Amber Hakim

jueves, 31 de octubre de 2013

Paz y recuerdos.

 “[...] estaba tendido desnudo y miraba el techo, la rubia acostada a mi lado, miraba igualmente el techo, y de buenas a primeras me levanté y saqué del florero una peonía y quitándole los pétalos, cubrí el vientre de la señorita, todo él, aquello era tan hermoso que me sorprendí y la señorita se levantaba y miraba también su propio vientre, pero las peonías se caían, así que la volví a acostar tiernamente, para que quedase tendida, y fui a coger un espejo colgado de una escarpia y lo puse de tal manera que la señorita pudiese ver qué hermoso era su vientre decorado con los pétalos de peonías, le dije que sería hermoso, que siempre que viniese y hubiera flores a mano, le cubriría la tripita con ellas, y ella dijo que esto aún no le había sucedido nunca, semejante honor a su belleza, y me dijo también que se había enamorado de mí por aquellas flores y yo le dije que sería hermoso que, cuando en Navidades cortase ramitas de abeto, le cubriese la tripita con aquellas ramitas, y ella dijo que sería más hermoso si le decorase el vientre con muérdago, pero que lo mejor de todo sería, y esto lo tenía que encargar, que hubiese un espejo colgado desde el techo justo sobre el canapé, para que nos viésemos acostados, sobre todo ella, para que pudiera contemplar qué hermosa es cuando está desnuda con la corona de flores en torno al conejito, corona de flores que variaría según las estaciones del año y las flores típicas de cada mes, qué hermoso sería cuando más adelante la cubriera con margaritas y lagrimitas de la Virgen María, crisantemos y dalias y también con hojas de colores otoñales… y entonces yo me levanté y la abracé y me sentía grande [...] comprendí que con dinero no sólo puede adquirirse una bella muchacha, sino que con dinero también es posible comprar poesía.” (Yo que he servido al rey de Inglaterra)  Bohumil Hrabal



Suenan canciones inglesas mientras escribo en el dialecto de los débiles (¡!), de los que quieren hablar de lo que sienten, los que quieren decir de esos brazos que les rodean el pecho emocionado, de un sentimiento que les agita, sacude, zarandea, les hace expulsar voces que empiezan en la glosa escrita a mano en el margen de una hoja en latín de “El becerro galicano”, condena de sensibilidad aprisionada entre música y libros, la mirada de los que amas, el débil sol en esta casa a oscuras, que no entre aún el frío del invierno, que no salga este momento de tiempo detenido.

Es un día sumergido bajo un plácido mar de paz y recuerdos.

miércoles, 30 de octubre de 2013

Erfahrung es fahrt.




Erfahrung es fahrt.
La experiencia es viaje.
Que dice Quignard que dice Staiger.
Y añade. 
Begreifen was uns ergreiff.
Atrapar lo que nos atrapa.

Me atrapa esta nueva experiencia de final de viaje, del viaje. He querido emprender otros, en vano, en el último fui demasiado lejos, tanto, los que pueda emprender ahora no soportan ya el más mínimo contraste. Ni siquiera llevo equipaje. Esta vez estoy sentado en un andén, por esta estación no pasan trenes. ¿De qué hablo? Hablo de emociones tan intensas que hieren, de amor, de vida, de lo fugaz, de la muerte.
Ayer alguien me dijo que teme la vejez, no me dijo cuándo estima que empieza la vejez. Conozco viejos jóvenes, conozco jóvenes viejos, conozco personas. Siamo diversi. Sentado en un restaurante chino en el Soho -budas orondos, dragones sonrientes- miro alrededor, personas diversas, diferentes razas, lenguas, culturas, todos comiendo, hablando, algarabía de bocas satisfechas, hambrientos turistas guardando rigurosa cola para cenar, fuera bailan jóvenes Hare Krishna, un mendigo saciado en un portal, condenado, cámara de los horrores, atravesamos el periodo de paz más largo en la historia de Europa, hemos pasado de la subsistencia a la opulencia, de qué comemos a dónde comemos, y de ahí la caída, dudar si comeremos, cuánto tiempo más, como vamos a sobrevivir, de dónde, ni siquiera sabes de qué hablo, tampoco yo lo sé, no he visto aviones bombardeando las ciudades, ni he revisado los bolsillos de los muertos, su boca en busca de dientes de oro, tampoco pasé bajo el arco de mármol, cerca del cadalso donde ajusticiaban en masa a no sé qué culpables de no sé qué crímenes, solo sé escribir incoherencias, sentimientos atropellados, nostalgias, ella, ella, repito como un loro en un columpio, ella con su andar de tortuga, ella con su mirada miope, yo con una sonrisa de antimonio dando vueltas al caldero de no decir nada excepto esta acumulación de disparates, debe ser el cambio de la hora, o el estrépito que va a empezar noviembre y nadie sabe como ha sido.




martes, 29 de octubre de 2013

Regreso.



Un viaje largo, monótono, pesado.

En el estrecho departamento del tren, Isabel peina su largo pelo blanco, lo recoge con horquillas mientras con disimulo, me mira. Sabe que estoy nervioso.

Llegamos al atardecer.

Es la misma estación desde donde partí hace ya más de cincuenta años.

Salimos a la ciudad. No recuerdo las calles, las casas, todo ha cambiado.

Mi hijo busca un taxi.

Sin soltarme de la mano, mi nieto más pequeño pregunta y pregunta.

En lo más profundo de mí recito el poema de mi vida.

Me vuelve a doler el pecho.



lunes, 28 de octubre de 2013

Portrait of Paul Schreber.



Al desnudarnos, mis ojos la vistieron de belleza, para siempre.



Y desde ese siempre, Squirrel miraba desde arriba, por encima de las nubes, como si estuviera en un avión que asciende, o que desciende, como se mira un plano con una lupa.

Se había convertido en el hombre liberado por Magritte de sus símbolos, Squirrel estaba dentro y fuera del tiempo de las cebollas, observándolo desde detrás del grueso cristal de la galería de los susurros, empapado en la tormenta que no amaina después que ella le negase los labios, de que un dedo implacable pulsara el interruptor de las emociones, off, ya no, se terminó, señoras y señores no dejen nada en los asientos que vamos a cerrar.

Cierto, la puerta se cerró, con suavidad, sin contraste con el silencio que siguió, ausencia, un paisaje blanco, o negro, el vacío,nada.
Eso.

Nada es seguro excepto el cambio.

Y desde entonces ni Mick Jagger, ni Squirrel, ni yo podemos conseguir Satisfaction.

Aunque aquí estoy, lleno de anzuelos.





domingo, 27 de octubre de 2013

Dilogía (3)


Son las seis de la mañana, continúo despierto quizás por el cambio de hora, me he comido el despertador, me doy cuenta que mañana estaré agotado por falta de sueño, me paro, muevo la cabeza, me compadezco de mi mismo con la ansiedad del amanecer y juego con seriedad, sonriendo pero respetando las normas, no pisar la raya, pisarla, borrar la raya, dibujarla, doblarla, llenarla de peonias, apretarla entre los dedos y ya, a la mierda las rayas, todas.

Canto mientras decido si clavaré estas elucubraciones en la puerta de madera de la ermita, pero sé que sí porque quiero que mis compañeros del astillero sepan hasta dónde puede llegar la marea del corazón y eso que llaman amor que ni siquiera entiendo si es esto o es luz en el agua sucia del pantano, si solo es una locura que dura demasiado tiempo -toda mi vida, toda su indiferencia- y todavía me quedan dos años de contrato para salir de aquí, prisión de la voluntad, de cielos rojos en continuo poniente y esto no dice nada y dice y mis poemas y cuentos pasan con pena, en silencio, avergonzados, mirando al suelo.

Esta fragancia dice que si hablo sobre mi próstata o sobre las alteraciones en mi cuenta corriente emocional alguien al otro lado del Río Grande abre su ventana y entona una melodía muda con subtítulos y comentarios como banderolas al viento. Coincidencia o circunstancia o quizás sea una cuestión de murallas alrededor del yo, de nubes atravesadas y atropelladas por los estorninos de esta primavera en octubre, o de planicies de La Rioja meciéndose en plácidos atardeceres de revistas de fotografía.

Debe ser un mal común, lo que le interesa (a ella) no me interesa y viceversa y la vida del hombre la mecen con cuentos y León Felipe se sabía todos los cuentos y estamos hasta el gorro (frigio y frígido) de que desde el gobierno, la oposición y desde los que aún no están, nos engañen con cuentos. Sin embargo anteayer, ayer, hoy, he contado esta cuento como una dilogía por si a alguien le puede interesar. Lo que tiene ser un iluso indocumentado  y febril.


Mañana más, algo se me ocurrirá (cada día se me ocurre menos, puede ser el invierno que llega o este dolor de estómago que no se me quita desde el jueves).

sábado, 26 de octubre de 2013

Dilogía (2)



Nada. Se va, vuelve, revuelve, me deja mensajes grabados en el contestador, dice que teme darme la mano, dice que teme que nos besemos, que nos desnudemos, dice que no, que nunca, que mejor estoy lejos, que soy un peligro para ella (¿?), que cada cosa tiene su tiempo y nosotros nunca lo hemos tenido. Puede decir lo que quiera, en mi interior no puedo sujetar esta avariciosa ternura que me deja ensimismado cuando estamos a solas, estas inmensas ganas de abrazarla y sentir su piel, de dejarme llevar por tanto sentimiento prisionero, soltarlo, llorárselo sin pudor sobre los hombros, decirle que no se puede querer tanto como yo la he querido y quiero, que no se puede sufrir tanto como yo he sufrido y sufro por ella (¿?), saber que ya no importa, que ni siquiera somos los mismos, que nunca hemos sido nada excepto una broma en las comidas de la empresa, cuando se escarba en los pasados no conocidos, en los futuros imposibles.

A pesar de todo, arriesgando tanto, me acerco a ella (¿?) sin remedio, de forma inconsciente, sin pudor, sin pensarlo casi, con una repetida sinceridad al contar, al abrir mi corazón, al quedar expuesto a su comprensión, a su compasión, a quién sabe qué sentimiento, seguro que contrario al que quiero buscar. Pero no sé qué quiero buscar, no sé qué fuerza me impide olvidarla, me obstino en escribir poemas sin remedio, sin rima, no sé por qué me empeño en verla, en equivocarme así, en no pensar en lo que es bueno para ella (¿?), ni siquiera sé porqué me tolera. Me paro y pienso que ya tengo edad para saber lo que debo y lo que no debo hacer, ya, inútil intento, pienso en ella (¿?) y las normas no existen, los límites siempre están más lejos y leo tantas veces las cartas que me escribe que la letra está borrosa, lo que dice me redime, lo que no dice me llena de tantos sueños que una explosión de imposibles me devuelve a la realidad y la realidad es aplastante, demoledora, está el aquí, el ahora y vivir no es escribir y todo esto no son más que palabras que no llevan a ninguna parte excepto al disturbio, a perturbar nuestra tranquilidad reciente, a que me mire como al bicho raro que siempre he sido para ella (¿?) si es que he sido algo. 

Sigo cautivo. (Saben que estoy escribiéndole, me vigilan, debo disimular, luego sigo)...

(sigue)

viernes, 25 de octubre de 2013

Dilogía (1)




Sin quererme embozar en el desánimo escucho los pájaros y el viento en la alameda, el camino está cortado por flores, a los lados hay estatuas de mármol en jaulas de colores.

Escribo yo y no otro y gozo y temo al cazador apostado en el brezo.

Llega carta de ella (¿?) y me desbarata, me arma, me desarma, desparrama mi entusiasmo en un cuadrilátero insoportable de sal, de lágrimas y desde hoy he claudicado, he traspasado el límite, estoy al otro lado y ya no entiendo nada, además sé que no se puede entender, siempre tengo la idea que es pasajero, pero no, persiste sin que pueda hacer nada por remediarlo.

La hierba se quema de lluvias y la vida es como la recordamos, su sonrisa -la de la fotografía en la pared- me mira, alegrándome. Pienso en ella (¿?) sabiendo que no debo hacerlo, me obstino en su sonrisa y el pecho se me llena de catedrales con las piedras ardiendo y menesterosos escondidos en la sombra de las cruces.

Escribo lo que no debo y aún así me grabo el óvalo de su cara, la pienso, la describo, su cara feliz, o lo parece, o estar con ella en una esquina puede ser tan mágico que puedo equivocarme y pintar de nostalgia lo que no es sino presente pero sé que no y la niña pertenece al pasado y queda la mujer que me mira, a la que no puedo tocar sin temor a que algo ocurra, a la que hasta su olor me atrae y me evoca recuerdos de los que no tengo constancia pero están ahí, cuando en el mundo no había un nosotros y su mirada y su halo y una alimaña detrás, escondida pero ahí, esperando que desfallezcamos para devorarnos y el cristal, también ahí, separándonos irremediablemente en este territorio de ríos azules, de otoños, de nostalgias heredadas, de arbustos negros, de olas sobrepasando la escollera del ayer, pataleo sobre el ayer, mecagüen el ayer. (Sigue)


jueves, 24 de octubre de 2013

Matiz político: No adicto.


Así el jardín es otra
imagen o rodeo, como al final de un súbito pasillo

la luz se abre y el balcón llamea,
ignorado hasta entonces; o más bien
la pausa entre relámpago y relámpago,
cuando en la oscuridad todo es espera
y de pronto llegó (¿pero era esto?).

-Pere Gimferrer-





Tampoco es que mi actividad en Facebook fuese como para echar cohetes, entraba, salía, tenía más de mil amigos del alma, no me enteraba de nada.

Desde hace un tiempo (X) me muevo más, tampoco de volverse loco pero más que antes, entro, salgo, tengo 164 amigos (quito a los/las que me quieren vender algo, sus libros, sus bordados, sus mentiras, su vacío, su miedo, sus bostezos), no me entero de nada.

Tanto insistir, indagar, mirar, remirar, preguntar, observar, cotejar, etcétera, estoy empezando a aprender varias cosas, que amanece cada día y si puedo compartir un cielo rojo (click) es más interesante que si comparto un ladrillo de los míos (glup), un poema de otros, una canción que me gustaba en el 68 (no había nacido casi nadie) o una tendencia política donde se te vea la oreja, incluso las dos. Solo me entero de mi propia ingenuidad.

Doy dos o tres vueltas más y si eso me bajo en la próxima ¿usted?


  

miércoles, 23 de octubre de 2013

Regreso.



Si no te quisiera tanto, o por eso, te haría el amor en los portales.





Regreso de Londres. 

Atravesamos un pueblo llamado Zheng Zhu, creo que el conductor del autobús se ha perdido. 

A los lados del camino polvoriento, entre la maleza, nos saludan sonrientes niños casi desnudos. 

Comienza a llover. 

Toso sin cesar. 

Alcanzo a ver un cartel, Cao Xueqin. 

Decididamente, en Heathrow he subido a un avión equivocado.




martes, 22 de octubre de 2013

Perros científicos.


Aguzamos el oído para escuchar tras las ventanas
los pasos que se acercan y que muy pocas veces
 se detienen en la cancela. Generalmente siguen, se diluyen lentamente, dejándonos esa tristeza que flota en las estaciones los domingos por la tarde. Cuanto más se alejan —digámoslo sin dramatismo— más nos vamos llenando de palabras. 

(Guillermo Pilía).



Sabemos que no hay regreso, una vez que se abandona el barco no hay regreso y en el crepúsculo las olas esparcen lo que era, los peces negros mastican las moléculas de una historia secreta qué de tan bella las transforma en musculosos tritones adolescentes nadando hacia lo profundo, ahí abajo, en el estómago del mar, entre tiburones ciegos y ancianas sirenas que lloran y hacen calceta bajo submarinas bombillas parpadeantes.

Arriba, en la superficie, a cámara lenta, sigue el naufragio, el estoico y obeso capitán en la proa, las barcas repletas de pasajeros asustados por las hélices que amenazan, atónitos, temblorosos, inútiles señales de petición de socorro, los mensajes en código Morse, un ángel en un tragaluz filmando la catástrofe para los informativos celestiales y ese pájaro con una rama de laurel en su pico volando entre las nubes de la tormenta hasta la mano cerrada de ella, su brazo lleno de gavilanes, su corazón en la punta del iceberg, su mirada cosida con puntadas de modistilla, su antigua pasión cortada en mil pedazos que el viento se va llevando por los muelles del amanecer o más allá, lejos. Un chaval pamposado encuentra uno de esos pedazos y se lo enseña a su madre qué, ahíta de aburridas tardes de parque y semillas de girasol, le pega en los dedos mientras grita - ¡Niño, no cojas porquerías del suelo!-

Y así, así dentro de la sombra quizás haya luz o simplemente este silencio sea la muerte y ella y yo ya no nos veamos nunca más y aún entonces esperaré el placebo de la resurrección de la carne, si la hubiera, y donde antes tenía una pierna esa blanca tibia me convence que no, que ya no y un perro muerde mi calavera, la  roe detrás de la tapia del cementerio cercano a su casa, la quinta, bostgarrena, antes se ha comido los veintiséis huesos de mi mano derecha.

No sé como escribiré a partir de ahora, que alguien me deje una mano.



lunes, 21 de octubre de 2013

Escritura que salda deudas


By natural piety

…Fue un llamear tan suave como sañudo: agudo
estilete del aire cuando en tu pubis trepo
por encontrar a tientas en botón que discrepo
de tu mano en saber palpar, y de mí dudo:
pues tan sólo tu mano sabrá darte el espasmo
ahora, como antes, al cabalgar, me pasmo
de que pueda una Venus convulsionarse así…

Pere Gimferrer


La boca se me ha llenado de sonidos, me asomo a la adolescencia y caigo en la madurez. Ves mi caída sin extender tus alas. Dices que ya no me parezco al que era. Ni falta que hace, pienso, por eso te escribo en equilibrio desde la frontera entre el ardor del equinoccio y la intemperie del desamor, desde un presente continuo, no hay futuro. Como un aprendiz del oficio del reencuentro junto fragmentos del vacío, llueven suspiros como puñales afilados, han caído las torres de la tierra oscura. Ya veo, la armadura me hace parecer ridículo.

Dama de la almena en la rutina de tu soledad, ya no sé, no sé si has pasado al otro lado de la línea, si estás en esa tierra de nadie del silencio, si vives un tiempo descorazonado en el que esquivas los dardos del sentimiento, si para no ser herida estás debajo de una manta escuchando música soft, eludiendo la refriega. No sé si preparas tu salida del territorio de los sueños o si simplemente no has tenido tiempo ni ganas de hacer otra cosa que hacer lo que has hecho. Recoge la ropa y las violetas, hoy viene el jardinero.

Entre tú y yo el amor estaba en vilo, no había mapas ni código de banderas, planos de las calles prohibidas, manuales de sombras caducadas. Al parecer empieza una nueva era, te ruego me avises si estás sentada en el centro de un círculo de tiza, con velas encendidas y señales de advertencia, con tus nalgas de nácar posadas sobre el azahar, con un cartel de vetado el paso, vete, tío. Dímelo, por favor, estoy en un limbo en el que no sé si voy o si vengo. Para colmo, todos los autobuses pasan llenos y he venido sin chaqueta.


(Los dos cuadros son de Carlos Saura Riaza)

domingo, 20 de octubre de 2013

Domingo a las tres de la tarde.


El amor es tan lógico:

Todas las contradicciones se vuelven condiciones

y las proposiciones llegan antes

que la lógica: Te quiero porque es así.


Henrik Nordbrandt.



Era domingo, exactamente las tres de la tarde, justo cuando me empezaba a doler el estómago pensando en el trabajo del lunes, preparar los informes para la semana, los objetivos, soportar a tantos incompetentes, a mis superiores, guardar los poemas debajo de la almohada, los sueños, besar a Julia, vestirnos, siempre me acompañaba hasta la estación de autobuses, seguía siendo domingo pero algo me decía que no, tantos kilómetros, un ahogo en el alma, la ropa planchada, el libro que apenas podía leer, Julia, su sonrisa, su ternura, tanto viaje para tan poco tiempo juntos, el amor sin pausas en aquellos momentos felices de los domingos. 



Después, cuando se enteró mi mujer y entramos en aquel triste periodo de pleitos y lloros, de por qué me has engañado y mis mentiras y su perdón y ya nunca fue lo mismo, no volví a ver más a Julia pero los domingos, a las tres de la tarde, aún me empieza a doler el estómago.


Comment T'Appelles-Tu Ce Matin ?



sábado, 19 de octubre de 2013

Rumor.


El error no subyace en la intención sino en el hecho

Dánzame. Es un día de curvas que se prolongan
al fragmentarse mi beso de saliva lluviosa
el trajín más artesano de la boca.

Concha García.



Estábamos preparando lo del homenaje cuando salió aquel rumor, que si tal, que si cual. José Luis dijo que él no participaba, Ángel empezó a poner pegas, después se fue uno de gafas que nadie sabía quién era y nos enfriamos.

Lo del rumor terminó siendo mentira, no había sido él, ni siquiera le conocían, qué ganas de hacer un daño gratuito.

El caso es que lo fuimos dejando para más adelante y al final no hicimos nada.

Se lo merecía, vaya si se lo merecía, el homenaje, nuestro recuerdo, nuestro agradecimiento, se portó muy bien con todos nosotros.

Ya han pasado diez años y todavía le recuerdo.

No sé por qué les hice caso.





viernes, 18 de octubre de 2013

Chino (2)



Siguiendo con lo de ayer, tuve una amiga (bueno, no la tuve, disfruté de su generosidad, creo que fue en otra vida, un miércoles) que no se reflejaba en un espejo. La última vez que nos amamos le sugerí que la postura treinta la intentásemos frente a un espejo, accedió, nos aplicamos al acto y, qué curioso, no se veía, ella estaba pero no estaba. Entre suspiro y suspiro decía que le daba vergüenza. Eso me hizo pensar (después del acto, claro, soy hombre, muy, no sé hacer dos cosas a la vez) que quizás esa vergüenza, es decir lo que venía de fábrica, el ADN, lo anterior a lo aprendido, lo incrustado después por una educación, lo adquirido forzosamente por tantos que nos enseñaron lo que sí y lo que no, es lo que da visibilidad a lo real. Veía a un capullo (yo) pero no veía lo sublime (ella). Los dos nos lo perdimos. Ser ciego no tiene nada que ver con ver. 

Compro bastón y cascabeles de segunda mano.



Y ahora bajo hasta la cloaca de la página, meto las manos en el agua sucia por si alguien ha perdido un anillo, un diente de oro o el estremecimiento en la piel cuando la brisa nos roza si en primavera estamos sentados a la sombra de una higuera. Escribir es intentar tocar con delicadeza el corazón del posible lector, o empujándolo bruscamente o tumbándolo en un salón de Versalles. Escribir también es abrir la puerta del espejo para que alguien salte a este lado, con candil o tanteando, con la cabeza alta y abierto a todo lo que pueda ocurrir (le). Este es un blog para valientes. 

Soy chino y no entiendo nada de lo que escribo. 西  




jueves, 17 de octubre de 2013

Chino (1)

Antes de la catástrofe está el orgullo, y antes de la caída, el espíritu altanero. (Proverbios 16:18)



Trepo hasta la punta de la página, oteo el horizonte por si alguien se ha dejado una caricia entre las olas del lenguaje. Escribir es pedalear cuesta abajo en una bicicleta sin frenos, es rebuscar en las papeleras del Tiertegarten mientras un chino y una china que se amartelan en un banco próximo me miran sin entender. 

Escribir es ser chino.

Dejo una bandera en un extremo del texto para delimitar dónde empieza la verdad y dónde termina la realidad. La verdad es un concepto variable. Escribir es ser variable. Se puede ser sublime, normal, mediocre, intermedio o un capullo. Ser sublime no está reñido con lo subliminal, de hecho solo está reñido con la mayoría, es muy suya la sublimidad. Ser un capullo está al alcance de cualquiera. La característica principal es la de no reconocerse en ese estado. Cuando me miro en un espejo pienso “mira, un capullo”, pero de inmediato comprendo que no soy yo. No sé si me explico bien, es decir, me miro pero no me veo, el que soy no es el que veo (un capullo) sino el que me siento (o sea, otro). Es lo que tiene mirarse.




miércoles, 16 de octubre de 2013

La tercera humillación.

"Soy una jarra llena de agua viva y agua muerta, basta que me incline un poco para que me rebosen los más bellos pensamientos, soy culto a pesar de mí mismo y ya no sé qué ideas son mías, surgidas propiamente de mí, y cuáles he adquirido leyendo, y es que durante estos treinta y cinco años me he amalgamado con el mundo que me rodea porque yo, cuando leo, de hecho no leo, sino que tomo una frase bella en el pico y la chupo como un caramelo, la sorbo como una copita de licor, la saboreo hasta que, como el alcohol, se disuelve en mí, la saboreo durante tanto tiempo que acaba no sólo penetrando mi cerebro y mi corazón, sino que circula por mis venas hasta las raíces mismas de los vasos sanguíneos."

Bohumil Hrabal
 (Una soledad demasiado ruidosa.)



…esperaba su paso sentado en la esquina extranjera, justo debajo de la farola, ridículo con aquel ramo de tulipanes entre los brazos, su primera humillación. Desahogaba la espera cantando algo de Beatles en un inglés inventado. Agotaba los minutos y mi paciencia hasta que las piernas se me quedaban rígidas y por dentro unos bichos impacientes murmuraban que hoy no vendrá, vete, qué haces aquí, ingenuo. Pero venía, siempre venía, me hacía un gesto y le seguía a cierta distancia como  un atribulado servidor de sus deseos para…

…no sé de quién era aquel ático, si lo alquilaba o pertenecía a su familia, estaba escasamente amueblado pero con las  paredes repletas de grabados de Doré, oscuros, temáticos, la Divina Comedia, el infierno, ángeles con espadas flamígeras, me daban miedo. Conectaba un pick up, escogía música, siempre Bach y sin mirarme me ordenaba, quítate la ropa, su segunda humillación y…

…el primer impulso era abrazarla pero me lo impedía con un gesto y decía, ya sabes, era el momento de hacer flexiones mientras ella me miraba y me insultaba y yo sentía que los bíceps se endurecían y me acaloraba y soportaba aquel castigo como un previo a una recompensa que no siempre se producía pero aquel día sí y su ven  era el comienzo…

…no sé cómo caí en aquel círculo asfixiante y erótico, quizás por eso..

¿Porqué me lo cuentas ahora?

Quiero ser sincero contigo, sigo viéndola, no con tanta frecuencia como entonces pero seguimos viéndonos de vez en cuando, ella está sola, tiene una edad y…

 Eres un estúpido, déjame en paz, estás enfermo, vete a la mierda.

Etcétera.








martes, 15 de octubre de 2013

Lo correcto.


 [...] sé, en la guerra
                                                                      tú, mi compañera

                                                           Safo, Himno a Afrodita




Te refieres a lo del bufón, claro, le vi llegar sin aliento, con luto y risas bajo el abrigo, la tarta sobre la mesa y la novia llorando en el cuarto de la plancha, sábanas dobladas, una de ellas manchada de carmín y lágrimas y mentiras y semen, vírgenes bañándose desnudas en el estanque detrás del almacén, las heridas secándose al sol de músicas en inglés, himnos que fueron de revolución y ahora suenan ridículos, antiguos, libertad y lucha y justicia y vaya usted a saber qué más y miramos sobre el hombro y nadie nos seguía, quién encenderá las antorchas que iluminen el miedo bajo las gárgolas, quién se esconderá entre el maíz, a quién besaré bajo la viña, olores nocturnos de un tiempo agotado, palabras de sábado para ella que está ciega fuera del espejo, que se hace las ingles brasileñas, se cambia la máscara y la sonrisa, hasta el tono de voz se cambia y ya no es ella, la que fue, mermelada de arándanos entre sus muslos en Tarragona, el desayuno inglés derramado en la cama de un hotel de Cambrils, recuerdo cada segundo incorrecto y apenas puedo mover la pierna, me duele, no sé cuánto tiempo más debo estar aquí, me han dicho que mañana me cambian el vendaje, veremos.   




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