A jazz jam session takes place at photographer Gjon Mili's studio loft in New York City, 1943.


domingo, 17 de mayo de 2020

Doríforos eufóricos.

Hace ya, bastante al norte de Moscú, busqué por las vastas estepas un animal moribundo. Trataba de comprobar la antigua creencia que dice que respirando el estertor de un ciervo macho, su fuerza, su vitalidad, su espíritu pasa al cuerpo de quién lo recibe.


Como ahora, era noviembre y nevaba, después de caminar durante kilómetros y kilómetros me topé con un impresionante ejemplar de ciervo malherido que se apoyaba en un tronco seco. La magnífica bestia con la cabeza erguida me miró desde más allá de una muerte presentida. Como si me hubiera estado esperando, se levantó y comenzó a caminar, vacilante, cojeando pero sin perder la defensa, con su cornamenta enhiesta. Seguirla me llevó entre matorrales, lejos de los caminos, con el cansancio enredándome las piernas entumecidas por el frío. Varias horas después dobló las patas delanteras y reclinó la imponente testuz. Acostado, a su lado, prevenido, esperé su final sin perder de vista su hocico tembloroso. La agonía se prolongaba. El frío era muy intenso. El animal intentó un último bramido desde su garganta rota. El esfuerzo venció su resistencia. Conmovido, acerqué mi nariz a su boca y respiré justo el último aliento que salía de aquel cuerpo poderoso.

El regreso al punto de partida fue lento y duro, caminé sin energía, ausente. Aquella respiración final me había transmitido algo más que la fuerza, que la potencia. En aquel momento, con el cansancio, no supe determinar que había sido. En los bancos de madera de una estación de tren perdida entre la niebla tampoco pude hacer otra cosa que racionar mi tristeza. Volví a casa envuelto en melancolía.

Hoy, tiempo después, no logro sacudirme la patética sensación de …



Las siete y media, no vas a llegar.
Voy.
No se te olvide que mañana Andrea tiene dentista.
Vale.
Y tienes que ir a buscar a Diego a la estación.
Si, ya.
Por cierto, ¿quién es ese ciervo que está desayunando en la cocina? 



2 comments :

Ilduara dijo...

Quizás si inhalases el aliento del cóndor en Machu Pichu, te daría fuerzas para surcar el cielo y emitir un noble canto.

Pedro M. Martínez dijo...

Ilduara el cóndor pasa y los ciervos permanecen, conozco a muchos y tampoco está uno para andar de la ceca a la meca con la que está cayendo que te pilla el virus en Afganistán y a ver qué haces, que he surcado muchos cielos (en realidad siempre el mismo) y ha cantado con nobleza y sin ella (incluso borracho qué, ya me dirás). Sigo cantando, sigo bailando (Salomé) ¡he!

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