M4
Te
estoy mirando porque sé que me miras, imprudente.
En
mis brazos se encienden flores, están vestidos mis dedos con pétalos de
violencia y juegan con una flamante pistola. No sabía que la tenía, cargada, no
lo sabía, en serio. No te acerques demasiado, puedo dispararte, como en un
juego, solo que no lo es, lo siento. Mantente alejado, detrás de esa raya, no
te rías, no hagas que me sienta ridículo, sí, es una advertencia.
Ayúdame a
amontonar a los heridos, ahí en esa esquina, organízalos, prepara el fuego. No es
necesario que entiendas esto que te digo y después escribo, limítate a seguir
el reguero de cadmio, el escarnio, las torpes caricias de palabras que no entiendes,
el terciopelo en el borde mi herida, la luz del zaguán donde salía a respirar, el
hotel frente al mercado de los artesanos, la agazapada bestia del ahogo, el
abrazo del miedo, las espantosas criaturas sin ojos, lo invisible.
No te
muevas, ahora no, aquí en lo oscuro estoy mordiendo estas frases para que
entiendas, luego, cuando vuelvas al estúpido sueño donde nunca debiste entrar.
Tengo los brazos tatuados de flores de sol, de sangre, tengo un arma en la
garganta, tengo un rojo manto de odio sobre los hombros, tengo tantas ganas de
romperme la puerta del alma y contártelo que como sienta que te mueves no sé
qué seré capaz de hacer.
Quieto
ahí, la primavera se deshoja en olvido, mutila la esperanza de un verano, llena
de obscenidad los recuerdos que no fueron, me asaltan los rencores y grito por las calles, no me
mires.
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