Unica
Unica Zürn
(Alemania, 1916-1970) Escritora y pintora alemana nacida en Berlín. Compañera desde 1953 del pintor y escultor Hans Bellmer, un ser fascinado por el fetiche erótico, fue admirada por grandes artistas del surrealismo, entre ellos, Henri Michaux, André Breton, Man Ray, Hans Arp, Marcel Duchamp y Max Ernst. Su producción literaria se compone de dos únicas obras de corte autobiográfico, una novela corta, Primavera sombría y otra mucho más extensa, El hombre jazmín. Ambas se publicaron póstumamente en 1971. También escribió entre 1949 y 1955, algunos relatos breves para periódicos, reunidos en un libro titulado, El trapecio del destino y otros cuentos. Escritora maldita como Virginia Woolf o Sylvia Plath, nunca se convirtió, como ellas, en un mito, aunque algunos dicen que viajaba incesantemente al infierno y en él descubría respuestas que las dos primeras nunca habrían encontrado. A partir de 1957, ingresó varias veces en centros de recuperación para poder superar sus crisis de esquizofrenia, sobre todo tras aparecer desnuda y encadenada en la portada del número 4 de Surréalisme même (1957) en una fotografía de Hans Bellmer. Sus tratamientos y recaidas aumentaron hasta el año 1970, en el que decide poner fin a su vida arrojándose al vacío desde una ventana de su casa de París. © epdlp
Querida mía, en un tiempo de tu vida decías que no querías saber.
Ahora, hoy, sabes algo más e ignoras lo mismo que entonces.
Hay cosas que no sé si sabes.
Durante un tiempo viví en una jaula.
Tú -lo que tú eras para mí- me daba de comer, sin tú saberlo.
Ahora, hoy, camino por el borde de la ría, voy, vuelvo y ya utilizo la pala de pescado, las diversas cucharillas y soy capaz de limpiarme los labios con servilletas de hilo, de papel o con la bocamanga.
O sea, que he aprendido a comer solo. Aunque siempre he preferido comer en compañía. De hecho prefiero hacer casi todo en compañía.
También he aprendido a mirarte de otra forma.
Aún no sé, no tengo ni idea de casi nada, pero entiendo mejor las historias.
Por eso te miro desde varios kilómetros aunque –qué cosas- te veo como si estuvieras a mi lado. O yo en el tuyo, que por eso no vamos a discutir, ni por eso ni por nada.
Veo círculos, ideas circulares, unas cuantas, se repiten, van y vienen pero están ahí.
A veces te veo a ti en una jaula.
Tú misma te alimentas, una cosa extraña, sacas la mano entre los barrotes y te acercas el tenedor a la boca desde fuera. Con lo fácil que sería que comieras desde dentro, pero no, tú eres así, tuya, tú.
Claro, estas son divagaciones, ¿qué sabré yo?, pero miro la fotografía de Unica Zürn -¡qué guapa era!- y pienso estas cosas y otras y sigo sin saber nada pero entiendo, una luz aquí, tenue, de vela, y quisiera abrazarte, acariciarte el pelo y siento una ternura suave, un manto dulce de cariño y emociones sin nombre, tan ricas, soft, como una almohada de plumas mientras camino por el borde de todas las rías hasta que sé y tengo miedo, ahora sí, pobrecito mío (yo). Sé que lo que ocurre, es que todo va demasiado rápido y a este paso terminaremos sin saber nada. De nada.
O algo así.
Ahora, hoy, sabes algo más e ignoras lo mismo que entonces.
Hay cosas que no sé si sabes.
Durante un tiempo viví en una jaula.
Tú -lo que tú eras para mí- me daba de comer, sin tú saberlo.
Ahora, hoy, camino por el borde de la ría, voy, vuelvo y ya utilizo la pala de pescado, las diversas cucharillas y soy capaz de limpiarme los labios con servilletas de hilo, de papel o con la bocamanga.
O sea, que he aprendido a comer solo. Aunque siempre he preferido comer en compañía. De hecho prefiero hacer casi todo en compañía.
También he aprendido a mirarte de otra forma.
Aún no sé, no tengo ni idea de casi nada, pero entiendo mejor las historias.
Por eso te miro desde varios kilómetros aunque –qué cosas- te veo como si estuvieras a mi lado. O yo en el tuyo, que por eso no vamos a discutir, ni por eso ni por nada.
Veo círculos, ideas circulares, unas cuantas, se repiten, van y vienen pero están ahí.
A veces te veo a ti en una jaula.
Tú misma te alimentas, una cosa extraña, sacas la mano entre los barrotes y te acercas el tenedor a la boca desde fuera. Con lo fácil que sería que comieras desde dentro, pero no, tú eres así, tuya, tú.
Claro, estas son divagaciones, ¿qué sabré yo?, pero miro la fotografía de Unica Zürn -¡qué guapa era!- y pienso estas cosas y otras y sigo sin saber nada pero entiendo, una luz aquí, tenue, de vela, y quisiera abrazarte, acariciarte el pelo y siento una ternura suave, un manto dulce de cariño y emociones sin nombre, tan ricas, soft, como una almohada de plumas mientras camino por el borde de todas las rías hasta que sé y tengo miedo, ahora sí, pobrecito mío (yo). Sé que lo que ocurre, es que todo va demasiado rápido y a este paso terminaremos sin saber nada. De nada.
O algo así.
Primavera Sombría.
HAY un relato breve de la escritora alemana Unica Zürn (publicado recientemente por la editorial Siruela) que nos puede prestar una versión exacerbada de la Lolita enamorada de un hombre maduro. Se titula 'Primavera sombría' y narra, en una tercera persona telegráfica y poética, el despertar al «ansia de placer» de una niña que acaba siendo sometida por las fuerzas del mundo y la incapacidad para satisfacer el deseo que la convencerán de que el vacío es preferible a la existencia y el no-ser un ente reportador de más dicha que el ser. El relato es aparentemente autobiográfico, aunque eso carece de importancia más allá de su enérgica apuesta por una literatura testimonial y dolorosamente vaticinadora -porque el salto al vacío con que concluye 'Primavera sombría' adelanta el final de la autora del relato, que se suicidaría años después de escrito el cuento. Unica Zürn padeció diversas crisis esquizofrénicas que la mantuvieron asilada en distintos centros sanitarios. Fue amante de Hans Bellmer, artista que experimentó su sadismo con el masoquismo de la escritora, a la que fotografió en hirientes poses que hoy son parte de la Historia de la Vanguardia e ilustraciones explícitas para los analistas clínicos de las perturbaciones del deseo. Conoció a todos los grandes de las vanguardias de entreguerras, se enamoró de Henry Michaux, fue cómplice de Man Ray y de Max Ernst, escribió algunos cuentos que hay que contar entre lo más intenso que produjo el surrealismo literario.
'Primavera sombría' comienza con una declaración que ya dice mucho de los acontecimientos que van a tener lugar: Su padre es el primer hombre que ella conoce. El padre de la protagonista es un hombre ausente, sólo se hace presente para herir a la protagonista con una sensación de intensa extrañeza y perturbador deseo, y en cuanto éste hace aparición colocando a la protagonista en un laberinto de preguntas, la figura vuelve a desaparecer. Más adelante, la protagonista cree haberse enamorado de un chico un par de años mayor que ella, que le escribe una carta de cuatro palabras que ella tarda horas en leer, y contesta. Se produce un precioso intercambio de mensajes. Ella se hace la dormida. El le escribe: «Yo sé cómo podría despertarte». Es la bella durmiente y sabe que la respuesta que él va a darle es: «Te despertaría con un beso». Pero si la despertara con un beso todo habría acabado. El beso es el fin. Es lo que todos esperan. Pero ella quiere vivir permanentemente en la espera. Mucho después de escritas esas palabras Roland Barthes en sus 'Fragmentos para un discurso amoroso' lo repetirá: el enamorado es el que vive en la espera. La espera es la enseña del futuro, como el recuerdo es la del pasado y la acción la del presente. Quien elige la espera como enseña, elige el mandato de la ilusión y del sueño. Y es aquí donde cabe la frase de Jung según la cual la enfermedad mental no es otra cosa que un sueño hecho realidad.
El mundo de sueños y espera en el que vive la Lolita de 'Primavera sombría' choca frontalmente con una realidad cruenta y despiadada. Su iniciación sexual, marcada por esa espera en la que se siente al fin a salvo, la espera de la presencia de su padre, la espera del beso que la despierte (no quiere que se produzca, porque el beso pondría fin a la espera del beso, porque el despertar pondría fin al sueño en el que mora y se siente segura) está tachonada de imágenes masoquistas. Un perro le lame el sexo y ella se representa la lengua del animal como un cuchillo; mientras llega al orgasmo ella imagina a un hombre que le corta el cuello. Pero es un masoquismo controlado por la fantasía: cuando su hermano la ataca, el dolor no se acompaña del mismo placer que otras veces la arrebata.
La última estación de esa espera se produce cuando conoce en unos baños a un hombre maduro y atractivo del que se enamora ipso-facto. Lo que siente por esa figura, nos dice la narradora, no lo ha sentido nunca antes. El amor le rebosa porque ella es muy pequeña para contener ese sentimiento, nos dice la narradora. Esto es: la niña se convierte en recipiente insuficiente de un elemento tan caudaloso que acaba supliendo la propia identidad de quien ama, pues le muestra su insuficiencia y a la vez lo declara culpable por no tener la capacidad suficiente para contener lo que recibe. El anhelo se convierte en culpa y la culpa, atrofiada por la propia fantasía de quien se muestra a sí mismo como enfermo, transforma a quien ama en una víctima que se echa la culpas a sí misma para sacrificarse. El afán de sacrificio es aquí desorbitado, porque llega al acto supremo de negación del 'yo', el suicidio. La imagen final del relato no puede ser más perturbadora: estampada contra el suelo real que le ha robado definitivamente la existencia, el cuerpo de la niña sigue expuesto a la realidad: el perro es el primero que ve el cadáver, acude a él, mete la cabeza entre sus piernas y empieza a lamer, pero al ver que la niña no reacciona, abandona su tarea, se tiende junto a ella y empieza a sollozar.
Poco antes de suicidarse, Unica Zurn se preguntaba si su pasión por lo extraordinario era la culpable de que su enfermedad se presentara una y otra vez, invencible, y si sus crisis esquizoides no eran una especie de válvula de escape que le permitían escapar del tedio de vivir. Se rebelaba así contra la idea existencialista de que es, precisamente, el tedio disuelto en el líquido amniótico del vacío de existir, el que era capaz de oponer una razón de insistencia ante la angustia que provoca ese vacío. Ese tedio, estudiado por Heidegger, como uno de los motores del ser, se erige en enemigo principal de lo que bien pudiéramos llamar las existencias heroicas, aquellas que no pueden comulgar con la idea de que la vida se nos marche en el mero vivir, sino que han de indagar en éste para convertirlo en una aventura excepcional, porque sólo en lo excepcional acontece algo que merezca el nombre de vida. La congestionada infancia que se nos ofrece en 'Primavera sombría', presenta a una criatura que aprende pronto que no va a saber coleccionar excepciones suficientes como para que le merezca la pena la suma de padecimientos y tedios de que se compondrá su biografía. Su derrota, representada en la figura del varón apuesto del que se enamora y al que sabe inalcanzable, queda fijada por su incapacidad para aceptar las reglas de lo real.
Hay un momento francamente impresionante en el relato de la pasión que se desarrolla en el interior de la muchacha por el hombre maduro. Este le regala una fotografía suya. Para ella es un tesoro impagable. Primero la protege y la convierte en una fortificación. Pero luego se da cuenta de que si alguien la descubriera, la debilitaría hasta hundirla, sería compartir, revelar lo mejor de sí misma para que fuera convertido en comentario de los otros, en algo real, es decir, infame. Así que hace pedazos la fotografía y se la come. No sólo es un acto de amor: es un acto religioso, de santificación del amado mediante el cual, a la vez que la niña se hace uno con él, renuncia para siempre a la posibilidad de que alguna vez sea alcanzado. No puede ser real porque eso lo convertiría en infame. ¿Qué es lo real? ¿Qué persigue quien ama? Su certidumbre de que el beso es el final de una aventura, fija el territorio de ésta en los páramos sin límite de la imaginación, donde se siente segura, donde el mundo no puede incordiarla. Por eso se siente feliz cuando espera, por eso aborta su existencia: ha vivido lo poco que ha vivido en un futuro que repentinamente se le ha aparecido como irreal, como falacia, y a él se dirige, y a él entrega su vida ahora que sabe que es mentira.
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