Boca del cielo
Uno escucha Chiapas, que le digo, y se le viene
a la cabeza, no sé una vaga mezcla de lejanía y peligro, algo irreal, un lugar
lejano al que no iría ni atado, vamos, que absurdo, Chiapas, ni en sueños, que
miedo, con las cosas que se oyen y leen de ahí, hay muertos, es un lugar pobre, que no.
Resulta que mi hija
se vino a México con dos amigas de siempre a visitar a dos muchachos que
andaban por acá de cooperantes, un médico loco y un batería con muchas otras
habilidades, empezando por la integridad y siguiendo por el ingenio. Los dos
buena gente, idealistas, le dicen.
Un día abrí mi
gmail y ahí estaban mi hija y sus dos amigas en una fotografía que parecía un
cuadro del Paraíso Terrenal ateo, sin serpiente ni dios furioso. En aquel
tiempo uno andaba en sus problemas de trabajo, sus preocupaciones, presiones,
su cifra de ventas, que les cuento pero, ah, lo que son las cosas, en ese lugar
que todos tenemos ahí atrás, subconsciente le llaman, creo, se quedo fijada esa
imagen, ese lugar, ahí quiero ir yo, pensé sin saber que lo pensaba.
Cuando regreso a
casa, mi hija nos contó su viaje entero, y el lugar de la foto, Boca del Cielo,
un nombre poético, quizás cursi, excesivo, un sitio increíble, te gustaría, papa.
Ahí quedo la cosa.
Pero no.
Por cuestiones que
no vienen al caso me vine a México DF, una ciudad inmensa y agobiante en la que
te sientes chico pero que te atrapa.
Con un amigo tuve la oportunidad durante varios
días de visitar Oaxaca, sus alrededores, sus pirámides, sus ruinas, Hiervelagua,
el árbol más grueso del mundo, las fábricas de mezcal, las cooperativas de
artesanos. Disfrute de su comida y de la alegría de sus gentes.
Mi amigo se volvió
a DF y yo seguí el viaje solo.
Estás loco, México es muy peligroso, donde vas tú solo, te
puede pasar cualquier cosa.
Claro, me tenía que
pasar una cosa, tenía que conocer Chiapas.
Es muy sencillo,
usted se sube a un camión de línea, se hace 700 kilómetros de noche y llega,
supongamos, a San Cristóbal de las Casas. Usted se baja del autobús y sabe que
está en otra dimensión de su vida, que lo que conocía ya no le vale, que ha
pasado una puerta. Usted es un hombre de mundo que ha viajado ya acá y allá
pero nunca había estado aquí y sabe que debe aprender a caminar, a ver, a
escuchar, a sentir, a renunciar a entender y a dejarse llevar por lo que traiga
cada instante.
No exagero.
Chiapas es muy
grande, tiene tanto por ver, Palenque, selvas, San Juan de Chamula, montañas
gigantes, Aguas Azules, las cascadas, me dejo mucho, es una tierra de tantos
contrastes, tan mágica que no se describirla, estoy dentro del embrujo,
anonadado, inmerso en su fuerza.
No se me olvida,
Boca del Cielo.
Me dio una mezcla
de pereza y miedo. Casi cinco horas para llegar a Tonalá, tomar un taxi hasta
el taxi comunal, llegar al pasaje, contratar un barquero, buscar la palapa de
Blas, allí, la de la foto, solo esa.
Un sueño, que
quieren, la vida del hombre la mecen los sueños.
Y lo hice, me vine,
cumplí los trámites.
Boca del Cielo es
una isla, en la proa de la barcaza, sujetando bien mis dos mochilas apenas
podía creer que había llegado.
Resulta que Blas
era/es una especie de gurú de la zona, un luchador por los derechos de los
desprotegidos, un líder contra los abusos de las empresas eléctricas, también
un jubilado de los menesteres de las cabañas. Ahora lo atiende un larguirucho
de larga melena en coleta, Nico, de voz suave, italiano, viste, no mexicano. Le
ayuda un tal Stephan, siniestro, francés, como un secundario de una película de
bribones. Me alquilo una cabaña en la playa a escasos cincuenta metros de la
rompiente atronadora del Pacífico. Tenga
cuidado si se baña, ayer se ahogó uno, no pase de la barra.
Me enseñan la
cabaña y es mínima, una cama con mosquitero, una mesa y una silla. Pregunto por
las duchas. Baldes. Se ríen. Los
servicios. Ahí, baldes. Se ríen. Pero
resulta que en el entramado de cabañas hay una biblioteca bien surtida, música,
una nevera con chelas y refrescos bien fríos y, nada más, no hay ni un lujo,
sólo lo indispensable pero ay, esta la naturaleza, el paraíso dije antes, no,
otra cosa, lo anterior, un mar tan bravo que parece que va a romper la playa,
esa playa de kilómetros y kilómetros, pájaros de todo tipo, palmeras, perros
vagabundos rondando, cangrejos que corren veloces, una brisa dulce, nadie a la
vista, soledad, ese mundo idílico y tu, solo, ahí, lejos de todo.
Entonces se puso el sol y entendí que me contaba Andrea.
La primera noche
apenas pegue ojo, el fragor del mar que parece estar en la almohada, ruidos de
todo tipo, el calor sofocante, luces furtivas entre las tablas de la cabaña,
insectos llamándose, qué demonios hago aquí, me desperté varias veces.
Amaneció y seguí
entendiendo.
En una nota leí que
Nico y Stephen se iban a comprar provisiones, que volverían por la tarde.
Sólo, estaría sólo
todo el día.
Sol, el mar, la
playa, una cama en la cabaña, comida, el lujo de una chela bien fría, libros,
tiempo, salud, baños en la parte suave.
Anochecer.
Amanecer.
Anochecer.
Amanecer.
Amanecer.
Anochecer.
Amanecer.
Escribo todo esto a la sombra, frente al mar, me acaricia la brisa, Bolaños a mi lado, canta un pájaro raro, de vez en cuando pasa una barca a lo lejos, un perro viejo tumbado, dormido, de vez en cuando bosteza o sueña, hay unas olas gigantes, ocho o nueve aves marinas, grandes, las sortean en formación, buscando peces.
Este es un sueño
cumplido.
Vuelvo lleno de
paisajes, incluido el mío interior, vuelvo mucho más rico.
Gracias Andrea.
Gracias Andrea.
3 comments :
Pedroooooooooo!!!!
Un gozo leerte de nuevo y, sobre todo, mi enhorabuena desde los adentros por ese viaje, por todos los viajes que ojalá aún.
No me extiendo porque ahorita mismo salgo yo también de viaje (el mío, el que toca), pero en cuanto llegue y tenga tiempo te escribo, en privadísimo, claro.
Bienvenido, mucho.
Qué hermoso realato, me encantó la sencillez de la palabra y el increible poder de la imagen. Yo también conozco/conocí a Blas, un soñador, cálido y honesto.
Gracias por compartir.
Adriana ( con el corazón en Chiapas)
Adriana Marroquín
Mi viaje a México del año pasado fue un milagro y un regalo
Chiapas me fascinó.
Quedé prendado del país y de sus gentes
Ojala pueda volver pronto.
Gracias por tu comentario
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