Un poema,
quiero escribir un poema de invierno,
hablo y me invento este parlamento atropellado desde un mirar de gavilanes,
colgado cabeza abajo de un puente sobre un paisaje ciego y sentimental,
hablo y cuento para que no llenen mis palabras las arcas aburridas,
quiero escribir este poema pero los poetas están en conciliábulo,
reunidos en una esquina rimando y discutiendo,
no me hacen caso,
les pido una frase sobre la aurora,
sobre las lágrimas del pelícano,
sobre buques partiendo de muelles convertidos en alamedas,
ni me miran,
siguen buscando palabras como incendios,
frases estremecidas,
iluminadas,
propagándose en rumores,
consumándose en temblores,
placer de atrapar una mirada atenta,
retorciéndose las manos con suspiros,
los que busco,
una mirada en un habitación iluminada por velas,
ella recostada sobre la cama que ocupa el centro,
mi poema como algo que no es,
como algo que no sabré dibujar,
mi cabeza en un túnel,
al extremo de una canción griega que no entiendo,
que habla de caricias entre mujeres,
laguna sensual en una voz ronca y sin embargo clara como una cascada,
excitante brazo desnudo que levanta la sábana y descubre el mundo,
mi memoria se convierte en piedra,
se despiertan vientos de magnolias y jaulas,
mi poema no será nunca un poema hasta que no me quite la venda de los ojos y me acerque a la verdad,
delicado como un acróbata,
como un equilibrista avanzando por el cable de acero de mi deseo,
un cuerpo insinuado a los puntos cardinales,
sin norte,
sin este,
sin oeste,
solo el sur de su sexo,
bebiéndome el rocío de sus muslos,
deslizándose mis dedos por el aire manchado de gemidos rojos,
ven,
me decían y quiero llevar el himno del hambre,
de mi ansiedad desde el cenit al nadir,
de mis manos acostumbradas a modelar la soledad de las noches sin ella,
de la agonía sin ella,
resbalando en estrellas que murieron hace siglos,
bordando amaneceres a su lado,
con cantos de pájaros desconocidos rompiendo la mañana,
con una espalda sudorosa acunada en mi pecho,
con nuestros destinos atrapados por cadenas que nos impedían subir a respirar el aire sobre la tinta del mar de jibiones,
el mar de Elantxobe,
olas como tarjetas postales,
rincones bajo la roca donde no cae la lluvia,
barcos anclados,
marineros jugando al mus en la taberna de Ramón,
con sirenas pintadas en los brazos,
con blasfemias saliendo por las ventanas que dan al puerto,
peces hirviendo en la pleamar de la madrugada cuando todos duermen,
ella y yo amándonos en la habitación junto al frontón,
con cuadros de dirigibles alemanes y las velas consumiéndose,
la gramola con discos que compré en Florencia y tangos que canta Goyeneche,
cubrir su cuerpo con pañuelos de seda,
besar cada flor pintada en ellos,
acariciar su espalda,
sus cicatrices de amores perdidos,
invisibles tatuajes en el alma de los hombres que la hirieron,
mutaciones de exaltación,
besar sus pies de escamas,
lamer su cuello como un caballo excitado,
prisionero en su ombligo,
en el hueco de su nombre,
no sé cómo se llama,
digo ella y escribo este poema de invierno que nunca será,
que no es,
que no sé,
que perdí la voz en despedidas azules,
la verdad,
que decía verde y era verde y ahora digo aurora y llueve,
digo manzana y las palabras se rompen en jirones,
apenas sostenidas por bramantes dorados,
geografía de su boca que puedo dibujar en el aire con los ojos cerrados,
puedo coser las líneas de sus caderas como si fuera el contorno de la isla donde busco a Viernes,
beber licores de frases y verterlas en su boca abierta,
ansiosa,
su lengua en mi lengua con alcohol,
ordenarle que abra las piernas,
frase ritual,
enérgica,
aprisionar su cuerpo pintado a lápiz,
tomar su rostro entre mis manos,
decirle altares y casullas,
palabras sucias y dientes mordiendo la blancura de sus hombros,
sus labios finos como una equivocación,
entrar en ella,
esclavo vertiginoso,
braceando en el cauce entre sus muslos que me atan y me atraen,
que me aprisionan con ternuras hasta que el deseo es tan intenso que deliro,
soy un animal ahíto de gemidos,
veo en ella una diosa,
la más alta criatura,
un milagro arrodillado,
que se tumba y me turba,
que se inclina,
que me succiona y besa,
que se vuelve doncel,
que se ofrece,
pide,
ruega,
exige,
otra vez,
aquí,
sin reposo,
que señala,
que dirige,
que toma mis sienes y me rompe la cabeza en tres pedazos,
que no me importa ya que lea este poema
que teja rayos de maldiciones sobre el recuerdo de mi garganta con su nombre atravesado,
nombre que he olvidado,
que he borrado de las paredes,
de los mármoles,
tiro una a una las columnas,
tiré el templo,
no miro atrás,
sobrina de Lot,
puedo ya sentarme en el sepulcro y pintarlos de plegarias a los vivos,
a los que corren conmigo en las riberas,
compañeros acuáticos,
nadadores de piscinas abiertas al recuerdo adolescente,
mi padre nunca venía a verme,
bañadores ceñidos,
me gustaba más el pliegue junto al ombligo que las marcas en cien metros,
los record,
imán de cuerpos mojados,
tablero de un ajedrez donde siempre gana la muerte,
esfuerzos inútiles por saber,
saltos desde un tablero que se borra y ya no hay reglas,
paracaidistas ametrallados antes de llegar al suelo,
pasillos con candelabros y camino descalzo junto a príncipes agrícolas,
labriegos sabios disfrazados de magos,
pensamientos colgados de un cuerno de la luna,
caer por un acantilado de rocas transparentes,
un cable que lleve electricidad hasta la arena,
entre caracolas y estampas de vírgenes mojadas por la pleamar,
regueros de sangre,
idiomas olvidados,
barcos hundidos frente a la isla,
ancianos desmemoriados,
digo poema y digo no puedo,
digo poema y digo cabalgata de frases como rosas blancas esparcidas en las cabelleras de vírgenes sacrificadas en el altar de la conveniencia,
huérfanas vendiendo cerillas en los portales de mi voz de hombre,
me besas ¿me quieres?,
no era eso,
no lo era,
alambres de dedos poco hábiles,
la hija de la panadera,
la sobrina de la portera del doce,
la hermana del gordo Juan,
golondrinas en llamas,
colchones en el cuarto de atrás,
boxeadores que murieron en África,
hermosura de las nostalgias arrastrándose como toros majestuosos después de la pica,
galopando como corceles con sudor en el lomo,
con espuma en los belfos,
con mi garganta herida de gritar en dialectos nuevos el nombre imposible,
el que he olvidado,
botellas de vino enfriándose en la ventana para cualquier celebración imprevista,
paraguas defendiéndonos del sol que no calienta,
cerebros girando en el ojo de un huracán,
un termómetro de mercurio en la axila,
enfermo por comer tantas cebollas,
todos los secretos guardados bajo la barba blanca que define al pastor herido junto al abrevadero,
vacas agitándose en el arroyo helado,
bueyes escépticos conversando con astrónomos,
los recuerdos atropellados en un almacén con las puertas descerrajadas,
fatiga en los párpados,
un planeta escribiendo nuestro destino,
perdiéndose después en los archivos del nigromante siniestro,
las amigas -las amigas de mis amigas no son mis amigas- echando sal en mis campos,
la enfermera amaestrando vendajes en el alma mientras el diluvio nos obliga a construir un arca nueva,
más grande,
inmensa,
no caben tantas emociones,
se ahogarán sin remedio,
no caben las monedas falsas,
los sentimientos equivocados,
los amores que no fueron y se pierden como estelas en el amanecer del abra,
paseos románticos junto al abismo,
aquel perro negro que nos impedía pasar,
no ladraba,
nos miraba con ojos de fuego y rencor,
una mirada siniestra como la de un diablo hirviendo entre cazadores extraviados,
pájaros con el pecho rojo
¿cómo escribir un poema?
¿cómo sacarlo de mi alma llena de preguntas?
mi poema imposible,
el que nunca escribiré,
abrir el silo de agravios,
rebaño de gacelas sensibles saltando entre las zarzas,
vendimia apresurada en las viñas de lo que era,
del orgasmo de anoche como un astro colgando en un cielo nuevo,
cosecha de ternuras,
lavar mis manos impuras en la mirada que perdona,
con jazmines en el balcón perfumando las noches de Bilbao,
explorador entre el campo de espigas de lo imposible,
recolectando un amor sin testigos,
ocultos,
escondidos,
tumbados entre la mesa y la ventana cerrada a los murmullos del patio,
a los ladridos del parque,
a los párpados de la mañana,
se me ha cerrado el pecho,
se me ha cerrado,
ha muerto mi poema,
ha muerto y son vanos los esfuerzos para insuflar vida a estos versos tristes,
suspiros y relámpagos,
aerolitos que dibujó en el cielo el dedo de un dios ahora dormido,
este poema es una fuga,
es huir sin testigos benevolentes,
correr hasta donde la tierra se acaba y comienza la nada,
ahora que acabo entiendo que esto es también una queja,
un ejercicio diestro con el bisturí,
una oración,
meses agitados que se posan en un tonel y respiran,
un agujero en el pecho,
una cuchillada en el vientre,
estar otra vez desnudo en el borde de un intento,
un rebaño de bocas hinchadas de besos,
un meteoro que se estrella en la pared,
ay,
la poesía estaba antes que este poema de invierno que no sé terminar,
que releo y veo que me quito la camisa y se me marcan los huesos,
no el alma,
que me pierdo en preciosismos y no digo,
que me miento,
que no grito,
que es un juego de luces,
un engaño,
un querer y no saber,
un artilugio,
un intento fallido con juguetes,
con mentiras que me creo de tanto repetirlas,
vaho en espejo,
cortinajes,
reflejos en el agua turbia,
impotencia,
carrera absurda,
pueril orgullo,
pavos reales,
laberinto de ideas contrapuestas,
soplar el candil,
que nada cambie,
refugiarme en lo que sé,
no asumir riesgos,
continuar sentado en lo cómodo,
dejar los cajones cerrados,
tener miedo,
en fin,
brujulear por no enfrentarme,
por no mirarme a los ojos y hasta aquí,
otro día,
otro,
el tiempo pasa,
quizás haga falta morir para estar vivo,
todo está dicho,
ser o no ser
¿ves?
no hay nada nuevo,
se ha roto mi poema y no sé seguir,
se ha roto,
es hora de empezar el final,
aquí,
en la espera
¿de qué?
¿de quién?
Quiero escribir un poema de invierno.