Gordito
Lo peor fue la inseguridad, el darse cuenta que ya no, el inicio del miedo mordiendo los bordes del estómago.
Hasta aquella noche nunca le había ocurrido, o no lo recordaba.
Y cuando ella le llamó gordito fue definitivo.
Se mira al espejo una y otra vez, hace flexiones, junta las manos y marca pectorales, quizás haya engordado un poco, pero apenas se nota.
Solo quiso ser amable, ni siquiera le gustaba, no era su tipo, estaba allí, en una esquina, todas sus amigas hablando con hombres apuestos y ella sola, por eso se acercó. Después del tercer trago le empezó a parecer atractiva y la invitó a su casa. No le gustó que ella aceptase a la primera, prefería un regateo, que sí, que no, pero ella dijo sí, sin dudar.
El apartamento estaba desordenado, como siempre, sobre la alfombra el elefante que regaló a Oscar cuando cumplió cinco años, su tigre preferido, los juguetes de su hijo. Ella ni siquiera miró alrededor, preguntó por el cuarto de baño y entró apresuradamente mientras él colocaba un libro en su sitio, limpiaba los ceniceros, recogía varios periódicos del suelo.
Salió desnuda. ¿La cama? preguntó. Él señaló el cuarto y allí se fue con sus nalgas breves, sus pechos breves, sus piernas delgadas. Ven, quítate la ropa, susurró ella. Y torpemente se quitó la camisa y los pantalones, se quedó con aquellos calcetines negros casi hasta las rodillas, se sintió ridículo, se los bajó con dificultad y supo que había bebido más de lo que acostumbraba.
Sobre las sábanas era ágil, activa, le besaba el cuello, bromeaba, le acariciaba el escroto, él estaba desbordado. Quiso besarla y eludió el beso, riendo. Quiso lamer sus pezones y ella se giró, fóllame, dijo autoritaria. Él lo intentó una vez, dos, se dio cuenta que no era su noche, que aquella vez no, que el ron le paralizaba, que estaba haciendo el ridículo. Además no era su tipo, demasiado delgada. Entonces ella dijo aquello de no puedes ¿no? venga, otra vez será, se levanto, volvió al cuarto de baño a vestirse y desde la puerta sin mirarle siquiera se despidió con un chao, gordito. Eso le dolió.
Mañana de domingo, el mes que viene cumplirá cuarenta años, cambio de número, el cuatro ya, sin Marta, un hijo al que ve cada quince días y con una resaca de mil demonios.
Bah, estaba muy delgada la estúpida esa, seguro que era una feminista de esas, o una lesbiana de mierda y sigue haciendo flexiones, resoplando, se levanta y el espejo le devuelve un señor serio, con ojeras, con mala cara, con pectorales de nadador retirado. No me había ocurrido nunca, bueno, dos veces, quizás tres. Se vuelve a mirar y sí, quizás esté engordando un poco, vale, bastante. Se sienta en el sofá y llora.
2 comments :
Desde el principio está cantado que no va a funcionar. Una mujer decidida, que sabe lo que quiere, que no utiliza el romanticismo como arma de seducción, que no busca un yogurín para satisfacer su lujuria. Él inseguro, se fija en ella porque está sola y parece una presa fácil, no tiene opción y no puede jugar sus cartas. Los juguetes de su hijo y una relación fracasada ponen color de desespero.
Un beso.
Ilduara, cómo eres, pobre chaval, cuarentón, gordito y separado, no le puedes pedir más. Este texto da lo que da pero refleja a alguna gente que conozco (tampoco demasiado no te vayas a creer).
Llevas viniendo a este rincón olvidado varios días, ten cuidado no te vayas a aficionar. Te lo agradezco de corazón, no te imaginas lo triste que es que no te lea nadie. Bueno, peor es que no te escriba nadie. O algo, no sé. Que no te quiera nadie (como al gordito). Que nunca, nadie, te haya dicho te quiero (bajito, al oído). Tiene que ser terrible. Lo pienso a veces. Que nunca nadie te haya besado así, de tornillo, que te duelan los labios.
El confinamiento te hace pensar cosas raras.
O no tan raras.
Besos.
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