Viaje de ida, viaje de vuelta.
Cruzo un desierto y su secreta desolación sin nombre.
(Valente)
(Valente)
Viaje
de ida con cifras a la espalda, sangre, sudor y lágrimas por carreteras que
corren por pueblos diminutos, montañas envueltas en membrillo de nubes,
escarcha de nombres, azucenas amansándose en la garganta, los recuerdos que
afloran, tímidos primero (el chalet ahora
abandonado, que nos metíamos en la cama el viernes por la noche y no nos
levantábamos ni para comer; las persianas de las ventanas que daban al camino,
cerradas; el culo empinado de E. cuando se asomaba para ver los peces rojos
tiritando en el cauce transparente del arroyo bajo la cocina; nuestros cuerpos
dándose calor; juegos desnudos; mi niña E. que dio vuelta a mi vida, que la
llenó de amarillos pétalos de diferencia, etcétera), el pantano
detenido, con juncos helados, pellizco de árboles blancos, frío en las orejas
aguzadas por el silencio, tanto olvido, aroma de nada, calma en mis manos
cóncavas que reciben cuchilladas de la nostalgia, creciendo (que tenía
MC tanta necesidad de amor que se entregaba sin medida a nuestra impaciencia;
que se perdía su caudal de Caperucita equívoca por bosques absurdos; que enfrentaba
mi razón y mi instinto; que nunca fue; que murió de forma trágica después de
una vida trágica; justo paso ahora por la casa donde nos vimos por última vez,
etcétera) soledad de campos con aves de paso acurrucadas en el vacío,
caseríos salpicados por las laderas, unas ovejas mudas, un caballo, un gato que
huye por los charcos, una bicicleta en un balcón, el coche del panadero, el
camión del butano, mi coche atravesando el ahora y el ayer, mi memoria
arrodillada (A, su padre desaparecido; su madre vestida de rencor;
ella y yo entrelazados en la torre, jadeantes mientras B nos miraba, excitada,
desde la puerta; la única vez que he amado sin deseo; que era un engaño aquella
pasión; que los dos queríamos otra cosa; que me sentía sucio, confundiéndola,
traicionándome; etcétera) la ermita destacando entre los pinos, suena
una campana que acaricia mis oídos como una hebra de luz, me duelen las
costillas de recordar, lástima de vida que corre tan rápido, que me deja atrás
en esta mañana brumosa que se mece por carreteras que había olvidado, por
nombres que me muerden como perros negros, que se me abren las heridas y
también fui ese, viaje de vuelta.
Todos los puertos son el mismo,
uno y el mismo,
donde cantan las brumas
y una ciudad se apaga y un estrecho,
sin que nunca sepamos
si vamos, si venimos
o si estaremos siempre.
uno y el mismo,
donde cantan las brumas
y una ciudad se apaga y un estrecho,
sin que nunca sepamos
si vamos, si venimos
o si estaremos siempre.
Andrés Trapiello.
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