(*) Experiencia de bajar del Gran Bazar al Mercado de las Especias entre una marea de mujeres con gabardina hasta los pies, cubiertas sus cabezas con ajustados pañuelos, otras mujeres vestidas enteramente de negro, sus rostros tapados. Es tiempo de compras, cuando acabe enero esta calle estará vacía.

 

sábado, 16 de enero de 2010

Recuerdos turcos (3)



Dicen que finjo o miento
todo lo que escribo. No.
Yo simplemente siento
con la imaginación.
No uso el corazón.
Todo lo que sueño o vivo,
lo que me falla o termina,
es como una terraza

(Fernando Pessoa)


 
Detrás de la Colina de los Enamorados el sol se pierde en Asia y el barco cabecea por un Bósforo de medusas, sombríos camareros ofreciendo té de manzana en la cubierta y villas magníficas allá hasta donde la vista alcanza. Pasar bajo los puentes y atracar entre mil pescadores ensimismados. A este lado, arriba, la Mezquita Azul , al otro lado la torre Gálata. Caminar por calles imposibles sorteando coches y coches, ruidos, palacios, casas limpias, casas sucias. Detrás del ventanal de la habitación del hotel 17 millones de habitantes creando la música de un pueblo vivo.

Él recordaba otras músicas, otras terrazas al viento, otras sonrisas extendiéndose a los extremos de una playa desierta después de la lluvia. Las olas formando rebaños dispersos. La espuma acariciando el pico de las gaviotas. El grito de una niña saliendo del agua. Una cabeza casi sumergida a lo lejos. Quitarse la ropa y nadar hasta el cuerpo mecido por la resaca. Arrastrarlo a la orilla. Intentar reanimarlo durante horas. Palpar la vida ausente, ajena al soplo, al aliento de su boca. Perder en inútil lucha, tocar la tragedia indiferente a las lágrimas de los niños. Volver a casa con el sabor de la muerte en los labios, con frío y miedo, con la angustia de recordar aquel cadáver cubierto por toallas de colores.

La noche ardía en promesas repentinas y caballos verdes. Los jóvenes subían y bajaban las escaleras del Barrio Francés entre la tentación de la música que salía de los bares con terrazas minúsculas y velas alborotadas por la brisa del Mármara. También pasaban mujeres del brazo, con gabardinas abotonadas y pañuelos de flores cubriendo sus cabezas. Aquí sonaba la sorpresa de Guantanamera, allá Madonna, más abajo los Beatles revividos, a lo lejos Coldplay y los rótulos luminosos herían las fachadas con colores de alegría. Todas las lenguas formaban un armonioso babel y la sonrisa ensanchaba el final del sábado. Sobre las sábanas anaranjadas se extendía el amor.




viernes, 15 de enero de 2010

Recuerdos turcos (2)

Estambul.

Se han derribado
todas las casas con jardines traseros
para que los chicos que quieren salvarte
de entre los rascacielos
desatando tus manos
ligadas con maromas
de los puentes colgantes
no organicen una banda


Sunay Akim



Un mono con cuernos de ciervo, amenazador, se acercaba entre la floresta. Aquel sueño le despertó aún antes de que el almuédano invocase a Alá. Desde la ventana casi se podía tocar el minarete de la pequeña mezquita junto al hotel. Recordó que no había llamado a su padre para informarle del buen vuelo, para preguntarle cómo estaba. Lo haría a media mañana.

Pocas veces había viajado con su padre. Aquel sábado era especial, el lunes siguiente se iba de casa para más de un año, un trabajo fuera. Por eso era una excursión simbólica, importante. Conducía Juan y al doblar una curva se encontraron con una larga hilera de coches parados. Un accidente. Habían chocado dos camiones, uno de ellos transportaba vacas, el conductor estaba muerto, aplastado contra el volante, tenía los ojos abiertos. Las vacas, mareadas, habían huido por los prados. Cuando la policía reguló el tráfico siguieron hasta encontrar la carretera vecinal que llevaba al monte. Dejaron el coche y subieron por una empinada senda. Conserva el recuerdo de su padre abriendo la marcha, caminando a grandes zancadas, fuerte, enérgico, sonriente. Conserva una fotografía de los dos, tomados del hombro, erguidos contra el viento de la cima.

Luego siguió leyendo el capítulo de “La quinta mujer” que dejó a medias la noche anterior, era emocionante, le estaba gustando. Al de pocas páginas se quedó dormido. Le despertó la alarma del móvil. Se apresuró, a las nueve esperaba el autobús que le llevaría a Topkapi y a Santa Sofía. Estaba resultando un viaje muy intenso.




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