M3
Escarbo bajo el musgo para
saber si aún están escondidos el anillo de plata y el relámpago, los ojos
abiertos de la niña que fue y la mariposa en el pelo de Gretel.
Si es que sí habrá merecido la
pena, si es que no, también.
Nado hacia el sur, me dejo
llevar por la corriente, el vendedor de cocos me ve pasar y sonríe, seguro que se pregunta quién será ese pálido extranjero
solitario.
No quiero llegar, el camino es
ir, el resto es un regreso, no quiero volver, voy.
El italiano flaco saldrá de
madrugada con fuel y panes, con una luz en la proa de la canoa, volverá con un
fardo, con dos. Nadie sabe, todo el mundo lo sabe, nadie habla de ello.
La cocinera lee un libro en el
que busca a Dios.
Al atardecer el matrimonio francés
vestirá de punta en blanco a sus cuatro hijos y descalzos pisarán la espuma del
Pacífico, recorrerán sus bordes justo hasta que el sol muera, volverán con
risas, con las mejillas enrojecidas de libertad y tortugas escondiéndose de las
gaviotas.
Amanece pasadas las seis, el
sol se oculta pronto, el resto es noche
cerrada con pájaros ciegos, perros solitarios y una única luz al extremo del
mundo, de ese mundo.
Estuve allí.
Y eso hace que me sienta muy
feliz.
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