Quejica.
Hay una gran concentración de personas por metro cuadrado escribiendo para un solo lector (o lectora) en todo el continente.
Hay escritores (o lo que sea) sentados en la puerta de
los grandes almacenes con un gran cartel en el que imploran “léame”.
Hay demasiada gente escribiendo sin conciencia,
ignorando la tala de árboles, el fétido olor de las papeleras, el incremento
del déficit por el excesivo consumo de tinta, la importación de repuestos para
las impresoras, lo del ozono, que no se puede respirar en las ciudades con
tanto talento, con tanta absorción de oxígeno por cerebros humeantes, eso, que ya
no es como antes, nada.
¿Qué me dicen de los lectores?, aquella raza
extinguida, que le dabas tus memorias y te las devolvían con multitud de
párrafos subrayados, ¿viste? que te comentaban esto y aquello, ¿qué fue de
aquellos?
Escribir es un ejercicio arriesgado, muy, que se te
cae una idea de la cabeza y lo mismo se queda ahí, en mitad del párrafo,
expuesta, desnuda en su simplicidad pero no menos ignorada, vamos que como si te
dejas un riñón, una pena, un testículo, un y a mí qué me cuentas.
Esto lo escribo un lunes para el martes porque es lo
que hay y tampoco es cosa de romperse la cabeza ni de romperse nada, es un
juego y así lo tomamos. Me gustaba más el escondite (por ejemplo) pero son
otros tiempos. Estos.
Las fotos están para que alguien pregunte ¿quién es? o "qué colores más bonitos" o "ya no pones música"
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