martes, 8 de abril de 2014

Boca del cielo



Uno escucha Chiapas, que le digo, y se le viene a la cabeza, no sé una vaga mezcla de lejanía y peligro, algo irreal, un lugar lejano al que no iría ni atado, vamos, que absurdo, Chiapas, ni en sueños, que miedo, con las cosas que se oyen y leen de ahí, hay muertos, es un lugar pobre, que no.

Resulta que mi hija se vino a México con dos amigas de siempre a visitar a dos muchachos que andaban por acá de cooperantes, un médico loco y un batería con muchas otras habilidades, empezando por la integridad y siguiendo por el ingenio. Los dos buena gente, idealistas, le dicen.



Un día abrí mi gmail y ahí estaban mi hija y sus dos amigas en una fotografía que parecía un cuadro del Paraíso Terrenal ateo, sin serpiente ni dios furioso. En aquel tiempo uno andaba en sus problemas de trabajo, sus preocupaciones, presiones, su cifra de ventas, que les cuento pero, ah, lo que son las cosas, en ese lugar que todos tenemos ahí atrás, subconsciente le llaman, creo, se quedo fijada esa imagen, ese lugar, ahí quiero ir yo, pensé sin saber que lo pensaba.

Cuando regreso a casa, mi hija nos contó su viaje entero, y el lugar de la foto, Boca del Cielo, un nombre poético, quizás cursi, excesivo, un sitio increíble, te gustaría, papa.

Ahí quedo la cosa.

Pero no.



Por cuestiones que no vienen al caso me vine a México DF, una ciudad inmensa y agobiante en la que te sientes chico pero que te atrapa.

Con un amigo tuve la oportunidad durante varios días de visitar Oaxaca, sus alrededores, sus pirámides, sus ruinas, Hiervelagua, el árbol más grueso del mundo, las fábricas de mezcal, las cooperativas de artesanos. Disfrute de su comida y de la alegría de sus gentes. 

Mi amigo se volvió a DF y yo seguí el viaje solo.

Estás loco, México es muy peligroso, donde vas tú solo, te puede pasar cualquier cosa.

Claro, me tenía que pasar una cosa, tenía que conocer Chiapas.



Es muy sencillo, usted se sube a un camión de línea, se hace 700 kilómetros de noche y llega, supongamos, a San Cristóbal de las Casas. Usted se baja del autobús y sabe que está en otra dimensión de su vida, que lo que conocía ya no le vale, que ha pasado una puerta. Usted es un hombre de mundo que ha viajado ya acá y allá pero nunca había estado aquí y sabe que debe aprender a caminar, a ver, a escuchar, a sentir, a renunciar a entender y a dejarse llevar por lo que traiga cada instante.

No exagero.

Chiapas es muy grande, tiene tanto por ver, Palenque, selvas, San Juan de Chamula, montañas gigantes, Aguas Azules, las cascadas, me dejo mucho, es una tierra de tantos contrastes, tan mágica que no se describirla, estoy dentro del embrujo, anonadado, inmerso en su fuerza.

No se me olvida, Boca del Cielo.

Me dio una mezcla de pereza y miedo. Casi cinco horas para llegar a Tonalá, tomar un taxi hasta el taxi comunal, llegar al pasaje, contratar un barquero, buscar la palapa de Blas, allí, la de la foto, solo esa.

Un sueño, que quieren, la vida del hombre la mecen los sueños.

Y lo hice, me vine, cumplí los trámites.



Boca del Cielo es una isla, en la proa de la barcaza, sujetando bien mis dos mochilas apenas podía creer que había llegado.

Resulta que Blas era/es una especie de gurú de la zona, un luchador por los derechos de los desprotegidos, un líder contra los abusos de las empresas eléctricas, también un jubilado de los menesteres de las cabañas. Ahora lo atiende un larguirucho de larga melena en coleta, Nico, de voz suave, italiano, viste, no mexicano. Le ayuda un tal Stephan, siniestro, francés, como un secundario de una película de bribones. Me alquilo una cabaña en la playa a escasos cincuenta metros de la rompiente atronadora del Pacífico. Tenga cuidado si se baña, ayer se ahogó uno, no pase de la barra.

Me enseñan la cabaña y es mínima, una cama con mosquitero, una mesa y una silla. Pregunto por las duchas. Baldes. Se ríen. Los servicios. Ahí, baldes. Se ríen. Pero resulta que en el entramado de cabañas hay una biblioteca bien surtida, música, una nevera con chelas y refrescos bien fríos y, nada más, no hay ni un lujo, sólo lo indispensable pero ay, esta la naturaleza, el paraíso dije antes, no, otra cosa, lo anterior, un mar tan bravo que parece que va a romper la playa, esa playa de kilómetros y kilómetros, pájaros de todo tipo, palmeras, perros vagabundos rondando, cangrejos que corren veloces, una brisa dulce, nadie a la vista, soledad, ese mundo idílico y tu, solo, ahí, lejos de todo.

Entonces se puso el sol y entendí que me contaba Andrea.



La primera noche apenas pegue ojo, el fragor del mar que parece estar en la almohada, ruidos de todo tipo, el calor sofocante, luces furtivas entre las tablas de la cabaña, insectos llamándose, qué demonios hago aquí, me desperté varias veces.

Amaneció y seguí entendiendo.

En una nota leí que Nico y Stephen se iban a comprar provisiones, que volverían por la tarde.

Sólo, estaría sólo todo el día.

Sol, el mar, la playa, una cama en la cabaña, comida, el lujo de una chela bien fría, libros, tiempo, salud, baños en la parte suave.



Anochecer.
Amanecer.
Anochecer.
Amanecer.



Escribo todo esto a la sombra, frente al mar, me acaricia la brisa, Bolaños a mi lado, canta un pájaro raro, de vez en cuando pasa una barca a lo lejos, un perro viejo tumbado, dormido, de vez en cuando bosteza o sueña, hay unas olas gigantes, ocho o nueve aves marinas, grandes, las sortean en formación, buscando peces.

Este es un sueño cumplido.

Vuelvo lleno de paisajes, incluido el mío interior, vuelvo mucho más rico.

Gracias Andrea.



3 comments :

Magnolio dijo...


Pedroooooooooo!!!!

Un gozo leerte de nuevo y, sobre todo, mi enhorabuena desde los adentros por ese viaje, por todos los viajes que ojalá aún.

No me extiendo porque ahorita mismo salgo yo también de viaje (el mío, el que toca), pero en cuanto llegue y tenga tiempo te escribo, en privadísimo, claro.

Bienvenido, mucho.

Adriana Marroquín dijo...

Qué hermoso realato, me encantó la sencillez de la palabra y el increible poder de la imagen. Yo también conozco/conocí a Blas, un soñador, cálido y honesto.
Gracias por compartir.
Adriana ( con el corazón en Chiapas)

Pedro M. Martínez dijo...

Adriana Marroquín
Mi viaje a México del año pasado fue un milagro y un regalo
Chiapas me fascinó.
Quedé prendado del país y de sus gentes
Ojala pueda volver pronto.
Gracias por tu comentario

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