domingo, 27 de diciembre de 2020

Niña sin brazos

 


Por inspiración de Isabel, a la que deseo toda la felicidad.


Me asomé a la ventana y sentada en un alfeizar vi a una niña sin brazos. Sonreía, ella. 

No recuerdo cuando fue, si ayer o en otro tiempo. Pensé: “pobre niña, no podrá abrazar a quién ama”.

Los días pasaron mientras ondulaba mis manos al paso de los trenes -los que jamás paraban- mientras de los árboles del jardín caían hojas amarillas y ella, otra, aquella, no volvía. Pensé: “pobre de mí, no puedo abrazar a quién amo”.

En este ir y venir de pensamientos volví a mirar por la ventana, la niña me sonreía y agitaba sus brazos. Me sorprendí al ver sus delicados dedos. Hablamos de balcón a balcón. Se llamaba Isabel y había venido volando desde una tierra verde de manzanas y peces, de montañas y genios escondidos entre las rocas.

Quiero lamer tus uñas –dije- y el nácar de tus dientes
“Ven, salta, sáltate”- contestó ella.

Medí la distancia, el muro del tiempo, el grosor de los cristales, la longitud de su risa, la lluvia de nostalgias que caía haciendo peligroso cualquier intento de asomar la cabeza al vacío sobre la calle que no cesaba de acumular bocas que gritaban, que llamaban, que decían cosas inconexas –cuchara, frío, oh, amarillo, crepitar, amabilidad, interferencia -. Me decidí por la cuerda, atada de ventana a ventana -¿dónde he leído esto?- con doble nudo marinero. Miré al cielo, me santigüé con la zurda y comencé el tanteo de equilibrista con los pies desnudos, la frente marchita y los ojos haciendo balancín sobre el hueco de las aceras que aplaudían el valor del miedo, el riesgo del volatinero, la audacia del inconsciente. Sudaba, sentía el salado sabor en la comisura de los labios, frío en los tobillos, advertía que a cada uno de mis pasos, Isabel y sus brazos estaba más lejos. Por eso salté, de cabeza, sin alas, girando en el aire en tirabuzones de trapecista herido, de pájaro escopeteado, de hombre lastrado por dolores de hombre.

Ahí quedé, sobre el asfalto, con los brazos en cruz, un hilo de sangre saliendo de la nariz torcida, una nube de espíritu Zweig, un hervor de meninges consumidas, la desilusión componiendo vendajes descompuestos. Caí, morí y a empezar de nuevo.

6 comments :

Tracy dijo...

Me ha conmovido este relato, no lo pensé al leer su título.

Recomenzar dijo...

bELLO TU RELATO UNA ENTRADA IMPECABLE ABRAZO

Moony-A media luz dijo...

Pobre niña que no podía abrazar a quien amara.
Pobre de ti que no podías abrazar a quien amabas.
Y al final, un hervor de meninges consumidas y a seguir.
No queda otra.
Un beso mañanero.

Pedro M. Martínez dijo...

Tracy, niña sin brazos, pues fíjate qué título. Hasta me da miedo a mí que lo he escrito. Pero, tranquila, no llegó la sangre al río. Saludos.

Pedro M. Martínez dijo...

RECOMENZAR muchas gracias, para una persona tan activa como tú que te pares aquí un raro es un elogio. Saludos.

Pedro M. Martínez dijo...

Moony-A media luz antes de la guerra, cuando a esta esquina venían los mercaderes, los viajeros y algún despistado, una visitante me envió una foto. Por la postura, con los brazos atrás, parecía que no los tenía. Para comprobarlo me fui hasta Asturias y sí, los tenía, los dos. Nos abrazamos, claro, como amigos y correligionarios, era muy maja y muy joven. Como yo no lo era (ninguna de las dos cosas) me volví a casa muy contento al comprobar que no tenía que hacer ninguna colecta para la ortopedia. Y esa es la historia. Como soy un culo inquieto la cambié y salió esto. Besos del día después.

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