Eremitas con Wi Fi
EREMITAS
CON WIFI
escrito por
Constantino Molina Monteagudo
11.10. 2018
Desde que
existe el wifi se han multiplicado los escritores eremitas. Lo vemos día a día
en las redes sociales. Allí —en Facebook y en Instagram— el escritor eremita
comparte los dones de la soledad, del vivir alejado de la gran masa y de las
conversaciones en sordina con la naturaleza. También hay algunos —los más
aislados, que viven entre cabras y riscos— que echan mano del Tinder. Pero de
Tinder y literatura no hablaré ahora, porque ese binomio da para un capítulo
aparte.
Los eremitas con wifi
comparten a diario sus paseos por el bosque, sus panorámicas desde la colina,
sus barbechos helados, sus versos escritos en las hojas de las bungavillas, sus
cabras subiendo el risco y la cueva desde la que se enfrentan —cargados de silencio—
a la voz de la marabunta. Los eremitas con wifi nos muestran cómo amar la vida
desde su escabeche de esencialismo, distanciamiento y su toque picantón de
complacencia. También hay eremitas urbanos que viven en sótanos o en áticos —el
eremita es un ser extremo y nunca vivirá en un primer, segundo o tercer piso— y
desde allí nos muestran sus casas sin televisión, cargadas de libros y
cachivaches del Rastro desde las que leen a Schopenhauer en las tardes de
Barça-Madrid.
A mí me gusta ver sus fotos y
leer sus reflexiones. Por lo general, los eremitas, son gente que sabe de la
vida, que se entiende con ella y que mantiene cierta serenidad, excepto cuando
el router de la cueva comienza a dar problemas, y la serenidad siempre es digna
de apreciar. También me gusta pensar y darle a la imaginación. Y a veces me
pongo a pensar e imaginar qué hubiera sido de Simón el Estilita, Catalina
de Cardona o de Emily Dickinson si hubieran conocido el wifi. Puede que Simón y
Catalina, con sendas estrellas en el half of fame de los eremitas, hubiesen prescindido de
sus ondas electrocomunicantes. Pero estoy seguro de que Emily se hubiera
enganchado al Facebook y al Instragram. Simón y Catalina no escribían, no eran
escritores, pero Emily no hacia otra cosa. Ella escribía y escribía, y los
escritores son seres sociales por naturaleza. El escritor necesita de la gente,
necesita ser leído para existir, busca el contacto, mendiga la comunicación, es
un animal contra la intemperie.
Hoy la ciencia ha
posibilitado que convertirse en un escritor eremita no sea ya una actividad de
riesgo. Ahora el eremita puede despreciar a la masa mientras la busca desde una
red social, puede encerrarse en su cueva mientras abre su escaparate virtual y
se sabe observado, en contacto y comunicación, por un público. Con el wifi
llegó la comunión entre lo huraño y lo social que la literatura ascética
necesitaba. Ahora sí, en las pantallas de nuestros móviles y ordenadores, los
vemos serenos y en paz, retribuidos con el aplauso unánime de los que valoramos
su valentía eclesiástica frente a la soledad de los bosques.
2 comments :
Nunca se escribió tanto, nunca estuvimos tan solos y nunca ventilamos tanto nuestra vida privada tamizada de mentiras.
Un beso.
Ilduara, sí, y nunca llovió que no escampó. En este blog no encontrarás mentiras, te lo juro. (...menos alguna cosa...)
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